Los nueve tesoros

Dos amigos marineros viajaban en un buque carguero por todo el mundo, y andaban todo el tiempo juntos. Así que, esperaban la llegada a cada puerto para bajar a tierra, encontrarse con mujeres, beber y divertirse. Un día llegan a una isla perdida en el Pacífico, desembarcan y se van al pueblo para aprovechar las pocas horas que iban a permanecer en tierra.

En el camino se cruzan con una mujer que está arrodillada en un pequeño río lavando ropa. Uno de ellos se detiene y le dice al otro que lo espere, que quiere conocer y conversar con esa mujer.

El amigo, al verla y notar que esa mujer no es nada del otro mundo, le dice que para qué, si en el pueblo seguramente iban a encontrar chicas más lindas, más dispuestas y divertidas.

Sin embargo, sin escucharlo, el primero se acerca a la mujer y comienza a hablarle y preguntarle sobre su vida y sus costumbres. Cómo se llama, qué es lo que hace, cuantos años tiene, si puede acompañarlo a caminar por la isla.

La mujer escucha cada pregunta sin responder ni dejar de lavar la ropa, hasta que finalmente le dice al marinero que las costumbres del lugar le impiden hablar con un hombre, salvo que éste manifieste la intención de casarse con ella, y en ese caso debe hablar primero con su padre, que es el jefe o patriarca del pueblo.

El hombre la mira y le dice: «Está bien. Llévame ante tu padre. Quiero casarme con vos».

El amigo, cuando escucha esto, no lo puede creer. Piensa que es una broma, un truco de su amigo para entablar relación con esa mujer. Y le dice: «¿Para qué tanto lío? Hay un montón de mujeres más lindas en el pueblo. ¿Para qué tomarse tanto trabajo?».

El hombre le responde: «No es una broma. Me quiero casar con ella. Quiero ver a su padre para pedir su mano».

Su amigo, más sorprendido aún, siguió insistiendo con argumentos tipo: «¿Vos estás loco?», «¿Qué le viste?», «¿Qué te pasó?», «¿Seguro que no tomaste nada?» y cosas por el estilo. Pero el hombre, como si no escuchase a su amigo, siguió a la mujer hasta el encuentro con el patriarca de la aldea.

El hombre le explica que habían llegado recién a esa isla, y que le venía a manifestar su interés de casarse con una de sus hijas. El jefe de la tribu lo escucha y le dice que en esa aldea la costumbre era pagar una dote por la mujer que se elegía para casarse. Le explica que tiene varias hijas, y que el valor de la dote varía según las bondades de cada una de ellas. Por las más hermosas y más jóvenes se debía pagar 9 tesoros, las había no tan hermosas y jóvenes, pero que eran excelentes cuidando los niños, que costaban 8 tesoros, y así disminuía el valor de la dote al tener menos virtudes.

El marino le explica que entre las mujeres de la tribu había elegido a una que vio lavando ropa en un arroyo, y el jefe le dice que esa mujer, por no ser tan agraciada, le podría costar 1 tesoro.

«Está bien» respondió el hombre, «me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve tesoros».

El padre de la mujer, al escucharlo, le dijo: «Ud. no entiende. La mujer que eligió cuesta un tesoro, mis otras hijas, más jóvenes, cuestan nueve tesoros»
«Entiendo muy bien», respondió nuevamente el hombre, «me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve tesoros».

Ante la insistencia del hombre, el padre, pensando que siempre aparece un loco, aceptó y de inmediato comenzaron los preparativos para la boda, que iba a realizarse lo antes posible.

El marinero amigo no lo podía creer. Pensó que el hombre había enloquecido de repente, que se había enfermado, que se había contagiado una rara fiebre tropical. No aceptaba que una amistad de tantos años se iba a terminar en unas pocas horas. Que él partiría y su mejor amigo se quedaría en una perdida islita de Pacífico.

Finalmente, la ceremonia se realizó, el hombre se casó con la mujer nativa, su amigo fue testigo de la boda y a la mañana siguiente, partió en el barco, dejando en esa isla a su amigo de toda la vida.

El tiempo pasó, el marinero siguió recorriendo mares y puertos a bordo de los barcos cargueros más diversos y siempre recordaba a su amigo y se preguntaba: ¿qué estaría haciendo?, ¿cómo sería su vida?, ¿viviría aún?

Un día, el itinerario de un viaje lo llevó al mismo puerto donde años atrás se había despedido de su amigo. Estaba ansioso por saber de él, por verlo, abrazarlo, conversar y saber de su vida. Así es que, en cuanto el barco amarró, saltó al muelle y comenzó a caminar apurado hacia el pueblo. ¿Donde estaría su amigo?, ¿Seguiría en la isla?, ¿Se habría acostumbrado a esa vida o tal vez se habría ido en otro barco?

De camino al pueblo, se cruzó con un grupo de gente que venía caminando por la playa, en un espectáculo magnífico. Entre todos, llevaban en alto y sentada en una silla a una mujer bellísima. Todos cantaban hermosas canciones y obsequiaban flores a la mujer y ésta los retribuía con pétalos y guirnaldas.

El marinero se quedó quieto, parado en el camino hasta que el cortejo se perdió de su vista. Luego, retomó su senda en busca de su amigo. Al poco tiempo, lo encontró. Se saludaron y abrazaron como lo hacen dos buenos amigos que no se ven durante mucho tiempo. El marinero no paraba de preguntar: ¿Y cómo te fue?, ¿Te acostumbraste a vivir aquí?, ¿Te gusta esta vida?, ¿No quieres volver?.

Finalmente se anima a preguntarle: ¿Y como está tu esposa? Al escuchar esa pregunta, su amigo le respondió: «Muy bien, espléndida. Es más, creo que la viste llevada en andas por un grupo de gente en la playa que festejaba su cumpleaños».

El marinero, al escuchar esto y recordando a la mujer insulsa que años atrás encontraron lavando ropa, preguntó: «Entonces, ¿te separaste?, no es la misma mujer que yo conocí, ¿no es cierto?

«Si» dijo su amigo, «es la misma mujer que encontramos lavando ropa hace años atrás».

«Pero, es muchísimo más hermosa, femenina y agradable, ¿cómo puede ser?», preguntó el marinero.

«Muy sencillo» respondió su amigo. «Me pidieron de dote un tesoro por ella, y ella creía que valía un tesoro. Pero yo pagué por ella nueve tesoros, ¡Todo lo que tenía!, ¡Si me hubieran pedido mas tesoros, habría ido en su busca para luego regresar por ella!

La traté y consideré siempre como una mujer por la que entregué toda mi riqueza. La amé con todo mi corazón y ella se transformó en una mujer de diez tesoros».

Envió: Violeta Castañeda
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AMOR se escribe con «P»

La palabra amor se escribe con “P”…
porque para amar se debe poseer PACIENCIA en los momentos en que el mismo amor te pone a prueba.

El verdadero amor se escribe con «P»…
porque para olvidar un mal recuerdo debe de existir PERDÓN antes que el odio entre aquellos que se aman.

Amor se escribe con «P»…
porque para obtener lo que deseas, debes PERSEVERAR hasta alcanzar lo que te has propuesto.

El sincero amor se escribe con «P»…
porque la PACIENCIA el PERDON y la PERSEVERANCIA son ingredientes necesarios para que un amor PERDURE.

Porque amor es también….

una PALABRA dicha a tiempo…

es el PERMITIRSE volver a confiar…

es PERMANECER en silencio escuchando al otro…

es esa PASION, que nos llena de estrellitas los ojos al pronunciar el nombre del que amamos…

El amor se escribe con «P»…
porque son esas PEQUEÑAS cosas que nos unen al ser amado día tras día.

Envió: Violeta Castañeda ( año 2.005 )

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El naufragio

El único sobreviviente de un naufragio fue visto sobre una pequeña e inhabitada isla.

Él estaba orando fervientemente, pidiendo a Dios que lo rescatara, y todos los días revisaba el horizonte buscando ayuda, pero esta nunca llegaba.

Cansado, eventualmente empezó a construir una pequeña cabañita para protegerse, y proteger sus pocas posesiones. Pero entonces un día, después de andar buscando comida, él regreso y encontró la pequeña choza en llamas, el humo subía hacia el cielo. Lo peor que había pasado, es que todas las cosas las había perdido.

Él estaba confundido y enojado con Dios y llorando le decía: «¿Cómo pudiste hacerme esto?» Y se quedó dormido sobre la arena.

Temprano de la mañana del siguiente día, él escuchó asombrado el sonido de un barco que se acercaba a la isla. Venían a rescatarlo, y les preguntó, “¿Cómo sabían que yo estaba aquí?”

Y sus rescatadores le contestaron, “Vimos las señales de humo que nos hiciste”.

Es fácil enojarse cuando las cosas van mal, pero no debemos de perder el corazón, porque Dios está trabajando en nuestras vidas, en medio de las penas y el sufrimiento.

Recuerda la próxima vez que tu pequeña choza se queme…. puede ser simplemente una señal de humo que surge de la GRACIA de Dios.

Por todas las cosas negativas que nos pasan, debemos decirnos a nosotros mismos, DIOS TIENE UNA RESPUESTA POSITIVA A ESTO.

Envió: Anselmo Gomez ( año 2.005 )
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Perdí y gané

Perdí un juguete que me acompañó en mi infancia, pero gané el recuerdo del amor de quien me hizo ese regalo.

Perdí mis privilegios y fantasías de niño, pero gané la oportunidad de crecer y vivir libremente.

Perdí a mucha gente que quise y que amo todavía, pero gané el cariño y ejemplo de sus vidas.

Perdí momentos únicos en la vida porque lloraba en vez de sonreír, pero descubrí que es sembrando amor, como se cosecha amor.

Yo perdí muchas veces y muchas cosas en mi vida, pero junto a ese «PERDER» hoy intento el valor de «GANAR».

Porque siempre es posible luchar por lo que amamos y porque siempre hay tiempo para empezar de nuevo.

No importa en que momento te cansaste, lo que importa es que siempre es importante y necesario recomenzar, recomenzar es darse una nueva oportunidad, es renovar las esperanzas en la vida y lo más importante: Creer en ti mismo.

¿Sufriste mucho en este período? -Fue aprendizaje.

¿Lloraste mucho? – Fue limpieza del alma.

¿Sentiste rencor? – Fue para aprender a perdonar.

¿Estuviste solitario en algún momento? – Fue porque cerraste la puerta.

¿Te sientes solo? – Mira alrededor y encontrarás mucha gente esperando tu sonrisa para acercarse más a ti.

Hoy es un excelente día para comenzar un nuevo proyecto de vida.

Mira alto, sueña alto, anhela lo mejor de lo mejor, anhela todo lo bueno, porque la vida nos trae lo que anhelamos.

Si pensamos pequeño, lo pequeño nos vendrá.

Si pensamos firmemente en lo mejor, en positivo, lograrás alcanzar algo grande, pero lucha severamente.

Arroja lo malo a la basura, limpia tu corazón, alístate para una nueva vida, para algo mejor.

Confía en la vida. Confía en ti.

Pero principalmente… ¡Confía en DIOS!

Envió: Hilda M. Tena Casillas (México) ( año 2.005 )
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Alegría, ¿donde estás?

Si se observa cualquier reunión humana, es muy típico detectar que siempre hay una personalidad más relevante que las demás, alrededor de la cuál se centra la atención. La atención la suele acaparar no el más sabio, ni el más inteligente, sino la personalidad que más alegría irradia. El rostro sinceramente alegre parece que produce un efecto imán en los jóvenes y en los niños. ¿Por qué?

La alegría genuina se caracteriza por tres rasgos: proviene del interior, ilumina, y es sencilla. En el interior del ser humano es donde se enfrenta la vida y se eligen las actitudes. Una vida llena de sentido es la que contesta cada mañana a la pregunta ¿Vale la pena el día de hoy?, con un SI entusiasta, porque responde pensando en alguien. El sentido de la vida se descubre cuando se ve el rostro feliz de aquel a quien se ama. Por ello la alegría proviene del interior, de la decisión personal de donarse a alguien. Y todos los que alguna vez han hecho la prueba, tienen que aceptar que el resultado es positivo. Hay mas alegría en dar que en recibir.

Hace seis años tuve la ocasión de conocer a una adolescente de 14 años a quien detectaron leucemia. En una carta que me escribía desde Estados Unidos donde fue internada, decía: El hospital es un lugar muy bonito, todas las paredes son blancas. Todo está muy limpio y es moderno. La habitación es preciosa, llena de luz y desde la cama veo las nubes. Las enfermeras son todas buenas y amables conmigo. He tenido mucha suerte con los médicos porque me la paso muy bien con ellos. En la planta donde estoy hay muchos niños, y a veces podemos hablar, y es muy entretenido.

El resto del tono de la carta era semejante, pero… ¿desde cuando un hospital es un lugar muy bonito? ¿Cómo es posible que le hiciera ilusión solamente ver pasar las nubes? ¿Por qué todo el mundo era maravilloso para ella? Volví a leer, unos años mas tarde, aquellas líneas, cuando Alejandra, que así se llamaba, ya había fallecido, y aprendí entonces que quien era maravillosa era ella, porque aunque murió pronto, aprendí la lección fundamental de la vida: vivió hacia fuera, olvidada de sí, e irradió por donde pasara la alegría que la envolvía. La tristeza, el negativismo y el egoísmo crean ambientes oscuros. La alegría agranda el espacio e invita a aventurarse en la esperanza. La alegría como la luz, no hace ruido, pero en su silencio transforma la realidad.

Por último, la alegría viene siempre de la mano de la sencillez. Nada de montajes artificiales, de simular posturas para aparecer mas de lo que uno es, ni de complicar las situaciones con novedades excéntricas. El espíritu alegre lo es porque se conoce tal cual es, se acepta y no se compara con los demás. Su felicidad no proviene del tener mas o menos, sino de una decisión de querer ser, y valorarse a sí mismo por las decisiones que puede tomar, como la de amar mas y amar mejor. Quien vive desde la perspectiva del amor descubre que la vida es muy sencilla.

El anhelo por alcanzar la alegría sigue escrito en el corazón del hombre con signos indelebles, pero se nos invita a buscarla donde el corazón no la puede encontrar: en el ambiente exterior, en la acumulación de objetos materiales, en licores, en placeres de un momento.

La alegría es posible, y está al alcance de todos, pero recordemos, la Alegría genuina viene del interior, ilumina serenamente y se acompaña de la sencillez.

Envió: Nieves García ( año 2.005 )
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Los anteojos de Dios

Un empresario que acababa de fallecer y camino al cielo esperaba encontrarse con el Padre Eterno, no iba nada tranquilo porque en su vida había realizado muy pocas cosas buenas. Mientras llegaba al cielo iba buscando en su conciencia ansiosamente aquellos recuerdos de cosas valiosas que hizo en su vida, pero pesaban mucho sus años de explotador y usurero.

Había encontrado en sus bolsillos alguna carta de personas a las que había tratado de ayudar para presentarlas a Dios, como créditos de sus pocas buenas obras. Llegó por fin a la entrada principal, muy preocupado, no lo podía disimular. Se acercó despacio y le extrañó mucho ver que allí no había cola para entrar ni había nadie en las salas de espera.

Pensó: «O aquí viene muy pocos clientes o les hacen entrar enseguida…». Avanzó más adentro y su desconcierto todavía fue mayor al ver que todas las puertas estaban abiertas y no había nadie para vigilarlas. Golpeó la puerta con el puño. Nadie contestó. Dio una palmada y nadie salió a su encuentro.

Miró hacia dentro y quedó maravillado de lo hermosa que era aquella mansión, pero allí no se veían ni ángeles ni santos ni doncellas vestidas de luz. Se animó un poco más y avanzó hasta llegar a una puerta acristalada. Y nada. Se encontró perfectamente en el mismo centro del paraíso sin que nadie se lo impidiera. «¡Aquí todos deben ser gente honrada! ¡Mira que dejar la puerta abierta y sin nadie que vigile…!».Poco a poco fue perdiendo el miedo y fascinado por lo que veía se fue adentrando en los patios de la gloria. Aquello era precioso. Como para pasarse una eternidad mirando el mismo lugar.

De pronto, se encontró entre algo que tenía que ser el despacho de alguien muy importante. Sin duda era la oficina de Dios. Por supuesto que también estaba la puerta de par en par. Titubeó un poquito antes de entrar; pero en el cielo todo termina por inspirar confianza. Así que penetró en la sala y se acercó al escritorio, una mesa espléndida. Sobre ella hacía unos anteojos, que él comprendió debían ser los anteojos de Dios.

Nuestro amigo no pudo resistir la tentación de echar una miradita hacia la tierra con aquellos anteojos. Fue ponérselo y caer en éxtasis. «¡Qué maravilla! Si desde aquí, con estas gafas veo toda la tierra..!». Con aquellos anteojos se lograba ver toda la realidad profunda de las cosas sin la menos dificultad, las intenciones de las personas, las tentaciones de los hombres y de las mujeres.

Todo estaba patente ante sus ojos. Entonces se le ocurrió una idea. Trataría de buscar desde allá arriba a su socio, que sin duda estaría en la empresa donde ambos trabajaban; una especie de financiera, desde donde ejercían la usura y hasta el robo, en muchas ocasiones. No le resultó difícil localizarlo, pero le sorprendió en un mal momento. En ese preciso instante, su colega, estaba estafando a una pobre anciana que había ido a colocar sus ahorros en aquella empresa, en un fondo de pensiones que no era sino una «mentira». A nuestro amigo, al ver la cochinada que su socio estaba haciendo le subió al corazón un profundo deseo de justicia.

En la tierra nunca había experimentado tal sentimiento. Pero, claro, ahora estaba en el cielo. Fue tan ardiente ese deseo de justicia que, sin pensar en otra cosa, buscó a tientas algo debajo de la mesa par lanzárselo a su amigo (el banquillo donde Dios apoyaba los pies), con tan buena puntería que el banquillo fue a parar a la cabeza de su socio, dejándole tumbado allí mismo. En ese momento nuestro hombre oyó tras de sí unos pasos. Sin duda era Dios.

Se volvió y en efecto, se encontró cara a cara con el Padre Eterno.
– «¿Qué haces aquí hijo?», «Pues..pu..pu..la Puerta estaba abierta y entré»
– «Bien, bien, bien, pero sin duda podrás explicarme dónde está el banquillo en que apoyo mis pies cuando estoy sentado en mi mesa de trabajo»
– Reconfortado por la mirada y el tono de voz de Dios fue recuperando la serenidad.
– «Bueno, pues, yo he entrado en este despacho hace un momento, he visto los anteojos sobre la mesa y he caído en la curiosidad de ponérmelos y he echado una miradita al mundo».
– «Sí, sí, todo está muy bien; estás siendo muy sincero conmigo pero yo quisiera saber qué has hecho de mi banquillo».
– «Mira, Señor, al ponerme tus anteojos he visto todo con gran claridad y he visto a mi socio. ¿Sabes, Señor?, estaba engañando a una pobre anciana, haciendo un negocio que era un engaño y me he dejado llevar de la indignación; y claro lo primero que he encontrado y a mano ha sido un banquillo y se lo he tirado a la cabeza. Lo he dejado KO, Señor. Es que no hay derecho. Era una injusticia.
– «Imagínate que yo, cada vez que veo una injusticia en la tierra comienzo a lanzar banquillos a la cabeza de los hombres; no sé los que quedaría ahora.»
– «Perdóname, Señor, he sido muy impulsivo, lo sé…»
– «Sí, claro. Estuvo bien que te pusieses mis anteojos, hijo, pero para mirar la tierra y a los hombres te olvidaste de una cosa, ponerte también mi corazón.
– “Vuelve ahora a la tierra y te doy otros cinco años para que practiques lo que esta tarde aquí has llegado a comprender…»
– Y nuestro amigo, en ese momento se despertó, mojado en sudor, observando que por la ventana entreabierta de su dormitorio entraba un espléndido sol.

Envió: Sara Banchón C. (Ecuador) ( año 2.005 )
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Un sabio

Un sabio cierta tarde, llegó a la ciudad de Akbar.

La gente no dio mucha importancia a su presencia, y sus enseñanzas no consiguieron interesar a la población.

Incluso después de algún tiempo llegó a ser motivo de risas y burlas de los habitantes de la ciudad.

Un día, mientras paseaba por la calle principal de Akbar, un grupo de hombres y mujeres empezó a insultarlo.

En vez de fingir que los ignoraba, el sabio se acercó a ellos y los bendijo.

Uno de los hombres comentó:

-¿Es posible que además, sea usted sordo?.

¡Gritamos cosas horribles y usted nos responde con bellas palabras!.

-Cada uno de nosotros solo puede ofrecer lo que tiene- fue la respuesta del sabio.

 

 

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Inventario

A mi abuelo aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida.

Me aproxime y le dije: -¡Buen día, abuelo!

Y él extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: -¡Hoy es día de inventario, hijo!

-¿Inventario? (pregunté sorprendido).

-Si. ¡El inventario de las cosas perdidas! Me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió:

-Del lugar de donde yo vengo, las montañas quiebran el cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la mas alta. Nunca lo hice, no tuve el tiempo ni la voluntad suficientes para sobreponerme a mi inercia existencial. Recuerdo también, aquella chica que amé en silencio por cuatro años; hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo.

¿Sabes algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas! Luego, su mirada se hundió aún mas en el vacío y se le humedecieron sus ojos. Y continuó:

-En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que solo cuatro o cinco veces le dije «te amo». Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo:

-«Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti si. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo». Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido -¿Sabes qué he descubierto en estos días?

-¿Qué, abuelo?

Aguardó unos segundos y no contestó, solo me interrogó nuevamente:

-¿Cual es el pecado más grave en la vida de un hombre?

La pregunta me sorprendió y solo atiné a decir, con inseguridad:

-«No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle el mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez?»

Su cara reflejaba negativa. Me miró intensamente, como remarcando el momento y en tono grave y firme me señaló:

-«El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.»

Al día siguiente, regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo, para realizar en forma urgente mi propio «inventario» de las cosas perdidas.

 

EL EXPRESARNOS NOS DEJA MUCHAS SATISFACCIONES, así que no tengas miedo, y procura no quedarte con las ganas de nada….. antes de que sea demasiado tarde…

 

-Y tú, ya hiciste tu inventario?……..

 

Envió: Jenny Gaytán

 

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Cuando la fruta no alcance

Una vez un grupo de tres hombres se perdieron en la montaña, y había solamente una fruta para alimentarlos a los tres, quienes casi desfallecían de hambre.

Se les apareció entonces Dios y les dijo que probaría su sabiduría y que dependiendo de lo que mostraran les salvaría. Les preguntó entonces Dios qué podían pedirle para arreglar aquel problema y que todos se alimentaran.

El primero dijo: «Pues aparece mas comida», Dios contestó que era una respuesta sin sabiduría, pues no se debe pedir a Dios que aparezca mágicamente la solución a los problemas sino trabajar con lo que se tiene.

Dijo el segundo entonces: «Entonces haz que la fruta crezca para que sea suficiente», a lo que Dios contestó que No, pues la solución no es pedir siempre multiplicación de lo que se tiene para arreglar el problema, pues el ser humano nunca queda satisfecho y por ende nunca sería suficiente.

El tercero dijo entonces: «Mi buen Dios, aunque tenemos hambre y somos orgullosos, haznos pequeños a nosotros para que la fruta nos alcance».

Dios dijo: «Has contestado bien, pues cuando el hombre se hace humilde y se empequeñece delante de mis ojos, verá la prosperidad».

Saben, se nos enseña siempre a que otros arreglen los problemas o a buscar la salida fácil, siempre pidiendo a Dios que arregle todo sin nosotros cambiar o sacrificar nada. Por eso muchas veces parece que Dios no nos escucha pues pedimos sin dejar nada de lado y queriendo siempre salir ganando. Muchas veces somos egoístas y siempre queremos de todo para nosotros.

Seremos felices el día que aprendamos que la forma de pedir a Dios es reconocernos débiles, y ser humildes dejando de lado nuestro orgullo. Y veremos que al empequeñecernos en lujos y ser mansos de corazón veremos la prosperidad de Dios y la forma como El SI escucha.

Pídele a Dios que te haga pequeño…Haz la prueba!!!!

 

Envió: Nora Escamilla

 

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Una historia verídica

Su nombre era Fleming, y era un granjero escocés pobre. Un día, mientras intentaba ganarse la vida para su familia, oyó un lamento pidiendo ayuda que provenía de un pantano cercano. Dejó caer sus herramientas y corrió al pantano. Allí, encontró hasta la cintura en el estiércol húmedo y negro a un muchacho aterrado, gritando y esforzándose por liberarse. El granjero Fleming salvó al muchacho de lo que podría ser una lenta y espantosa muerte.

Al día siguiente, llegó un carruaje elegante a la granja. Un noble,

elegantemente vestido, salió y se presentó como el padre del muchacho al que el granjero Fleming había ayudado.

«Yo quiero recompensarlo», dijo el noble. «Usted salvó la vida de mi hijo».

«No, yo no puedo aceptar un pago por lo que hice», el granjero escocés contestó.

En ese momento, el hijo del granjero vino a la puerta de la cabaña. «¿Es su hijo?» el noble preguntó. «Sí», el granjero contestó orgullosamente.

«Le propongo hacer un trato. Permítame proporcionarle a su hijo el mismo nivel de educación que mi hijo disfrutará. Si el muchacho se parece a su padre, no dudo que crecerá hasta convertirse en el hombre del que nosotros dos estaremos orgullosos». Y el granjero aceptó. El hijo del granjero Fleming asistió a las mejores escuelas y, al tiempo, se graduó en la Escuela Médica del St. Mary’s Hospital en Londres, y siguió hasta darse a conocer en el mundo como el renombrado Dr. Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina.

Años después, el hijo del mismo noble que fue salvado del pantano estaba enfermo de pulmonía. ¿Qué salvó su vida esta vez? La penicilina.

El nombre del noble? Sir Randolph Churchill.

El nombre de su hijo? Sir Winston Churchill.

 

Alguien dijo una vez:

Lo que va, regresa.

Trabaja como si no necesitaras el dinero.

Ama como si nunca hubieses sido herido.

Baila como si nadie estuviera mirando.

Canta como si nadie escuchara.

Vive como si fuera el Cielo en la Tierra.

 

Colaboración de Ana Maggi

 

Cuando los hijos crecen

El viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años.

Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban.

La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacía el alimentarse un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel. El hijo y su esposa se cansaron de la situación.

«Tenemos que hacer algo con el abuelo», dijo el hijo. «Ya he tenido suficiente». «Derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo».

Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer.

Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado sólo.

Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida. El niño de cuatro años observaba todo en silencio.

Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo. Le preguntó dulcemente: «¿Qué estás haciendo?»

Con la misma dulzura el niño le contestó: «Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos.»

Sonrió y siguió con su tarea.

Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia.

Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa, parecían molestarse más cada vez que el tenedor se tiraba, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

Cambiar el mundo

Llegó una vez un profeta a una ciudad y comenzó a gritar, en su plaza mayor, que era necesario un cambio de la marcha del país.

El profeta gritaba y gritaba y una multitud considerable acudió a escuchar sus voces, aunque más por curiosidad que por interés. Y el profeta ponía toda su alma en sus voces, exigiendo el cambio de las costumbres.

Pero, según pasaban los días, eran menos cada vez los curiosos que rodeaban al profeta y ni una sola persona parecía dispuesta a cambiar de vida.

Pero el profeta no se desalentaba y seguía gritando.

Hasta que un día ya nadie se detuvo a escuchar sus voces. Mas el profeta seguía gritando en la soledad de la gran plaza. Y pasaban los días. Y el profeta seguía gritando. Y nadie le escuchaba.

Al fin, alguien se acercó y le preguntó: «¿Por qué sigues gritando?

¿No ves que nadie está dispuesto a cambiar?»

«Sigo gritando» -dijo el profeta- «porque si me callara, ellos me habrían cambiado a mí.»

 

José Luis Martín Descalzo

 

Envió: Gilberto Guerra García

 

 

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Las cucharas

Dice una antigua leyenda china, que un discípulo preguntó al Maestro:

– ¿Cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno?.

El Maestro le respondió: es muy pequeña, sin embargo tiene grandes consecuencias. Ven, te mostraré el infierno.

Entraron en una habitación donde un grupo de personas estaba sentado alrededor de un gran recipiente con arroz, todos estaban hambrientos y desesperados, cada uno tenía una cuchara tomada fijamente desde su extremo, que llegaba hasta la olla. Pero cada cuchara tenía un mango tan largo que no podían llevársela a la boca. La desesperación y el sufrimiento eran terribles.

Ven, dijo el Maestro después de un rato, ahora te mostraré el cielo.

Entraron en otra habitación, idéntica a la primera; con la olla de arroz, el grupo de gente, las mismas cucharas largas pero, allí, todos estaban felices y alimentados.

– No comprendo dijo el discípulo, ¿Por qué están tan felices aquí, mientras son desgraciados en la otra habitación si todo es lo mismo?

El Maestro sonrió. Ah… ¿no te has dado cuenta?

Como las cucharas tienen los mangos largos, no permitiéndoles llevar la comida a su propia boca, aquí han aprendido a alimentarse unos a otros.

 

Beneficio común, trabajo común… ¿Tan complicadas son las cosas que no vemos el beneficio común, que en definitiva es nuestro beneficio?

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

¿De qué se trata la vida?

La vida no se mide ganando puntos (como en un juego).

La vida no se mide por el número de amigos que tienes,

ni por como te aceptan los otros,

ni por los planes que tienes para el fin de semana,

ni por si te quedas en casa solo.

No se mide según con quienes sales, con quien solías salir

ni por el número de personas con quien has salido,

ni por si no has salido nunca con nadie.

No se mide por las personas que has besado.

No se mide por el sexo.

No se mide por la fama de tu familia,

ni por el dinero o bienes que tu familia posea,

ni por la marca del coche que manejas, ni por la escuela que asistes.

No se mide por lo feo o guapo que seas,

ni por los zapatos que uses o el tipo de música que prefieras.

No importa si tienes el pelo rubio, castaño, negro o rojo,

o si tu tez es blanca o morena.

No se mide por las notas que recibes, ni por lo inteligente que seas,

ni por lo inteligente que dicen los exámenes estandarizados que eres.

No se mide por las organizaciones sociales a las que perteneces,

tampoco por qué tan bueno seas en «tu» deporte.

La vida simplemente no es nada de eso.

Pero la vida sí se mide según el amor que des o según el daño que hagas.

Se mide según la felicidad o la tristeza que proporciones a otros.

Se mide por los compromisos que cumples o las confianzas que traicionas.

Se trata de la AMISTAD, la cual puede usarse

como algo sagrado o como un arma.

Se trata de lo que dices y lo que quieres decir, sea dañino o benéfico.

Se trata de murmurar o de contribuir a los pequeños chismes.

Se trata de los juicios que formulas y de por qué los formulas,

y a quién y con que intención se los comentas.

Se trata de a quién no le haces caso o ignoras…adrede y a pleno propósito.

Se trata del celo, del miedo, de la ignorancia y de la venganza.

Se trata del odio que puedes llevar adentro,

de como lo borras o como lo riegas y lo cultivas.

Pero la mayor parte se trata de si usas la vida tuya

para tocar y amar o para envenenar el corazón de otros,

de una manera que habría sido imposible que ocurriera de otra forma.

TÚ y solo TÚ escoges la manera en que afectarás

para bien o para mal el corazón de tus semejantes…..

y esas decisiones son de lo que se trata la vida.

 

 

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

Bendiciones

Mi madre siempre contaba una historia así:

Había una joven muy rica, que tenía de todo, un marido maravilloso, hijos perfectos, un empleo que le daba muchísimo bien, una familia unida. Lo extraño es que ella no conseguía conciliar todo eso; el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo el tiempo y su vida siempre estaba deficitaria en algún área.

Si el trabajo le consumía mucho tiempo, ella lo quitaba de los hijos, si

surgían problemas, ella dejaba de lado al marido… Y así, las personas que

ella amaba eran siempre dejadas para después. Hasta que un día, su padre, un hombre muy sabio, le dio un regalo: Una flor carísima y rarísima, de la cual sólo había un ejemplar en todo el mundo.

Y le dijo: Hija, esta flor te va a ayudar mucho, ¡mas de lo que te imaginas! Tan sólo tendrás que regarla y podarla de vez en cuando, y a veces conversar un poco

con ella, y ella te dará a cambio ese perfume maravilloso y esas

maravillosas flores.

La joven quedó muy emocionada, a fin de cuentas, la flor era de una belleza

sin igual. Pero el tiempo fue pasando, los problemas surgieron, el trabajo consumía

todo su tiempo, y su vida, que continuaba confusa, no le permitía cuidar de

la flor. Ella llegaba a casa, miraba la flor y las flores todavía estaban allá, no

mostraban señal de flaqueza o muerte, apenas estaban allá, lindas,

perfumadas. Entonces ella pasaba de largo.

Hasta que un día, sin más ni menos, la flor murió. Ella llegó a casa ¡y se

llevó susto! Estaba completamente muerta, sus raíz estaba reseca, sus flores

caídas y sus hojas amarillas. La joven lloró mucho, y contó a su padre lo que había ocurrido. Su padre entonces respondió:

– Yo ya me imaginaba que eso ocurriría, y no te puedo dar otra flor, porque no existe otra flor igual a esa, ella era única, al igual que tus hijos, tu marido y tu familia. Todos son bendiciones que el Señor te dio, pero tú tienes que aprender a regarlos, podarlos y darles atención, pues al igual que la flor, los sentimientos también mueren.

Te acostumbraste a ver la flor siempre allí, siempre florida, siempre

perfumada, y te olvidaste de cuidarla. ¡Cuida a las personas que amas!

Acuérdate siempre de la flor, pues las Bendiciones del Señor son como ella,

Él nos da, pero nosotros tenemos que cuidar.

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

Hoy hablé con mi padre

Mi padre me llama mucho por teléfono -decía un hombre joven-, para pedirme que vaya a platicar con él. Yo voy poco. Ya sabes cómo son los viejos; cuentan las mismas cosas una y otra vez.

Además nunca faltan bretes: que el trabajo, que mi mujer, que los amigos…

En cambio -le dijo su compañero-, yo platico mucho con mi papá. Cada vez que estoy triste voy con él; cuando me siento solo, cuando tengo un problema y necesito fortaleza, acudo a él y me siento mejor.

Caray -se apenó el otro-, eres mejor que yo.

Soy igual -respondió el amigo con tristeza-.

Lo que pasa es que visito a mi papá en el cementerio. Murió hace tiempo. Mientras vivió tampoco yo iba a platicar con él.

Ahora me hace falta su presencia, y lo busco cuando ya se me fue.

Platica con tu padre hoy que lo tienes; no esperes a que esté en el panteón, como hice yo.

En su automóvil iba pensando el muchacho en las palabras de su amigo.

Cuando llegó a la oficina dijo a su secretaria: -Comuníqueme por favor con mi papá.

 

Envió: Hilda Alvarado

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

 

Vuelo del alma

En la ciudad donde vivo tengo una enemiga que está destrozándome la vida poco a poco.

Por favor, le suplico que no me pida que ponga la otra mejilla. Eso fue lo que intenté en un principio y ella siguió haciéndome cada vez más daño. Esta mujer ha ido contando terribles mentiras sobre mí y a consecuencia de ello me he quedado sin trabajo, mi marido me ha pedido el divorcio y muchos de mis amigos me han abandonado.

Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian.

«Éste es sin ninguna duda el mandato más difícil de seguir»-pensó el santo-«pero en cualquier caso esta mujer me ha prohibido de antemano que utilice las enseñanzas del Mesías para solucionar su problema.»

-¿Crees que tu enemiga sería capaz incluso de asesinarte?-preguntó

– No, no lo creo. Más bien pienso que es lo único que ella nunca haría.

– Estupendo, como dijo Platón refiriéndose a Anito y Meleto:»Pueden matarme ,pero no herirme»-el santo sonrió y extendió las manos como si el problema ya hubiera quedado resuelto.

– Hombre santo, discúlpeme pero, si me permite, le diré que tengo la impresión de que usted estaba un poco distraído, pues como le he contado, ella sí me ha ocasionado un daño terrible.

– No obstante, yo te veo indemne. Estás perfectamente, eres libre y además has descubierto quiénes son tus verdaderos amigos,¿no es así?.

– Bueno, sí, en cierta manera.

– Tu vida ahora ha quedado despejada, reducida a lo esencial, es oro puro. Posees salud, inteligencia y fortaleza. Tienes mucha suerte.

– ¿De verdad? explíqueme cómo es eso.

– Acabo de hacerlo. Ya sea que esta pobre enemiga tuya esté engañándose a sí misma, o le hayan ido contando mentiras acerca de ti, o la corroa la envidia, ella carece de la vitalidad y la fuerza necesarias para ver o pensar con claridad debido a lo obsesionada que está contigo.

-Sí, pero…

– Y así te insto a que seas bondadosa cuando pienses en ella. No sabe lo que hace. No es capaz de cuidar de sí misma, ni tampoco de llevar adelante su vida como tú lo has hecho y continúas haciendo ,o sea, como un proceso de crecimiento y aprendizaje. De ahora en adelante esta pobre y débil criatura ya no tendrá el poder de perturbarte.

– Dicho de ese modo…

– En mi opinión, tú eres una persona que se ha reconciliado consigo misma y desde esta nueva posición de fuerza no te resultará difícil ser bondadosa. Ve y sé amable.

La mujer sonrió.

– Sí, lo haré. Me ha convencido- se levantó para marcharse pero antes se detuvo y, encarando al santo, se echó a reír- ¿Se da cuenta de que todo lo que me ha dicho se reduce a poner la otra mejilla?

-Sí, un poco- reconoció el santo y ,tras pensarlo un instante, prosiguió- :Hummm, sí, ya veo a lo que te refieres.

«Es imposible mejorar las palabras del Maestro»,concluyó para sí.

 

 

De: El santo , de Susan Trott, fragmento del cap. 23.

 

 

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

Mi padre cuando yo tenía …

4 años : Mi papá puede hacer de todo.

6 años : Mi papá sabe un montón.

8 años : Mi papá es más inteligente que el tuyo.

10 años : Mi papá consigue todo lo que quiere.

12 años : Mi papá no siempre tiene razón.

14 años : Mi papá no sabe exactamente todo.

16 años : En la época de papá, las cosas eran distintas.

18 años : No le hagas caso a mi viejo, ¡es tan antiguo!

20 años : ¿ Él ?, ¡por favor!, está fuera de onda.

25 años : Mi padre sabe un poco de eso, puesto que ya tiene sus años…

30 años : Tal vez deberíamos preguntarle a papá qué le parece.

35 años : No voy a hacer nada hasta no hablar con papá.

40 años : Me pregunto cómo habría manejado esto papá.

45 años : Mi padre era muy inteligente y tenía un mundo de experiencia.

50 años : Daría cualquier cosa porque papá estuviera aquí

para poder hablar esto con él.

55 años : Lástima que no valoré a mi padre.

Podría haber aprendido mucho de él…

Colaboración de Claudia Deluca

 

Dar de corazón

Una vez un limosnero que estaba tendido a un lado de la calle, vio venir a lo lejos, a la reina del lugar.

Y éste pensó: «le voy a pedir, ella es buena y seguro me dará algo».

Y cuando la reina se acercó, le dijo: «Majestad podría, por favor, regalarme una moneda? Y en su interior pensaba que ella le daría mucho!

La reina lo miró y le respondió:

¿Por qué no me das algo tú? Acaso, no soy tu reina?

El mendigo no sabía que responder y sólo atinó a balbucear:

«Pero, Majestad… Yo no tengo nada!»

La reina le contestó: «algo debes tener… busca!…»

Entre asombro y enojo, el mendigo buscó entre sus cosas y vio que tenía una naranja, un pan y unos granos de arroz.

Pensó que la naranja y el pan eran mucho para darlos, así que en su molestia, tomó cinco granos de arroz y se los dio a la reina.

Complacida, ella le dijo «¡Ves, como si tenías!…

Y le acercó cinco monedas de oro: una por cada grano de arroz.

El hombre dijo entonces: «Majestad… creo que acá tengo otras cosas.

La reina lo miró fijamente a los ojos y con dulzura, le comentó:

«solamente de lo que has dado de corazón, te puedo retribuir».

 

Reflexión:

Es fácil reconocer en esta historia, el acto de dar y recibir.

Cuántas veces, en nuestras acciones, que decimos son de servicio, entran en juego el egoísmo y nuestros propios intereses? Cuántas veces realizamos una misión, sólo pensando en la ganancia personal que nos reportará?

Procuremos dar de corazón, sin sacar cuentas, sin pensar en lo que recibiremos a cambio… Y la mayor ganancia será la felicidad que sentimos al dar.

 

Colaboración de Clementina Uncal

 

Humanos de un ala

Un día un ángel se arrodilló a los pies de Dios y habló: «Señor, visité toda tu creación. Estuve en todos los lugares. Vi que eres parte de todas las cosas. Y por eso vine hasta Ti Señor para tratar de entender.

¿Por qué cada una de las personas sobre la tierra tiene apenas un ala? Los ángeles tenemos dos. Podemos ir hasta el Amor que el Señor representa siempre que lo deseamos. Podemos volar hacia la libertad siempre que queramos. Pero los humanos con su única ala no pueden volar. No podrán volar con apenas un ala…»

Dios respondió: «Sí, ya se eso». «Sé que hice a los humanos solamente con un ala…»

Intrigado el ángel quería entender y preguntó: » ¿ Pero, por qué el Señor dio a los hombres solamente un ala cuando son necesarias dos alas para que puedan volar?» Sin prisa, Dios respondió: «Ellos si pueden volar, mi ángel. Di a los humanos una sola ala para que ellos pudiesen volar más y mejor que nuestros Arcángeles…. Para volar, mi pequeño amigo, tú precisas de tus dos alas… Y aunque libre, tú estas solo… Mas los humanos…

Los humanos con su única ala precisaran siempre dar las manos a alguien a fin de tener sus dos alas. Cada uno ha de tener un par de alas… Cada uno ha de buscar su segunda ala en alguien, «en algún lugar del mundo»… para que se complete su par. Así todos aprenderán a respetarse y a no quebrar la única ala de la otra persona porque pueden estar acabando con su oportunidad de volar.

Así mi ángel, ellos aprenderán a amar verdaderamente a la otra persona… Aprenderán que solamente permitiéndose amar, ellos podrán volar. Tocando el corazón de otra persona, ellos podrán encontrar el ala que les falta y podrán finalmente volar. Solamente a través del amor podrán llegar hasta donde estoy… Así como lo haces Tú, mi ángel. «Ellos nunca, nunca estarán solos al volar.»

Que Tú, encuentres tu otra ala, la encuentres muy pronto, y si la has hallado…que se alcen las dos en magnifico vuelo.

Colaboración de Eduardo Gerding