Sufrimiento

En el Evangelio es posible encontrar la respuesta satisfactoria a todos los interrogantes que agobian al hombre.

Una vez Jesús, hablando a una gran muchedumbre, les dijo : “Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, y yo os aliviaré. Cargad con mi yugo y aprended de mí que soy manso y humilde de corazón, y vuestras almas hallarán descanso.” Estas palabras iban dirigidas a todos nosotros, pero adquieren un significado particular para los enfermos y ancianos, para todo aquel que se sienta “agobiado”.

También aquí, en esta casa y en este país, habrá personas que se pregunten: ¿ Por qué ? ¿ Por qué yo ? ¿ Por qué ahora precisamente ? ¿ Por qué mi mujer, mi padre, mi hermano, mi amigo ? Todas estas preguntas son muy comprensibles. Pero yo quisiera plantearos hoy otra pregunta que puede conducir más lejos. Es una pregunta que arranca la espina mortal de todo aquello que se puede ocultar tras el sufrimiento y la enfermedad como un elemento absurdamente destructor o contrario a la misma vida. Se trata de la pregunta no sólo sobre el “ por qué ”, sino el “ para qué ”.Al “ por qué ” no nos puede responder nadie sobre la tierra. Por el contrario, la pregunta para qué me ha sido impuesto este sufrimiento puede abrirnos nuevos horizontes.

Dios Padre escucha y atiende nuestros porqués como escuchó el lamento de Job, como acogió el grito de dolor y el “ por qué ” de Jesús en la cruz con su abandono confiado. Su respuesta no es la que podríamos esperar; tampoco es la explicación que los hombres han dado frecuentemente del sufrimiento cuando veían en él un castigo de sus faltas o, cuando de no rebelarse, sólo podían resignarse al fatalismo. Ante este misterio del sufrimiento las palabras de Isaías resultan sumamente elocuentes : “ Mis planes no son vuestros planes, vuestros caminos no son mis caminos, oráculo del Señor. Como el cielo es más alto que la tierra, mis caminos son más altos que los vuestros; mis planes, que vuestros planes.” Ciertamente se pueden aplicar estas palabras al camino del sufrimiento.

Un sufrimiento soportado con paciencia se convierte en cierto modo en oración y en fuente fecunda de gracia. Por ello quiero pediros a todos vosotros : convertid vuestras habitaciones en capillas, contemplad la imagen del Crucificado y pedid por nosotros, ofreced sacrificios por nosotros.

No habéis sufrido, o sufrís, en vano : el dolor os madura en el espíritu, os purifica en el corazón, os da un sentido real del mundo y de la vida, os enriquece de bondad, de paciencia, y – oyendo resonar en vuestro espíritu la promesa del Señor : “ Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados ” – os da la sensación de una paz profunda, de una alegría perfecta, de una esperanza gozosa.

Sabed dar un valor cristiano a vuestro sufrimiento, sabed santificar vuestro dolor con confianza constante y generosa en Él, que consuela y da fuerza. Sabed que no estáis solos, ni separados, ni abandonados en vuestro vía crucis.

Aceptad vuestro sufrimiento como si fuera su abrazo, y transformadlo en bendición; aceptadlo, junto con Él, de las manos del Padre, que precisamente de ese modo opera vuestra perfección, con una sabiduría y un amor insondables pero indudables.

El sufrimiento es en cierto modo el destino del hombre, que nace sufriendo, pasa su vida en aflicciones y llega a su fin, a la eternidad, a través de la muerte, que es una gran purificación por la que todos hemos de pasar. De ahí la importancia de descubrir el sentido cristiano del sufrimiento humano.

Bien sé que, bajo el peso de la enfermedad, todos sentimos la tentación del abatimiento. No es raro preguntarnos con tristeza : ¿ Por qué esta enfermedad ? ¿ Qué mal he hecho yo para recibirla ? Una mirada a Jesucristo en su vida terrena y una mirada de fe, a la luz de Jesucristo sobre nuestra propia situación, cambia nuestra manera de pensar. Cristo, Hijo de Dios, inocente, conoció en la propia carne el sufrimiento. La pasión, la cruz, la muerte en la cruz le probaron duramente; como había anunciado el profeta Isaías, “ quedó desfigurado, sin apariencia humana ”. No ocultó ni escondió su sufrimiento; por el contrario, cuando era más atroz, pidió al Padre que le apartase el cáliz. Pero una palabra revelaba el fondo de su corazón : “ ¡No se haga mi voluntad, sino la tuya! ”. El Evangelio y todo el Nuevo Testamento nos dicen que la cruz, así acogida y vivida, se hizo redentora.

Dejad que vuestro dolor, soportado por amor a Cristo, desarrolle en vosotros un corazón compasivo y misericordioso.

No dudéis jamás de que la aceptación gustosa de vuestro sufrimiento en unión con Cristo es de gran valor para la Iglesia. Si se realizó la salvación del mundo por el sufrimiento y muerte de Jesús, entonces sabemos cuán grande es de colaboración, en la misión de la Iglesia, que prestan los enfermos y ancianos, las personas confinadas en las camas de los hospitales, los inválidos en sillas de ruedas y todos los que participan plenamente en la cruz de nuestro Señor salvador.

Ahora sabéis mejor lo que es realmente la vida y ese conocimiento y esa sabiduría de la vida, acrisolada y madurada en vuestro dolor, podéis transmitírnosla a nosotros mediante todo lo que vivís actualmente y el modo en que lo soportáis. El Papa os da las gracias por esta “predicación” que vosotros nos hacéis mediante el dolor que soportáis paciente mente. Esa predicación no la puede sustituir púlpito alguno, ninguna escuela, ninguna lección.

Con vuestro dolor podéis afianzar a las almas vacilantes, volver a llamar al camino recto a las descarriadas, devolver serenidad y confianza a las dudosas y angustiadas. Vuestros sufrimientos, si son aceptados y ofrecidos generosamente en unión de los Crucificados, pueden dar una aportación de primer orden en la lucha por la victoria del bien sobre las fuerzas del mal, que de tantos modos acechan a la humanidad contemporánea.

Dios os ama. Vuestra enfermedad no se opone a su designio de amor. y vosotros no tenéis absolutamente culpa alguna en ella. No la consideréis como una fatalidad. Miradla solamente como una prueba. El Cristo a quien nosotros adoramos, sufrió también Él una prueba, la de la cruz, una prueba que le desfiguró, sin culpa alguna por su parte. Se puso en manos de Dios, su Padre. Y también se dirigió a Él para pedirle que le librara de la prueba. Pero la aceptó e hizo de ella una ofrenda. Y su sufrimiento se convirtió, para innumerables hombres, para vosotros, para mí, en causa de salvación, de perdón, de gracia, de vida. Es un gran misterio que esa solidaridad en el sufrimiento sea el centro de nuestra religión.

Con Él podéis lograr que vuestra enfermedad y vuestro sufrimiento sean más humanos e incluso más alegres y libres. Muchos aprendieron de Él y se han convertido así en fuente de consuelo para otros. Id, pues, también vosotros a la escuela de su sufrimiento redentor y repetid con frecuencia la oración que dirigía siempre a Cristo santa Catalina de Siena en medio de sus múltiples sufrimientos : “Señor, dime la verdad sobre tu cruz; yo quiero escucharte.”
En las profundidades de vuestra propia vida interior podéis morir y resucitar cada día con Cristo. Y en este sentido podéis producir una cosecha de gracia y de bondad, no sólo para vosotros mismos y para los que os rodean, sino también para la Iglesia y para el mundo. Cada vez que superáis las tentaciones de desánimo, cada vez que manifestáis un espíritu alegre, generoso y paciente, dáis testimonio de ese reino – que aún no se ha realizado – en el que seremos curados de toda enfermedad y liberados de toda aflicción.

La enfermedad es realmente una cruz, a veces muy pesada, prueba que Dios permite en la vida de una persona, dentro del misterio insondable de un designio que escapa a nuestra capacidad de comprensión. Pero no debe ser mirada como una ciega fatalidad. Ni es forzosamente y en sí misma un castigo. No es algo que aniquila sin dejar nada de positivo. Por el contrario, aún cuando pesa sobre el cuerpo, la cruz de la enfermedad cargada en comunión con la de Cristo, se vuelve también fuente de salvación, de vida o de resurrección para el propio enfermo y para los demás.

Cristo no explica abstractamente las razones del sufrimiento, sino que ante todo dice : “Sígueme”, “Ven”, toma parte con tu sufrimiento en esta obra de salvación del mundo, que se realiza a través de mi sufrimiento. Por medio de mi cruz. A medida que el hombre toma su cruz, uniéndose espiritualmente a la cruz de Cristo, se revela ante él el sentido salvador del sufrimiento. El hombre no descubre este sentido en lo humano, sino en el sufrimiento de Cristo. Pero al mismo tiempo, de Cristo aquel sentido salvador del sufrimiento desciende a lo humano y se hace, en cierto modo, su respuesta personal. Entonces el hombre encuentra en su sufrimiento la paz interior e incluso la alegría espiritual.

Es indispensable avanzar por el camino de la aceptación. Sí, aceptar que así sea, no por resignación más o menos ciega, sino porque la fe nos asegura que el Señor puede y quiere sacar bien del mal. Cuántos de los aquí presentes podrían testimoniar que la prueba, aceptada con fe, ha hecho renacer en ellos la serenidad, la esperanza…Porque el Señor quiere sacar bien del mal, os invita a ser todo lo activos que podáis, no obstante la enfermedad; y si sois minusválidos, os invita a responsabilizaros de vosotros mismos con la fuerza y talentos de que dispongáis a pesar de vuestra situación.

Cristo ha venido como samaritano bueno y compasivo que se inclina amorosamente sobre las llagas del hombre. Es el Médico que ha dado una nueva dignidad y la garantía de una vida perenne también al cuerpo humano, para una existencia sin más lágrimas y sufrimientos.

El cuerpo y espíritu llenos de dolor gritan : ¿ Por qué ? ¿ Cuál es la finalidad de este sufrimiento ? ¿ Por qué tengo que morir ? Y la respuesta que llega, frecuentemente sin palabras pero demostrada en formas de gentileza y compasión, está llena de honestidad y de fe : “ No puedo responder plenamente a todas vuestras preguntas; no puedo quitaros todo vuestro dolor. Pero de esto estoy seguro : Dios os ama con un amor sempiterno. Vosotros sois preciosos a su vista. En Él os amo yo también. Puesto que en Dios somos verdaderamente hermanos y hermanas.”

Extraído de Orar – su pensamiento espiritual del Papa Juan Pablo II Editorial Planeta ( 1998 )

La Oración

Orar no significa sólo que podemos decir a Dios todo lo que nos agobia.

Orar significa también callar y escuchar lo que Dios nos quiere decir.

La oración puede cambiar vuestra vida. Ya que aparta vuestra atención de vosotros mismos y dirige vuestra mente y vuestro corazón hacia el Señor.

Si tenemos nuestros ojos fijos en el Señor, entonces nuestro corazón se llenará de esperanza, nuestra mente se iluminará por la luz de la verdad, y llegaremos a conocer la plenitud del evangelio con todas sus promesas y su vida.

¿Qué es la oración? Comúnmente se considera una conversación. En una conversación hay siempre un “yo” y un “tú”. En este caso un Tú con mayúscula. La experiencia de la oración enseña que si inicialmente el “yo” parece el elemento más importante, unos se da cuenta luego de que en realidad las cosas son de otro modo. Más importante es el Tú, porque nuestra oración parte de la iniciativa de Dios.

La oración debe abrazar todo lo que forma parte de nuestra vida. No puede ser algo suplementario o marginal. Todo debe encontrar en ella su propia voz. También todo lo que nos oprime; de lo que nos avergonzamos; lo que por su naturaleza nos separa de Dios. Precisamente esto, sobre todo.

La oración es la que siempre, primera y esencialmente, derriba la barrera que el pecado y el mal pueden haber levantado entre nosotros y Dios.

Debemos orar también porque somos frágiles y culpables. Es preciso reconocer humilde y realistamente que somos pobres criaturas, con ideas confusas, tentadas por el mal, frágiles y débiles, con necesidad continua de fuerza interior y de consuelo.

La oración es el reconocimiento de nuestros límites y de nuestra dependencia: venimos de Dios, somos de Dios y retornamos a Dios. Por lo tanto, no podemos menos de abandonarnos en Él, nuestro Creador y Señor, con plena y total confianza.

Si tratáis a Cristo, oiréis también vosotros en lo más íntimo del alma los requerimientos del Señor, sus insinuaciones continuas.
En la oración, pues, el verdadero protagonista es Dios.

El protagonista es Cristo, que constantemente libera la criatura de la esclavitud de la corrupción y la conduce hacia la libertad, para gloria de los hijos de Dios.
Protagonista es el Espíritu Santo, que “viene en ayuda de nuestra debilidad”.

Procurad hacer un poco de silencio también vosotros en vuestra vida para poder pensar, reflexionar y orar con mayor fervor y hacer propósitos con mayor decisión. Hoy resulta difícil crearse “zonas de desierto y silencio” porque estamos continuamente envueltos en el engranaje de las ocupaciones, en el fragor de los acontecimientos y en el reclamo de los medios de comunicación, de modo que la paz interior corre peligro y encuentran obstáculos los pensamientos elevados que deben cualificar la existencia del hombre.

Dios nos oye y nos responde siempre, pero desde la perspectiva de un amor más grande y de un conocimiento más profundo que el nuestro.

Cuando parece que Él no satisface nuestros deseos concediéndonos lo que pedimos, por noble y generosa que nuestra petición nos parezca, en realidad Dios está purificando nuestros deseos en razón de un bien mayor que con frecuencia sobrepasa nuestra comprensión en esta vida. El desafío es “abrir nuestro corazón” alabando su nombre, buscando su reino, aceptando su voluntad.

Cuando recéis debéis ser conscientes de que la oración no significa sólo pedir algo a Dios o buscar una ayuda particular, aunque ciertamente la oración de petición sea un modo auténtico de oración. La oración, sin embargo, debe caracterizarse también por la adoración y la escucha atenta, pidiendo perdón a Dios e implorando la remisión de los pecados.

La oración debe ir antes que todo: quien no lo entienda así, quien no lo practique, no puede excusarse de la falta de tiempo: lo que le falta es amor.

No pocas veces acaso podemos sentir la tentación de pensar que Dios no nos oye o que no nos responde. Pero, como sabiamente nos recuerda San Agustín, Dios conoce nuestros deseos incluso antes de que se los manifestemos. Él afirma que la oración es para nuestro provecho, pues al orar “ponemos por obra” nuestros deseos, de tal manera que podemos obtener lo que ya Dios está dispuesto a concedernos. Es para nosotros una oportunidad para “abrir nuestro corazón”.

Para orar hay que procurar en nosotros un profundo silencio interior. La oración es verdadera si no nos buscamos a nosotros mismos en la oración, sino sólo al Señor. Hay que identificarse con la voluntad de Dios, teniendo el espíritu despojado, dispuesto a una total entrega a Dios. Entonces nos daremos cuenta de que toda nuestra oración converge, por su propia naturaleza, hacia la oración que Jesús nos enseñó y que se convierte en su única plegaria en Getsemaní: “No se haga mi voluntad, sino la tuya”.

La oración puede definirse de muchas maneras. Pero lo más frecuente es llamarla un coloquio, una conversación, un entretenerse con Dios. Al conversar con alguien, no solamente hablamos sino que además escuchamos. La oración, por tanto, es también una escucha. Consiste en ponerse a escuchar la voz interior de la gracia. A escuchar la llamada.

Orando en medio de las dificultades de la vida, oyó estas palabras del Señor: “Te basta mi gracia: la fuerza se realiza en la debilidad”. La oración es la primera y fundamental condición de la colaboración con la gracia de Dios. Es menester orar para obtener la gracia de Dios y se necesita orar para poder cooperar con la gracia de Dios.

El hombre no puede vivir sin orar, lo mismo que no puede vivir sin respirar.

A través de la oración, Dios se revela en primer lugar como Misericordia, es decir, como Amor que va al encuentro del hombre que sufre. Amor que sostiene, que levanta, que invita a la confianza.

La intervención humanitaria más poderosa sigue siendo siempre la oración, pues constituye un enorme poder espiritual, sobre todo cuando va acompañada por el sacrificio y el sufrimiento.

La oración es también un arma para los débiles y para cuantos sufren alguna injusticia. Es el arma de la lucha espiritual que la Iglesia libra en el mundo, pues no dispone de otras armas.

Extraído de Orar – su pensamiento espiritual del Papa Juan Pablo II Editorial Planeta ( 1998 )

Mensaje Pascual de Juan Pablo II

CIUDAD DEL VATICANO, 31 marzo 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II lanzó en esta Pascua un grito de esperanza en Cristo, desde la plaza de San Pedro, dirigido a todo el mundo y, en especial a Tierra Santa, donde «¡parece como si se hubiese declarado la guerra a la paz!».
«La guerra no resuelve nada», afirmó el Papa antes de impartir su bendición «Urbi et Orbi» (a la ciudad de Roma y al mundo), «¡nadie puede quedar callado e inerte; ningún responsable político o religioso!».
La columnata de Bernini no lograba abrazar en la mañana de este domingo a los más de cien mil peregrinos que vinieron a rezar y a alentar al Santo Padre en la misa de Resurrección. Sus palabras fueron transmitidas en directo por 63 canales de televisión de unos cincuenta países.
El pontífice se encontraba en mejores condiciones de salud que en los días precedentes y, contradiciendo la expectativas, celebró personalmente la eucaristía de la mañana del domingo de Pascua, después de haber presidido la vigilia pascual de la medianoche que había durado tres horas. La plaza se había convertido en un auténtico jardín, adornado por decenas de miles de flores, regaladas por floricultores holandeses.
En su mensaje de Pascua, que leyó en italiano con voz clara y firme, presentó la paz que anunció Cristo con su resurrección. «La paz "a la manera del mundo" --lo demuestra la experiencia de todos los tiempos-- es con frecuencia un precario equilibrio de fuerzas, que antes o después vuelven a hostigarse», constató.
«Sólo la paz, don de Cristo resucitado, es profunda y completa, y puede reconciliar al hombre con Dios, consigo mismo y con la creación», añadió el obispo de Roma. Por eso, invitó a «todos lo creyentes del mundo» a unir «sus esfuerzos para construir una humanidad más justa y fraterna» y a que «sus convicciones religiosas nunca sean causa de división y de odio, sino sólo y siempre fuente de fraternidad, de concordia, de amor».
El Santo Padre pidió a los cristianos dar «testimonio de que Jesús ha resucitado verdaderamente» trabajando «para que su paz frene la dramática espiral de violencia y muerte, que ensangrienta la Tierra Santa, sumida de nuevo, en estos últimos días, en el horror y la desesperación».
«¡Parece como si se hubiese declarado la guerra a la paz! --afirmó-- Pero la guerra no resuelve nada, acarrea solamente mayor sufrimiento y muerte, ni sirven retorsiones o represalias». «¡Nadie puede quedar callado e inerte; ningún responsable político o religioso!», denunció.
«Que a las denuncias sigan hechos concretos de solidaridad que ayuden a todos a encontrar el mutuo respeto y el tratado leal». Karol Wojtyla mencionó también las situaciones de otros países en los que «resuena el grito que implora auxilio, porque se sufre y muere». Ese clamor, recordó, se hace particularmente intenso en «Afganistán, probado duramente en los últimos meses y dañado ahora por un terremoto desastroso». No olvidó tampoco la situación de otros países del planeta, «donde desequilibrios sociales y ambiciones contrapuestas golpean a innumerables hermanas y hermanos nuestros».
El pontífice concluyó el mensaje como había comenzado su pontificado hace más de 23 años, el sexto más largo de la historia: «¡abrid el corazón a Cristo crucificado y resucitado, que viene ofreciendo la paz! Donde entra Cristo resucitado, con Él entra la verdadera paz». Tras su mensaje, pronunció su felicitación pascual en 62 idiomas, en particular en hebreo y árabe.
«Os deseo a todos una buena y feliz fiesta de Pascua, con la paz y la alegría, la esperanza y el amor de Jesucristo resucitado», dijo el Papa en castellano. Sus palabras, fueron acogidas por los típicos gritos de «Juan Pablo II, te quiere todo el mundo», pronunciados por los numerosos españoles y latinoamericanos presentes.
Extraído del Portal Católico www.ZENIT.org  ( año 2.002 )

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Gratis lo recibisteis, dadlo gratis

El Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II para la cuaresma del año 2.002.

Queridos Hermanos y Hermanas,

1. Nos disponemos a recorrer de nuevo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las solemnes celebraciones del misterio central de la fe, el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Nos preparamos para vivir el tiempo apropiado que la Iglesia ofrece a los creyentes para meditar sobre la obra de la salvación realizada por el Señor en la Cruz. El designio salvífico del Padre celeste se ha cumplido en la entrega libre y total del Hijo unigénito a los hombres. “Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente”, dice Jesús (cf.Jn 10, 18), resaltando que Él sacrifica su propia vida, de manera voluntaria, por la salvación del mundo. Como confirmación de don tan grande de amor, el Redentor añade: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”(Jn 15, 13).

La Cuaresma, que es una ocasión providencial de conversión, nos ayuda a contemplar este estupendo misterio de amor. Es como un retorno a las raíces de la fe, porque meditando sobre el don de gracia inconmensurable que es la Redención, nos damos cuenta de que todo ha sido dado por amorosa iniciativa divina. Precisamente para meditar sobre este aspecto del misterio salvífico, he elegido como tema del Mensaje cuaresmal de este año las palabras del Señor: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”(Mt 10, 8).

2. Dios nos ha dado libremente a su Hijo: ¿quién ha podido o puede merecer un privilegio semejante? San Pablo dice: “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios y son justificados por el don de su gracia” (Rm 3, 23-24). Dios nos ha amado con infinita misericordia, sin detenerse ante la condición de grave ruptura ocasionada por el pecado en la persona humana. Se ha inclinado con benevolencia sobre nuestra enfermedad, haciendo de ella la ocasión para una nueva y más maravillosa efusión de su amor. La Iglesia no deja de proclamar este misterio de infinita bondad, exaltando la libre elección divina y su deseo de no condenar, sino de admitir de nuevo al hombre a la comunión consigo.

“Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”. Que estas palabras del Evangelio resuenen en el corazón de toda comunidad cristiana en la peregrinación penitencial hacia la Pascua. Que la Cuaresma, llamando la atención sobre el misterio de la muerte y resurrección del Dios, lleve a todo cristiano a asombrarse profundamente ante la grandeza de semejante don. ¡Sí! Gratis hemos recibido. ¿Acaso no está toda nuestra existencia marcada por la benevolencia de Dios? Es un don el florecer de la vida y su prodigioso desarrollo. Precisamente por ser un don, la existencia no puede ser considerada una posesión o una propiedad privada, por más que las posibilidades que hoy tenemos de mejorar la calidad de vida podrían hacernos pensar que el hombre es su “dueño”. Efectivamente, las conquistas de la medicina y la biotecnología pueden en ocasione inducir al hombre a creerse creador de sí mismo y a caer en la tentación de manipular “el árbol de la vida” (Gn 3, 24).

Conviene recordar también a este propósito que no todo lo que es técnicamente posible es también moralmente lícito. Aunque resulte admirable el esfuerzo de la ciencia para asegurar una calidad de vida más conforme a la dignidad del hombre, eso nunca debe hacer olvidar que la vida humana es un don, y que sigue teniendo valor aún cuando esté sometida a sufrimientos o limitaciones. Es don que siempre se ha de acoger: recibido gratis y gratuitamente puesto al servicio de los demás.

3. La Cuaresma, proponiendo de nuevo el ejemplo de Cristo que se inmola por nosotros en el Calvario, nos ayuda de manera especial a entender que la vida ha sido redimida en Él. Por medio del Espíritu Santo, Él renueva nuestra vida y nos hace partícipes de esa misma vida divina que nos introduce en la intimidad de Dios y nos hace experimentar su amor por nosotros. Se trata de un regalo sublime, que el cristiano no puede dejar de proclamar con alegría. San Juan escribe en su Evangelio: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3). Esta vida, que se nos ha comunicado con el Bautismo, hemos de alimentarla continuamente con una respuesta fiel, individual y comunitaria, mediante la oración, la celebración de los Sacramentos y el testimonio evangélico.

En efecto, habiendo recibido gratis la vida, debemos, por nuestra parte, darla a los hermanos de manera gratuita. Así lo pide Jesús a los discípulos, al enviarles como testigos suyos en el mundo: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”. Y el primer don que hemos de dar es el de una vida santa, que dé testimonio del amor gratuito de Dios. Que el itinerario cuaresmal sea por todos los creyentes una llamada constante a profundizar en esta peculiar vocación nuestra. Como creyentes, hemos de abrirnos a una existencia que se distinga por la “gratuidad”, entregándonos a nosotros mismos, sin reservas, a Dios y al prójimo.

4. “¿Qué tienes– advierte san Pablo – que no lo hayas recibido?(1 Co 4, 7). Amar a los hermanos, dedicarse a ellos, es una exigencia que proviene de esta constatación. Cuanto mayor es la necesidad de los otros, más urgente es para el creyente la tarea de serviles. ¿Acaso no permite Dios que haya condiciones de necesidad para que, ayudando a los demás, aprendamos a liberarnos de nuestro egoísmo y a vivir el auténtico amor evangélico? Las palabras de Jesús son muy claras: “si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?”(Mt 5, 46). El mundo valora las relaciones con los otros en función del interés y el provecho propio, dando lugar a una visión egocéntrica de la existencia, en la que demasiado a menudo no queda lugar para los pobres y los débiles. Por el contrario, toda persona, incluso la menos dotada, ha de ser acogida y amada por sí misma, más allá de sus cualidades y defectos. Más aún, cuanto mayor es la dificultad en que se encuentra, más ha de ser objeto de nuestro amor concreto. Éste es el amor del que la Iglesia da testimonio a través de innumerables instituciones, haciéndose cargo de enfermos, marginados, pobres y oprimidos. De este modo, los cristianos se convierten en apóstoles de esperanza y constructores de la civilización del amor.

Es muy significativo que Jesús pronuncie las palabras: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”, precisamente antes de enviar a los apóstoles a difundir el Evangelio de la salvación, el primero y principal don que Él ha dado a la humanidad. Él quiere que su Reino, ya cercano (cf. Mt 10, 5ss), se propague mediante gestos de amor gratuito por parte de sus discípulos. Así hicieron los apóstoles en el comienzo del cristianismo, y quienes los encontraban, los reconocían como portadores de un mensaje más grande de ellos mismos. Como entonces, también hoy el bien realizado por los creyentes se convierte en un signo y, con frecuencia, en una invitación a creer. También cuando el cristiano se hace cargo de las necesidades del prójimo, como en el caso del buen samaritano, nunca se trata de una ayuda meramente material. Es también anuncio del Reino, que comunica el pleno sentido de la vida, de la esperanza, del amor.

5. ¡Queridos Hermanos y Hermanas! Que sea éste el estilo con el que nos preparamos a vivir la Cuaresma: la generosidad efectiva hacia los hermanos más pobres. Abriéndoles el corazón, nos hacemos cada vez más conscientes de que nuestra entrega a los demás es una respuesta a los numerosos dones que Dios continúa haciéndonos. Gratis lo hemos recibido, ¡démoslo gratis!

¿Qué momento más oportuno que el tiempo de Cuaresma para dar este testimonio de gratuidad que tanto necesita el mundo? El mismo amor que Dios nos tiene lleva en sí mismo la llamada a darnos, por nuestra parte, gratuitamente a los otros. Doy las gracias a todos los que -laicos, religiosos, sacerdotes- dan este testimonio de caridad en cada rincón del mundo. Que sea así para cada cristiano, en cualquier situación en que se encuentre.

Que María, la Virgen y Madre del buen Amor y de la Esperanza, sea guía y sustento en este itinerario cuaresmal. Aseguro a todos, con afecto, mis oraciones, a la vez que les imparto complacido, especialmente a los que trabajan cotidianamente en las múltiples fronteras de la caridad, una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 4 de octubre de 2001, fiesta de San Francisco de Asís.

JOANNES PAULUS II

Extraído del Portal Católico www.encuentra.com

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Palabras de Juan Pablo II en Nochebuena

El Niño, respuesta que disipa el miedo actual

Preside la misa de Navidad en la Basílica de San Pedro

CIUDAD DEL VATICANO, 25 diciembre 2001 (ZENIT.org).-

En medio de los temores que se apoderan del escenario internacional, Juan Pablo II lanzó un vigoroso mensaje de esperanza en el amor de Dios hecho Niño, al presidir la misa de Navidad.

La promesa de paz traída por Jesús parece contrastar «con la realidad histórica en que vivimos», constató el Papa. «Si escuchamos las tristes noticias de las crónicas, estas palabras de luz y esperanza parecen hablar de ensueños –añadió–. Pero aquí reside precisamente el reto de la fe, que convierte este anuncio en consolador y, al mismo tiempo, exigente».

Escuchaban al pontífice unos ocho mil fieles, que llenaban el templo más grande de la cristiandad, tras haberse sometido a estrictos controles de seguridad realizados por la Policía italiana ante el miedo de posibles atentados.

«La fe nos hace sentirnos rodeados por el tierno amor de Dios, a la vez que nos compromete en el amor efectivo a Dios y a los hermanos», afirmó el pontífice durante la homilía pronunciada con voz firme y grave, transmitida a todo el mundo por televisión.

El momento más emocionante de la celebración tuvo lugar cuando el Papa dio su bendición a doce niños con trajes tradicionales llevando en su manos cálices dorados, en representación de los diferentes pueblos del planeta. Un Karol Wojtyla sonriente les besó en la frente y les acarició la mejilla.

Durante la homilía, reconoció que «en esta Navidad, nuestros corazones están preocupados e inquietos por la persistencia en muchas regiones del mundo de la guerra, de tensiones sociales y de la penuria en que se encuentran muchos seres humanos. Todos buscamos una respuesta que nos tranquilice».

El Niño Jesús, anunciado por el profeta Isaías como «Príncipe de la paz», «tiene la respuesta que puede disipar nuestros miedos y dar nuevo vigor a nuestras esperanzas», respondió Juan Pablo II.

«Al igual que los pastores –siguió diciendo el pontífice–, también nosotros hemos de sentir en esta noche extraordinaria el deseo de comunicar a los demás la alegría del encuentro con este «Niño envuelto en pañales», en el cual se revela el poder salvador del Omnipotente».

«No podemos limitarnos a contemplar extasiados al Mesías que yace en el pesebre, olvidando el compromiso de ser sus testigos», afirmó. «Debemos volver gozosos de la gruta de Belén para contar por doquier el prodigio del que hemos sido testigos. ¡Hemos encontrado la luz y la vida! En Él se nos ha dado el amor», concluyó.

Tras la homilía, durante la oración de los fieles se elevaron plegarias entre otros idiomas en ruso, suajili, alemán y filipino.

«Judíos, musulmanes y cristianos se refieren todos a Abraham», constataba la oración pronunciada por una peregrina francesa. «¡Que hagan todo lo posible para que el nombre de Dios nunca sea utilizado para justificar acciones de muerte! ¡Que contribuyan juntos en la solución pacífica de los problemas y tensiones ligados a la tierra, a la distribución de los bienes y a la convivencia!».


Extraído del Portal Católico www.ZENIT.org

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Plegaria por la Paz

Al Creador de la naturaleza y del hombre, de la verdad y de la belleza, suplico:
Escucha mi voz, pues es la voz de las víctimas de todas las guerras y de la violencia entre individuos y las naciones.
Escucha mi voz, pues es la voz de todos los niños que sufren y sufrirán cuando la gente ponga su fe en las armas y en la guerra.
Escucha mi voz cuando te ruego que infundas en el corazón de todos los hombres la sabiduría de la paz, la fuerza de la justicia y la alegría de la confraternidad.
Escucha mi voz, pues hablo por las multitudes de todos los países y de todos los períodos de la historia que no quieren la guerra y están preparados a caminar por sendas de paz.
Escucha mi voz y concédenos discernimiento y fortaleza para que podamos responder siempre al odio con amor, a la injusticia con la dedicación total a la justicia, a la necesidad compartiendo de lo propio, a la guerra con la paz.
¡Oh Dios! Escucha mi voz y concede en todo el mundo tu eterna paz.
Amén
“Con la guerra, la humanidad es la que pierde. Sólo desde la paz y con la paz se puede garantizar el respeto de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables.”
Su Santidad Juan Pablo II
Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz  (1 Enero 2000)
“Paz en la tierra a los hombres que Dios ama”

Extraído del Portal Católico www.encuentra.com ( 2001 )

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Rezar por la Paz

El Papa pide rezar sin cansancio por la paz

Recuerda la jornada de ayuno y el encuentro de líderes religiosos en Asís

CIUDAD DEL VATICANO, 25 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Rezar sin cansancio por el don de la paz. Esta fue la invitación que lanzó Juan Pablo II a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro del Vaticano este domingo para que las regiones del mundo flageladas por la guerra puedan volver a encontrar la tranquilidad.

El pontífice recordó la jornada de ayuno prevista para el 14 de diciembre, fecha que coincide con el último día del Ramadán, y el encuentro de oración de líderes de las religiones por la paz, que tendrá lugar en Asís, el 24 de enero.

Subrayando que en este domingo la Iglesia celebraba la fiesta de Cristo Rey del universo y de la paz, el pontífice invitó a todos los mil millones católicos a «reinar» con Cristo, acogiéndole «libremente» y siguiéndole «fielmente» para «construir un mundo en el que reine la paz».

«Tenemos que rezar sin cansarnos para obtener este gran don, que es la paz; don que tanto necesita la humanidad», dijo el Papa al final de la misa en la que proclamó cuatro nuevos santos.

«Le invocaremos confiados también con las dos iniciativas que el domingo pasado anuncié –añadió–: el día de ayuno en diciembre y el encuentro de oración en enero, en Asís, con los representantes de las religiones del mundo».

El Papa Wojtyla concluyó su exhortación como suele hacer, invocando a la Virgen: «Que María, Reina de la paz, interceda por nosotros ante su Hijo divino, Rey inmortal y Señor de la paz».

Musulmanes y judíos responden «sí» a la convocatoria del Papa en Asís

Declaraciones de responsables de las dos comunidades en Italia

ROMA, 20 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Comunidades de musulmanes y judíos han acogido con entusiasmo la invitación de Juan Pablo II a participar en un encuentro de oración de representantes religiosos por la paz, que se celebrará en Asís el 24 de enero.

El representante en Italia de la Liga Musulmana Mundial, Mario Scialoja, ha definido en declaraciones publicadas este martes por el diario «Il Corriere della Sera» el anuncio pontificio como «magnífico».

«Siempre hemos apreciado la apertura del Papa hacia el Islam, quiero decir hacia el Islam auténtico y no a sus deformaciones. Todo aquello que sirva para evitar la confusión entre política y religión es bienvenido», aclara Scialoja.

El líder musulmán aprecia sobre todo la invitación de ayunar al concluir el Ramadán, el 14 de diciembre: «Estamos muy contentos de que ese día estén junto a nosotros también los cristianos. Es un gesto que permitirá a muchos que no conocen bien nuestra religión comprender el carácter de purificación y penitencia que acompaña este mes sagrado».

La primera adhesión oficial pública a la propuesta papal ha sido la de la Mezquita de Roma, una de las más grandes de Europa, construida hace pocos años.

Por su parte, Amos Luzzatto, presidente de la Unión de las Comunidades Judías de Italia, define también en «Il Corriere della Sera» como «sincero» y «ferviente» el llamamiento del obispo de Roma.

«Es una invitación ante la que no es posible responder negativamente», explica.

«Estoy de acuerdo con este tipo de gestos simbólicos cuando es necesario, como ahora ante la guerra en curso –concluye Luzzatto–. Pero para eliminar en su raíz todo espíritu de contraposición considero fundamental llevar adelante una amplia obra educativa. Pues no se pueden poner en discusión ciertos prejuicios del mundo occidental en pocas horas».

Extraído del Portal Católico ZENIT.org ( 2001 )

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Oración y reflexión

Dialogando con el Señor :

Realiza una oración personal… con tus propias palabras…que salgan de tu corazón. Puedes dar pie al diálogo con el Señor apoyándote en las siguientes reflexiones del Santo Padre Juan Pablo II:

Una palabra buena se dice pronto; sin embargo, a veces se nos hace difícil pronunciarla. Nos detiene el cansancio, nos distraen las preocupaciones, nos frena un sentimiento de frialdad o de indiferencia egoísta. Así sucede que pasamos al lado de personas a las cuales, aun conociéndolas, apenas les miramos el rostro y no nos damos cuenta de lo que frecuentemente están sufriendo por esa sutil, agotadora pena, que proviene de sentirse ignoradas. Bastaría una palabra cordial, un gesto afectuoso e inmediatamente algo se despertaría en ellas: una señal de atención y de cortesía puede ser una ráfaga de aire fresco en lo cerrado de una existencia, oprimida por la tristeza y por el desaliento.

/// Reflexiona el párrafo anterior y dialoga con el Señor ///

El amor a Jesús se convierte en acogida al hermano. El testimonio de fe se transforma al mismo tiempo en testimonio de caridad.

Dos virtudes inseparables, pues caminan por el único riel de las dos dimensiones: Dios y el hombre. Quien ama a Dios, ama al hombre: «Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve.»

/// Reflexiona el párrafo anterior y dialoga con el Señor ///

Acercaos a Él y descubridlo en el pobre y en el que tiene soledad, en el enfermo y en el afligido, en el incapacitado, en el anciano, en el marginado, en todos aquellos que esperan vuestra sonrisa, que necesitan vuestra ayuda, y que desean vuestra comprensión, vuestra compasión y vuestro amor. Y cuando hayáis conocido y abrazado a Jesús en todos éstos, entonces -y sólo entonces- participaréis profundamente de la paz de su Sagrado Corazón.

/// Reflexiona el párrafo anterior y dialoga con el Señor ///

Extraído de Oraciones, del Portal Católico www.encuentra.com ( 2001 )

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El Papa Juan Pablo II, profeta de nuestros tiempos

Padre Jordi Rivero

El Papa Juan Pablo II es la figura central de la tercera parte del secreto de Fátima. Es también el hombre escogido por la Virgen en este tiempo crítico de la historia: El Papa sin duda influyó mucho en la caída del imperio Soviético, ha llevando el Evangelio al mundo entero, ha guiado a la Iglesia con extraordinaria sabiduría hacia el III milenio. Ante la crisis actual, el Papa es la voz mas poderosa por la paz.

Podemos detener los males con la oración. En el secreto de Fátima el Papa muere mártir. Entonces, ¿cómo dice el Vaticano que se refiere al atentado del `81? Porque en ese atentado el Papa debería haber muerto. Nadie ha sobrevivido ese tipo de balas atravesando su cuerpo. El Papa reconoció que había sido un milagro de la Virgen. Las profecías nos advierten de peligros pero están condicionadas a nuestras oraciones. El Papa el 13 de Mayo del 2000, desde la misa de Fátima para la beatificación de los pastorcitos, agradeció a Jacinta por haber ofrecido los inmensos dolores de su enfermedad por el Papa del secreto. ¡Esta pequeña niña salvó, con sus intensas oraciones y sacrificios, la vida del Papa que todavía no había nacido! Nosotros, con nuestras oraciones, podemos detener los males que azotan a la humanidad. Recordemos que la raíz del mal es el pecado. Se vence con la oración, la penitencia y la conversión.

El Papa entre los musulmanes. Justo en el momento preciso, unos días después de la tragedia de EEUU, La Divina Providencia dispuso que el Papa visitase a Kazjastán, llegando a estar a solo 200 millas de Afganistán. Al Papa le recomendaron que cancelase, pero él sabía que su misión era de gran trascendencia. Por primera vez una multitud de mas de 50,000, en su gran mayoría islámica, escuchó el Evangelio. Tan lleno del Espíritu habló el Papa que no puede dudarse que sus palabras plantaron semillas en los corazones.

Recordemos que Kazjastán era uno de los destinos de las deportaciones estalinistas. Cientos de miles fueron enviados sólo en 1936. Allí está el Gulag, inmortalizado en la novela de Alexander Solzjenitsin, lugar que simboliza la mayor crueldad del hombre pero también su mayor grandeza al padecer el sufrimiento y martirio por Cristo.

Los tiempos han cambiado. Nazarbayevel, ex lider comunista, ahora presidente de Kazjastán, dijo ante el Papa: «Musulmanes y cristianos deben crear una sociedad basada en el amor». El Papa es recibido con brazos abiertos y anuncia libremente a todos el camino del amor de Cristo. No podemos, hermanos, pasar por alto este milagro. Vemos que, en un mundo donde hay tantos males, ¡sobreabunda la gracia!

De los mensajes del Papa en Kazjastán

«Deseo dirigir un sincero llamamiento a todos, cristianos y pertenecientes a otras religiones, a trabajar juntos para construir un mundo sin violencia, un mundo que ama la vida y que avanza en la justicia y en la solidaridad».

El Papa nos enseñó que todos somos hijos del mismo Dios: «Desde este lugar, invito tanto a los cristianos como a los musulmanes a elevar una inmensa oración al único y omnipotente Dios, del que todos nosotros somos hijos, para que pueda reinar en el mundo el gran don de la paz» «Que todos los pueblos, apoyados por la divina sabiduría, puedan trabajar por doquier para construir una civilización del amor, en la que no haya lugar para el odio, la discriminación y la violencia»

«Cuando en una comunidad civil los ciudadanos saben aceptarse con sus respectivas convicciones religiosas, es más fácil afianzar entre ellos el reconocimiento efectivo de los demás derechos humanos y un entendimiento basado en los valores de fondo de una convivencia pacífica y constructiva».

No podemos olvidar a los que viven en Afganistán, Pakistán y otros países.
La población afgana ya se encontraba reducida a la miseria por largos años de guerra y por la tiranía de sus gobernantes. Ahora su condición llega al extremo. Huyen ante el peligro de una represalia de EEUU y quedan hacinados en campamentos de miseria donde no hay agua ni alimentos.

No podemos olvidar tampoco a la minoría cristiana en países como Pakistán (%3). Pensemos en el pánico que viven en estos momentos sabiendo que cualquier acción del occidente repercutirá en contra de ellos. Pensemos en los 24 presos (8 del extranjeros, 16 nativos) en Afganistán acusados de «proselitismo» (propagar el cristianismo).

Si guardamos todo esto en el corazón entenderemos por qué el Papa insiste en la urgencia de vivir el mensaje de Fátima: oración, penitencia, conversión.

 

Extraído del sitio www.corazones.org ( 2001 )

 

Colaboración de Pablo Deluca

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Hablar con Dios

Muchas veces no hablamos con Dios por el simple hecho de no «sentir» hacerlo, cuando hablar con Dios debiera ser algo como respirar, indispensable, vital y constante en nuestras vidas. El hecho de pensar que no somos «dignos» de Dios, o que no sepamos qué decir es una de las mayores trampas para alejarnos de Dios.

Si no sabes que decir, de qué hablar o cómo comportarte delante de Dios, dile aunque sea «No sé qué decir», pero habla con Él y todo en tu vida mejorará al tener presente a un Dios amigo, todopoderoso y siempre atento…haz la prueba.

Colaboración de Ana Etchepareborda de Teste ( 2001 )

“En vuestras dificultades, en los momentos de prueba y desaliento, cuando parece que toda dedicación está como vacía de interés y de valor, ¡tened presente que Dios conoce nuestros afanes!

¡Dios os ama uno por uno, está cercano a vosotros, os comprende! Confiad en Él, y en esta certeza encontrad el coraje y la alegría para cumplir con amor y con gozo vuestro deber.”

Extraído del capítulo Dios te ama del libro ORAR de Juan Pablo II

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Huellas

Una noche tuve un sueño.

Soñé que estaba caminando por la playa con el Señor.

Y en el cielo se reflejaban escenas de mi vida.

Por cada escena que pasaba percibí que quedaban dos pares de pisadas en la arena: un par eran mías y el otro par del Señor.

Cuando la última escena de mi vida pasó delante de nosotros miré hacia atrás, y noté que en el camino de la vida muchas veces había un solo par de pisadas en la arena. Noté que esto también sucedió en los momentos más difíciles y angustiosos de mi vida.

Realmente eso me turbó y pregunté al Señor: «Vos me dijiste cuando yo resolví seguirte que estás siempre conmigo, pero me di cuenta que en los peores momento había sólo dos pisadas en la arena.

¿Por qué me dejaste en las horas que más te necesitaba?»

Pero el Señor me respondió: «Hijo mío, yo te amo y jamás te dejaría en los momentos de sufrimiento. Cuando viste en la arena un par de pisadas, era justamente cuando te cargaba en mis brazos».

Colaboración de Cristina Minolli

“En vuestras dificultades, en los momentos de prueba y desaliento, cuando parece que toda dedicación está como vacía de interés y de valor, ¡tened presente que Dios conoce vuestros afanes!¡Dios os ama uno por uno, está cercano a vosotros, os comprende!

Confiad en Él, y en esta certeza encontrad el coraje y la alegría para cumplir con amor y con gozo vuestro deber.

Extraído del libro ORAR del Papa Juan Pablo II.

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El Papa habla de los atentados

En sus 23 años de pontificado, Juan Pablo II nunca había presidido una audiencia general como la de este miércoles 12 de septiembre, en la que quiso recordar a los muertos y heridos de los atentados contra Nueva York y Washington del martes pasado, afirma la agencia ZENIT desde Roma.

Con voz conmovida, el Pontífice exclamó ante los más de quince mil peregrinos: “Ayer fue un día oscuro en la historia de la humanidad, una terrible afrenta contra la dignidad del hombre”. Y pidió a los presentes que evitaran los aplausos. Se le veía turbado y así lo confesó: “Nada más recibir la noticia, seguí con participación intensa el desarrollo de la situación, elevando al Señor mi intensa oración”.

“¿Cómo pueden verificarse episodios de tan salvaje crueldad?”, se preguntó. “El corazón del hombre es un abismo del que emergen en ocasiones designios de inaudita ferocidad -respondió-, capaces en un momento de trastornar la vida serena y laboriosa de un pueblo”.

Pero la fe nos sale al paso en estos momentos -afirmó- en los que todo comentario parece inadecuado. La palabra de Cristo es la única que puede dar respuesta a los interrogantes que desasosiegan nuestro espíritu”.

Por eso, continuó diciendo, “aunque la fuerza de las tinieblas parezca prevalecer, el creyente sabe que el mal y la muerte no tienen la última palabra. Aquí encuentra su fundamento la esperanza cristiana; aquí se alimenta, en este momento, nuestra confianza orante”.

Es conmovedora la fe y, en consecuencia, la oración de Juan Pablo II:

“Que Dios infunda valor a los supervivientes, sostenga con su ayuda la obra benemérita de los cuerpos de auxilio y de tantos voluntarios que en estos momentos están entregando todas sus energías para afrontar una emergencia tan dramática. Los invito también a ustedes, hermanos y hermanas, a unirse a mi oración”.

Y añadió: “Imploremos al Señor para que no prevalezca el torbellino del odio y de la violencia. Que la Virgen Santísima, Madre de Misericordia, suscite en los corazones de todos pensamientos de sabiduría y propósitos de paz”.

La confianza de Juan Pablo II se transformó en una emocionada plegaria. Desde la plaza de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano, todos los presentes se unieron en una especial Oración de los Fieles por las víctimas del atentado, por los heridos y por sus familiares, y por los líderes del mundo.

Todos los presentes junto al Papa elevaron su súplica: “Por aquellos que lloran la pérdida violenta de parientes y amigos, para que en esta hora de sufrimiento no se dejen poseer por el dolor, por la desesperación y la venganza, sino que más bien sigan manteniendo la fe en la victoria del bien sobre el mal, de la vida sobre la muerte, y se comprometan en la construcción de un mundo mejor”.

La audiencia concluyó con las notas del salmo 130, “De Profundis”

-“Desde lo más profundo, te invoco, Señor. Señor, escucha mi clamor; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica”- y una nueva oración:

“Dios omnipotente y misericordioso: No te puede comprender quien siembra discordia, no te puede acoger quien ama la violencia -rezaba con voz entrecortada-mira nuestra dolorosa condición humana, probada por crueles actos de terror y de muerte, consuela a tus hijos y abre nuestros corazones a la esperanza para que nuestra época pueda conocer días de serenidad y paz”.

Emilio Palafox Marqués

Extraído del Portal Católico www.encuentra.com en el año 2001

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Paz y Perdón

La verdadera reconciliación entre hombres enfrentados y enemistados sólo es posible si se dejan reconciliar al mismo tiempo por Dios
 
No seremos capaces de perdonar, si antes no nos hemos dejado perdonar por Dios, reconociéndonos objeto de su misericordia.
...Acerca de la importancia del perdón, conocéis igualmente la respuesta de Jesús que aparece con tanta frecuencia en el Evangelio : antes de presentar la ofrenda en el altar, ve primero a reconciliarte con tu hermano; ponte de acuerdo con él, mientras que vais de camino; pasa más allá de la estricta justicia. Es bueno ver también en nosotros mismos lo que, con razón, pueda alejar al otro. Es preciso hacer en nosotros mismos la renovación necesaria.
 
Pero a pesar de todo esto, sucede que el otro rechaza el perdón, la propuesta de paz. Pues bien, según el Evangelio no debemos esperar a que los otros vengan a reconciliarse con nosotros. Hemos de ir a su encuentro.
Hagamos lo que nos dice el viejo libro de los Proverbios, en un texto utilizado por San Pablo : “Si tu enemigo tiene hambre, dale de comer; si tiene sed, dale de beber; obrando así derramarás carbones encendidos sobre su cabeza.”
 
En resumen, que si el otro adopta una actitud de rechazo, es asunto suyo; puede ser también que nosotros ignoremos los obstáculos interiores que tiene. Nosotros hagamos, con la paz, lo que está de nuestra parte. Y, sobre todo, continuemos rezando por él y amándole, para ser dignos hijos del Padre que está en el cielo.
Éste es el riesgo que afrontan los discípulos de Cristo; y cuando Dios quiera, este riesgo contribuirá a cambiar el mundo, a semejanza de la actitud de Jesús.
 
¿No es precisamente así como vosotros buscáis ser artífices de paz, viviendo la reconciliación con vosotros mismos, con vuestros semejantes, en el seno de vuestras familias, de las Iglesias de las que sois miembros, de las comunidades a las que pertenecéis?
 
 
Extraído del capítulo Paz del libro ORAR de Juan Pablo II   Edit. Planeta
 
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Dios te ama

Ser cristianos no es, primariamente, asumir una infinidad de compromisos y obligaciones, sino dejarse amar por Dios.
Gracias al amor y misericordia de Cristo, no hay pecado, por grande que sea, que no pueda ser perdonado, no hay pecador que sea rechazado. Toda persona que se arrepienta será recibido por Jesucristo con perdón y amor inmenso.
 
El hombre tiene íntima necesidad de encontrarse con la misericordia de Dios hoy más que nunca...sobre todo para hacer la experiencia espiritual de ese amor que acoge, vivifica y resucita a la vida nueva.
 
En vuestras dificultades, en los momentos de prueba y desaliento, cuando parece que toda dedicación está como vacía de interés y de valor, ¡ tened presente que Dios conoce vuestros afanes ! ¡ Dios os ama uno por uno, está cercano a vosotros, os comprende ! Confiad en Él, y en esta certeza encontrad el coraje y la alegría para cumplir con amor y con gozo vuestro deber.
Volved a encontrar el camino que lleva a Dios. No a un Dios cualquiera, sino al Dios que se ha manifestado Padre en el rostro amabilísimo de Jesús de Nazaret. Recordad ciertamente el abrazo tierno y afectuoso del Padre cuando vuelve a encontrar al hijo “pródigo”. Dios ama Él primero. Si os dejáis encontrar por Él, vuestro corazón hallará la paz. Será fácil responder a su amor con amor.
 
No olvidéis que el Señor escucha vuestra oración...aún cuando os invade la melancolía y os sentís oprimidos por la amargura de la incomprensión y el abandono, nada puede impediros que abráis el corazón a la oración y al diálogo con Dios, que conoce la verdad de la vida de cada uno.
 
Dios ama a todos sin distinción y sin límites, con un amor incondicional y eterno...
El amor de Dios es tierno y misericordioso, paciente y lleno de comprensión...
La paz viene cuando aprendemos a descansar en la providencia amorosa de Dios, sabiendo que el deseo de este mundo pasa, y que solamente su reino perdura. Poner nuestro corazón en las cosas que duran es estar en paz con nosotros mismos.
 
Juan Pablo II
 
Extraído del capítulo Dios te ama, del libro  ORAR   Su pensamiento espiritual
 
 

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