Seguramente todos habrán experimentado alguna vez la alegría que se siente al dar algo a los demás, y yo me pregunto por qué si el dar produce tanta alegría uno no se acostumbra a hacerlo más seguido.
Supongo que la respuesta está en que uno tiende a ser naturalmente egoísta o más bien entra a comerciar aquellas cosas que da.
Muchas veces creemos estar amando cuando en realidad solo estamos comerciando afecto. El comerciar afecto es una de las principales causas de desilusión que tenemos, porque damos muchas veces (no siempre) esperando recibir algo a cambio.
Tal vez esto sea algo a lo que nos mal acostumbramos desde la niñez cuando se condicionaba nuestra felicidad al portarnos bien: “Si te portas bien te compro lo que querés”, “Si te portas bien te llevo al zoológico”, “Si te sacas buenas notas te compro la bicicleta” ..... y pareciera que aún de grandes seguimos haciendo lo mismo, nos “portamos bien” y como chicos nos llenamos de expectativas y vivimos esperando una respuesta.
Sin darnos cuenta ponemos nuestra felicidad en manos de un tercero y esto no tiene por qué ser así. Nuestras expectativas no deben estar puestas en lo que los demás puedan hacer por nosotros sino en lo que nosotros podemos hacer por los demás.
Centrar las expectativas en los demás supone ansiedad, espera, dependencia. Centrar las expectativas en uno mismo supone acción, desafío y un propósito de crecer, y si este crecimiento está centrado en el amor nunca nos desilusionaremos porque siempre vamos a encontrar alguien con quien ejercitarlo.
Si basamos nuestra felicidad en la concreción de nuestras ilusiones vamos muertos porque estos difícilmente se cumplen en la medida de lo soñado. La felicidad hay que buscarla en las cosas simples.
El verdadero amor y la verdadera felicidad está en dar, en darse, desinteresadamente a los demás. Como los padres de un recién nacido que hacen una y mil cosas simplemente para que su bebe sonría y tenga paz en su corazón, así también nosotros podríamos encontrar la felicidad haciendo una y mil cosas simplemente para que quien está a nuestro lado pueda sonreír y encontrar paz.
¿Cómo podremos vivir felices si quienes nos rodean no lo están? ¿Qué mayor felicidad que sabernos partícipes de la felicidad de los demás?
Jesús mismo dice: “La felicidad está más en dar que en recibir” Hechos 20, 35.
No nos centremos tanto en aquello que nos falta, más bien valoremos todo lo que tenemos y nos ha sido dado. No nos creamos unos pobrecitos porque somos más ricos de lo que podemos percibir, ya que Dios depositó en cada uno de nosotros Su amor para que lo hagamos llegar a quienes lo necesitan.
P.D: Ojo, no digo que esto sea fácil ni que yo sea un fiel practicante de esto, pero creo que en la vida nunca hay que perder de vista los ideales y hay que luchar siempre por alcanzarlos.
Colaboración de Matías Deluca ( 2001 )
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