La cruz de cada día

Cuaresma - Jueves después de Ceniza ( 14 de febrero 2002 ) 
I. En el Evangelio de la Misa, Cristo nos habla: Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día, y sígame (Lucas 9, 23). El Señor se dirige a todos y habla de la Cruz de cada día.
Son palabras dichas a todos los hombres que quieren seguirle, pues no existe un Cristianismo sin Cruz, para cristianos flojos y blandos, sin sentido del sacrificio. Uno de los síntomas más claros de que la tibieza ha entrado en el alma es precisamente el abandono de la Cruz.. Por otra parte, huir de la cruz es alejarse de la santidad y de la alegría; porque uno de sus frutos es precisamente la capacidad de relacionarse con Dios y con los demás, y también una profunda paz, aún en medio de la tribulación y de dificultades externas. No olvidemos pues, que la mortificación está muy relacionada con la alegría, y que cuando el corazón se purifica se torna más humilde para tratar a Dios y a los demás.
 
II. La Cruz del Señor, con la que hemos de cargar cada día, no es ciertamente la que producen nuestros egoísmos, envidias o pereza. Esto no es del Señor, no santifica. En alguna ocasión encontraremos la Cruz en una gran dificultad, en una enfermedad grave y dolorosa, en un desastre económico, en la muerte de un ser querido. Sin embargo, lo normal será que encontremos la cruz de cada día en pequeñas contrariedades en el trabajo, en la convivencia; en un imprevisto que no contábamos, planes que debemos cambiar, instrumentos de trabajo que se estropean, molestias por el frío o calor, o el carácter difícil de una persona con la que convivimos. Hemos de recibir estas contrariedades con ánimo grande, ofreciéndolas al Señor con espíritu de reparación, sin quejarnos: nos ayudará a mejorar en la virtud de la paciencia, en caridad, en comprensión: es decir, en santidad. Además experimentaremos una profunda paz y gozo.
 
III. Además de aceptar la cruz que sale a nuestro encuentro, muchas veces sin esperarla, debemos buscar otras pequeñas mortificaciones para mantener vivo el espíritu de penitencia que nos pide el Señor. Unas nos facilitarán el trabajo, otras nos ayudarán a vivir la caridad. No es preciso que sean cosas más grandes, sino que se adquiera el hábito de hacerlas con constancia y por amor de Dios.
Digámosle a Jesús que estamos dispuestos a seguirle cargando con la Cruz, hoy y todos los días.
 
Extraído de Meditar del portal Católico www.encuentra.com  ( año 2.002 )
 

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Conversión y penitencia

Miércoles de Ceniza ( 13 de Febrero 2002 )
El camino al que nos invita la Cuaresma se realiza, ante todo, con la oración:  en estas semanas, las comunidades cristianas deben transformarse en auténticas "escuelas de oración". Otro objetivo privilegiado es acercar a los fieles al sacramento de la reconciliación, para que cada uno pueda "redescubrir a Cristo como mysterium pietatis, en el que Dios nos muestra su corazón misericordioso y nos reconcilia plenamente consigo" (Novo millennio ineunte, 37).
 
Juan Pablo II. Homilía del Miércoles de Ceniza (28 de febrero de 2001)
 
I. Comienza la Cuaresma, tiempo de penitencia y de renovación interior para preparar la Pascua del Señor (CONCILIO VATICANO II, Sacrosantum Concilium). La liturgia de la Iglesia nos invita sin cesar a purificar nuestra alma y a recomenzar de nuevo.
En el momento de la imposición de la ceniza sobre nuestra cabeza, el sacerdote nos recuerda las palabras del Génesis, después del pecado original: Acuérdate, hombre, de que eres polvo y en polvo te has de convertir (Génesis 3, 19). Y sin embargo, a veces olvidamos que sin el Señor no somos nada. Quiere el Señor que nos despeguemos de las cosas de la tierra para volvernos a Él.
Jesús busca en nosotros un corazón contrito, conocedor de sus faltas y pecados y dispuesto a eliminarlos. También desea un dolor sincero de los pecados que se manifestará ante todo en la Confesión sacramental.
El Señor nos atenderá si en el día de hoy le repetimos de corazón: Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con espíritu firme.
 
II. La verdadera conversión se manifiesta en la conducta: en el trabajo, hecho con orden, puntualidad e intensidad; en la familia, mortificando nuestro egoísmo y creando un ambiente más grato en nuestro entorno; y en la preparación y cuidado de la Confesión frecuente.
El Señor también nos pide hoy una mortificación más especial, que ofrecemos con alegría: la abstinencia y el ayuno; también la limosna que, ofrecida con un corazón misericordioso, desea llevar consuelo a quien pasa necesidad. Cada uno debe hacerse un plan concreto de mortificaciones para ofrecer al Señor diariamente esta Cuaresma. Para hacerlo, tengamos en cuenta que deben ser “mortificaciones que no mortifiquen a los demás, que nos vuelvan más delicados, más comprensivos, más abierto a todos” (J, ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa)
 
III. San Pablo (2 Corintios, 5) nos dice que éste es un tiempo excelente que debemos aprovechar para una profunda conversión. Podemos estar seguros que vamos a estar sostenidos por una particular gracia de Dios, propia del tiempo litúrgico que hemos comenzado. “Tiempo para que cada uno se sienta urgido por
Jesucristo. Para que los que alguna vez nos sentimos inclinados a aplazar esta decisión sepamos que ha llegado el momento. Para que los que tengan pesimismo, pensando que sus defectos no tienen remedio, sepan que ha llegado el momento. Comienza la Cuaresma; mirémosla como un tiempo de cambio y de esperanza” (A.Mª. GARCÍA DORRONSORO, Tiempo para creer)
 
Extraído de Meditar del portal Católico www.encuentra.com  ( año 2.002 )
 

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Palabra eterna

Una palabra eterna

Comentario de Encuentra
I. Leemos en el Evangelio de la Misa esta expresión del Señor: El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán (Lucas 21, 33).
Permanecerán porque fueron pronunciadas por Dios para cada hombre, para cada mujer que viene a este mundo. Jesucristo sigue hablando, y sus palabras, por ser divinas, son siempre actuales. Toda la Escritura anterior a Cristo adquiere su sentido exacto a la luz de la figura y de la predicación del Señor. Él es quien descubre el profundo sentido que se contiene en la revelación anterior. Los judíos que se negaron a aceptar el Evangelio se quedaron como con un cofre con un gran tesoro adentro, pero sin la llave para abrirlo. Desde siempre la Iglesia ha recomendado su lectura y meditación, principalmente del Nuevo Testamento, en el que siempre encontramos a Cristo que sale a nuestro encuentro. Unos pocos minutos diariamente nos ayudan a conocer mejor a Jesucristo, a amarle más, pues sólo se ama lo que se conoce bien.
II. Cuando en el Evangelio de la Misa leemos hoy que el cielo y la tierra pasarán, pero no sus palabras, nos señala de algún modo que en ellas se contiene toda la revelación de Dios a los hombres: la anterior a su venida, porque tiene valor en cuanto hace referencia a Él, que la cumple y clarifica; y la novedad que Él trae a los hombres, indicándoles con claridad el camino que han de seguir. Jesucristo es la plenitud de la revelación de Dios a los hombres.
Cuántas veces hemos pedido a Jesús luz para nuestra vida con las palabras –Ut videam!, Que vea, Señor- de Bartimeo: o hemos acudido a su misericordia con las del publicano: ¡Oh Dios, apiádate de mí que soy un pecador! ¡Cómo salimos confortados después de ese encuentro diario con Jesús en el Evangelio!
III. Cuando la vida cristiana comienza a languidecer, es necesario un diapasón que nos ayude a vibrar de nuevo. ¡Cuántas veces la meditación de la Pasión de Nuestro Señor, ha sido como una enérgica llamada a huir de esa vida menos vibrante, menos heroica! No podemos pasar las páginas del Evangelio como si fuera un libro cualquiera. Su lectura, dice San Cipriano, es cimiento para edificar la esperanza, medio para consolidar la fe, alimento de la caridad, guía que indica el camino... (Tratado sobre la oración). Acudamos amorosamente a sus páginas, y podremos decir con el Salmista: Tu palabra es para mis pies una lámpara, la luz de mi sendero (Salmo 118, 105).
Extraído de Meditar del Portal Católico www.encuentra.com  ( año 2.002 )

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Naturalidad y sencillez

Comentario de Encuentra
 
I. Toda la vida de María está penetrada de una profunda sencillez. Su vocación de Madre del Redentor se realizó siempre con naturalidad. En ningún momento de su vida buscó privilegios especiales: “María Santísima, Madre de Dios, pasa inadvertida, como una más entre las mujeres de su pueblo. Aprende de Ella a vivir con naturalidad” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino).
La sencillez y naturalidad hicieron de la Virgen, en lo humano, una mujer especialmente atrayente y acogedora. Su Hijo, Jesús, es el modelo de la sencillez perfecta, durante los treinta años de vida oculta, y en todo momento. El Salvador huye del espectáculo y de la vanagloria, de los gestos falsos y teatrales; se hace asequible a todos: a los enfermos y a los desamparados, a los Apóstoles y a los niños. La humildad es una virtud necesaria para el trato con Dios, para la dirección espiritual, para el apostolado y la convivencia.
 
II. La sencillez exige claridad, transparencia y rectitud de intención, que nos preserva de tener una doble vida, de servir a dos señores: a Dios, y a uno mismo. Requiere de una voluntad fuerte, que nos lleve a escoger el bien. El alma sencilla juzga de las cosas, de las personas y los acontecimientos según un juicio recto iluminado por la fe, y no por las impresiones del momento (I. CELAYA, Sencillez). En la lucha ascética hemos de reconocernos como en realidad somos y aceptar las propias limitaciones, comprender que Dios las abarca con su mirada y cuenta con ellas. En la convivencia diaria, toda complicación pone obstáculos entre nosotros y los demás, y nos aleja de Dios. La sencillez es consecuencia de la “infancia espiritual”, a la que nos invita el Señor especialmente en estos días que contemplamos el Nacimiento. En verdad os digo que si no os volvéis y hacéis semejantes a los niños, no entraréis en el Reino de los Cielos (Mateo 18, 2-3).
 
III. La sencillez y naturalidad son virtudes extraordinariamente atrayente, pero difíciles a causa de la soberbia, que nos lleva a tener una idea desmesurada de nosotros mismos, y a querer aparentar ante los demás por encima de los que somos y tenemos. La pedantería, la afectación, la jactancia, la hipocresía y la mentira se oponen a la sencillez, y por tanto, a la amistad; son un verdadero obstáculo para la vida de familia. Para ser sencillos es preciso cuidar la rectitud de intención en nuestras acciones, que deben estar dirigidas a Dios. Lo aprenderemos si contemplamos a la Sagrada Familia, en medio de su vida corriente. Pidámosles que nos haga como niños delante de Dios.
 Extraído de Meditar del Portal Católico www.encuentra.com   ( año 2.002 )
 

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Jesús, nuestro maestro

Comentario de Encuentra
 
I. El Señor nunca se opuso a que el pueblo le llamase profeta y maestro (Mateo 21, 11), y a sus discípulos les decía: Vosotros me llamáis maestro y señor, y hacéis bien, porque lo soy (Juan 13, 13).
Con frecuencia Jesús utiliza la expresión: Yo os digo: es el Hijo de Dios quien habla. Jesús habla en nombre propio, (cosa que jamás había hecho ningún profeta), e imparte una enseñanza divina.
Nadie como Él ha señalado la verdad fundamental del hombre: su libertad interior y su intocable dignidad. Su doctrina nos ha sido transmitida, fidelísima y substancialmente completa, a través de los Evangelios.
Jesús es nuestro único Maestro: Junto a Él nos sentimos seguros. Siempre dice a cada uno lo que necesita oír. Leyendo el Evangelio unos minutos todos los días, con corazón leal, meditándolo despacio, uno se siente empujado a decir: Señor, sólo Tú tienes palabras de vida eterna (Juan 6, 68). Sólo Tú, Señor.
Examinemos cómo y con qué atención leemos el Evangelio.
 
II. Si después ha habido maestros y doctores en la Iglesia (Hechos 13, 1; Corintios 12, 28-29) ha sido porque Él los constituyó, subordinándolos a Él, repetidores y testigos de lo que han visto y oído (Hechos 10, 39). A través del Evangelio, tal como se lee en la Iglesia, nos llega como por un canal la Buena Nueva de Cristo. Tomar a Jesús como Maestro es tomarlo por guía, andar sobre sus huellas, buscar con afán su voluntad sobre nosotros, sin desalentarnos jamás por nuestras derrotas, de las que Él nos levanta y las convierte en victorias una y otra vez. Tomarle como Maestro es querer parecernos a Él: que los demás, al ver nuestro trabajo, nuestro comportamiento con la familia y con los extraños, puedan reconocer a Jesús.
Si meditamos el santo Evangelio, si le tratamos diariamente en la oración, nos pareceremos a Jesús, casi sin darnos cuenta.
 
III. Cristo tiene siempre algo que decirnos, a cada uno en particular, personalmente. Para oírle hemos de tener un corazón que sepa escuchar, un corazón atento a las cosas de Dios.
Nosotros hemos de pedirle ese corazón capaz de escuchar y entender las mociones del Espíritu Santo en nuestra alma, lo que nos dice a través del Magisterio de la Iglesia, esa doctrina que nos llega a través del Papa y de los obispos unidos a él, que requiere una respuesta práctica.
Dios también nos habla por medio de los acontecimientos, de las personas que nos rodean y de la dirección espiritual. Le pedimos a la Virgen un oído atento a la voz de Dios, aunque a veces use intermediarios.
Extraído de Meditar del Portal Católico www.encuentra.com  ( año 2.002 )
 

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Vocación

Comentario de Encuentra sobre el Evangelio de Jn 1, 35-42
I. Cristo elige a los suyos, y este llamamiento es su único título.
Jesús llama con imperio y ternura. Nunca los llamados merecieron en modo alguno la vocación para la que fueron elegidos, ni por su buena conducta, ni por sus condiciones personales. Es más, Dios suele llamar a su servicio y para sus obras, a personas con virtudes y cualidades desproporcionadamente pequeñas para lo que realizarán con la ayuda divina.
El Señor nos llama también a nosotros para que continuemos su obra redentora en el mundo, y no nos pueden sorprender y mucho menos desanimar nuestras flaquezas ni la desproporción entre nuestras condiciones y la tarea que Dios nos pone delante. Él da siempre el incremento; nos pide nuestra buena voluntad y la pequeña ayuda que pueden darle nuestras manos.
II. La vocación es siempre, y en primer lugar, una elección divina, cualesquiera que fueran las circunstancias que acompañaron el momento en que se aceptó esa elección. Por eso, una vez recibida no se debe someter a revisión, ni discutirla con razonamientos humanos, siempre pobres y cortos. La fidelidad a la vocación es fidelidad a Dios, a la misión que nos encarga, para lo que hemos sido creados:     el modo concreto y personal de dar gloria a Dios.
El Señor nos quiere santos, en el sentido estricto de la palabra, en medio de nuestras ocupaciones, con una santidad alegre, atractiva, que arrastra a otros al encuentro con Cristo. Él nos da las fuerzas y las ayudas necesarias.
Que sepamos decirle muchas veces a Jesús que cuenta con nosotros, con nuestra buena voluntad de seguirle, allí donde nos encontramos;sin límites, ni condiciones.
III. El descubrimiento de la personal vocación es el momento más importante de toda la existencia. De la respuesta fiel a esta llamada depende la propia felicidad y la de otros muchos, y constituye el fundamento de otras muchas respuestas a lo largo de la vida. Esforzarse para crecer en la santidad, en el amor a Cristo y a todos los hombres por Cristo es asegurar la fidelidad y, por tanto, la alegría, el amor, una vida llena de sentido.
Hemos de hacer como San Pablo cuando Cristo se metió en su vida: se entregó con todas sus fuerzas a buscarle, a amarle y a servirle.
Extraído de evangelio del Portal Católico www.encuentra.com  ( 2.002 )
 

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Navidad solidaria

Jóvenes misioneros salieron a la calle

Acompañaron a quienes estuvieron solos en la Nochebuena

Recorrieron los barrios porteños repartiendo pan dulce entre médicos, guardias o policías. El objetivo fue brindar una alegría a quienes estuvieran solos en la noche del 24

Son las dos de la mañana. Un auto repleto de jóvenes se detiene en la estación de servicio situada en la Avenida del Libertador y Salguero. «Uf, otro grupo de borrachos», piensa una de las empleadas, resignada sin embargo a llenar el tanque con nafta.

Pero no es el caso. El auto frena y bajan dos jóvenes que en lugar de pedirle gasolina le ofrecen un pan dulce y una oración.

«La mujer se emocionó hasta las lágrimas. Verdaderamente, le alegramos la noche por las innumerables gracias que nos dijo al despedirnos», comentó satisfecha a LA NACION Mariana Cremona, que pertenece al grupo misionero Pura Vida.

Durante la Nochebuena -en rigor ayer, a partir de las 2 de la madrugada- un grupo de 150 jóvenes católicos de entre 18 y 25 años recorrió las calles de Buenos Aires ofreciendo pan dulce y esperanza a personas que estaban pasando la Navidad en soledad.

El objetivo fue acompañarlos y darles una alegría.

El grupo de misioneros Pura Vida, con el apoyo del Movimiento de Schoenstatt, fue el que organizó esta pequeña misión que bautizó «Una Navidad para todos».

A las 2 de la mañana, los jóvenes se juntaron en la sede de Confidentia (Schoenstatt), en Riobamba y avenida Santa Fe. Luego salieron en grupo de cuatro o cinco -a pie o en auto- y se dividieron la ciudad por zonas.

Repartieron saludos, turrones y pan dulce por las estaciones de Retiro, Once y Constitución. Recorrieron hospitales, plazas y comisarías de Recoleta, Retiro, Palermo, Belgrano y Montserrat. Luego, a las 5, se agruparon nuevamente en Confidentia para celebrar una misa.

Alegría de dar

Los jóvenes transmitieron convicción al compartir lo que vivieron.

«La experiencia es increíble. La gente se sorprende. Para mí es una manera original y nueva de vivir la Navidad», expresó Cremona.

«Me gusta alegrar la noche a otros. Y pienso que si todos nos acostumbrásemos a hacer pequeños gestos de entrega con más frecuencia, las cosas podrían andar mucho mejor», explicó Sara Brugnoli.

Pero por supuesto que no todo fue fácil. Clara Juliano, otra de las participantes, comentó que un hombre de la calle fue muy agresivo con ella. «Te exponés a reacciones de ese tipo», confesó.

Familia ampliada

Estos jóvenes están convencidos de que la Navidad en familia no se acaba con la cena compartida con sus padres, hermanos y esposos.

También existe una familia más amplia con la que es importante compartir el saludo de paz: la gente de la calle, los enfermos, los policías, los bomberos, los guardias de edificios o los médicos que trabajaron en soledad el 24 a la noche.

«Este es el segundo año que lo hacemos. Me sorprendió cuánta más gente se sumó este año (de 100 que convocaron en el 2000, se presentaron 150, esta vez). Además hubo mayor predisposición de las empresas para donar pan dulce», concluyó, visiblemente contenta, Cremona.

Agustina Lanusse

Nota publicada en La Nación del 26 de Diciembre de 2001

 

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Gracias Dios mío

Porque en este año me diste la oportunidad de tener las puertas de mi alma abiertas para que entrara el amor…

Porque las ventanas de mi mente estuvieron abiertas para recibir a la sabiduría…

Porque las paredes de mi corazón las envolviste con esa alegría que se necesita para poder vivir…

VIVIR…EXISTIR…SENTIR…el amor en cada resquicio de mi SER…

Por eso elevo mi pensamiento hacia ti Señor y te digo: «Gracias Dios Mío».

Por la oportunidad que me diste de varias veces renacer… Ojalá un día, Señor, podré, de corazón, retribuir y merecer la confianza que me tienes.

Gracias Dios Mío por la bendición de poder existir.

Y en este nuevo año con tus bendiciones humildemente pido …

Que mis verdaderas amistades continúen eternas

y siempre tengan un lugar especial en mi corazón.

Que mis lágrimas sean pocas y compartidas.

Que mis alegrías estén siempre presentes y sean festejadas por todos.

Que el cariño este presente con un simple hola! o en cualquier frase.

Que los corazones estén siempre abiertos

para nuevas amistades, nuevos amores, nuevas conquistas.

Que las cosas pequeñas como la envidia o el desamor,

sean extinguidas de nuestras vidas.

Que aquel que necesite ayuda encuentre en mi

la reconfortante palabra amiga.

Que la verdad este siempre por encima de todo.

Que el perdón y la comprensión

superen las amarguras y desavenencias.

Que este, nuestro pequeño mundo virtual sea cada vez más humano.

Que todo lo que soñamos se transforme en realidad.

Que el amor por el prójimo sea una de nuestras metas.

Que la larga jornada de los próximos 365 días

este saturada de buenas obras.

Gracias por otorgarme el maravilloso privilegio de contar con tu amor, tu cariño y tu amistad, ojalá y la vida continúe regalándome estos momentos que a tu lado son tan bellos.

Un abrazo, un besito y un recordatorio de que siempre cuentas conmigo.

Besos y Abrazos

Ana María

 
Colaboración de Ana María Zacagnino
Enero 2.002

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Confía en mí

Yo hago milagros en la medida en que tú te abandonas a mí
y de acuerdo a la fe que me tienes.
Así que no te preocupes, dame tus frustraciones y duerme en paz,
y siempre dime : “ Jesús, yo confío en ti ”
y verás grandes milagros.
Te lo prometo con todo mi amor.
 
Jesús
 
 
Ahora que has leído este mensaje,
envíalo a todas las personas que consideres tus amigos.
Si no lo haces, simplemente ellos se perderán la bendición
de que les recuerden algo tan importante.
No tendrás mala suerte, porque la suerte no es algo ordenado por Dios; simplemente habrás dejado de compartir algo “realmente importante” con los demás.
 
Colaboración de Ana María Zacagnino  ( 2.002 )

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Llega la Navidad, recibamos a Jesús

Gracias a Dios, llegó un poco de calma a nuestros corazones después de tantas emociones traumáticas. Aprovechemos esta tranquilidad para acercar nuestro espíritu a Jesús, para estar mejor preparados para darle nuevamente la bienvenida a nuestras almas. Que el señor nos ayude a purificar nuestros pensamientos y nuestras acciones. Que nos permita ver las situaciones a través de los anteojos del amor, el respeto, la tolerancia, el perdón, la humildad y el afecto.

Si tuviéramos que recomponer una relación con alguien, este es un buen momento para hacerlo. Si podemos acercarnos a alguien que necesite afecto, no dudemos en brindarlo. Si queremos sentirnos cerca de nuestros amigos, un mail o un llamado nos darán esa oportunidad.

Que lindo sería si todos pudiésemos abrir nuestros corazones y dejásemos que se bañen de amor a nuestros prójimos. Ojalá que podamos ser capaces de expresar ese amor. Que podamos pedir perdón o aceptar un pedido de disculpas. La decisión es nuestra. Podemos recibirlo a Jesús sintiendo su presencia en nuestros espíritus. Podemos darle gracias por acompañarnos y guiarnos. Podemos encomendarle que acompañe a nuestros seres queridos que ya han partido, y podemos decirle que nos gustaría recibir su paz, para que como él, podamos iluminar las vidas de quienes nos rodean.

Agradezco muchísimo los mensajes que me enviaron en estos días con sus mejores deseos para estas fiestas. Hoy quiero compartir esos buenos deseos con todos Uds. Les deseo a todos una Feliz Navidad.

Con mucho amor, Javier

24 de Diciembre 2001

Palabras de Juan Pablo II en Nochebuena

El Niño, respuesta que disipa el miedo actual

Preside la misa de Navidad en la Basílica de San Pedro

CIUDAD DEL VATICANO, 25 diciembre 2001 (ZENIT.org).-

En medio de los temores que se apoderan del escenario internacional, Juan Pablo II lanzó un vigoroso mensaje de esperanza en el amor de Dios hecho Niño, al presidir la misa de Navidad.

La promesa de paz traída por Jesús parece contrastar «con la realidad histórica en que vivimos», constató el Papa. «Si escuchamos las tristes noticias de las crónicas, estas palabras de luz y esperanza parecen hablar de ensueños –añadió–. Pero aquí reside precisamente el reto de la fe, que convierte este anuncio en consolador y, al mismo tiempo, exigente».

Escuchaban al pontífice unos ocho mil fieles, que llenaban el templo más grande de la cristiandad, tras haberse sometido a estrictos controles de seguridad realizados por la Policía italiana ante el miedo de posibles atentados.

«La fe nos hace sentirnos rodeados por el tierno amor de Dios, a la vez que nos compromete en el amor efectivo a Dios y a los hermanos», afirmó el pontífice durante la homilía pronunciada con voz firme y grave, transmitida a todo el mundo por televisión.

El momento más emocionante de la celebración tuvo lugar cuando el Papa dio su bendición a doce niños con trajes tradicionales llevando en su manos cálices dorados, en representación de los diferentes pueblos del planeta. Un Karol Wojtyla sonriente les besó en la frente y les acarició la mejilla.

Durante la homilía, reconoció que «en esta Navidad, nuestros corazones están preocupados e inquietos por la persistencia en muchas regiones del mundo de la guerra, de tensiones sociales y de la penuria en que se encuentran muchos seres humanos. Todos buscamos una respuesta que nos tranquilice».

El Niño Jesús, anunciado por el profeta Isaías como «Príncipe de la paz», «tiene la respuesta que puede disipar nuestros miedos y dar nuevo vigor a nuestras esperanzas», respondió Juan Pablo II.

«Al igual que los pastores –siguió diciendo el pontífice–, también nosotros hemos de sentir en esta noche extraordinaria el deseo de comunicar a los demás la alegría del encuentro con este «Niño envuelto en pañales», en el cual se revela el poder salvador del Omnipotente».

«No podemos limitarnos a contemplar extasiados al Mesías que yace en el pesebre, olvidando el compromiso de ser sus testigos», afirmó. «Debemos volver gozosos de la gruta de Belén para contar por doquier el prodigio del que hemos sido testigos. ¡Hemos encontrado la luz y la vida! En Él se nos ha dado el amor», concluyó.

Tras la homilía, durante la oración de los fieles se elevaron plegarias entre otros idiomas en ruso, suajili, alemán y filipino.

«Judíos, musulmanes y cristianos se refieren todos a Abraham», constataba la oración pronunciada por una peregrina francesa. «¡Que hagan todo lo posible para que el nombre de Dios nunca sea utilizado para justificar acciones de muerte! ¡Que contribuyan juntos en la solución pacífica de los problemas y tensiones ligados a la tierra, a la distribución de los bienes y a la convivencia!».


Extraído del Portal Católico www.ZENIT.org

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Jesús ha nacido

Ya está. Ya se ha producido una vez más, al igual que viene ocurriendo desde hace dos mil años. Jesús ha vuelto a nacer.

Sus enseñanzas y la esperanza en sus promesas se han renovado en millones de seres humanos en todo el mundo. La fe en Dios se ha realimentado.

Para los que lo buscamos, el encuentro con Él siempre es un momento trascendente en nuestras vidas. Nos acerca a una realidad amorosa y de paz interior más allá de nuestra comprensión; coloca a nuestro espíritu en una dimensión distinta, donde podemos vislumbrar el cielo.

Para los que hoy sólo se plantean algunas inquietudes respecto a Él, también esa semilla de interés puede abrirlos en el futuro a vivencias que por ahora no imaginan. La clave para el acercamiento está en el corazón, no en la razón.

La razón nos puede acercar a Jesús hasta llegar al límite de los misterios. Ella por sí sola no va a encontrar todas las respuestas a nuestras preguntas.

Los creyentes maduramos nuestra fe a partir de los cuestionamientos, pero siempre es nuestro corazón abierto a lo invisible el que nos guía e ilumina nuestra alma.

El corazón es el que entiende del amor puro y fraterno; es el que posibilita y disfruta los beneficios del dar y recibir, del perdonar y ser perdonado.

Jesús siempre habló a los corazones, y si su influencia en los hombres ha perdurado por aproximadamente diez mil generaciones, es porque su mensaje llega a lo profundo de nuestro ser.

Alguno puede plantear que no cree en Jesús porque no cree en sus milagros y su resurrección. Yo me pregunto, ¿ podemos afirmar que Jesús realmente ha muerto, si su mensaje de amor sigue hoy vigente y renace cada Navidad ? ¿No es milagroso que millones de personas lo vivan así, en medio de un mundo tan racional y distraído en asuntos terrenales ?

Ojalá que el interés en su vida y su influencia en la vida de la gente o el replanteo de sentimientos propios se hayan reiniciado en muchísimas personas en ésta Navidad, y que el amor a nuestros prójimos haya vuelto a ser colocado entre las prioridades de muchos.

Jesús, dos mil años después sigue vivo sembrando y cosechando en los corazones.

Con mucho amor, Javier

25 de Diciembre 2001

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Carta al Niño Jesús: No vuelvas, no vale la pena

Hola querido Amigo:

Como sabrás, nos estamos acercando otra vez, a la fecha en que festejan mi nacimiento. El año pasado, hicieron una gran fiesta en mi honor y me da la impresión que este año ocurrirá lo mismo. A fin de cuentas ¡llevan meses haciendo compra para la ocasión y casi todos los días han salido anuncios y avisos sobre lo poco que falta para que llegue! La verdad es que se pasan de la raya, pero es agradable saber que por lo menos un día del año, piensan en Mí.

Ha transcurrido mucho tiempo desde cuando comprendían y agradecían de corazón lo mucho que hice por toda la humanidad. Pero hoy en día, da la impresión, de que la mayoría de la gente apenas sabe, por qué motivo, se celebra mi cumpleaños.

Por otra parte, me gusta que la gente se reúna y lo pase bien y me alegra sobre todo que los niños se diviertan tanto; pero aún así, creo que la mayor parte, no sabe bien de qué se trata. ¿No te parece? Como lo que sucedió, por ejemplo, el año pasado: al llegar el día de mi cumpleaños, hicieron una gran fiesta, pero ¿Puedes creer que ni siquiera me invitaron? ¡Imagínate! ¡Yo era el invitado de honor! ¡Pues se olvidaron por completo de mí!.

Resulta que se habían estado preparando para las fiestas durante dos meses y cuando llegó el gran día me dejaron al margen. Ya me ha pasado tantas veces, que lo cierto es, que no me sorprendió. Aunque no me invitaron, se me ocurrió colarme sin hacer ruido. Entré y me quedé en mi rincón. ¿Te imaginas, que nadie, advirtió siquiera mi presencia, ni se dieron cuenta, de que Yo estaba allí?

Estaban todos bebiendo, riendo y pasándolo en grande, cuando de pronto se presentó un hombre gordo, vestido de rojo y barba blanca postiza, gritando: «¡jo, jo,jo!».Parecía que había bebido más de la cuenta, pero se las arregló para avanzar a tropezones, entre los presentes, mientras todos lo felicitaban. Cuando se sentó en un gran sillón, todos los niños, emocionadísimos, se le acercaron corriendo y diciendo: ¡Santa Claus! ¡Cómo si él hubiese sido el homenajeado y toda la fiesta fuera en su honor!

Aguanté aquella «fiesta» hasta donde pude, pero al final tuve que irme. Caminando por la calle, me sentí solitario y triste. Lo que más me asombra, de cómo celebra la mayoría de la gente el día de mi cumpleaños, es que en vez de hacer regalos a mí, ¡se obsequian cosas, unos a otros! y para colmo, ¡casi siempre son objetos que ni siquiera les hace falta!

Te voy a hacer una pregunta: ¿A ti no te parecería extraño, que al llegar tu cumpleaños todos tus amigos decidieron celebrarlo, haciéndose regalos unos a otros y no te dieran nada a ti? ¡Pues es lo que me pasa a mí cada año!

Una vez alguien me dijo: «Es que Tú, no eres como los demás, a Ti no se te ve nunca; ¿Cómo es que te vamos a hacer regalos?». Ya te imaginarás lo que le respondí. Yo siempre he dicho: «Pues regala comida y ropa a los pobres, ayuda a quiénes lo necesiten. Ve a visitar a los enfermos y a los que estén en prisión!».

Le dije: «Escucha bien todo lo que regales a tus semejantes para aliviar su necesidad, ¡Lo contaré, como si me lo hubieras dado a mí, personalmente!

Y pensar todo el bien y felicidad que podrían llevar a las colonias marginadas, a los orfanatos, asilos, penales o familiares de los presos.

Lamentablemente, cada año que pasa es peor. Llega mi cumpleaños y sólo piensan en las compras, en las fiestas y en las vacaciones y yo no pinto para nada en todo esto. Además cada año los regalos de Navidad, pinos y adornos son más sofisticados y más caros, se gastan verdaderas fortunas, tratando con esto de impresionar a sus amistades. Esto sucede inclusive en los templos.

Y pensar que yo nací en un pesebre, rodeado de animales porque no había más. Me agradaría muchísimo más nacer todos los días, en el corazón de mis amigos y que me permitieran morar ahí, para ayudarles cada día en todas sus dificultades, para que puedan palpar, el gran amor que siento por todos; porque no sé si lo sepas, pero hace dos mil años, entregué mi vida, para salvarte de la muerte y mostrarte el gran amor que te tengo.

Por eso lo que pido, es que me dejes entrar en tu corazón. Llevo años tratando de entrar, pero hasta hoy no me has dejado. «Mira yo estoy llamando a la puerta, si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos». Confía en mí, abandónate en mí. Este será el mejor regalo que me puedas dar. Gracias

Tu amigo. Jesús.

 
Colaboración de Clementina Uncal
 

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Carta de Jesús

Hola querido Amigo:

Como sabrás, nos estamos acercando otra vez, a la fecha en que festejan mi nacimiento. El año pasado, hicieron una gran fiesta en mi honor y me da la impresión que este año ocurrirá lo mismo. A fin de cuentas ¡llevan meses haciendo compra para la ocasión y casi todos los días han salido anuncios y avisos sobre lo poco que falta para que llegue! La verdad es que se pasan de la raya, pero es agradable saber que por lo menos un día del año, piensan en Mí.

Ha transcurrido mucho tiempo desde cuando comprendían y agradecían de corazón lo mucho que hice por toda la humanidad. Pero hoy en día, da la impresión, de que la mayoría de la gente apenas sabe, por qué motivo, se celebra mi cumpleaños.

Por otra parte, me gusta que la gente se reúna y lo pase bien y me alegra sobre todo que los niños se diviertan tanto; pero aún así, creo que la mayor parte, no sabe bien de qué se trata. ¿No te parece? Como lo que sucedió, por ejemplo, el año pasado: al llegar el día de mi cumpleaños, hicieron una gran fiesta, pero ¿Puedes creer que ni siquiera me invitaron? ¡Imagínate! ¡Yo era el invitado de honor! ¡Pues se olvidaron por completo de mí!.

Resulta que se habían estado preparando para las fiestas durante dos meses y cuando llegó el gran día me dejaron al margen. Ya me ha pasado tantas veces, que lo cierto es, que no me sorprendió. Aunque no me invitaron, se me ocurrió colarme sin hacer ruido. Entré y me quedé en mi rincón. ¿Te imaginas, que nadie, advirtió siquiera mi presencia, ni se dieron cuenta, de que Yo estaba allí?

Estaban todos bebiendo, riendo y pasándolo en grande, cuando de pronto se presentó un hombre gordo, vestido de rojo y barba blanca postiza, gritando: «¡jo, jo,jo!».Parecía que había bebido más de la cuenta, pero se las arregló para avanzar a tropezones, entre los presentes, mientras todos lo felicitaban. Cuando se sentó en un gran sillón, todos los niños, emocionadísimos, se le acercaron corriendo y diciendo: ¡Santa Claus! ¡Cómo si él hubiese sido el homenajeado y toda la fiesta fuera en su honor!

Aguanté aquella «fiesta» hasta donde pude, pero al final tuve que irme. Caminando por la calle, me sentí solitario y triste. Lo que más me asombra, de cómo celebra la mayoría de la gente el día de mi cumpleaños, es que en vez de hacer regalos a mí, ¡se obsequian cosas, unos a otros! y para colmo, ¡casi siempre son objetos que ni siquiera les hace falta!

Te voy a hacer una pregunta: ¿A ti no te parecería extraño, que al llegar tu cumpleaños todos tus amigos decidieron celebrarlo, haciéndose regalos unos a otros y no te dieran nada a ti? ¡Pues es lo que me pasa a mí cada año!

Una vez alguien me dijo: «Es que Tú, no eres como los demás, a Ti no se te ve nunca; ¿Cómo es que te vamos a hacer regalos?». Ya te imaginarás lo que le respondí. Yo siempre he dicho: «Pues regala comida y ropa a los pobres, ayuda a quiénes lo necesiten. Ve a visitar a los enfermos y a los que estén en prisión!».

Le dije: «Escucha bien todo lo que regales a tus semejantes para aliviar su necesidad, ¡Lo contaré, como si me lo hubieras dado a mí, personalmente!

Y pensar todo el bien y felicidad que podrían llevar a las colonias marginadas, a los orfanatos, asilos, penales o familiares de los presos.

Lamentablemente, cada año que pasa es peor. Llega mi cumpleaños y sólo piensan en las compras, en las fiestas y en las vacaciones y yo no pinto para nada en todo esto. Además cada año los regalos de Navidad, pinos y adornos son más sofisticados y más caros, se gastan verdaderas fortunas, tratando con esto de impresionar a sus amistades. Esto sucede inclusive en los templos.

Y pensar que yo nací en un pesebre, rodeado de animales porque no había más. Me agradaría muchísimo más nacer todos los días, en el corazón de mis amigos y que me permitieran morar ahí, para ayudarles cada día en todas sus dificultades, para que puedan palpar, el gran amor que siento por todos; porque no sé si lo sepas, pero hace dos mil años, entregué mi vida, para salvarte de la muerte y mostrarte el gran amor que te tengo.

Por eso lo que pido, es que me dejes entrar en tu corazón. Llevo años tratando de entrar, pero hasta hoy no me has dejado. «Mira yo estoy llamando a la puerta, si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos». Confía en mí, abandónate en mí. Este será el mejor regalo que me puedas dar. Gracias

Tu amigo. Jesús.

 
Colaboración de Clementina Uncal
 

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¿Cómo nos preparamos para recibir a Jesús?

Lectura del Evangelio según San Mateo 3, 1-12
Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.» Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. (...)
Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. (...)
Reflexión - El texto
Mateo parece presentarnos tres pinturas entrelazadas, es decir un tríptico con tres imágenes que nos hablan de un mismo tema: la preparación para la llegada del Salvador. El personaje central, no aparece, sólo es mencionado indirectamente como “el que viene detrás”; pero ¿qué sería de Juan el Bautista sin Jesús? (...)
Podríamos decir que Juan el Bautista “preparó” o “impulsó” al mismo Jesús para lanzarse a predicar el Reino de Dios que estaba llamado a instaurar. Por todo esto, podemos vislumbrar la importancia de Juan Bautista.
Actualidad
Ahora, ¿cuál es su mensaje? Básicamente, lo podríamos expresar así: ¡conviértanse, cambien de vida, revisen su escala de valores, analicen su testimonio, preparen su corazón y su vida para recibir a quién tanto hemos esperado! Y ante este anuncio, la lectura parece presentarnos tres respuestas:
La primera respuesta es de aquellos que aceptando este anuncio, se reconocieron necesitados de un cambio y fueron a “bautizarse”, es decir a purificarse de sus faltas. ¿Cómo hemos de hacer esto nosotros?
Desde niños se nos enseñó en el catecismo los diez mandamientos (que tal vez ni nos acordemos) y si nos fue bien, alguna vez recibimos pláticas de valores.
Pero, yo creo que cabría hoy preguntar, ¿desde qué escala de valores estoy buscando convertirme? Es decir, si me baso en lo que la sociedad me pide, puedo decir: “no mato, no robo, no cometo adulterio, no digo ‘muchas’ mentiras, etc. Pero, ¿será esa la escala de valores que el Evangelio me presenta?
La segunda respuesta es la de los fariseos y saduceos: “Tenemos por padre a Abraham”. Esto traducido a nuestros tiempos se escucharía algo así: “soy bautizado, voy a misa todos los domingos, doy limosna y me confieso de vez en cuando”. ¿En eso basamos nuestro examen de conciencia?
Debemos de tener cuidado en no buscar en los ritos y actos de piedad un “tranquilizador de conciencia” o una “aspirina”, pues estaríamos dándole el sentido opuesto a estos actos. Con soberbia y “falsas” seguridades lo único que hacemos es cerrar nuestro corazón a la experiencia siempre nueva, y liberadora de Dios. Hay que atrevernos a “soltar amarras” para ser colaboradores, verdaderos constructores del Reino de Dios.
Éste no necesita de personas que estén buscando salvarse cumpliendo lo mínimo, el Reino necesita personas que sabiéndose amadas por Dios salgan de sí mismas y aporten toda la creatividad, toda la novedad, toda la vida que su relación con Él les da. El Reino es de quienes se deciden a encontrarse con un Dios siempre nuevo, y no de quienes encontrando una “fórmula” para tranquilizar su conciencia deciden estancarse ahí. En fin, este es un camino que creo nos falta a muchos querer aceptar, preferimos la seguridad del puerto a la aventura del mar abierto.
La tercera respuesta, es la del mismo Juan Bautista: “no soy digno de quitarle las sandalias”. En aquel tiempo le correspondía a los esclavos quitarle las sandalias y lavarle los pies a sus dueños; Juan se sitúa como algo menos.
¿Quién puede ponerse a la misma altura que Jesucristo? Esto no significa que debamos desvalorarnos, pues Dios quiere precisamente lo opuesto, que nos valoremos a nosotros mismos. Pero es precisamente cuando reconocemos lo que tenemos y lo que somos que podemos aceptar al otro y respetarlo, que podemos amar y respetar, que podemos abrirnos a Dios y a su gratuidad.
Por lo tanto, Juan Bautista nos enseña esta tercera manera de prepararnos: reconociendo el tesoro que llevamos con humildad y gratitud.
Propósito
En esta segunda semana del Adviento, podemos pensar en una segunda virtud a desarrollar, distinta a la de la primera semana. Tal vez sería bueno pensar en hacer un examen de conciencia más profundo, más calmado, a partir de la lectura de los capítulos 5 al 7 de Mateo. ¿Cómo nos estamos preparando para recibir a nuestro salvador? ¿Lo reconoceremos desde la escala de valores que vivimos… él nos reconocerá como sus discípulos?
El Adviento es espera gozosa, pero este gozo para que sea profundo, ha de nacer del sabernos amados por Dios y fieles a su voluntad.
 
Héctor M. Pérez V., Pbro.
padrehector@reflexion.org.mx
www.reflexion.org.mx
 
Extraído de reflexiondom del Portal Católico www.encuentra.com    

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Austera Navidad

Se acerca la Navidad, por eso mi reflexión de hoy tiene que ver con la propuesta que Pablo Deluca nos hizo hace unos días, invitándonos a dejar nacer a Jesús dentro nuestro.

Nos hemos encargado bastante exitosamente de desvirtuar y despojar a ciertas fechas de su verdadera esencia y significado. Por ejemplo, eso sucede con la Semana Santa y con las fiestas patrias, debido a la idea de aprovechar los feriados largos. Si no estamos atentos, con la Navidad puede suceder lo mismo.

Recordemos que Papá Noel y sus regalos son sólo una cara de la celebración, y no precisamente la más trascendente. Éste personaje tan simpático y querido constituye una tradición nacida mucho tiempo después del motivo original del festejo navideño.

Muchas veces somos influidos por el marketing de regalos navideños, y olvidamos lo importante. En Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, nuestro hermano y nuestro guía. Si nace en nosotros, será fuente de inspiración para acercarnos a Dios y a su reino de paz y amor.

Cuando nos centramos en los presentes, es probable que algunos de nosotros nos hayamos acostumbrado a dar y / o recibir regalos importantes y caros en Navidad.

Si ese fuera el caso y nos dejásemos llevar, las limitaciones que las dificultades económicas actuales nos imponen a la gran mayoría de los argentinos, nos agregarán una presión adicional o una frustración en el momento de elegir o de recibir los presentes navideños de este año.

Si recordamos las circunstancias de la Navidad podemos sacarnos presión y aliviar nuestro ánimo decaído. Pablo nos recordó hace unos días, que Jesús nació en un lugar muy humilde y que vivió austeramente. Durante su vida pública predicó el desprendimiento de lo material y la importancia de la vida espiritual.

Por eso, si reflexionamos, podemos no echar de menos los lujosos y ostentosos regalos de otrora, que este año difícilmente podamos comprar.

Si lo hacemos, en esta Navidad que seguramente se presentará muy austera en muchísimos hogares, podremos reconfortarnos al sacarnos o sacar a otras personas de encima la presión de que nuestros hijos y seres queridos reciban menos y más humildes regalos.

Los invito a que en estos días recordemos que estamos por celebrar el cumpleaños de Jesús, y que nuestro mejor regalo navideño es que nosotros y quienes nos rodean nos acordemos de Él por sobre todo lo demás; y que podamos abrir nuestro corazón para dar amor a nuestros prójimos que nos necesitan, están sufriendo o que están solos.

Papá Noel no se ofenderá y sabrá entender si colocamos a Jesús en el sitio de honor en esta Navidad que ya está próxima.

Javier Serrano

Diciembre 2.001

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La fe y el amor

Hay problemas – y son justamente los más profundos – que nuestra condición de “viajeros de paso en la tierra” nos obliga más bien a “vivir” que a intentar “resolver”. Tal es, sin duda, el punto de vista de Newman cuando dice que “creer significa ser capaz de soportar dudas”.

Esto nos conduce a uno de esos contextos donde principio y efecto engranan el uno con el otro : la relación entre la fe y el amor. ¿Qué relación hay entre la caridad y la fe? La primera respuesta que acude al espíritu es ésta : la caridad representa el desenvolvimiento supremo de la fe. Creer significa tener conciencia de la realidad viviente de Dios. Ahora bien, siendo ese Dios el amor por excelencia, el creyente se pone necesariamente en busca del amor. El mandamiento de amar a Dios y de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos nos incita a tener conciencia y a vivir de la fuerza más profunda que brota de la unión con Dios : esa fuerza es la caridad.

San Pablo, en su primera Epístola a los Corintios (capítulo XIII), habla sin cesar de ella y dice : “Aunque tuviera toda la fe posible, de manera que trasladase de una a otra parte los montes, no teniendo caridad soy nada”. San Juan lo resume todo en ella; de tal modo esta apremiante invitación a amar constituye la suma de todas las leyes de la vida cristiana. Y otro de los apóstoles, Santiago, no duda en decir que la fe que no se traduce en buenas obras es una fe “muerta”.

La caridad es, por excelencia el florecimiento de la fe. Si la caridad es el efecto inmediato de la fe, su eficacia viene a ser como su respiración. Luego, sin la caridad la fe se ahogaría. Desde que aparece la fe, el amor debe estar presente. En efecto, la fe de que hablan las Sagradas Escrituras debe arraigarse en el amor.

No podemos decirle a alguien : “Creo en ti”, sin que nos inspire cierto amor. Ahora podemos comprender mejor lo que significan estas palabras: “No se puede creer en Dios de una manera viviente si no se lo ama, o si no se siente, por lo menos, una atracción de amor, o no se tiene una disponibilidad de amor”.

Creer en Dios significa una cierta “visión” de Él; sentir de alguna manera que Él está ahí; que el mundo existe por Él y que Él es el centro del universo. Si no estoy preparado para amar a Dios, no lo “veré”. Su imagen será más vaga cada vez, luego se ocultará velada por otras cosas y terminará desvaneciéndose por completo. Cuando hay amor todo ocurre de muy distinta manera. De parte del hombre, “amar” es admitir desde luego la existencia de un ser que está por encima de él y que exige el don completo de sí mismo. Amar es estar preparado para el encuentro con el Altísimo; es, no sólo no esquivar ese encuentro, sino buscarlo a fin de reconocer que únicamente en el don que ese encuentro me exigirá podré hallarme a mí mismo. Esta actitud me inclinará hacia todo lo que me hable de Dios y me permitirá verlo.

Ahora bien, Dios se ha revelado de manera particular y precisa en Jesucristo, tanto que “aquel que lo ve, ve al Padre”. En Cristo llegó la luz que ilumina al mundo, a este mundo creado por ese “Verbo” que es precisamente Cristo. Con respecto al Hijo se ha dicho “que nadie va hacia Él, si no es llamado por el Padre”. De Cristo sabemos que los hombres no lo reconocieron, que se encarnizaron contra Él.

Se ha dicho, en fin, que la Palabra de Dios no puede ser comprendida si el corazón no ha sido tocado y la inteligencia despertada, y que el demonio puede arrancarla del corazón, por muy alerta que esté la atención. Para que el hombre perciba la revelación de Dios en Cristo, la Palabra de Dios exige, pues, la disponibilidad viviente, la gracia y el amor.

¿Cómo es posible que yo pueda amar si no “veo” a aquel a quien mi amor se dirige? ¿Cómo puedo amar antes de creer? He ahí la cuestión suprema. Estar dispuesto a amar es ya amar, y esa disponibilidad puede existir aún antes de que el objeto sea visible. Es el período del amor que busca; búsqueda imprecisa todavía, pero deseosa de fijarse en un rostro. Esta ansia, esta manera de sentirse como embargado, abre el corazón y lo agita. El corazón puede estar cerca de Dios mientras que la inteligencia está todavía lejos de Él.

Este impulso de amor prepara al hombre para el don total, que será la fe. Abre éste el corazón y la voluntad a la Verdad, se desprende de todo egoísmo y “perdiéndola, gana su alma”. Dios es independiente y libre, es esncialmente “Él”, pero toma forma y figura con respecto a mí, se me presenta según lo que soy; pide que yo lo reciba en mi pensamiento y en mi vida, para convertirse en “mi Dios”. Ese misterio no se cumple sino en el amor; y el primer acto de amor consiste en entregarse a Dios, considerando ese misterio.

La actitud amante dilata la mirada de la fe; y recíprocamente, cuanto más se afirma esa mirada, más crece el amor y más gana en claridad. Tanto puede decirse que la fe procede del amor, como que el amor procede de la fe, pues en lo más íntimo las dos cosas no son sino una : la manifestación en el hombre viviente del Dios viviente, lleno de gracia.

Nada podemos hacer, entonces, para aumentar nuestra fe, que abrir nuestro corazón al amor, tener la necesaria generosidad para desear la existencia de un ser superior a nosotros; ansiar conocer al que está en lo Alto, y entregarnos a él; adoptar la actitud decidida y serena del que no teme por sí, pues sabe que al hacer el don de su persona se sentirá más fuerte, más eficiente que si se replegara en sí mismo.

Pero todo esto sigue siendo terrenal. Es necesario que abramos nuestro corazón al misterio del amor que proviene de Dios, que nos ha sido dado por aquel en quien este amor es “virtud teologal”. En ese misterio nos hace participar la gracia. Dios nos es “dado” en la gracia, en el amor. De ese misterio es de donde vive la fe, y a él debemos entregarnos si queremos conocer una fe viva.

En su primera Epístola, San Juan formula la gran pregunta : ¿cómo puedes llegar a ponerte en una relación justa con el Dios invisible y misterioso? Respuesta : esforzándote por llegar a ponerte en relaciones justas con los hombres que te rodean. De ese modo, la capacidad de ver con “los ojos de la fe” se liga íntimamente con la disponibilidad de amar al prójimo con quien te encuentres, en cualquier momento dado.

 

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

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Preparemos nuestro corazón para la Navidad

Este escrito adjunto, surgió de mi corazón a las 8:00 hs de la mañana de hoy. (30/11/01) Me preparé un cafecito, me senté frente a la notebook y dejé que mis dedos empezaran a escribir.

Aquí va…espero que les sirva para uds. y/o a sus familiares y amigos.

Pueden adaptarlo, corregirlo, mejorarlo, completarlo, …en fin lo que les parezca, lo importante es que nos haga reflexionar y que llegue donde tenga que llegar para que esta Navidad estemos bien preparados.

Los saluda cordialmente.

Pablo Deluca

 

 

Preparemos nuestro corazón para recibir a Jesús en esta Navidad.

Siempre escuché: “…pidamos que Jesús nazca en nuestros corazones”, pero meditando un poco, eso será posible si primero renovamos nuestro corazón. Jesús nació en un portal de Belén y sobre un pesebre.

Nuestro corazón podrá recibir con plenitud a Jesús cuando sea :

  • Primeramente un corazón simple, sencillo.
  • Un corazón que se deje moldear por Su Madre María para prepararlo con la forma de Su Hijo.
  • Un corazón con paz para recibir al Rey de la Paz.
  • Un corazón atento a las cosas de Dios, para poder estar preparado para recibir tan importante visita.
  • Un corazón humilde.
  • Un corazón sin tinieblas ya que será testigo de la Luz.
  • Un corazón que ame de verdad y ame la verdad.
  • Un corazón justo.
  • Un corazón puro.
  • etc.,etc., etc.

Si sentís que tu corazón es complicado, no es dócil, no tiene mucha paz; que está más en las cosas del mundo que en las de Dios, que está lleno de soberbia, que está lleno de tinieblas como la injusticia y la impureza, corre a reconciliarte con Dios de corazón, contale al cura en confesión todas estas características de tu corazón ya que él tiene el quita manchas más efectivo que exista en esta tierra, que es el misericordioso perdón de Dios, que limpia al que se deja limpiar, que purifica y borra tinieblas en el acto mismo del arrepentimiento, que derrota toda soberbia, toda injusticia y toda impureza. El perdón de Dios libera nuestras cargas y como consecuencia trae la paz a nuestro corazón. Así estaremos preparados para recibir, cada día a Jesús en la Eucaristía y especialmente en este tiempo de adviento que empezamos a vivir, para que al llegar el cumpleaños de Jesús, en esta nueva Navidad, tengamos preparado nuestro corazón como un pequeño y humilde pesebre, pero lleno del calor del Amor de Dios recibido al momento de dos sacramentos importantísimos como lo son la Reconciliación y la Comunión.

Que Dios nos de la gracia de pasar este adviento en oración y logrando cada día la conversión de nuestros corazones, para llegar a ser testigos de la Luz y así salir en misión a iluminar con nuestro ejemplo a los demás.

Con mucho cariño para todos ustedes.

Pablo Deluca

Viernes 30 de noviembre de 2001

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La fe y su acción – 2da. parte

Creer no es concebir algo fijo y acabado, que se muestra ante nosotros, sino llevar a cabo la experiencia de una existencia viviente. Al creer, el hombre, que gracias a Dios ha nacido a una nueva existencia, adquiere conciencia de sí mismo, y conciencia de Dios como de aquel que dispensa, guarda y guía su existencia hacia la perfección. (…) Cuando digo : “Creo en Dios, que es a la vez el Santo, el Todopoderoso y la infinita Bondad”, si no hago nada más que eso, todo queda reducido a pura palabrería.

Para probar la verdad contenida allí, es necesario que yo la “realice”, es decir, es necesario que me una a Dios. Es necesario que yo le busque; que le dé cabida en mi alma a fin de que pueda penetrar en mí. En ese encuentro que viene desde lo más íntimo de mi ser, llego hasta Él y Él me deja percibir su fuerza y su dulzura.

Lo mismo sucede con la Providencia, la sabiduría amante por medio de la cual Dios dirige todo. Lo que Dios dirige son hombres dotados de vida interior. Más aún; soy yo mismo. No hay Providencia en general : hay – puesto que Dios quiso llamarme un día a la existencia y me creó – una Providencia en la cual me encuentro situado, donde actúo y a la que no puedo imaginar independientemente de mí, pues entonces me colocaría fuera de su alcance. Para hacerme una idea justa de esa Providencia es indispensable que la considere en su continuo devenir, es decir, que coopere yo mismo con ella.

Otro ejemplo más : el amor que Dios me profesa. Debería poder olvidar por un momento estas palabras, que expresan lo indecible, a fin de volverlas a encontrar inéditas y auténticas; porque, ¿cómo es posible creer en ese amor si me deja indiferente? Yo no puedo creer realmente, con todas las fuerzas vivas de mi alma, que Dios me ama, sino amándolo a mi vez o rebelándome contra su amor.

Para poder creer con fe viva que soy amado por Dios, es necesario que yo también lo ame a Él o que al menos sienta un comienzo de amor o el deseo de gozar de la gracia de poder amarlo. Y creo realmente ser amado por Dios en la misma medida en que yo mismo lo amo.

Ahora comprendemos mejor lo que es la fe : la conciencia de una realidad santa, origen y último fin de mi existencia. Conciencia de una realidad y de una existencia, pero en la experiencia viviente de esa existencia.

Sólo si existo como cristiano, puedo decir que creo. Y existo como cristiano en la medida en que mi vida es cristiana, puesto que en gran parte esa vida consiste en la fe, ya que la fe es la conciencia viviente de esa existencia.

Yo vivo, pues, con tanta mayor intensidad cuanto más profunda es mi fe…Y de nuevo el círculo se cierra.

Así, pues, creer no es un sentimiento pasivo, estático, sino de acción; no está acabado, sino en continuo devenir, en continua realización. Requiere un gran esfuerzo, y en eso consiste su grandeza.

 

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

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La fe y su acción – 1era. parte

La fe no puede ser comprendida sino en la fe. Pero necesitamos ayudar a nuestra inteligencia. Tratando de explicar ese algo “nuevo” que es la fe, nos valdremos de imágenes sacadas de nuestra experiencia. Más que comparar la fe con el saber natural, elijamos más bien otro género de “saber”, cuya índole pueda tener cierta afinidad con la fe: el que me permite conocerme a mí mismo.

En tal caso, el objeto del saber no es una cosa acabada ante la cual yo estoy en actitud de observador, puesto que el “objeto” y el “sujeto” son idénticos; lo que yo conozco a través de mi conciencia es mi propia alma en acción de vivir. Luego, si no lo vivo por experiencia no lo puedo conocer, puesto que entonces no existe. Desde tal perspectiva el mundo exterior, las cosas, los hombres y los acontecimientos, adquieren un carácter particular.

Ese mundo de las cosas y de los acontecimientos mueve mi existencia y concurre a su desenvolvimiento; a su vez, mi existencia le confiere un significado y un centro de gravedad. Si yo no viviera en él, si no le diese un sentido, ese mundo no sería una cosa existente.

Entonces, si quiero asir la verdad que hay en todo ello –hablo de verdad real y viviente- debo “hacerla”. Necesito entrar en mí mismo, hacerme cargo de mi persona, vivir, marchar hacia adelante. Cuanto más resueltamente lo haga, más intensamente viviré y con mayor claridad se perfilará lo que trato de conocer, que soy yo mismo, en el mundo que me rodea. Sólo entonces todo se vuelve auténtico. El objeto de este conocimiento no se elabora sino en la medida en que vivo.

Esto nos da una imagen más precisa de lo que es la comprensión de la fe por sí misma. Yo creo en Dios vivo, uno y trino en su obra sagrada de creación, de redención y de consumación. Pero para que sea total esta obra en la cual creo, es necesario que yo participe en ella con mi vida cristiana. El cristiano mismo forma parte del Credo. Los artículos del Credo no son meras comprobaciones exhibidas como lemas en la pared; son los términos en que la persona manifiesta esta su “profesión de fe”, su voluntad de vivir de acuerdo con ellos. Por otra parte, nuestra persona está explícitamente nombrada en el símbolo, que comienza por estas palabras : “Yo creo”.

El cristiano está presente en el Credo como el hombre llamado a la fe y que con la fe responde. Y responde como un ser que sabe que está en causa, como alguien que está vivo en esa verdad cristiana que afirma al confesar su fe. Y no tomando en abstracto al cristiano, sino como una persona determinada. Él mismo forma parte integrante de aquello en lo cual cree. En resumidas cuentas, el “objeto” de la fe cristiana concreta no es lo que es, sino por su referencia al cristiano que cree en ella.

Creer, no es concebir algo fijo y acabado, que se muestra ante nosotros, sino llevar a cabo la experiencia personal de una existencia viviente. Al creer, el hombre, que gracias a dios ha nacido a una nueva existencia, adquiere conciencia de sí mismo, y conciencia de Dios como de aquel que dispensa, guarda y guía su existencia hacia la perfección.

No se puede creer en una existencia tal sino porque existe, y existe actualizándose. Y cuanto más fuertemente se actualiza, más su presencia se hace sentir y se impone a la fe. Partiendo de otro punto de vista, llegamos al carácter inicial de la fe, tal como se expresa en ese “círculo” en que el pensamiento se encuentra a sí mismo.

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

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