Hoy es el día Domingo 20 de Abril del año 2.014. Estamos en el final de la Semana Santa y me tuve que levantar muy temprano porque no podía dormir más. Muchas ideas daban vueltas en mi cabeza y a las siete de la mañana, cuando recién está empezando a amanecer en Buenos Aires, decidí que lo mejor que podía hacer era levantarme y ponerme a escribir lo que estaba pensando.
Hace poco más de un mes estoy viviendo días especiales, y cada jornada que pasaba me sentía un poco más feliz. Pero gracias a Dios, puedo decir que durante esta Semana Santa, más precisamente en el amanecer de hoy Domingo, día de la Resurrección de Jesús, alcancé a tomar conciencia que estaba circulando por el camino de mi felicidad.
Ya venía haciendo el trayecto por esa ruta al menos durante los últimos dieciocho años, pero aún no me había dado cuenta que un día le iba a poner un nombre tan significativo y atractivo para mí. Si no cambié de senda en tanto tiempo y estoy tan contento como ahora de transitarla, imagino que no desearé en otro momento tomar otro camino. Dudo que me quiera desviar del que me hace tan feliz.
Ustedes me conocen desde hace un tiempo, y espero que se alegren conmigo de mi felicidad. Antes de que tomen una posición sobre lo que voy a decir, los invito a que piensen que mi camino puede coincidir de alguna manera con el suyo, y que puede ser genérico. Si piensan que aún no sienten que transitan por el camino de su propia felicidad, los invito a leer con mayor atención mi testimonio personal.
Hace tres días fue el aniversario del fallecimiento de mi madre. Se cumplieron 18 años de su prematura muerte, antes de cumplir sus 60 años. Participamos de una muy linda Misa de Jueves Santo con mi hermana Gabriela, y luego compartimos un grato momento juntos en su casa. Me hace muy bien pensar que mamá desde el Cielo pueda disfrutar de ver que sus dos hijos amados se quieren y respetan, y que juntos física y espiritualmente, la recordaron con cariño y con tristeza, pero sin dolor.
No siempre fuimos unidos, crecimos bastante distanciados, y atravesamos momentos difíciles en nuestra relación, pero el amor fue más fuerte. Sin expresarlo, cada uno tuvo un compromiso interior de amor hacia el otro, y hoy puedo asegurar que rindió sus frutos.
Mi mamá Sumak murió menos de un año después de la muerte de Adrián, su segundo marido que nos crió a Gabriela y a mí como si fuéramos hijos suyos como los dos que ya tenía de su primer matrimonio. Adrián murió el día de mi cumpleaños el 13 de Junio, y mi tío Leo también falleció en medio de las otras dos fechas.
Yo podría haber pensado que Dios me había abandonado, que se estaba alejando de mí, pero no tuve tiempo de hacerlo. Tres días después de la muerte de mamá tuve un signo trascendente, que cambió mi vida. Sentí la presencia de mamá, como diciéndome acá sigo estando junto a vos. Ya nada fue igual. Sentí y creí que el Cielo existe, que hay algo más después de la muerte. Un tiempo después sentí la presencia de papá Adrián en otro hecho tan sorprendente como el anterior. Yo ya no necesitaba más signos, pero pienso que él también me quiso decir que estaba conmigo. Supe estar atento a los signos, que estoy seguro que todos tenemos. No creo en las casualidades, creo en causalidades.
Para mí Dios nos va mostrando el camino para llegar a reencontrarnos con Él. Los acontecimientos y encuentros que nos tocan vivir, junto con nuestros seres queridos que con su amor incondicional interceden por nosotros desde el Cielo, nos muestran el camino para que lo logremos. Vamos a encontrar sentido a sus muertes sintiendo su amor más allá de su partida física, si estamos atentos a que los sucesos y los signos tienen un significado de amor. Si lo logramos, seguramente vamos a poder percibir el amor que Dios tiene por nosotros, y muy probablemente vamos a intentar mantenernos en paz interior y armonía con Él o intentar recuperarlas en caso de haberlas perdido. Si estamos atentos a que los sucesos y los signos tienen un significado, vamos a poder sentirnos cerca de Dios y dar sentido a las muertes de nuestros seres queridos sintiendo su amor más allá de su partida física. Algunos de ellos también necesitan de nuestras oraciones.
A partir de esos acontecimientos, y mientras estaba en el proceso de duelo, hubieron personas como mi amigo Pablo, que me acompañaron y me ayudaron en el proceso de mi retorno a sentirme plenamente un hijo de Dios. Me acercaron a la Misa y me sorprendió que empecé a disfrutar de participar en ella y de encontrarle un sentido que hizo que nunca más dejara de concurrir. Me acercaron a los sacramentos, y tomé la Confirmación, en una decisión de total compromiso interior.
El Espíritu Santo fue más fuerte que mi anterior pereza espiritual, y desde ese tiempo siento que me acompaña. Ahora doy gracias a Dios por todo, porque aprendí a sentirlo junto a mí. Hace poco más de un mes recibí un nuevo regalo suyo.
Una mañana se cruzó nuevamente en mi vida una persona que me había abierto posibilidades laborales cuando estaba recién recibido. Rodrigo otra vez sembró una semilla en mí, y ya empezó a germinar. Para mí, fue un instrumento de Dios.
A mis casi 54 años, por muchos motivos no estaba satisfecho con el trabajo que estaba teniendo. Con la confianza en la providencia divina, sentí que podía aspirar a tener una actividad laboral que me brindara más satisfacciones y/o que me permitiera desarrollar a fondo mis proyectos que me acercaran a cumplir mis sueños y misiones pendientes.
Por esos motivos me dispuse a intentar un cambio laboral, que es más bien una ampliación de lo que ya hacía, sumado a reincorporar actividades que había disfrutado en el pasado. En muy poco tiempo incorporé el compromiso interior necesario para intentar un cambio que me haga una persona más plena y satisfecha, y estoy decidido a intentar vivir esa experiencia de plenitud. Siento que el Espíritu Santo me guía para hacerlo y tengo confianza en lograrlo. El convencimiento es más fuerte que las dudas.
Con esa confianza y compromiso he llegado a la conclusión que estoy en el inicio de una nueva etapa de mi misión personal, que llevo adelante a través de FE + FE. La fortaleza interior y la fe viva que siento desde hace dieciocho años, cuando tres días después de la muerte de mamá sentí su presencia y tuve la certeza de que existe algo más allá de la muerte, pienso que hoy ha llegado a su mayoría de edad, y la tengo que dejar volar fuera de mi entorno inmediato para que llegue hasta lugares impensados.
Desde esos lejanos días de duelo quise compartir con los demás las herramientas que me habían ayudado a salir delante de mis penas y dolores, y que me siguen brindando fuerzas para sobrellevar las dificultades y obstáculos que la vida me va presentando.
Siento que llegó el momento de salir a misionar de la mano de Jesús, y no tengo dudas ni miedo de que me va a acompañar a través del Espíritu Santo. Me voy a dejar llevar. Me entrego a la voluntad de Dios, para que la divina providencia me guíe.
Hoy recordamos la resurrección de Jesús. Los cristianos comprometidos lo celebramos en nuestros corazones, desde el lugar en donde nos encontremos. Sentir su presencia viva nos brinda la confianza interior de que no estamos solos transitando por la vida. Jesús dijo que Él es el camino, la verdad y la vida. Junto a Dios Padre desde el Cielo nos regalan su Espíritu Santo para que nos demos cuenta que están con nosotros y nos brindan su amor. Nosotros podemos llenar nuestras vida de un amor similar, incondicional.
Jesús nos dejó un mandamiento de amor que lo podemos seguir si lo creemos, lo sentimos importante, lo queremos incorporar a nuestras vidas y lo hacemos con convencimiento desde nuestro compromiso interior: “Amarás a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a vos mismo”. Yo tomé plena conciencia de que quiero seguir lo que Jesús nos propuso y nos sigue proponiendo cada día de nuestras vidas.
Siento la cercanía divina en mi vida, y esa sensación junto con la confianza que me brinda, me hace sentir pleno y feliz. Mi camino por la vida lo transito con las tres personas divinas, y si presto atención y valoro hacia donde me está llevando esa senda, no voy a tomar caminos alternativos; ninguno me va a resultar tan gratificante, enriquecedor, desafiante, generoso, pleno y reconfortante.
En la vida aprendí que se puede disfrutar el proceso antes que el resultado. Puedo vivir el Cielo mientras vivo en la tierra, como si fuera un adelanto de la plenitud. Ese es mi camino hacia la felicidad. Hoy siento que lo tengo incorporado plenamente a mi vida.
Tengo un GPS que es el Espíritu Santo, que transita el camino de mi vida junto a mí. Todos los bautizados tenemos la posibilidad de sentir su presencia si le prestamos atención. Nos acompaña desde que nuestros padres decidieron que sería nuestro “padrino” espiritual y nos hicieron bautizar desde que éramos muy pequeños y estábamos indefensos. Ya crecimos, pero seguimos necesitando de su ayuda.
Si no sentimos la presencia del Espíritu Santo y queremos hacerlo, solo basta rezar y pedirla. Podemos orar por esa intención en nuestros hogares, en la Iglesia o en cualquier lugar. Sólo hay que desearlo. Creer y confiar que podemos recibir su guía y compañía harán el resto. Sólo es cuestión de intentarlo. Lo que no se busca con interés genuino y real convencimiento de que se puede lograr, es más difícil de conseguir.
Mi experiencia es que si uno está enfocado, abierto y comprometido con un fin, con mucha paciencia y sin fijación de plazos podrá lograrlo. Yo tardé dieciocho años en hacer volar mis sueños y proyectos más allá de mi entorno inmediato.
Desde hace mucho creo en el valor de los testimonios, y si lo que se expresa en ellos se sustenta en los comportamientos, a mí me brindan más credibilidad. Espero que lo que hoy comparto con uds. les pueda ser de utilidad, y que sea capaz de sustentarlo con mis propias acciones y comportamientos pasados, presentes y futuros. Es un gran desafío para mí, y lo voy a encarar con felicidad, por el camino que transito de la mano de Jesús, guiado por el Espíritu Santo. Nada me brinda mayor plenitud.
Veo el reloj. Son las 11:00 hs. y me doy por satisfecho con el texto. Pude expresar lo que venía sintiendo. Ya puedo seguir disfrutando de la alegría de saber que Jesús resucitó hace más de dos mil años y aún sigue todos los días junto a mí y con los que creen en Él.
A mí me encanta sentir su presencia y me emociono en Misa cuando cantamos la canción Pescador de hombres: “….sonriendo dijiste mi nombre, en la arena he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar….” Hace un rato la emoción me embargó, nubló mis ojos y me llenó de lágrimas. Hoy siento a Jesús conmigo y me llena de felicidad aunque recién haya llorado. Está al alcance de quien quiera tenerlo cerca, sólo hay que desearlo.
Javier Serrano Agüero javierserrano_ag@yahoo.com.ar
Que estas palabras te acompañen y te sirvan de guía hoy y siempre.
Te invito a compartir este texto y que lo envíes a quienes creas que lo puedan disfrutar o que les pueda ser de utilidad.