La noche del «Atleta de Dios»

Me acompaña desde ayer un extraño pensamiento: ¿Qué haría si me fuese concedido compartir la pena -y, a la vez, gozar el privilegio- de los que velan las noches del Papa, en su habitación de enfermo en la última planta del hospital que quiso erigir el tempestuoso converso fra Agostino Gemelli?

Una pequeña silla en un ángulo en penumbra y sin otro empeño que el de estarme quieto, meditando en silencio, dejando a otros, obviamente, los asuntos que no me incumben. Sufrir la pena, digo, de una situación semejante.

No existe, no puede haber sospecha de retórica en confirmar que, para el católico, este hombre es lo que su propio nombre indica: Papa, es decir, algo más que «padre»: Un afectuoso y tierno «papá», «papaíto».

¿Cómo no sufrir, entonces, a la vista del cuerpo paterno doblegado por un mal que desde hace años, día tras día, avanza implacable, fijando la rigidez de los miembros y el rostro que hemos amado en el vigor de la madurez, cuando el mundo –sorprendido y fascinado— hablaba del «Atleta de Dios»?

La fuerza del anuncio evangélico se unía a la fuerza del anunciador, formando una unión que contribuyó, entre otras cosas, a agrietar y más tarde derrumbar la inmensa prisión de la que él mismo había conocido los barrotes; aquel régimen que proclamaba la inexistencia de Dios y que parecía de un
acero imperforable. A la tan conocida y burlona pregunta de Stalin sobre el número y el armamento de las «divisiones del Papa», este sucesor de Pedro le dio la más definitiva de las respuestas. El misterio de un Papa.

Pero, junto a la pena, sería consciente del privilegio: Una ocasión única de reflexión, casi un curso -dramáticamente condensado- de ejercicios espirituales. En aquel ángulo apartado, percibiría, casi palpable, el sentido del misterio. Ese misterio que cada Papa representa.

Como le recordé en la primera de las preguntas que él mismo quiso que le hiciera, frente a él -como, a través de los siglos, frente a cada uno de los hombres vestidos de blanco que se proclama y que se considera «Vicario de Cristo en la Tierra»-, es necesario elegir. O la persona que representa semejante pretensión es realmente el enigmático testimonio viviente del Creador, o quizás es el mayor responsable de una ilusión que dos mil años de persistencia han vuelto todavía más grotesca y alienante.

¿Quién es, realmente, el hombre de respiración dificultosa que está en la cama del hospital? Conozco muy bien las razones del rechazo, de la incredulidad, del agnosticismo: Esas razones (que no es lícito infravalorar porque parecen deseadas por Dios mismo, que ama revelarse en el claroscuro para salvar nuestra libertad de rechazarlo) fueron también las mías. Pero desde hace mucho tiempo, y no por mérito propio, una evidencia irrefutable ha reventado las costras de una duda que me parecía impenetrable. Por tanto, ya no vacilo: Ese octogenario que sufre entre las sábanas se encuentra en un diálogo tan misterioso como directo con Dios.

Ese hombre que respira fatigosamente cumple para sus fieles hoy con el deber que le fue confiado a Simón Pedro por el Mesías resucitado en las orillas del Lago Tiberíades: «Apacienta mis ovejas». Ese hombre es la garantía de una verdad que pretende echar en cara cosas paradójicas, absurdas, para quienes pretenden quedarse en el ámbito de la razón y la modernidad.

Auténticos escándalos, empezando por el de la Eucaristía, que mediante una serie de palabras antiguas asegura transformar el pan y el vino nada menos que en la carne y la sangre de un Crucificado en Jerusalén, hace ya veinte siglos.

Con poco que se piense, aparece el vértigo, el escalofrío, el sagrado estremecimiento que ya no advertimos, ocupándonos del Vaticano como institución de poder, juzgando las recaídas políticas de sus elecciones, viendo al Papa como a uno más entre los grandes de la Tierra. Quizá porque nos obligaría a tomar posición, a elegir, hemos apartado el enigma provocador que encarna cada Papa. Y que también Juan Pablo II representa.

Sufriendo su sufrimiento advertiría, al mismo tiempo, la seducción y la desazón («terrible es este Misterio», grita la misma Escritura) de lo que rodea ese lecho en un hospital romano. Lo que los ojos del cuerpo no ven, pero que, incluso en la bruma que nos rodea, vislumbran los ojos de la fe: La gloria de Cristo mismo que continúa su pasión en el sufrimiento de ese anciano enfermo, al que un día acogerá con su «ven, siervo bueno y fiel».

Desde la penumbra de mi silla, me preguntaría cómo unas espaldas de mortal pueden sostener tan consciente responsabilidad, qué fuerza sostiene a quien es llamado a este ministerio -inquietante, más que deseable- sin parangón sobre la Tierra.

Siempre, en cada religión, los «hombres de Dios» no son más que mediadores, anunciadores, maestros, testimonios del Eterno. Sólo en el cristianismo –es más, sólo en su versión católica- un hombre, el Papa, representa, de algún modo hace visible, al Hijo mismo de Dios que camina en la Historia.

Comprendería bien, en aquella habitación del Gemelli, por qué la Iglesia obliga a cada uno de sus sacerdotes y a cada uno de sus fieles a rezar cada día para que sepa llevar un peso humanamente intolerable. Ahora, quizá, ese peso es aliviado por Juan Pablo II: Decirlo puede parecer sorprendente, pero no lo es desde la perspectiva de la fe.

Karol Wojtyla, tan viejo y enfermo, ha sido llamado a ser testigo del sufrimiento que lo hace común a su Jefe, Cristo. El Papa sobre su cruz nos remite a Jesús mismo, porque —como ya hace— acepta con coraje, humildad y resignación beber ese cáliz amargo que, en Getsemaní, aterró a Jesús mismo.

El Pontífice que ha escrito más encíclicas y pronunciado más discursos es ahora casi incapaz de escribir y de hablar, pero pronuncia precisamente ahora su homilía más convincente: La que mana del dolor asumido cristianamente y, por tanto, transfigurado. Sobre todo esto, gratamente, reflexionaría si, en un caso impensable, velara junto a ese lecho romano.

Vittorio Messori
El autor es un intelectual italiano, converso a la fe católica. ROMA, Italia
Autor de las preguntas a Juan Pablo II para el libro que sería best-seller en todas las lenguas: Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza.

Extraído de Vozpapa del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com ( Febrero 2005 )

Mensaje Pascual de Juan Pablo II

CIUDAD DEL VATICANO, 31 marzo 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II lanzó en esta Pascua un grito de esperanza en Cristo, desde la plaza de San Pedro, dirigido a todo el mundo y, en especial a Tierra Santa, donde «¡parece como si se hubiese declarado la guerra a la paz!».
«La guerra no resuelve nada», afirmó el Papa antes de impartir su bendición «Urbi et Orbi» (a la ciudad de Roma y al mundo), «¡nadie puede quedar callado e inerte; ningún responsable político o religioso!».
La columnata de Bernini no lograba abrazar en la mañana de este domingo a los más de cien mil peregrinos que vinieron a rezar y a alentar al Santo Padre en la misa de Resurrección. Sus palabras fueron transmitidas en directo por 63 canales de televisión de unos cincuenta países.
El pontífice se encontraba en mejores condiciones de salud que en los días precedentes y, contradiciendo la expectativas, celebró personalmente la eucaristía de la mañana del domingo de Pascua, después de haber presidido la vigilia pascual de la medianoche que había durado tres horas. La plaza se había convertido en un auténtico jardín, adornado por decenas de miles de flores, regaladas por floricultores holandeses.
En su mensaje de Pascua, que leyó en italiano con voz clara y firme, presentó la paz que anunció Cristo con su resurrección. «La paz "a la manera del mundo" --lo demuestra la experiencia de todos los tiempos-- es con frecuencia un precario equilibrio de fuerzas, que antes o después vuelven a hostigarse», constató.
«Sólo la paz, don de Cristo resucitado, es profunda y completa, y puede reconciliar al hombre con Dios, consigo mismo y con la creación», añadió el obispo de Roma. Por eso, invitó a «todos lo creyentes del mundo» a unir «sus esfuerzos para construir una humanidad más justa y fraterna» y a que «sus convicciones religiosas nunca sean causa de división y de odio, sino sólo y siempre fuente de fraternidad, de concordia, de amor».
El Santo Padre pidió a los cristianos dar «testimonio de que Jesús ha resucitado verdaderamente» trabajando «para que su paz frene la dramática espiral de violencia y muerte, que ensangrienta la Tierra Santa, sumida de nuevo, en estos últimos días, en el horror y la desesperación».
«¡Parece como si se hubiese declarado la guerra a la paz! --afirmó-- Pero la guerra no resuelve nada, acarrea solamente mayor sufrimiento y muerte, ni sirven retorsiones o represalias». «¡Nadie puede quedar callado e inerte; ningún responsable político o religioso!», denunció.
«Que a las denuncias sigan hechos concretos de solidaridad que ayuden a todos a encontrar el mutuo respeto y el tratado leal». Karol Wojtyla mencionó también las situaciones de otros países en los que «resuena el grito que implora auxilio, porque se sufre y muere». Ese clamor, recordó, se hace particularmente intenso en «Afganistán, probado duramente en los últimos meses y dañado ahora por un terremoto desastroso». No olvidó tampoco la situación de otros países del planeta, «donde desequilibrios sociales y ambiciones contrapuestas golpean a innumerables hermanas y hermanos nuestros».
El pontífice concluyó el mensaje como había comenzado su pontificado hace más de 23 años, el sexto más largo de la historia: «¡abrid el corazón a Cristo crucificado y resucitado, que viene ofreciendo la paz! Donde entra Cristo resucitado, con Él entra la verdadera paz». Tras su mensaje, pronunció su felicitación pascual en 62 idiomas, en particular en hebreo y árabe.
«Os deseo a todos una buena y feliz fiesta de Pascua, con la paz y la alegría, la esperanza y el amor de Jesucristo resucitado», dijo el Papa en castellano. Sus palabras, fueron acogidas por los típicos gritos de «Juan Pablo II, te quiere todo el mundo», pronunciados por los numerosos españoles y latinoamericanos presentes.
Extraído del Portal Católico www.ZENIT.org  ( año 2.002 )

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Gratis lo recibisteis, dadlo gratis

El Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II para la cuaresma del año 2.002.

Queridos Hermanos y Hermanas,

1. Nos disponemos a recorrer de nuevo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las solemnes celebraciones del misterio central de la fe, el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Nos preparamos para vivir el tiempo apropiado que la Iglesia ofrece a los creyentes para meditar sobre la obra de la salvación realizada por el Señor en la Cruz. El designio salvífico del Padre celeste se ha cumplido en la entrega libre y total del Hijo unigénito a los hombres. “Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente”, dice Jesús (cf.Jn 10, 18), resaltando que Él sacrifica su propia vida, de manera voluntaria, por la salvación del mundo. Como confirmación de don tan grande de amor, el Redentor añade: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”(Jn 15, 13).

La Cuaresma, que es una ocasión providencial de conversión, nos ayuda a contemplar este estupendo misterio de amor. Es como un retorno a las raíces de la fe, porque meditando sobre el don de gracia inconmensurable que es la Redención, nos damos cuenta de que todo ha sido dado por amorosa iniciativa divina. Precisamente para meditar sobre este aspecto del misterio salvífico, he elegido como tema del Mensaje cuaresmal de este año las palabras del Señor: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”(Mt 10, 8).

2. Dios nos ha dado libremente a su Hijo: ¿quién ha podido o puede merecer un privilegio semejante? San Pablo dice: “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios y son justificados por el don de su gracia” (Rm 3, 23-24). Dios nos ha amado con infinita misericordia, sin detenerse ante la condición de grave ruptura ocasionada por el pecado en la persona humana. Se ha inclinado con benevolencia sobre nuestra enfermedad, haciendo de ella la ocasión para una nueva y más maravillosa efusión de su amor. La Iglesia no deja de proclamar este misterio de infinita bondad, exaltando la libre elección divina y su deseo de no condenar, sino de admitir de nuevo al hombre a la comunión consigo.

“Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”. Que estas palabras del Evangelio resuenen en el corazón de toda comunidad cristiana en la peregrinación penitencial hacia la Pascua. Que la Cuaresma, llamando la atención sobre el misterio de la muerte y resurrección del Dios, lleve a todo cristiano a asombrarse profundamente ante la grandeza de semejante don. ¡Sí! Gratis hemos recibido. ¿Acaso no está toda nuestra existencia marcada por la benevolencia de Dios? Es un don el florecer de la vida y su prodigioso desarrollo. Precisamente por ser un don, la existencia no puede ser considerada una posesión o una propiedad privada, por más que las posibilidades que hoy tenemos de mejorar la calidad de vida podrían hacernos pensar que el hombre es su “dueño”. Efectivamente, las conquistas de la medicina y la biotecnología pueden en ocasione inducir al hombre a creerse creador de sí mismo y a caer en la tentación de manipular “el árbol de la vida” (Gn 3, 24).

Conviene recordar también a este propósito que no todo lo que es técnicamente posible es también moralmente lícito. Aunque resulte admirable el esfuerzo de la ciencia para asegurar una calidad de vida más conforme a la dignidad del hombre, eso nunca debe hacer olvidar que la vida humana es un don, y que sigue teniendo valor aún cuando esté sometida a sufrimientos o limitaciones. Es don que siempre se ha de acoger: recibido gratis y gratuitamente puesto al servicio de los demás.

3. La Cuaresma, proponiendo de nuevo el ejemplo de Cristo que se inmola por nosotros en el Calvario, nos ayuda de manera especial a entender que la vida ha sido redimida en Él. Por medio del Espíritu Santo, Él renueva nuestra vida y nos hace partícipes de esa misma vida divina que nos introduce en la intimidad de Dios y nos hace experimentar su amor por nosotros. Se trata de un regalo sublime, que el cristiano no puede dejar de proclamar con alegría. San Juan escribe en su Evangelio: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3). Esta vida, que se nos ha comunicado con el Bautismo, hemos de alimentarla continuamente con una respuesta fiel, individual y comunitaria, mediante la oración, la celebración de los Sacramentos y el testimonio evangélico.

En efecto, habiendo recibido gratis la vida, debemos, por nuestra parte, darla a los hermanos de manera gratuita. Así lo pide Jesús a los discípulos, al enviarles como testigos suyos en el mundo: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”. Y el primer don que hemos de dar es el de una vida santa, que dé testimonio del amor gratuito de Dios. Que el itinerario cuaresmal sea por todos los creyentes una llamada constante a profundizar en esta peculiar vocación nuestra. Como creyentes, hemos de abrirnos a una existencia que se distinga por la “gratuidad”, entregándonos a nosotros mismos, sin reservas, a Dios y al prójimo.

4. “¿Qué tienes– advierte san Pablo – que no lo hayas recibido?(1 Co 4, 7). Amar a los hermanos, dedicarse a ellos, es una exigencia que proviene de esta constatación. Cuanto mayor es la necesidad de los otros, más urgente es para el creyente la tarea de serviles. ¿Acaso no permite Dios que haya condiciones de necesidad para que, ayudando a los demás, aprendamos a liberarnos de nuestro egoísmo y a vivir el auténtico amor evangélico? Las palabras de Jesús son muy claras: “si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?”(Mt 5, 46). El mundo valora las relaciones con los otros en función del interés y el provecho propio, dando lugar a una visión egocéntrica de la existencia, en la que demasiado a menudo no queda lugar para los pobres y los débiles. Por el contrario, toda persona, incluso la menos dotada, ha de ser acogida y amada por sí misma, más allá de sus cualidades y defectos. Más aún, cuanto mayor es la dificultad en que se encuentra, más ha de ser objeto de nuestro amor concreto. Éste es el amor del que la Iglesia da testimonio a través de innumerables instituciones, haciéndose cargo de enfermos, marginados, pobres y oprimidos. De este modo, los cristianos se convierten en apóstoles de esperanza y constructores de la civilización del amor.

Es muy significativo que Jesús pronuncie las palabras: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”, precisamente antes de enviar a los apóstoles a difundir el Evangelio de la salvación, el primero y principal don que Él ha dado a la humanidad. Él quiere que su Reino, ya cercano (cf. Mt 10, 5ss), se propague mediante gestos de amor gratuito por parte de sus discípulos. Así hicieron los apóstoles en el comienzo del cristianismo, y quienes los encontraban, los reconocían como portadores de un mensaje más grande de ellos mismos. Como entonces, también hoy el bien realizado por los creyentes se convierte en un signo y, con frecuencia, en una invitación a creer. También cuando el cristiano se hace cargo de las necesidades del prójimo, como en el caso del buen samaritano, nunca se trata de una ayuda meramente material. Es también anuncio del Reino, que comunica el pleno sentido de la vida, de la esperanza, del amor.

5. ¡Queridos Hermanos y Hermanas! Que sea éste el estilo con el que nos preparamos a vivir la Cuaresma: la generosidad efectiva hacia los hermanos más pobres. Abriéndoles el corazón, nos hacemos cada vez más conscientes de que nuestra entrega a los demás es una respuesta a los numerosos dones que Dios continúa haciéndonos. Gratis lo hemos recibido, ¡démoslo gratis!

¿Qué momento más oportuno que el tiempo de Cuaresma para dar este testimonio de gratuidad que tanto necesita el mundo? El mismo amor que Dios nos tiene lleva en sí mismo la llamada a darnos, por nuestra parte, gratuitamente a los otros. Doy las gracias a todos los que -laicos, religiosos, sacerdotes- dan este testimonio de caridad en cada rincón del mundo. Que sea así para cada cristiano, en cualquier situación en que se encuentre.

Que María, la Virgen y Madre del buen Amor y de la Esperanza, sea guía y sustento en este itinerario cuaresmal. Aseguro a todos, con afecto, mis oraciones, a la vez que les imparto complacido, especialmente a los que trabajan cotidianamente en las múltiples fronteras de la caridad, una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 4 de octubre de 2001, fiesta de San Francisco de Asís.

JOANNES PAULUS II

Extraído del Portal Católico www.encuentra.com

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Palabras de Juan Pablo II en Nochebuena

El Niño, respuesta que disipa el miedo actual

Preside la misa de Navidad en la Basílica de San Pedro

CIUDAD DEL VATICANO, 25 diciembre 2001 (ZENIT.org).-

En medio de los temores que se apoderan del escenario internacional, Juan Pablo II lanzó un vigoroso mensaje de esperanza en el amor de Dios hecho Niño, al presidir la misa de Navidad.

La promesa de paz traída por Jesús parece contrastar «con la realidad histórica en que vivimos», constató el Papa. «Si escuchamos las tristes noticias de las crónicas, estas palabras de luz y esperanza parecen hablar de ensueños –añadió–. Pero aquí reside precisamente el reto de la fe, que convierte este anuncio en consolador y, al mismo tiempo, exigente».

Escuchaban al pontífice unos ocho mil fieles, que llenaban el templo más grande de la cristiandad, tras haberse sometido a estrictos controles de seguridad realizados por la Policía italiana ante el miedo de posibles atentados.

«La fe nos hace sentirnos rodeados por el tierno amor de Dios, a la vez que nos compromete en el amor efectivo a Dios y a los hermanos», afirmó el pontífice durante la homilía pronunciada con voz firme y grave, transmitida a todo el mundo por televisión.

El momento más emocionante de la celebración tuvo lugar cuando el Papa dio su bendición a doce niños con trajes tradicionales llevando en su manos cálices dorados, en representación de los diferentes pueblos del planeta. Un Karol Wojtyla sonriente les besó en la frente y les acarició la mejilla.

Durante la homilía, reconoció que «en esta Navidad, nuestros corazones están preocupados e inquietos por la persistencia en muchas regiones del mundo de la guerra, de tensiones sociales y de la penuria en que se encuentran muchos seres humanos. Todos buscamos una respuesta que nos tranquilice».

El Niño Jesús, anunciado por el profeta Isaías como «Príncipe de la paz», «tiene la respuesta que puede disipar nuestros miedos y dar nuevo vigor a nuestras esperanzas», respondió Juan Pablo II.

«Al igual que los pastores –siguió diciendo el pontífice–, también nosotros hemos de sentir en esta noche extraordinaria el deseo de comunicar a los demás la alegría del encuentro con este «Niño envuelto en pañales», en el cual se revela el poder salvador del Omnipotente».

«No podemos limitarnos a contemplar extasiados al Mesías que yace en el pesebre, olvidando el compromiso de ser sus testigos», afirmó. «Debemos volver gozosos de la gruta de Belén para contar por doquier el prodigio del que hemos sido testigos. ¡Hemos encontrado la luz y la vida! En Él se nos ha dado el amor», concluyó.

Tras la homilía, durante la oración de los fieles se elevaron plegarias entre otros idiomas en ruso, suajili, alemán y filipino.

«Judíos, musulmanes y cristianos se refieren todos a Abraham», constataba la oración pronunciada por una peregrina francesa. «¡Que hagan todo lo posible para que el nombre de Dios nunca sea utilizado para justificar acciones de muerte! ¡Que contribuyan juntos en la solución pacífica de los problemas y tensiones ligados a la tierra, a la distribución de los bienes y a la convivencia!».


Extraído del Portal Católico www.ZENIT.org

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Rezar por la Paz

El Papa pide rezar sin cansancio por la paz

Recuerda la jornada de ayuno y el encuentro de líderes religiosos en Asís

CIUDAD DEL VATICANO, 25 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Rezar sin cansancio por el don de la paz. Esta fue la invitación que lanzó Juan Pablo II a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro del Vaticano este domingo para que las regiones del mundo flageladas por la guerra puedan volver a encontrar la tranquilidad.

El pontífice recordó la jornada de ayuno prevista para el 14 de diciembre, fecha que coincide con el último día del Ramadán, y el encuentro de oración de líderes de las religiones por la paz, que tendrá lugar en Asís, el 24 de enero.

Subrayando que en este domingo la Iglesia celebraba la fiesta de Cristo Rey del universo y de la paz, el pontífice invitó a todos los mil millones católicos a «reinar» con Cristo, acogiéndole «libremente» y siguiéndole «fielmente» para «construir un mundo en el que reine la paz».

«Tenemos que rezar sin cansarnos para obtener este gran don, que es la paz; don que tanto necesita la humanidad», dijo el Papa al final de la misa en la que proclamó cuatro nuevos santos.

«Le invocaremos confiados también con las dos iniciativas que el domingo pasado anuncié –añadió–: el día de ayuno en diciembre y el encuentro de oración en enero, en Asís, con los representantes de las religiones del mundo».

El Papa Wojtyla concluyó su exhortación como suele hacer, invocando a la Virgen: «Que María, Reina de la paz, interceda por nosotros ante su Hijo divino, Rey inmortal y Señor de la paz».

Musulmanes y judíos responden «sí» a la convocatoria del Papa en Asís

Declaraciones de responsables de las dos comunidades en Italia

ROMA, 20 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Comunidades de musulmanes y judíos han acogido con entusiasmo la invitación de Juan Pablo II a participar en un encuentro de oración de representantes religiosos por la paz, que se celebrará en Asís el 24 de enero.

El representante en Italia de la Liga Musulmana Mundial, Mario Scialoja, ha definido en declaraciones publicadas este martes por el diario «Il Corriere della Sera» el anuncio pontificio como «magnífico».

«Siempre hemos apreciado la apertura del Papa hacia el Islam, quiero decir hacia el Islam auténtico y no a sus deformaciones. Todo aquello que sirva para evitar la confusión entre política y religión es bienvenido», aclara Scialoja.

El líder musulmán aprecia sobre todo la invitación de ayunar al concluir el Ramadán, el 14 de diciembre: «Estamos muy contentos de que ese día estén junto a nosotros también los cristianos. Es un gesto que permitirá a muchos que no conocen bien nuestra religión comprender el carácter de purificación y penitencia que acompaña este mes sagrado».

La primera adhesión oficial pública a la propuesta papal ha sido la de la Mezquita de Roma, una de las más grandes de Europa, construida hace pocos años.

Por su parte, Amos Luzzatto, presidente de la Unión de las Comunidades Judías de Italia, define también en «Il Corriere della Sera» como «sincero» y «ferviente» el llamamiento del obispo de Roma.

«Es una invitación ante la que no es posible responder negativamente», explica.

«Estoy de acuerdo con este tipo de gestos simbólicos cuando es necesario, como ahora ante la guerra en curso –concluye Luzzatto–. Pero para eliminar en su raíz todo espíritu de contraposición considero fundamental llevar adelante una amplia obra educativa. Pues no se pueden poner en discusión ciertos prejuicios del mundo occidental en pocas horas».

Extraído del Portal Católico ZENIT.org ( 2001 )

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Oración y reflexión

Dialogando con el Señor :

Realiza una oración personal… con tus propias palabras…que salgan de tu corazón. Puedes dar pie al diálogo con el Señor apoyándote en las siguientes reflexiones del Santo Padre Juan Pablo II:

Una palabra buena se dice pronto; sin embargo, a veces se nos hace difícil pronunciarla. Nos detiene el cansancio, nos distraen las preocupaciones, nos frena un sentimiento de frialdad o de indiferencia egoísta. Así sucede que pasamos al lado de personas a las cuales, aun conociéndolas, apenas les miramos el rostro y no nos damos cuenta de lo que frecuentemente están sufriendo por esa sutil, agotadora pena, que proviene de sentirse ignoradas. Bastaría una palabra cordial, un gesto afectuoso e inmediatamente algo se despertaría en ellas: una señal de atención y de cortesía puede ser una ráfaga de aire fresco en lo cerrado de una existencia, oprimida por la tristeza y por el desaliento.

/// Reflexiona el párrafo anterior y dialoga con el Señor ///

El amor a Jesús se convierte en acogida al hermano. El testimonio de fe se transforma al mismo tiempo en testimonio de caridad.

Dos virtudes inseparables, pues caminan por el único riel de las dos dimensiones: Dios y el hombre. Quien ama a Dios, ama al hombre: «Pues el que no ama a su hermano, a quien ve, no es posible que ame a Dios, a quien no ve.»

/// Reflexiona el párrafo anterior y dialoga con el Señor ///

Acercaos a Él y descubridlo en el pobre y en el que tiene soledad, en el enfermo y en el afligido, en el incapacitado, en el anciano, en el marginado, en todos aquellos que esperan vuestra sonrisa, que necesitan vuestra ayuda, y que desean vuestra comprensión, vuestra compasión y vuestro amor. Y cuando hayáis conocido y abrazado a Jesús en todos éstos, entonces -y sólo entonces- participaréis profundamente de la paz de su Sagrado Corazón.

/// Reflexiona el párrafo anterior y dialoga con el Señor ///

Extraído de Oraciones, del Portal Católico www.encuentra.com ( 2001 )

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El Papa Juan Pablo II, profeta de nuestros tiempos

Padre Jordi Rivero

El Papa Juan Pablo II es la figura central de la tercera parte del secreto de Fátima. Es también el hombre escogido por la Virgen en este tiempo crítico de la historia: El Papa sin duda influyó mucho en la caída del imperio Soviético, ha llevando el Evangelio al mundo entero, ha guiado a la Iglesia con extraordinaria sabiduría hacia el III milenio. Ante la crisis actual, el Papa es la voz mas poderosa por la paz.

Podemos detener los males con la oración. En el secreto de Fátima el Papa muere mártir. Entonces, ¿cómo dice el Vaticano que se refiere al atentado del `81? Porque en ese atentado el Papa debería haber muerto. Nadie ha sobrevivido ese tipo de balas atravesando su cuerpo. El Papa reconoció que había sido un milagro de la Virgen. Las profecías nos advierten de peligros pero están condicionadas a nuestras oraciones. El Papa el 13 de Mayo del 2000, desde la misa de Fátima para la beatificación de los pastorcitos, agradeció a Jacinta por haber ofrecido los inmensos dolores de su enfermedad por el Papa del secreto. ¡Esta pequeña niña salvó, con sus intensas oraciones y sacrificios, la vida del Papa que todavía no había nacido! Nosotros, con nuestras oraciones, podemos detener los males que azotan a la humanidad. Recordemos que la raíz del mal es el pecado. Se vence con la oración, la penitencia y la conversión.

El Papa entre los musulmanes. Justo en el momento preciso, unos días después de la tragedia de EEUU, La Divina Providencia dispuso que el Papa visitase a Kazjastán, llegando a estar a solo 200 millas de Afganistán. Al Papa le recomendaron que cancelase, pero él sabía que su misión era de gran trascendencia. Por primera vez una multitud de mas de 50,000, en su gran mayoría islámica, escuchó el Evangelio. Tan lleno del Espíritu habló el Papa que no puede dudarse que sus palabras plantaron semillas en los corazones.

Recordemos que Kazjastán era uno de los destinos de las deportaciones estalinistas. Cientos de miles fueron enviados sólo en 1936. Allí está el Gulag, inmortalizado en la novela de Alexander Solzjenitsin, lugar que simboliza la mayor crueldad del hombre pero también su mayor grandeza al padecer el sufrimiento y martirio por Cristo.

Los tiempos han cambiado. Nazarbayevel, ex lider comunista, ahora presidente de Kazjastán, dijo ante el Papa: «Musulmanes y cristianos deben crear una sociedad basada en el amor». El Papa es recibido con brazos abiertos y anuncia libremente a todos el camino del amor de Cristo. No podemos, hermanos, pasar por alto este milagro. Vemos que, en un mundo donde hay tantos males, ¡sobreabunda la gracia!

De los mensajes del Papa en Kazjastán

«Deseo dirigir un sincero llamamiento a todos, cristianos y pertenecientes a otras religiones, a trabajar juntos para construir un mundo sin violencia, un mundo que ama la vida y que avanza en la justicia y en la solidaridad».

El Papa nos enseñó que todos somos hijos del mismo Dios: «Desde este lugar, invito tanto a los cristianos como a los musulmanes a elevar una inmensa oración al único y omnipotente Dios, del que todos nosotros somos hijos, para que pueda reinar en el mundo el gran don de la paz» «Que todos los pueblos, apoyados por la divina sabiduría, puedan trabajar por doquier para construir una civilización del amor, en la que no haya lugar para el odio, la discriminación y la violencia»

«Cuando en una comunidad civil los ciudadanos saben aceptarse con sus respectivas convicciones religiosas, es más fácil afianzar entre ellos el reconocimiento efectivo de los demás derechos humanos y un entendimiento basado en los valores de fondo de una convivencia pacífica y constructiva».

No podemos olvidar a los que viven en Afganistán, Pakistán y otros países.
La población afgana ya se encontraba reducida a la miseria por largos años de guerra y por la tiranía de sus gobernantes. Ahora su condición llega al extremo. Huyen ante el peligro de una represalia de EEUU y quedan hacinados en campamentos de miseria donde no hay agua ni alimentos.

No podemos olvidar tampoco a la minoría cristiana en países como Pakistán (%3). Pensemos en el pánico que viven en estos momentos sabiendo que cualquier acción del occidente repercutirá en contra de ellos. Pensemos en los 24 presos (8 del extranjeros, 16 nativos) en Afganistán acusados de «proselitismo» (propagar el cristianismo).

Si guardamos todo esto en el corazón entenderemos por qué el Papa insiste en la urgencia de vivir el mensaje de Fátima: oración, penitencia, conversión.

 

Extraído del sitio www.corazones.org ( 2001 )

 

Colaboración de Pablo Deluca

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El Papa habla de los atentados

En sus 23 años de pontificado, Juan Pablo II nunca había presidido una audiencia general como la de este miércoles 12 de septiembre, en la que quiso recordar a los muertos y heridos de los atentados contra Nueva York y Washington del martes pasado, afirma la agencia ZENIT desde Roma.

Con voz conmovida, el Pontífice exclamó ante los más de quince mil peregrinos: “Ayer fue un día oscuro en la historia de la humanidad, una terrible afrenta contra la dignidad del hombre”. Y pidió a los presentes que evitaran los aplausos. Se le veía turbado y así lo confesó: “Nada más recibir la noticia, seguí con participación intensa el desarrollo de la situación, elevando al Señor mi intensa oración”.

“¿Cómo pueden verificarse episodios de tan salvaje crueldad?”, se preguntó. “El corazón del hombre es un abismo del que emergen en ocasiones designios de inaudita ferocidad -respondió-, capaces en un momento de trastornar la vida serena y laboriosa de un pueblo”.

Pero la fe nos sale al paso en estos momentos -afirmó- en los que todo comentario parece inadecuado. La palabra de Cristo es la única que puede dar respuesta a los interrogantes que desasosiegan nuestro espíritu”.

Por eso, continuó diciendo, “aunque la fuerza de las tinieblas parezca prevalecer, el creyente sabe que el mal y la muerte no tienen la última palabra. Aquí encuentra su fundamento la esperanza cristiana; aquí se alimenta, en este momento, nuestra confianza orante”.

Es conmovedora la fe y, en consecuencia, la oración de Juan Pablo II:

“Que Dios infunda valor a los supervivientes, sostenga con su ayuda la obra benemérita de los cuerpos de auxilio y de tantos voluntarios que en estos momentos están entregando todas sus energías para afrontar una emergencia tan dramática. Los invito también a ustedes, hermanos y hermanas, a unirse a mi oración”.

Y añadió: “Imploremos al Señor para que no prevalezca el torbellino del odio y de la violencia. Que la Virgen Santísima, Madre de Misericordia, suscite en los corazones de todos pensamientos de sabiduría y propósitos de paz”.

La confianza de Juan Pablo II se transformó en una emocionada plegaria. Desde la plaza de San Pedro, en la Ciudad del Vaticano, todos los presentes se unieron en una especial Oración de los Fieles por las víctimas del atentado, por los heridos y por sus familiares, y por los líderes del mundo.

Todos los presentes junto al Papa elevaron su súplica: “Por aquellos que lloran la pérdida violenta de parientes y amigos, para que en esta hora de sufrimiento no se dejen poseer por el dolor, por la desesperación y la venganza, sino que más bien sigan manteniendo la fe en la victoria del bien sobre el mal, de la vida sobre la muerte, y se comprometan en la construcción de un mundo mejor”.

La audiencia concluyó con las notas del salmo 130, “De Profundis”

-“Desde lo más profundo, te invoco, Señor. Señor, escucha mi clamor; estén atentos tus oídos a la voz de mi súplica”- y una nueva oración:

“Dios omnipotente y misericordioso: No te puede comprender quien siembra discordia, no te puede acoger quien ama la violencia -rezaba con voz entrecortada-mira nuestra dolorosa condición humana, probada por crueles actos de terror y de muerte, consuela a tus hijos y abre nuestros corazones a la esperanza para que nuestra época pueda conocer días de serenidad y paz”.

Emilio Palafox Marqués

Extraído del Portal Católico www.encuentra.com en el año 2001

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