Mensaje Pascual de Juan Pablo II

CIUDAD DEL VATICANO, 31 marzo 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II lanzó en esta Pascua un grito de esperanza en Cristo, desde la plaza de San Pedro, dirigido a todo el mundo y, en especial a Tierra Santa, donde «¡parece como si se hubiese declarado la guerra a la paz!».
«La guerra no resuelve nada», afirmó el Papa antes de impartir su bendición «Urbi et Orbi» (a la ciudad de Roma y al mundo), «¡nadie puede quedar callado e inerte; ningún responsable político o religioso!».
La columnata de Bernini no lograba abrazar en la mañana de este domingo a los más de cien mil peregrinos que vinieron a rezar y a alentar al Santo Padre en la misa de Resurrección. Sus palabras fueron transmitidas en directo por 63 canales de televisión de unos cincuenta países.
El pontífice se encontraba en mejores condiciones de salud que en los días precedentes y, contradiciendo la expectativas, celebró personalmente la eucaristía de la mañana del domingo de Pascua, después de haber presidido la vigilia pascual de la medianoche que había durado tres horas. La plaza se había convertido en un auténtico jardín, adornado por decenas de miles de flores, regaladas por floricultores holandeses.
En su mensaje de Pascua, que leyó en italiano con voz clara y firme, presentó la paz que anunció Cristo con su resurrección. «La paz "a la manera del mundo" --lo demuestra la experiencia de todos los tiempos-- es con frecuencia un precario equilibrio de fuerzas, que antes o después vuelven a hostigarse», constató.
«Sólo la paz, don de Cristo resucitado, es profunda y completa, y puede reconciliar al hombre con Dios, consigo mismo y con la creación», añadió el obispo de Roma. Por eso, invitó a «todos lo creyentes del mundo» a unir «sus esfuerzos para construir una humanidad más justa y fraterna» y a que «sus convicciones religiosas nunca sean causa de división y de odio, sino sólo y siempre fuente de fraternidad, de concordia, de amor».
El Santo Padre pidió a los cristianos dar «testimonio de que Jesús ha resucitado verdaderamente» trabajando «para que su paz frene la dramática espiral de violencia y muerte, que ensangrienta la Tierra Santa, sumida de nuevo, en estos últimos días, en el horror y la desesperación».
«¡Parece como si se hubiese declarado la guerra a la paz! --afirmó-- Pero la guerra no resuelve nada, acarrea solamente mayor sufrimiento y muerte, ni sirven retorsiones o represalias». «¡Nadie puede quedar callado e inerte; ningún responsable político o religioso!», denunció.
«Que a las denuncias sigan hechos concretos de solidaridad que ayuden a todos a encontrar el mutuo respeto y el tratado leal». Karol Wojtyla mencionó también las situaciones de otros países en los que «resuena el grito que implora auxilio, porque se sufre y muere». Ese clamor, recordó, se hace particularmente intenso en «Afganistán, probado duramente en los últimos meses y dañado ahora por un terremoto desastroso». No olvidó tampoco la situación de otros países del planeta, «donde desequilibrios sociales y ambiciones contrapuestas golpean a innumerables hermanas y hermanos nuestros».
El pontífice concluyó el mensaje como había comenzado su pontificado hace más de 23 años, el sexto más largo de la historia: «¡abrid el corazón a Cristo crucificado y resucitado, que viene ofreciendo la paz! Donde entra Cristo resucitado, con Él entra la verdadera paz». Tras su mensaje, pronunció su felicitación pascual en 62 idiomas, en particular en hebreo y árabe.
«Os deseo a todos una buena y feliz fiesta de Pascua, con la paz y la alegría, la esperanza y el amor de Jesucristo resucitado», dijo el Papa en castellano. Sus palabras, fueron acogidas por los típicos gritos de «Juan Pablo II, te quiere todo el mundo», pronunciados por los numerosos españoles y latinoamericanos presentes.
Extraído del Portal Católico www.ZENIT.org  ( año 2.002 )

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Rezar por la Paz

El Papa pide rezar sin cansancio por la paz

Recuerda la jornada de ayuno y el encuentro de líderes religiosos en Asís

CIUDAD DEL VATICANO, 25 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Rezar sin cansancio por el don de la paz. Esta fue la invitación que lanzó Juan Pablo II a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro del Vaticano este domingo para que las regiones del mundo flageladas por la guerra puedan volver a encontrar la tranquilidad.

El pontífice recordó la jornada de ayuno prevista para el 14 de diciembre, fecha que coincide con el último día del Ramadán, y el encuentro de oración de líderes de las religiones por la paz, que tendrá lugar en Asís, el 24 de enero.

Subrayando que en este domingo la Iglesia celebraba la fiesta de Cristo Rey del universo y de la paz, el pontífice invitó a todos los mil millones católicos a «reinar» con Cristo, acogiéndole «libremente» y siguiéndole «fielmente» para «construir un mundo en el que reine la paz».

«Tenemos que rezar sin cansarnos para obtener este gran don, que es la paz; don que tanto necesita la humanidad», dijo el Papa al final de la misa en la que proclamó cuatro nuevos santos.

«Le invocaremos confiados también con las dos iniciativas que el domingo pasado anuncié –añadió–: el día de ayuno en diciembre y el encuentro de oración en enero, en Asís, con los representantes de las religiones del mundo».

El Papa Wojtyla concluyó su exhortación como suele hacer, invocando a la Virgen: «Que María, Reina de la paz, interceda por nosotros ante su Hijo divino, Rey inmortal y Señor de la paz».

Musulmanes y judíos responden «sí» a la convocatoria del Papa en Asís

Declaraciones de responsables de las dos comunidades en Italia

ROMA, 20 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Comunidades de musulmanes y judíos han acogido con entusiasmo la invitación de Juan Pablo II a participar en un encuentro de oración de representantes religiosos por la paz, que se celebrará en Asís el 24 de enero.

El representante en Italia de la Liga Musulmana Mundial, Mario Scialoja, ha definido en declaraciones publicadas este martes por el diario «Il Corriere della Sera» el anuncio pontificio como «magnífico».

«Siempre hemos apreciado la apertura del Papa hacia el Islam, quiero decir hacia el Islam auténtico y no a sus deformaciones. Todo aquello que sirva para evitar la confusión entre política y religión es bienvenido», aclara Scialoja.

El líder musulmán aprecia sobre todo la invitación de ayunar al concluir el Ramadán, el 14 de diciembre: «Estamos muy contentos de que ese día estén junto a nosotros también los cristianos. Es un gesto que permitirá a muchos que no conocen bien nuestra religión comprender el carácter de purificación y penitencia que acompaña este mes sagrado».

La primera adhesión oficial pública a la propuesta papal ha sido la de la Mezquita de Roma, una de las más grandes de Europa, construida hace pocos años.

Por su parte, Amos Luzzatto, presidente de la Unión de las Comunidades Judías de Italia, define también en «Il Corriere della Sera» como «sincero» y «ferviente» el llamamiento del obispo de Roma.

«Es una invitación ante la que no es posible responder negativamente», explica.

«Estoy de acuerdo con este tipo de gestos simbólicos cuando es necesario, como ahora ante la guerra en curso –concluye Luzzatto–. Pero para eliminar en su raíz todo espíritu de contraposición considero fundamental llevar adelante una amplia obra educativa. Pues no se pueden poner en discusión ciertos prejuicios del mundo occidental en pocas horas».

Extraído del Portal Católico ZENIT.org ( 2001 )

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Testimonio de la viuda de un bombero

La viuda de un bombero de Nueva York perdona a sus asesinos

Jean Palombo se queda con diez hijos, el mayor tiene quince años

NUEVA YORK, 9 noviembre 2001 (ZENIT.org).- «Perdónales, porque no saben lo que han hecho». Estas son las palabras que pronuncia Jean, de 41 años, la esposa de Frank Palombo, de 46 años, uno de los heroicos bomberos de Nueva York que falleció en el atentado a las Torres Gemelas.

Jean, que se casó con Frank en 1982, se queda ahora sola con diez hijos. El mayor tiene quince años, la menor, Margaret, uno. Frank pertenecía a la parroquia de San Columbano, en Nueva York, y formaba parte del Movimiento Neocatecumenal.

«La mañana del 11 de septiembre me desperté totalmente alterada pues creía que estaba encinta –revela Jean en una entrevista concedida al semanario italiano «Tempi»–. Le dije a Frank: «No puedo otra vez, tan pronto, me volveré loca». Frank me respondió: «No te preocupes por eso…, por cierto, ¿cómo le vamos a llamar?». Me eché a reír. Siempre sabía cómo hacerme reír…».

Después de dejar a los niños en el colegio, Jean oyó un estruendo y pronto escuchó rumores sobre el primer avión estrellado contra una de las Torres.

«Pronto aprendí en mi matrimonio que la mujer de un bombero no tiene que ver nunca el telediario cuando su marido está trabajando durante una desgracia, y es lo que hice –sigue contando Jean–. En la noche comprendí que algo no había salido bien, pues no había llamado y nadie sabía dónde estaba su equipo».

«A medianoche supimos que estaban dispersos –añade–. Algunos días después, supe que no estaba encinta. El 2 de octubre volví al «Ground Zero» (la zona de las Torres Gemelas) con mis catequistas, y entonces fui capaz de volver a casa y de decir a mis hijos que su padre había muerto».

La vida de Jean y Frank no siempre fue un idilio, confiesa la esposa. «Hace diecisiete años había dejado la Iglesia, no quería hijos, mi matrimonio se estaba rompiendo poco a poco en pedazos. Frank me invitó un día a escuchar algunas catequesis. Le dije: «Es lo último que haré en la Iglesia católica»».

«Aquella noche pude ver el cristianismo en una pareja itinerante que esperaba a su cuarto hijo –confiesa–. Lo habían dejado todo: casa, carrera, su país, para anunciar el Evangelio. Pensé: «Dios me ama tanto que ha suscitado en alguien este deseo para que yo pudiera escuchar la Buena Nueva»».

«Al ver ese amor, comprendí inmediatamente que no tenía ese amor ni siquiera por mi marido –añade–. Inmediatamente después, en una catequesis, escuché decir a Giuseppe (el catequista):

«Crees quizá que Dios es un monstruo para no dejarle hacer su voluntad en tu vida…». Me abrió la vida y hoy, con diez hijos, puedo decir que Dios conocía los deseos de mi corazón».

Ante la pregunta por lo que ahora experimenta Jean, tras la pérdida de Frank, responde: «El Señor me lo dio, el Señor me lo quitó. Bendito sea el Señor. Creo que Dios trabaja por el bien de quienes le aman. Este acontecimiento ha sido un gran mal. De todos modos, el amor de Dios ha sobrepasado este mal.

Al pensar en los terroristas, sólo puedo decir: «Padre, perdónales, porque no saben lo que han hecho»».

«Echo de menos de manera terrible a Frank y lloro mucho –confiesa Jean–, pero sé que seguirá ayudándonos desde el Cielo. Estoy pidiendo una intimidad más profunda con Cristo, pues estoy segura de que traerá frutos tan bellos como los que han surgido de mi intimidad con Frank».

«Frank –concluye– ha transmitido la fe a los niños y con frecuencia me consuelan con una palabra. Los niños son felices por el papá que tienen, pero echan de menos el no poder jugar con él, el no poder rezar con él, el no poder aprender con él, o no poder estar con él. Yo tengo miedo, pero me agarro al Señor. Ahora continuaremos, en la Iglesia, haciendo la voluntad de Dios».
ZS01110905

Extraído del Portal Católico www.ZENIT.org

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