La fe y su acción – 1era. parte

La fe no puede ser comprendida sino en la fe. Pero necesitamos ayudar a nuestra inteligencia. Tratando de explicar ese algo “nuevo” que es la fe, nos valdremos de imágenes sacadas de nuestra experiencia. Más que comparar la fe con el saber natural, elijamos más bien otro género de “saber”, cuya índole pueda tener cierta afinidad con la fe: el que me permite conocerme a mí mismo.

En tal caso, el objeto del saber no es una cosa acabada ante la cual yo estoy en actitud de observador, puesto que el “objeto” y el “sujeto” son idénticos; lo que yo conozco a través de mi conciencia es mi propia alma en acción de vivir. Luego, si no lo vivo por experiencia no lo puedo conocer, puesto que entonces no existe. Desde tal perspectiva el mundo exterior, las cosas, los hombres y los acontecimientos, adquieren un carácter particular.

Ese mundo de las cosas y de los acontecimientos mueve mi existencia y concurre a su desenvolvimiento; a su vez, mi existencia le confiere un significado y un centro de gravedad. Si yo no viviera en él, si no le diese un sentido, ese mundo no sería una cosa existente.

Entonces, si quiero asir la verdad que hay en todo ello –hablo de verdad real y viviente- debo “hacerla”. Necesito entrar en mí mismo, hacerme cargo de mi persona, vivir, marchar hacia adelante. Cuanto más resueltamente lo haga, más intensamente viviré y con mayor claridad se perfilará lo que trato de conocer, que soy yo mismo, en el mundo que me rodea. Sólo entonces todo se vuelve auténtico. El objeto de este conocimiento no se elabora sino en la medida en que vivo.

Esto nos da una imagen más precisa de lo que es la comprensión de la fe por sí misma. Yo creo en Dios vivo, uno y trino en su obra sagrada de creación, de redención y de consumación. Pero para que sea total esta obra en la cual creo, es necesario que yo participe en ella con mi vida cristiana. El cristiano mismo forma parte del Credo. Los artículos del Credo no son meras comprobaciones exhibidas como lemas en la pared; son los términos en que la persona manifiesta esta su “profesión de fe”, su voluntad de vivir de acuerdo con ellos. Por otra parte, nuestra persona está explícitamente nombrada en el símbolo, que comienza por estas palabras : “Yo creo”.

El cristiano está presente en el Credo como el hombre llamado a la fe y que con la fe responde. Y responde como un ser que sabe que está en causa, como alguien que está vivo en esa verdad cristiana que afirma al confesar su fe. Y no tomando en abstracto al cristiano, sino como una persona determinada. Él mismo forma parte integrante de aquello en lo cual cree. En resumidas cuentas, el “objeto” de la fe cristiana concreta no es lo que es, sino por su referencia al cristiano que cree en ella.

Creer, no es concebir algo fijo y acabado, que se muestra ante nosotros, sino llevar a cabo la experiencia personal de una existencia viviente. Al creer, el hombre, que gracias a dios ha nacido a una nueva existencia, adquiere conciencia de sí mismo, y conciencia de Dios como de aquel que dispensa, guarda y guía su existencia hacia la perfección.

No se puede creer en una existencia tal sino porque existe, y existe actualizándose. Y cuanto más fuertemente se actualiza, más su presencia se hace sentir y se impone a la fe. Partiendo de otro punto de vista, llegamos al carácter inicial de la fe, tal como se expresa en ese “círculo” en que el pensamiento se encuentra a sí mismo.

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

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Publicado por

Javier Serrano

Arquitecto, Productor de Seguros y Agente Inmobiliario apasionado por los deportes y Cronista, Camarógrafo y Fotógrafo Amateur

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