Actitudes beneficiosas de una paciente y sus amigas durante una Enfermedad Grave

Video subido a You Tube el 19 de Abril 2016

Dos días después del 20mo. Aniversario de la muerte de mi madre tras tres años de lucha frente a un cáncer que acabó con su vida, ofrezco mis vivencias propias durante ese tiempo, para dar mi testimonio sobre las actitudes beneficiosas de mi madre como paciente, de su círculo de amigos como acompañantes y de personas que la apoyaron en su difícil trance, con la idea de ponerlo a disposición de personas que puedan atravesar una situación similar como enfermas o como acompañantes en la actualidad o en el futuro.

Acompaño con imágenes mi testimonio de casi diez minutos, para que sea más ameno y llevadero, y para recordar a mi madre junto con las personas que la conocieron.

A veinte años de la muerte de mi madre, recuerdo y agradezco a sus médicos Florencia Perazzo y Edgardo Liaño por el muy buen trato que tuvieron con mi madre, a la acompañante voluntaria Batty Dillon por su amorosa dedicación en apoyarla espiritual y religiosamente, y a quienes la brindaron su amor, cariño y amistad durante su enfermedad.

El camino de la felicidad

Hoy es el día Domingo 20 de Abril del año 2.014. Estamos en el final de la Semana Santa y me tuve que levantar muy temprano porque no podía dormir más. Muchas ideas daban vueltas en mi cabeza y a las siete de la mañana, cuando recién está empezando a amanecer en Buenos Aires, decidí que lo mejor que podía hacer era levantarme y ponerme a escribir lo que estaba pensando.

Hace poco más de un mes estoy viviendo días especiales, y cada jornada que pasaba me sentía un poco más feliz. Pero gracias a Dios, puedo decir que durante esta Semana Santa, más precisamente en el amanecer de hoy Domingo, día de la Resurrección de Jesús, alcancé a tomar conciencia que estaba circulando por el camino de mi felicidad.

Ya venía haciendo el trayecto por esa ruta al menos durante los últimos dieciocho años, pero aún no me había dado cuenta que un día le iba a poner un nombre tan significativo y atractivo para mí. Si no cambié de senda en tanto tiempo y estoy tan contento como ahora de transitarla, imagino que no desearé en otro momento tomar otro camino. Dudo que me quiera desviar del que me hace tan feliz.

Ustedes me conocen desde hace un tiempo, y espero que se alegren conmigo de mi felicidad. Antes de que tomen una posición sobre lo que voy a decir, los invito a que piensen que mi camino puede coincidir de alguna manera con el suyo, y que puede ser genérico. Si piensan que aún no sienten que transitan por el camino de su propia felicidad, los invito a leer con mayor atención mi testimonio personal.

Hace tres días fue el aniversario del fallecimiento de mi madre. Se cumplieron 18 años de su prematura muerte, antes de cumplir sus 60 años. Participamos de una muy linda Misa de Jueves Santo con mi hermana Gabriela, y luego compartimos un grato momento juntos en su casa. Me hace muy bien pensar que mamá desde el Cielo pueda disfrutar de ver que sus dos hijos amados se quieren y respetan, y que juntos física y espiritualmente, la recordaron con cariño y con tristeza, pero sin dolor.

No siempre fuimos unidos, crecimos bastante distanciados, y atravesamos momentos difíciles en nuestra relación, pero el amor fue más fuerte. Sin expresarlo, cada uno tuvo un compromiso interior de amor hacia el otro, y hoy puedo asegurar que rindió sus frutos.

Mi mamá Sumak murió menos de un año después de la muerte de Adrián, su segundo marido que nos crió a Gabriela y a mí como si fuéramos hijos suyos como los dos que ya tenía de su primer matrimonio. Adrián murió el día de mi cumpleaños el 13 de Junio, y mi tío Leo también falleció en medio de las otras dos fechas.

Yo podría haber pensado que Dios me había abandonado, que se estaba alejando de mí, pero no tuve tiempo de hacerlo. Tres días después de la muerte de mamá tuve un signo trascendente, que cambió mi vida. Sentí la presencia de mamá, como diciéndome acá sigo estando junto a vos. Ya nada fue igual. Sentí y creí que el Cielo existe, que hay algo más después de la muerte. Un tiempo después sentí la presencia de papá Adrián en otro hecho tan sorprendente como el anterior. Yo ya no necesitaba más signos, pero pienso que él también me quiso decir que estaba conmigo. Supe estar atento a los signos, que estoy seguro que todos tenemos. No creo en las casualidades, creo en causalidades.

Para mí Dios nos va mostrando el camino para llegar a reencontrarnos con Él. Los acontecimientos y encuentros que nos tocan vivir, junto con nuestros seres queridos que con su amor incondicional interceden por nosotros desde el Cielo, nos muestran el camino para que lo logremos. Vamos a encontrar sentido a sus muertes sintiendo su amor más allá de su partida física, si estamos atentos a que los sucesos y los signos tienen un significado de amor. Si lo logramos, seguramente vamos a poder percibir el amor que Dios tiene por nosotros, y muy probablemente vamos a intentar mantenernos en paz interior y armonía con Él o intentar recuperarlas en caso de haberlas perdido. Si estamos atentos a que los sucesos y los signos tienen un significado, vamos a poder sentirnos cerca de Dios y dar sentido a las muertes de nuestros seres queridos sintiendo su amor más allá de su partida física. Algunos de ellos también necesitan de nuestras oraciones.

A partir de esos acontecimientos, y mientras estaba en el proceso de duelo, hubieron personas como mi amigo Pablo, que me acompañaron y me ayudaron en el proceso de mi retorno a sentirme plenamente un hijo de Dios. Me acercaron a la Misa y me sorprendió que empecé a disfrutar de participar en ella y de encontrarle un sentido que hizo que nunca más dejara de concurrir. Me acercaron a los sacramentos, y tomé la Confirmación, en una decisión de total compromiso interior.

El Espíritu Santo fue más fuerte que mi anterior pereza espiritual, y desde ese tiempo siento que me acompaña. Ahora doy gracias a Dios por todo, porque aprendí a sentirlo junto a mí. Hace poco más de un mes recibí un nuevo regalo suyo.

Una mañana se cruzó nuevamente en mi vida una persona que me había abierto posibilidades laborales cuando estaba recién recibido. Rodrigo otra vez sembró una semilla en mí, y ya empezó a germinar. Para mí, fue un instrumento de Dios.

A mis casi 54 años, por muchos motivos no estaba satisfecho con el trabajo que estaba teniendo. Con la confianza en la providencia divina, sentí que podía aspirar a tener una actividad laboral que me brindara más satisfacciones y/o que me permitiera desarrollar a fondo mis proyectos que me acercaran a cumplir mis sueños y misiones pendientes.

Por esos motivos me dispuse a intentar un cambio laboral, que es más bien una ampliación de lo que ya hacía, sumado a reincorporar actividades que había disfrutado en el pasado. En muy poco tiempo incorporé el compromiso interior necesario para intentar un cambio que me haga una persona más plena y satisfecha, y estoy decidido a intentar vivir esa experiencia de plenitud. Siento que el Espíritu Santo me guía para hacerlo y tengo confianza en lograrlo. El convencimiento es más fuerte que las dudas.

Con esa confianza y compromiso he llegado a la conclusión que estoy en el inicio de una nueva etapa de mi misión personal, que llevo adelante a través de FE + FE. La fortaleza interior y la fe viva que siento desde hace dieciocho años, cuando tres días después de la muerte de mamá sentí su presencia y tuve la certeza de que existe algo más allá de la muerte, pienso que hoy ha llegado a su mayoría de edad, y la tengo que dejar volar fuera de mi entorno inmediato para que llegue hasta lugares impensados.

Desde esos lejanos días de duelo quise compartir con los demás las herramientas que me habían ayudado a salir delante de mis penas y dolores, y que me siguen brindando fuerzas para sobrellevar las dificultades y obstáculos que la vida me va presentando.

Siento que llegó el momento de salir a misionar de la mano de Jesús, y no tengo dudas ni miedo de que me va a acompañar a través del Espíritu Santo. Me voy a dejar llevar. Me entrego a la voluntad de Dios, para que la divina providencia me guíe.

Hoy recordamos la resurrección de Jesús. Los cristianos comprometidos lo celebramos en nuestros corazones, desde el lugar en donde nos encontremos. Sentir su presencia viva nos brinda la confianza interior de que no estamos solos transitando por la vida. Jesús dijo que Él es el camino, la verdad y la vida. Junto a Dios Padre desde el Cielo nos regalan su Espíritu Santo para que nos demos cuenta que están con nosotros y nos brindan su amor. Nosotros podemos llenar nuestras vida de un amor similar, incondicional.

Jesús nos dejó un mandamiento de amor que lo podemos seguir si lo creemos, lo sentimos importante, lo queremos incorporar a nuestras vidas y lo hacemos con convencimiento desde nuestro compromiso interior: “Amarás a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a vos mismo”. Yo tomé plena conciencia de que quiero seguir lo que Jesús nos propuso y nos sigue proponiendo cada día de nuestras vidas.

Siento la cercanía divina en mi vida, y esa sensación junto con la confianza que me brinda, me hace sentir pleno y feliz. Mi camino por la vida lo transito con las tres personas divinas, y si presto atención y valoro hacia donde me está llevando esa senda, no voy a tomar caminos alternativos; ninguno me va a resultar tan gratificante, enriquecedor, desafiante, generoso, pleno y reconfortante.

En la vida aprendí que se puede disfrutar el proceso antes que el resultado. Puedo vivir el Cielo mientras vivo en la tierra, como si fuera un adelanto de la plenitud. Ese es mi camino hacia la felicidad. Hoy siento que lo tengo incorporado plenamente a mi vida.

Tengo un GPS que es el Espíritu Santo, que transita el camino de mi vida junto a mí. Todos los bautizados tenemos la posibilidad de sentir su presencia si le prestamos atención. Nos acompaña desde que nuestros padres decidieron que sería nuestro “padrino” espiritual y nos hicieron bautizar desde que éramos muy pequeños y estábamos indefensos. Ya crecimos, pero seguimos necesitando de su ayuda.

Si no sentimos la presencia del Espíritu Santo y queremos hacerlo, solo basta rezar y pedirla. Podemos orar por esa intención en nuestros hogares, en la Iglesia o en cualquier lugar. Sólo hay que desearlo. Creer y confiar que podemos recibir su guía y compañía harán el resto. Sólo es cuestión de intentarlo. Lo que no se busca con interés genuino y real convencimiento de que se puede lograr, es más difícil de conseguir.

Mi experiencia es que si uno está enfocado, abierto y comprometido con un fin, con mucha paciencia y sin fijación de plazos podrá lograrlo. Yo tardé dieciocho años en hacer volar mis sueños y proyectos más allá de mi entorno inmediato.

Desde hace mucho creo en el valor de los testimonios, y si lo que se expresa en ellos se sustenta en los comportamientos, a mí me brindan más credibilidad. Espero que lo que hoy comparto con uds. les pueda ser de utilidad, y que sea capaz de sustentarlo con mis propias acciones y comportamientos pasados, presentes y futuros. Es un gran desafío para mí, y lo voy a encarar con felicidad, por el camino que transito de la mano de Jesús, guiado por el Espíritu Santo. Nada me brinda mayor plenitud.

Veo el reloj. Son las 11:00 hs. y me doy por satisfecho con el texto. Pude expresar lo que venía sintiendo. Ya puedo seguir disfrutando de la alegría de saber que Jesús resucitó hace más de dos mil años y aún sigue todos los días junto a mí y con los que creen en Él.

A mí me encanta sentir su presencia y me emociono en Misa cuando cantamos la canción Pescador de hombres: “….sonriendo dijiste mi nombre, en la arena he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar….” Hace un rato la emoción me embargó, nubló mis ojos y me llenó de lágrimas. Hoy siento a Jesús conmigo y me llena de felicidad aunque recién haya llorado. Está al alcance de quien quiera tenerlo cerca, sólo hay que desearlo.

 

Javier Serrano Agüero                                               javierserrano_ag@yahoo.com.ar

 

Que estas palabras te acompañen y te sirvan de guía hoy y siempre.

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La noche del «Atleta de Dios»

Me acompaña desde ayer un extraño pensamiento: ¿Qué haría si me fuese concedido compartir la pena -y, a la vez, gozar el privilegio- de los que velan las noches del Papa, en su habitación de enfermo en la última planta del hospital que quiso erigir el tempestuoso converso fra Agostino Gemelli?

Una pequeña silla en un ángulo en penumbra y sin otro empeño que el de estarme quieto, meditando en silencio, dejando a otros, obviamente, los asuntos que no me incumben. Sufrir la pena, digo, de una situación semejante.

No existe, no puede haber sospecha de retórica en confirmar que, para el católico, este hombre es lo que su propio nombre indica: Papa, es decir, algo más que «padre»: Un afectuoso y tierno «papá», «papaíto».

¿Cómo no sufrir, entonces, a la vista del cuerpo paterno doblegado por un mal que desde hace años, día tras día, avanza implacable, fijando la rigidez de los miembros y el rostro que hemos amado en el vigor de la madurez, cuando el mundo –sorprendido y fascinado— hablaba del «Atleta de Dios»?

La fuerza del anuncio evangélico se unía a la fuerza del anunciador, formando una unión que contribuyó, entre otras cosas, a agrietar y más tarde derrumbar la inmensa prisión de la que él mismo había conocido los barrotes; aquel régimen que proclamaba la inexistencia de Dios y que parecía de un
acero imperforable. A la tan conocida y burlona pregunta de Stalin sobre el número y el armamento de las «divisiones del Papa», este sucesor de Pedro le dio la más definitiva de las respuestas. El misterio de un Papa.

Pero, junto a la pena, sería consciente del privilegio: Una ocasión única de reflexión, casi un curso -dramáticamente condensado- de ejercicios espirituales. En aquel ángulo apartado, percibiría, casi palpable, el sentido del misterio. Ese misterio que cada Papa representa.

Como le recordé en la primera de las preguntas que él mismo quiso que le hiciera, frente a él -como, a través de los siglos, frente a cada uno de los hombres vestidos de blanco que se proclama y que se considera «Vicario de Cristo en la Tierra»-, es necesario elegir. O la persona que representa semejante pretensión es realmente el enigmático testimonio viviente del Creador, o quizás es el mayor responsable de una ilusión que dos mil años de persistencia han vuelto todavía más grotesca y alienante.

¿Quién es, realmente, el hombre de respiración dificultosa que está en la cama del hospital? Conozco muy bien las razones del rechazo, de la incredulidad, del agnosticismo: Esas razones (que no es lícito infravalorar porque parecen deseadas por Dios mismo, que ama revelarse en el claroscuro para salvar nuestra libertad de rechazarlo) fueron también las mías. Pero desde hace mucho tiempo, y no por mérito propio, una evidencia irrefutable ha reventado las costras de una duda que me parecía impenetrable. Por tanto, ya no vacilo: Ese octogenario que sufre entre las sábanas se encuentra en un diálogo tan misterioso como directo con Dios.

Ese hombre que respira fatigosamente cumple para sus fieles hoy con el deber que le fue confiado a Simón Pedro por el Mesías resucitado en las orillas del Lago Tiberíades: «Apacienta mis ovejas». Ese hombre es la garantía de una verdad que pretende echar en cara cosas paradójicas, absurdas, para quienes pretenden quedarse en el ámbito de la razón y la modernidad.

Auténticos escándalos, empezando por el de la Eucaristía, que mediante una serie de palabras antiguas asegura transformar el pan y el vino nada menos que en la carne y la sangre de un Crucificado en Jerusalén, hace ya veinte siglos.

Con poco que se piense, aparece el vértigo, el escalofrío, el sagrado estremecimiento que ya no advertimos, ocupándonos del Vaticano como institución de poder, juzgando las recaídas políticas de sus elecciones, viendo al Papa como a uno más entre los grandes de la Tierra. Quizá porque nos obligaría a tomar posición, a elegir, hemos apartado el enigma provocador que encarna cada Papa. Y que también Juan Pablo II representa.

Sufriendo su sufrimiento advertiría, al mismo tiempo, la seducción y la desazón («terrible es este Misterio», grita la misma Escritura) de lo que rodea ese lecho en un hospital romano. Lo que los ojos del cuerpo no ven, pero que, incluso en la bruma que nos rodea, vislumbran los ojos de la fe: La gloria de Cristo mismo que continúa su pasión en el sufrimiento de ese anciano enfermo, al que un día acogerá con su «ven, siervo bueno y fiel».

Desde la penumbra de mi silla, me preguntaría cómo unas espaldas de mortal pueden sostener tan consciente responsabilidad, qué fuerza sostiene a quien es llamado a este ministerio -inquietante, más que deseable- sin parangón sobre la Tierra.

Siempre, en cada religión, los «hombres de Dios» no son más que mediadores, anunciadores, maestros, testimonios del Eterno. Sólo en el cristianismo –es más, sólo en su versión católica- un hombre, el Papa, representa, de algún modo hace visible, al Hijo mismo de Dios que camina en la Historia.

Comprendería bien, en aquella habitación del Gemelli, por qué la Iglesia obliga a cada uno de sus sacerdotes y a cada uno de sus fieles a rezar cada día para que sepa llevar un peso humanamente intolerable. Ahora, quizá, ese peso es aliviado por Juan Pablo II: Decirlo puede parecer sorprendente, pero no lo es desde la perspectiva de la fe.

Karol Wojtyla, tan viejo y enfermo, ha sido llamado a ser testigo del sufrimiento que lo hace común a su Jefe, Cristo. El Papa sobre su cruz nos remite a Jesús mismo, porque —como ya hace— acepta con coraje, humildad y resignación beber ese cáliz amargo que, en Getsemaní, aterró a Jesús mismo.

El Pontífice que ha escrito más encíclicas y pronunciado más discursos es ahora casi incapaz de escribir y de hablar, pero pronuncia precisamente ahora su homilía más convincente: La que mana del dolor asumido cristianamente y, por tanto, transfigurado. Sobre todo esto, gratamente, reflexionaría si, en un caso impensable, velara junto a ese lecho romano.

Vittorio Messori
El autor es un intelectual italiano, converso a la fe católica. ROMA, Italia
Autor de las preguntas a Juan Pablo II para el libro que sería best-seller en todas las lenguas: Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza.

Extraído de Vozpapa del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com ( Febrero 2005 )

Receta para el triunfo

¿Qué habrá sentido Lance Armstrong al ganar por quinta vez consecutiva la Tour de Francia? ¿Qué habrá significado conquistar la carrera deportiva más extenuante que hay sobre la tierra, después de sobrevivir un cáncer en los testículos con metástasis en el cerebro y en los pulmones? No sé.

De hecho, su triunfo nos involucra, nos maravilla y nos inspira porque sabemos que en él hay algo que hace eco en nosotros, en esa parte profunda que dice que hay algo más allá, algo mejor, algo que podemos lograr.

Desde mi punto de vista, Armstrong nos da varias lecciones con su determinación para mostrar que hay vida después del cáncer.

La principal es que el dolor es inevitable y que darnos por vencidos es opcional. Después de su diagnóstico, con 50% de probabilidades de salir adelante, decide encarar su realidad y sobreponerse.

Benjamín Franklin escribió, «Aquello que duele, instruye». Quizá es por eso que superar los obstáculos nos proporciona las lecciones más valiosas de la vida.
La enfermedad, el dolor y la caída siempre nos enfrentan con nuestra fortaleza, el reto es estar dispuestos a obtener un aprendizaje que nos permita ser mejores. Yo creo que, por eso, Armstrong ha podido resurgir en cada ocasión, más fuerte, más decidido y más maduro.

Sin duda, el valor es lo que nos puede sacar adelante y nuestro éxito depende del coraje que empleemos en enfrentar la adversidad.

Otra cualidad que separa a un campeón del resto de la gente, es persistencia que no es otra cosa que la expresión de nuestra fuerza mental.

En esta ocasión, Armstrong, con 31 años, gana la carrera de 23 días y 3,427 kilómetros. Fueron tantos los imprevistos que tuvo que sortear que, en una entrevista, Lance declaró: «Si en la carrera hubiera aterrizado un avión, no me habría sorprendido».

A pesar de que chocó el segundo día y sufrió una lesión, de que perdió 5 kilos por deshidratación durante una onda de calor, de haber luchado en una de las subidas más arduas con un freno que tallaba constantemente la llanta trasera, de que sufrió una caída cuando se le atoró el manubrio de la bicicleta con la visera de un niño, a pesar de una enfermedad del estómago, de las fuertes lluvias y los potentes rivales, Armstrong ha brindado con champagne en la etapa final.

Como él, miles de hombres y mujeres exitosas, son persistentes.

Otra de las lecciones de Armstrong es que siempre hay una recompensa para el trabajo duro. La motivación es importante y las metas imprescindibles pero nada sucede si no le agregamos mucho esfuerzo. Los premios vienen a través del tiempo, de la dedicación, del sacrificio y aun del fracaso.

El triunfo requiere de una gran dosis de terquedad, sin embargo, a diario nos bombardean con mensajes totalmente opuestos: Hay muchas maneras fáciles y rápidas para obtener lo que deseamos. Todo es fácil y rápido. ¿Ha escuchado cómo, con unas pastillas, podemos bajar 10 kilos de peso, en dos semanas?

También podemos tener un cuerpo atlético, mientras vemos la tele, sentados con un cinturón que hace el ejercicio por nosotros. De igual forma, podemos aprender a hablar inglés, casi por hipnosis. Y estos mensajes siempre van acompañados de frases del tipo: «Porque te lo mereces», «¡Tú puedes tenerlo!», «¡Consíguelo ahora!»

No dudo que alguien lo pueda lograr, lo malo es que, al cabo de un rato de escuchar este tipo de mensajes, comenzamos a creerlo. Y muchas personas, especialmente jóvenes, pueden creer que la fórmula del éxito radica en presionar un botón mágico que evita todo esfuerzo y compromiso.

No hay trucos, atajos ni secretos para obtener el éxito, aunque no nos vendría mal observar que Armstrong comienza su arduo entrenamiento prácticamente al día siguiente de la celebración de la victoria. Con una preparación meticulosa, una disciplina férrea, durante horas, sin importar el clima, ni el estado de ánimo, a diario, trabaja para cumplir su sueño. Y claro, su esfuerzo lo hace pasar a la historia como uno de los más grandes atletas de nuestro tiempo.
No hay otra. El triunfo requiere, disciplina, coraje, entrega, pasión y mucho trabajo.

El triunfo implica una elección. Cada vez que decimos sí, tenemos que decirle no a muchas otras cosas. La verdadera receta para el triunfo surge cuando nos aventuramos a responder a la pregunta: ¿Estamos dispuestos a alcanzarlo?

Autor: Gaby Vargas
Envió: Ricardo Renan Raigoza Gutiérrez ( año 2.005 )
Extraído de Valores, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Volveré más fuerte que antes

Esta es una historia de brutales accidentes, de insobornable fe y, fundamentalmente, de entusiasmo por la vida y pasión por el deporte. Una historia que, para quien conlleva una profunda convicción religiosa, también es de milagros. Robert Kubica, su protagonista, tiene 26 años. Es el primero y hasta ahora único piloto polaco que llegó a la Fórmula 1, en la que compite desde 2006. Su compatriota, el papa Juan Pablo II, había fallecido el año anterior. Robert lo veneraba y la muerte del pontífice sólo engrandeció la adoración que siente por él. Por ello, suele participar de las carreras con una estampita adjunta a su casco. En el GP de Canadá de 2007, su BMW salió despedido contra las protecciones después de perder el control en el trazado de Montreal, impactó con una violencia descomunal contra las protecciones del circuito y quedó tumbado. Su piloto, inerte en el habitáculo, hizo callar las transmisiones deportivas. Semejante golpe a más de 250 km/h hizo temer lo peor, aunque nadie se arriesgaba a decirlo.

Apenas dos días después, con sólo un leve esguince en el tobillo izquierdo, Kubica saludaba sonriente desde la puerta del hospital. ¿Un milagro? El Vaticano, en plena recopilación de pruebas como parte del proceso de beatificación del extinto papa, no desestimó el desenlace de ese golpe de Kubica como una gracia celestial. Un año después, en el mismo circuito, el polaco ganaba su primer Gran Premio. La coincidencia, para muchos, conllevaba un halo divino.

El domingo pasado, cuando despuntaba el vicio en el rally Ronde di Andora, en Génova, de nuevo la tragedia sobrevoló en la vida de Kubica. Su Skoda se salió de la ruta en un tramo resbaladizo y rompió una baranda de hierro que atravesó longitudinalmente el coche. Las primeras noticias fueron alarmantes: era inminente la amputación de una mano y hasta se dijo que la vida del competidor corría peligro. Ni una cosa ni la otra. Rompiendo otra vez los parámetros de la lógica, Robert mostró una inusual recuperación.

El plazo de regreso se lo estimaron en un año. Kubica, respetuosamente, lo descartó. «Volveré antes de que termine esta temporada y estaré más fuerte que antes. Sólo tienen que operarme y luego veremos», le dijo el piloto de Lotus-Renault a La Gazzetta dello Sport, como si cargara con la obligación de estar siempre en un frente de batalla, listo y dispuesto. «En mi mente sólo está empezar la preparación. Quiero volver a las pistas. Ni siquiera sé cómo es un hueso, pero si me lo arreglan, me toca a mí hacerlo funcionar», agregó con su parsimonioso modo de decir.

Después, recibió del cardenal Stanislaw Dziwis, arzobispo de Cracovia, un relicario con un trozo de túnica y una gota de sangre del papa Juan Pablo II, el mismo que desde una foto protege su sueño en la mesa de luz del hospital de Pietra Ligure. Allí espera Kubica su regreso, para volver a acelerar y de paso, a refrendar sin temores que siempre es posible creer en nuevos milagros.

Por Daniel Meissner LA NACION

Jesús en sus ojos

Era un domingo más en Bella Vista de tardecita, momento de comulgar, misa de siete y media en Ntra. Sra. del Valle.

Por lo general cuando uno se acerca a recibir la comunión se siente conectado con Jesús, que sabe presente en la Eucaristía bajo la apariencia de pan. El milagro lo entiende la Fe y forma parte de la más linda costumbre de la familia cristiana.

Pero este domingo fue diferente. Mientras me acercaba en la fila presté atención por un momento a quien era ministro de la eucaristía que daba el Sacramento y, a partir de allí, no pude desviar más la mirada.

Era una chica muy jovencita, pero eso no llamaba tanto la atención como su forma de administrar el Sacramento. El proceso no duraba más de lo normal. Pero todo era diferente. Tomaba con su delicada mano la hostia consagrada, la levantaba, fijando su mirada en ella con un brillo tan especial que, para describirlo, no podría encontrar una comparación válida. Podría decir fascinación pero no era simplemente eso. Era admiración y ternura a la vez; respeto pero también familiaridad. Luego la daba a cada uno de los que se iban presentando con tierno cuidado, con la clara señal de alegría por el tesoro que compartía.

Una vez que se retiraba uno y venía el siguiente, el ciclo comenzaba de nuevo; sin omitir nada, sin hacer nunca de este momento tan especial, un trámite. Su rostro, iluminado, no reía, pero transmitía esa sonrisa del corazón de quien mira a su amado sabiéndose correspondida.

Con el tiempo no me extrañó saber que ella se preparaba para consagrar su vida al Señor. Ese día especial pude ver con claridad a Jesús en sus ojos.

Cuántas cosas se comprendían en un instante tan breve. Libros enteros de catequesis no podrían haber sido más convincentes. No había dudas de que sus ojos miraban a Jesús, y que admiraban tanto su poder para estar presente allí como su entrega de amor hacia quien quisiera recibirlo.

Estar ese día allí fue una bendición inesperada.

Texto y colaboración de Santiago Videla

Gracias Dios mío

Porque en este año me diste la oportunidad de tener las puertas de mi alma abiertas para que entrara el amor…

Porque las ventanas de mi mente estuvieron abiertas para recibir a la sabiduría…

Porque las paredes de mi corazón las envolviste con esa alegría que se necesita para poder vivir…

VIVIR…EXISTIR…SENTIR…el amor en cada resquicio de mi SER…

Por eso elevo mi pensamiento hacia ti Señor y te digo: «Gracias Dios Mío».

Por la oportunidad que me diste de varias veces renacer… Ojalá un día, Señor, podré, de corazón, retribuir y merecer la confianza que me tienes.

Gracias Dios Mío por la bendición de poder existir.

Y en este nuevo año con tus bendiciones humildemente pido …

Que mis verdaderas amistades continúen eternas

y siempre tengan un lugar especial en mi corazón.

Que mis lágrimas sean pocas y compartidas.

Que mis alegrías estén siempre presentes y sean festejadas por todos.

Que el cariño este presente con un simple hola! o en cualquier frase.

Que los corazones estén siempre abiertos

para nuevas amistades, nuevos amores, nuevas conquistas.

Que las cosas pequeñas como la envidia o el desamor,

sean extinguidas de nuestras vidas.

Que aquel que necesite ayuda encuentre en mi

la reconfortante palabra amiga.

Que la verdad este siempre por encima de todo.

Que el perdón y la comprensión

superen las amarguras y desavenencias.

Que este, nuestro pequeño mundo virtual sea cada vez más humano.

Que todo lo que soñamos se transforme en realidad.

Que el amor por el prójimo sea una de nuestras metas.

Que la larga jornada de los próximos 365 días

este saturada de buenas obras.

Gracias por otorgarme el maravilloso privilegio de contar con tu amor, tu cariño y tu amistad, ojalá y la vida continúe regalándome estos momentos que a tu lado son tan bellos.

Un abrazo, un besito y un recordatorio de que siempre cuentas conmigo.

Besos y Abrazos

Ana María

 
Colaboración de Ana María Zacagnino
Enero 2.002

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Llega la Navidad, recibamos a Jesús

Gracias a Dios, llegó un poco de calma a nuestros corazones después de tantas emociones traumáticas. Aprovechemos esta tranquilidad para acercar nuestro espíritu a Jesús, para estar mejor preparados para darle nuevamente la bienvenida a nuestras almas. Que el señor nos ayude a purificar nuestros pensamientos y nuestras acciones. Que nos permita ver las situaciones a través de los anteojos del amor, el respeto, la tolerancia, el perdón, la humildad y el afecto.

Si tuviéramos que recomponer una relación con alguien, este es un buen momento para hacerlo. Si podemos acercarnos a alguien que necesite afecto, no dudemos en brindarlo. Si queremos sentirnos cerca de nuestros amigos, un mail o un llamado nos darán esa oportunidad.

Que lindo sería si todos pudiésemos abrir nuestros corazones y dejásemos que se bañen de amor a nuestros prójimos. Ojalá que podamos ser capaces de expresar ese amor. Que podamos pedir perdón o aceptar un pedido de disculpas. La decisión es nuestra. Podemos recibirlo a Jesús sintiendo su presencia en nuestros espíritus. Podemos darle gracias por acompañarnos y guiarnos. Podemos encomendarle que acompañe a nuestros seres queridos que ya han partido, y podemos decirle que nos gustaría recibir su paz, para que como él, podamos iluminar las vidas de quienes nos rodean.

Agradezco muchísimo los mensajes que me enviaron en estos días con sus mejores deseos para estas fiestas. Hoy quiero compartir esos buenos deseos con todos Uds. Les deseo a todos una Feliz Navidad.

Con mucho amor, Javier

24 de Diciembre 2001

Jesús ha nacido

Ya está. Ya se ha producido una vez más, al igual que viene ocurriendo desde hace dos mil años. Jesús ha vuelto a nacer.

Sus enseñanzas y la esperanza en sus promesas se han renovado en millones de seres humanos en todo el mundo. La fe en Dios se ha realimentado.

Para los que lo buscamos, el encuentro con Él siempre es un momento trascendente en nuestras vidas. Nos acerca a una realidad amorosa y de paz interior más allá de nuestra comprensión; coloca a nuestro espíritu en una dimensión distinta, donde podemos vislumbrar el cielo.

Para los que hoy sólo se plantean algunas inquietudes respecto a Él, también esa semilla de interés puede abrirlos en el futuro a vivencias que por ahora no imaginan. La clave para el acercamiento está en el corazón, no en la razón.

La razón nos puede acercar a Jesús hasta llegar al límite de los misterios. Ella por sí sola no va a encontrar todas las respuestas a nuestras preguntas.

Los creyentes maduramos nuestra fe a partir de los cuestionamientos, pero siempre es nuestro corazón abierto a lo invisible el que nos guía e ilumina nuestra alma.

El corazón es el que entiende del amor puro y fraterno; es el que posibilita y disfruta los beneficios del dar y recibir, del perdonar y ser perdonado.

Jesús siempre habló a los corazones, y si su influencia en los hombres ha perdurado por aproximadamente diez mil generaciones, es porque su mensaje llega a lo profundo de nuestro ser.

Alguno puede plantear que no cree en Jesús porque no cree en sus milagros y su resurrección. Yo me pregunto, ¿ podemos afirmar que Jesús realmente ha muerto, si su mensaje de amor sigue hoy vigente y renace cada Navidad ? ¿No es milagroso que millones de personas lo vivan así, en medio de un mundo tan racional y distraído en asuntos terrenales ?

Ojalá que el interés en su vida y su influencia en la vida de la gente o el replanteo de sentimientos propios se hayan reiniciado en muchísimas personas en ésta Navidad, y que el amor a nuestros prójimos haya vuelto a ser colocado entre las prioridades de muchos.

Jesús, dos mil años después sigue vivo sembrando y cosechando en los corazones.

Con mucho amor, Javier

25 de Diciembre 2001

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Austera Navidad

Se acerca la Navidad, por eso mi reflexión de hoy tiene que ver con la propuesta que Pablo Deluca nos hizo hace unos días, invitándonos a dejar nacer a Jesús dentro nuestro.

Nos hemos encargado bastante exitosamente de desvirtuar y despojar a ciertas fechas de su verdadera esencia y significado. Por ejemplo, eso sucede con la Semana Santa y con las fiestas patrias, debido a la idea de aprovechar los feriados largos. Si no estamos atentos, con la Navidad puede suceder lo mismo.

Recordemos que Papá Noel y sus regalos son sólo una cara de la celebración, y no precisamente la más trascendente. Éste personaje tan simpático y querido constituye una tradición nacida mucho tiempo después del motivo original del festejo navideño.

Muchas veces somos influidos por el marketing de regalos navideños, y olvidamos lo importante. En Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, nuestro hermano y nuestro guía. Si nace en nosotros, será fuente de inspiración para acercarnos a Dios y a su reino de paz y amor.

Cuando nos centramos en los presentes, es probable que algunos de nosotros nos hayamos acostumbrado a dar y / o recibir regalos importantes y caros en Navidad.

Si ese fuera el caso y nos dejásemos llevar, las limitaciones que las dificultades económicas actuales nos imponen a la gran mayoría de los argentinos, nos agregarán una presión adicional o una frustración en el momento de elegir o de recibir los presentes navideños de este año.

Si recordamos las circunstancias de la Navidad podemos sacarnos presión y aliviar nuestro ánimo decaído. Pablo nos recordó hace unos días, que Jesús nació en un lugar muy humilde y que vivió austeramente. Durante su vida pública predicó el desprendimiento de lo material y la importancia de la vida espiritual.

Por eso, si reflexionamos, podemos no echar de menos los lujosos y ostentosos regalos de otrora, que este año difícilmente podamos comprar.

Si lo hacemos, en esta Navidad que seguramente se presentará muy austera en muchísimos hogares, podremos reconfortarnos al sacarnos o sacar a otras personas de encima la presión de que nuestros hijos y seres queridos reciban menos y más humildes regalos.

Los invito a que en estos días recordemos que estamos por celebrar el cumpleaños de Jesús, y que nuestro mejor regalo navideño es que nosotros y quienes nos rodean nos acordemos de Él por sobre todo lo demás; y que podamos abrir nuestro corazón para dar amor a nuestros prójimos que nos necesitan, están sufriendo o que están solos.

Papá Noel no se ofenderá y sabrá entender si colocamos a Jesús en el sitio de honor en esta Navidad que ya está próxima.

Javier Serrano

Diciembre 2.001

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Preparemos nuestro corazón para la Navidad

Este escrito adjunto, surgió de mi corazón a las 8:00 hs de la mañana de hoy. (30/11/01) Me preparé un cafecito, me senté frente a la notebook y dejé que mis dedos empezaran a escribir.

Aquí va…espero que les sirva para uds. y/o a sus familiares y amigos.

Pueden adaptarlo, corregirlo, mejorarlo, completarlo, …en fin lo que les parezca, lo importante es que nos haga reflexionar y que llegue donde tenga que llegar para que esta Navidad estemos bien preparados.

Los saluda cordialmente.

Pablo Deluca

 

 

Preparemos nuestro corazón para recibir a Jesús en esta Navidad.

Siempre escuché: “…pidamos que Jesús nazca en nuestros corazones”, pero meditando un poco, eso será posible si primero renovamos nuestro corazón. Jesús nació en un portal de Belén y sobre un pesebre.

Nuestro corazón podrá recibir con plenitud a Jesús cuando sea :

  • Primeramente un corazón simple, sencillo.
  • Un corazón que se deje moldear por Su Madre María para prepararlo con la forma de Su Hijo.
  • Un corazón con paz para recibir al Rey de la Paz.
  • Un corazón atento a las cosas de Dios, para poder estar preparado para recibir tan importante visita.
  • Un corazón humilde.
  • Un corazón sin tinieblas ya que será testigo de la Luz.
  • Un corazón que ame de verdad y ame la verdad.
  • Un corazón justo.
  • Un corazón puro.
  • etc.,etc., etc.

Si sentís que tu corazón es complicado, no es dócil, no tiene mucha paz; que está más en las cosas del mundo que en las de Dios, que está lleno de soberbia, que está lleno de tinieblas como la injusticia y la impureza, corre a reconciliarte con Dios de corazón, contale al cura en confesión todas estas características de tu corazón ya que él tiene el quita manchas más efectivo que exista en esta tierra, que es el misericordioso perdón de Dios, que limpia al que se deja limpiar, que purifica y borra tinieblas en el acto mismo del arrepentimiento, que derrota toda soberbia, toda injusticia y toda impureza. El perdón de Dios libera nuestras cargas y como consecuencia trae la paz a nuestro corazón. Así estaremos preparados para recibir, cada día a Jesús en la Eucaristía y especialmente en este tiempo de adviento que empezamos a vivir, para que al llegar el cumpleaños de Jesús, en esta nueva Navidad, tengamos preparado nuestro corazón como un pequeño y humilde pesebre, pero lleno del calor del Amor de Dios recibido al momento de dos sacramentos importantísimos como lo son la Reconciliación y la Comunión.

Que Dios nos de la gracia de pasar este adviento en oración y logrando cada día la conversión de nuestros corazones, para llegar a ser testigos de la Luz y así salir en misión a iluminar con nuestro ejemplo a los demás.

Con mucho cariño para todos ustedes.

Pablo Deluca

Viernes 30 de noviembre de 2001

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Año nuevo con esperanza

Éste texto lo escribí para fin del año 2001, después de las terribles jornadas de fines de diciembre, en donde hubo cacerolazos, saqueos, violencia, muerte, y renuncias presidenciales. Apuntaba a mirar con esperanza el futuro poniéndonos en manos de Dios para recuperar la paz interior.

Javier Serrano Agüero

24 de Abril 2010

«Éste será mi último mail del año, ya que en unas horas me ausentaré de Buenos Aires hasta la noche del martes. Les deseo lo mejor para todos en este año capicúa que está próximo a iniciarse. Necesitamos más que suerte para mejorar la situación. Pongámonos en las manos de Dios y colaboremos con él.

Se está acabando un año muy difícil. Como siempre sucede en los fines de año, uno reflexiona sobre lo que aconteció en el año y lo que vivió en carne propia.

En los últimos meses, desde la trágica mañana del 11 de Septiembre, hemos contemplado una andanada de hechos internacionales que conmueven negativamente al mundo y que postergan las ilusiones de vivir en paz y armonía. EEUU, Afganistán, Israel, Palestina, Pakistán y la India, entre otros, nos demuestran día a día que los esfuerzos que se deben hacer para lograr un mundo mejor para todos son muy grandes.

Mientras que no se considere a la paz, el respeto por la vida y la tolerancia como valores fundamentales de convivencia, difícilmente progresaremos. Para que se produzca un cambio político fundamental, los países debieran considerar a sus vecinos o a sus rivales como sus prójimos y actuar hacia ellos con amor y sentido de colaboración. Puede parecer una utopía, pero en realidad esa debiera ser la consecuencia, si la mayoría de las personas del planeta tuvieran una visión amorosa, de unidad y de hermandad.

Como si la situación internacional no fuera suficiente motivo para preocuparnos, la debacle doméstica terminó por rebasar nuestras minadas defensas y nos colmó de pesimismo e incertidumbre. Son pocos los argentinos que terminarán contentos este año; quizás sólo los hinchas de Racing y Rodríguez Saa.

¿Podemos albergar la esperanza de vivir un año 2002 mejor ?

Tanto el estado de crisis internacional como el local, requerirán de mucho tiempo y trabajo para ser revertidos. Creo que deberemos armarnos de mucha paciencia para soportar lo que nos tocará vivir en nuestra querida patria. Pero que quede claro que paciencia no quiere decir sumisión ni inmovilismo.

El cacerolazo histórico de la semana pasada y el que se llevó a cabo esta noche, ambos en forma apartidaria y pacífica nos muestran un camino esperanzador.

Estas experiencias sumadas al voto castigo de Octubre muestran que los argentinos nos decidimos a ser partícipes de nuestro propio destino. La falta de respuestas y las presiones que todos vivimos a diario han empujado a muchos compatriotas a comprometerse, por el propio bien y por el bien común. Queremos vivir en un país mejor para nosotros y para nuestros hijos.

El camino para lograrlo no será fácil. Lamentablemente aún dependemos de políticos, gremialistas y jueces desprestigiados, por sus propias falencias y ambiciones. Sólo con participación podremos influir en alguna medida, para que se vean obligados a desempeñarse mejor y para lograr el bien de la sociedad en su conjunto.

Para soportar la coyuntura, actuar para mejorar nuestra situación y alimentar nuestra esperanza, podemos apelar a la oración, al amor y a nuestras reservas espirituales. Acudamos a ellas para mantenernos cerca de Dios y rescatar nuestra paz interior, puesta tan a prueba durante este duro año que se está acabando. El Espíritu Santo y la providencia divina harán el resto».

Con mucho amor, Javier ( 2001 )

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