El camino de la felicidad

Hoy es el día Domingo 20 de Abril del año 2.014. Estamos en el final de la Semana Santa y me tuve que levantar muy temprano porque no podía dormir más. Muchas ideas daban vueltas en mi cabeza y a las siete de la mañana, cuando recién está empezando a amanecer en Buenos Aires, decidí que lo mejor que podía hacer era levantarme y ponerme a escribir lo que estaba pensando.

Hace poco más de un mes estoy viviendo días especiales, y cada jornada que pasaba me sentía un poco más feliz. Pero gracias a Dios, puedo decir que durante esta Semana Santa, más precisamente en el amanecer de hoy Domingo, día de la Resurrección de Jesús, alcancé a tomar conciencia que estaba circulando por el camino de mi felicidad.

Ya venía haciendo el trayecto por esa ruta al menos durante los últimos dieciocho años, pero aún no me había dado cuenta que un día le iba a poner un nombre tan significativo y atractivo para mí. Si no cambié de senda en tanto tiempo y estoy tan contento como ahora de transitarla, imagino que no desearé en otro momento tomar otro camino. Dudo que me quiera desviar del que me hace tan feliz.

Ustedes me conocen desde hace un tiempo, y espero que se alegren conmigo de mi felicidad. Antes de que tomen una posición sobre lo que voy a decir, los invito a que piensen que mi camino puede coincidir de alguna manera con el suyo, y que puede ser genérico. Si piensan que aún no sienten que transitan por el camino de su propia felicidad, los invito a leer con mayor atención mi testimonio personal.

Hace tres días fue el aniversario del fallecimiento de mi madre. Se cumplieron 18 años de su prematura muerte, antes de cumplir sus 60 años. Participamos de una muy linda Misa de Jueves Santo con mi hermana Gabriela, y luego compartimos un grato momento juntos en su casa. Me hace muy bien pensar que mamá desde el Cielo pueda disfrutar de ver que sus dos hijos amados se quieren y respetan, y que juntos física y espiritualmente, la recordaron con cariño y con tristeza, pero sin dolor.

No siempre fuimos unidos, crecimos bastante distanciados, y atravesamos momentos difíciles en nuestra relación, pero el amor fue más fuerte. Sin expresarlo, cada uno tuvo un compromiso interior de amor hacia el otro, y hoy puedo asegurar que rindió sus frutos.

Mi mamá Sumak murió menos de un año después de la muerte de Adrián, su segundo marido que nos crió a Gabriela y a mí como si fuéramos hijos suyos como los dos que ya tenía de su primer matrimonio. Adrián murió el día de mi cumpleaños el 13 de Junio, y mi tío Leo también falleció en medio de las otras dos fechas.

Yo podría haber pensado que Dios me había abandonado, que se estaba alejando de mí, pero no tuve tiempo de hacerlo. Tres días después de la muerte de mamá tuve un signo trascendente, que cambió mi vida. Sentí la presencia de mamá, como diciéndome acá sigo estando junto a vos. Ya nada fue igual. Sentí y creí que el Cielo existe, que hay algo más después de la muerte. Un tiempo después sentí la presencia de papá Adrián en otro hecho tan sorprendente como el anterior. Yo ya no necesitaba más signos, pero pienso que él también me quiso decir que estaba conmigo. Supe estar atento a los signos, que estoy seguro que todos tenemos. No creo en las casualidades, creo en causalidades.

Para mí Dios nos va mostrando el camino para llegar a reencontrarnos con Él. Los acontecimientos y encuentros que nos tocan vivir, junto con nuestros seres queridos que con su amor incondicional interceden por nosotros desde el Cielo, nos muestran el camino para que lo logremos. Vamos a encontrar sentido a sus muertes sintiendo su amor más allá de su partida física, si estamos atentos a que los sucesos y los signos tienen un significado de amor. Si lo logramos, seguramente vamos a poder percibir el amor que Dios tiene por nosotros, y muy probablemente vamos a intentar mantenernos en paz interior y armonía con Él o intentar recuperarlas en caso de haberlas perdido. Si estamos atentos a que los sucesos y los signos tienen un significado, vamos a poder sentirnos cerca de Dios y dar sentido a las muertes de nuestros seres queridos sintiendo su amor más allá de su partida física. Algunos de ellos también necesitan de nuestras oraciones.

A partir de esos acontecimientos, y mientras estaba en el proceso de duelo, hubieron personas como mi amigo Pablo, que me acompañaron y me ayudaron en el proceso de mi retorno a sentirme plenamente un hijo de Dios. Me acercaron a la Misa y me sorprendió que empecé a disfrutar de participar en ella y de encontrarle un sentido que hizo que nunca más dejara de concurrir. Me acercaron a los sacramentos, y tomé la Confirmación, en una decisión de total compromiso interior.

El Espíritu Santo fue más fuerte que mi anterior pereza espiritual, y desde ese tiempo siento que me acompaña. Ahora doy gracias a Dios por todo, porque aprendí a sentirlo junto a mí. Hace poco más de un mes recibí un nuevo regalo suyo.

Una mañana se cruzó nuevamente en mi vida una persona que me había abierto posibilidades laborales cuando estaba recién recibido. Rodrigo otra vez sembró una semilla en mí, y ya empezó a germinar. Para mí, fue un instrumento de Dios.

A mis casi 54 años, por muchos motivos no estaba satisfecho con el trabajo que estaba teniendo. Con la confianza en la providencia divina, sentí que podía aspirar a tener una actividad laboral que me brindara más satisfacciones y/o que me permitiera desarrollar a fondo mis proyectos que me acercaran a cumplir mis sueños y misiones pendientes.

Por esos motivos me dispuse a intentar un cambio laboral, que es más bien una ampliación de lo que ya hacía, sumado a reincorporar actividades que había disfrutado en el pasado. En muy poco tiempo incorporé el compromiso interior necesario para intentar un cambio que me haga una persona más plena y satisfecha, y estoy decidido a intentar vivir esa experiencia de plenitud. Siento que el Espíritu Santo me guía para hacerlo y tengo confianza en lograrlo. El convencimiento es más fuerte que las dudas.

Con esa confianza y compromiso he llegado a la conclusión que estoy en el inicio de una nueva etapa de mi misión personal, que llevo adelante a través de FE + FE. La fortaleza interior y la fe viva que siento desde hace dieciocho años, cuando tres días después de la muerte de mamá sentí su presencia y tuve la certeza de que existe algo más allá de la muerte, pienso que hoy ha llegado a su mayoría de edad, y la tengo que dejar volar fuera de mi entorno inmediato para que llegue hasta lugares impensados.

Desde esos lejanos días de duelo quise compartir con los demás las herramientas que me habían ayudado a salir delante de mis penas y dolores, y que me siguen brindando fuerzas para sobrellevar las dificultades y obstáculos que la vida me va presentando.

Siento que llegó el momento de salir a misionar de la mano de Jesús, y no tengo dudas ni miedo de que me va a acompañar a través del Espíritu Santo. Me voy a dejar llevar. Me entrego a la voluntad de Dios, para que la divina providencia me guíe.

Hoy recordamos la resurrección de Jesús. Los cristianos comprometidos lo celebramos en nuestros corazones, desde el lugar en donde nos encontremos. Sentir su presencia viva nos brinda la confianza interior de que no estamos solos transitando por la vida. Jesús dijo que Él es el camino, la verdad y la vida. Junto a Dios Padre desde el Cielo nos regalan su Espíritu Santo para que nos demos cuenta que están con nosotros y nos brindan su amor. Nosotros podemos llenar nuestras vida de un amor similar, incondicional.

Jesús nos dejó un mandamiento de amor que lo podemos seguir si lo creemos, lo sentimos importante, lo queremos incorporar a nuestras vidas y lo hacemos con convencimiento desde nuestro compromiso interior: “Amarás a Dios sobre todas las cosas, y a tu prójimo como a vos mismo”. Yo tomé plena conciencia de que quiero seguir lo que Jesús nos propuso y nos sigue proponiendo cada día de nuestras vidas.

Siento la cercanía divina en mi vida, y esa sensación junto con la confianza que me brinda, me hace sentir pleno y feliz. Mi camino por la vida lo transito con las tres personas divinas, y si presto atención y valoro hacia donde me está llevando esa senda, no voy a tomar caminos alternativos; ninguno me va a resultar tan gratificante, enriquecedor, desafiante, generoso, pleno y reconfortante.

En la vida aprendí que se puede disfrutar el proceso antes que el resultado. Puedo vivir el Cielo mientras vivo en la tierra, como si fuera un adelanto de la plenitud. Ese es mi camino hacia la felicidad. Hoy siento que lo tengo incorporado plenamente a mi vida.

Tengo un GPS que es el Espíritu Santo, que transita el camino de mi vida junto a mí. Todos los bautizados tenemos la posibilidad de sentir su presencia si le prestamos atención. Nos acompaña desde que nuestros padres decidieron que sería nuestro “padrino” espiritual y nos hicieron bautizar desde que éramos muy pequeños y estábamos indefensos. Ya crecimos, pero seguimos necesitando de su ayuda.

Si no sentimos la presencia del Espíritu Santo y queremos hacerlo, solo basta rezar y pedirla. Podemos orar por esa intención en nuestros hogares, en la Iglesia o en cualquier lugar. Sólo hay que desearlo. Creer y confiar que podemos recibir su guía y compañía harán el resto. Sólo es cuestión de intentarlo. Lo que no se busca con interés genuino y real convencimiento de que se puede lograr, es más difícil de conseguir.

Mi experiencia es que si uno está enfocado, abierto y comprometido con un fin, con mucha paciencia y sin fijación de plazos podrá lograrlo. Yo tardé dieciocho años en hacer volar mis sueños y proyectos más allá de mi entorno inmediato.

Desde hace mucho creo en el valor de los testimonios, y si lo que se expresa en ellos se sustenta en los comportamientos, a mí me brindan más credibilidad. Espero que lo que hoy comparto con uds. les pueda ser de utilidad, y que sea capaz de sustentarlo con mis propias acciones y comportamientos pasados, presentes y futuros. Es un gran desafío para mí, y lo voy a encarar con felicidad, por el camino que transito de la mano de Jesús, guiado por el Espíritu Santo. Nada me brinda mayor plenitud.

Veo el reloj. Son las 11:00 hs. y me doy por satisfecho con el texto. Pude expresar lo que venía sintiendo. Ya puedo seguir disfrutando de la alegría de saber que Jesús resucitó hace más de dos mil años y aún sigue todos los días junto a mí y con los que creen en Él.

A mí me encanta sentir su presencia y me emociono en Misa cuando cantamos la canción Pescador de hombres: “….sonriendo dijiste mi nombre, en la arena he dejado mi barca, junto a ti buscaré otro mar….” Hace un rato la emoción me embargó, nubló mis ojos y me llenó de lágrimas. Hoy siento a Jesús conmigo y me llena de felicidad aunque recién haya llorado. Está al alcance de quien quiera tenerlo cerca, sólo hay que desearlo.

 

Javier Serrano Agüero                                               javierserrano_ag@yahoo.com.ar

 

Que estas palabras te acompañen y te sirvan de guía hoy y siempre.

Te invito a compartir este texto y que lo envíes a quienes creas que lo puedan disfrutar o que les pueda ser de utilidad.

 

En el Día del Padre

En el Día del Padre

Queridos amigos,

El envío de hoy está dedicado especialmente a compartir algunas reflexiones por el Día del Padre.

Algunos varones que somos padres, hoy festejamos personalmente o a la distancia nuestro día con nuestros hijos. Les deseo a todos que puedan disfrutar el día con ellos.

Todas y todos !!! hoy como hijos vivimos este día de dos maneras posibles: con padre vivo o sin la presencia física de nuestro padre, y las vivencias del día serán muy distintas de acuerdo a nuestras circunstancias particulares.

Quiero acompañar muy especialmente a todos los que hoy van a sentir la ausencia física de su padre, y comparto ese sentimiento a la distancia y les mando un abrazo especial.

Mi caso es muy particular: mi padre de sangre vive en Bahía ( Brasil ), y si Dios quiere le podré dar un fuerte abrazo dentro de un poco más de una semana.

Como hijo de padres separados, mi relación con él tuvo altos y bajos, pero por actitud de ambos nuestra relación desde hace varios años es muy buena. Después de verlo el año pasado luego de nueve años de no poder hacerlo, en unos días más nos podremos disfrutar nuevamente al menos por una semana, y ya estoy saboreando el encuentro. Cuando nos vemos no nos pasamos facturas por el pasado, tratamos de asumirlo, entenderlo, de ser generosos y de disfrutar el presente con amor.

Adrián, el segundo marido de mi madre murió hace 19 años, y él quiso ser un padre para mi hermana y para mí, y lo fue desde mis 10 años hasta su muerte el día que yo cumplí 35. Lo llevo en mi corazón y hoy lo recuerdo en su día, por haber elegido ser mi padre. Admiro y valoro su generosidad y le rindo tributo.

Johnny, mi suegro desde hace 25 años, y padre de mi novia durante 7 años, también se ganó un espacio grande en mi corazón, y desde hace muchísimos años se comporta como un padre para mí y yo lo quiero como si lo fuera, por lo que hoy también festejo muy contento este día con él, feliz de tenerlo aún con nosotros a sus 88 años. Valoro muchísimo su actitud hacia mí, como si fuera su hijo, y también le rindo tributo.

Como padre y como hijo “múltiple”, hoy vivo todas las emociones posibles de este Día del Padre: la alegría de tener dos hijos a quienes quiero de la manera incondicional que muchos padres lo hacen, de tener un padre vivo, de tener un “casi” padre también vivo, pero también vivo la tristeza por la falta de un padre por elección y mitigo ese sentimiento por el recuerdo cariñoso de su amor hacia mí y los grandes momentos vividos juntos en el pasado.

Como padre y como hijo, soy consciente de que los padres cometemos muchos errores, pero también hacemos las cosas bien cuando damos nuestro amor en forma incondicional e intentamos ser protectores, pacientes, comprensivos y tolerantes con nuestros hijos, y sabemos darles herramientas, para que sepan tener confianza, poder de decisión, libertad, respeto y responsabilidad.

Para mí es bueno para sanar nuestro corazón y sufrir menos en un día como hoy, poder ser lo suficientemente magnánimos y humildes para saber perdonar los errores de nuestros padres cuando se equivocan o por haberse equivocado y ya no tener oportunidad de remediar el error, y/o saber pedir perdón en presencia o en la oración por habernos equivocado nosotros.

Espero que disfruten estas palabras o puedan ser de utilidad si lo necesitaran, y abrazo virtualmente a los que son padres, y a todos en su carácter de hijos, con padre presente o ausente. Les deseo que pasen un día feliz o al menos sin sufrirlo demasiado.

Con todo cariño,

Javier Serrano

Junio 2014

Cosechamos lo que sembramos en nosotros y en los demás

“Cosechamos lo que sembramos en nosotros y en los demás”

Si sembramos en nosotros la responsabilidad de hacernos cargo de actuar para que las cosas sucedan, a partir de un buen proceder con actitudes adecuadas, de nuestra proactividad, de enfocarnos en las metas, de aceptar el desafío de buscar soluciones y oportunidades con el apoyo de colaboradores y herramientas útiles, y en tener confianza en nuestra capacidad de decisión y en obtener buenos resultados, también podemos saber lo que vamos a ir cosechando durante el proceso, independientemente del resultado o la cosecha final, que no depende puramente de nuestras acciones.

Lo que sembremos “en positivo” en nosotros y en los demás, como la confianza, la toma de iniciativas, la planificación, la evaluación, la acción, la dedicación y perseverancia, etc. intentando ser responsables, nos acercará muchísimo más a la meta u objetivo buscado, que si nos dedicáramos a sembrar en nosotros mismos los opuestos “negativos”, como las dudas, miedos y desconfianza, la falta de iniciativa, la improvisación, la parálisis, la dejadez y desidia, excusarnos, juzgar y culpar, etc.

No nos dejemos llevar por los malos ejemplos que pueden influir negativamente en nuestro accionar. Su influencia nociva a veces es imperceptible para nosotros.

En los ámbitos públicos estamos acostumbrados a oír a los gobernantes, funcionarios y políticos, descargar sus responsabilidades y/o culpar a alguien más por sus acciones erróneas, omisiones, falta de atención, etc… Habitualmente no tienen mucha proactividad y entrega para resolver los problemas de los que los eligieron, los que le pagan sus sueldos o son sus seguidores.

Ni hablemos de lo nefastos que son los programas televisivos en donde las personas se expresan groseramente, se agreden verbalmente, muestran sus miserias, no respetan las opiniones de los otros, etc..

Las fallas también suceden frecuentemente en el ámbito privado, y muchas veces nosotros mismos cometemos algunos errores de comportamiento que afectan a los demás y a nosotros mismo. A veces ni siquiera somos concientes.

Muchas veces nos quejamos de situaciones que no resultan como quisiéramos, pero evaluemos si estamos teniendo buenas actitudes, actuando con la suficiente proactividad para intentar que “las cosas sucedan” para nuestro bien y el de nuestros prójimos, y si estamos buscamos esquivar la responsabilidad de nuestro comportamiento cuando nos equivocamos, fallamos en algo, no logramos lo que queremos, cuando no nos relacionamos bien con otras personas, etc…

Seamos honestos con nosotros mismo, y tratemos de mejorar los comportamientos que no ayudan a nuestro crecimiento interior y a nuestras relaciones con los demás.

Javier Serrano

Noviembre 2014

Que estas palabras te acompañen y te sirvan de guía hoy y siempre.

Te invito a compartir este texto y que lo envíes a quienes creas que lo puedan disfrutar o que les pueda ser de utilidad.

Me encantaría recibir alguna reflexión, texto u oración que quieras compartir.

Novedades del Sitio para el año 2.015

Este video presenta algunas novedades importantes, como nuevas secciones ( Categorías ) y algunos objetivos importantes para el año 2.015.

En sí mismo, representa una de las novedades, que es el uso de medios audiovisuales para transmitir testimonios, ideas, historias, contenidos,  sugerencias, etc…

Espero que puedan aprovechar la nueva manera de comunicarme con las personas que entran a este sitio en busca de apoyo, de información, de consultar contenidos, con intención de opinar, de aportar algo o simplemente de curiosear.

Pidamos, busquemos y llamemos

Pedid y se os dará; buscad y hallaréis; llamad y se os abrirá. Porque todo el que pide, recibe; y todo el que busca, encuentra; y al que llama se le abrirá.

O ¿quién hay entre vosotros, al que si su hijo le pide un pan le da una piedra?¿O si le pide un pez, le da una culebra? Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los Cielos dará cosas buenas a quienes le pidan? (Mt 7, 7-12)

I. Jesús, hoy me recuerdas lo bueno que es Dios, y que además es mi Padre.

Entonces, ¿cómo no pedirle todo lo que necesito? Si los padres de la tierra procuran cuidar bien a sus hijos ¿qué no me va a dar mi Padre Dios, que es todo el Amor y todo el Poder? Jesús, Tú nos manifiestas mejor que nadie el amor de nuestro padre Dios, porque Tú eres el Hijo de Dios. Con qué fuerza me dices que no sea tonto, que Dios está esperando que le pida con confianza para darme todo lo que necesite. Sí, pero a veces pido y no recibo…

Cuántas veces ocurre también que el niño pequeño pide a su padre algo y no se lo da, aunque sea un padre bueno. Por ejemplo, el niño que quiere coger un cuchillo porque es una cosa que brilla y parece muy útil para jugar; pero cuando se lo pide a su Padre, éste no se lo da.

¿Es que ya no le quiere? ¿Por qué no le da lo que le pide? Lo que a mí me parece necesario, no es siempre lo que más me conviene.

Si algo acontece en contra de lo que hemos pedido, tolerémoslo con paciencia y demos gracias a Dios por todo, sin dudar en lo más mínimo de que lo más conveniente para nosotros es lo que acaece según la voluntad de Dios y no la nuestra (1).

Jesús, quieres que pida todo aquello que creo que necesito, pero sabiendo que Tú sabes más, que Tú ves más; por eso, hasta lo que me parece una dificultad, un fracaso o una desgracia, puede ser un regalo especialísimo de Dios para mi vida.

Este es el abandono de los hijos de Dios: Señor, sé que todo lo que me ocurre, es para mi bien; que siempre y en todo se haga tu voluntad y no la mía.

II. Habla Jesús: «Así os digo yo: pedid, y se os dará; buscad, y hallaréis; llamad, y se os abrirá». Haz oración. ¿En qué negocio humano te pueden dar más seguridades de éxito? (2).

Jesús, haciendo oración obtengo siempre lo mejor, acierto siempre, consiga o no las cosas concretas que pido. Hay temas en los que tengo la seguridad de recibir lo que deseo: cuando pido por el bien de las almas y por la Iglesia. Con esas oraciones te arranco gracias específicas para mi vida interior, para la de los demás y para toda la Iglesia.

Que no me canse, Jesús, de pedir ayuda espiritual para superar esos defectos que tengo; o para que mis amigos y familiares te quieran más cada día; o por el Papa y los Obispos, etc…

Que me convenza de que es útil pedirte esas gracias espirituales, que hacen tanta falta.

Jesús, también quieres que te pida por la salud, por un tema que me preocupa, por los exámenes o por el trabajo. Pero debo pedir dándome cuenta de qué Tú eres el que mejor sabes lo que me conviene a mí y a los que me rodean; con ese abandono del hijo que confía en su padre, y que sabe que todo lo que recibe de él es para su bien. Pues si vosotros, siendo malos, sabéis dar a vuestros hijos cosas buenas, ¿cuánto más vuestro Padre que está en los Cielos dará cosas buenas a quienes le pidan?

¿En qué negocio humano te pueden dar más seguridades de éxito? Jesús, que me acostumbre a pedirte todo, a ser pedigüeño, a ponerlo todo en tus manos. Y entonces aprenderé a descubrir en los acontecimientos de cada día tu mano amorosa: tu mano de padre que me quiere, que me cuida, que me forma y, tal vez, que me poda, como a los árboles, para que dé más fruto. Actuando así, nada en este mundo me podrá quitar la paz y la alegría que son propias de los hijos de Dios.

NOTAS 1. S. Agustín, Carta 130, a Proba. 2. Camino, 96.

Meditación extraída de la colección “Una cita con Dios”, Tomo II, Cuaresma por Pablo Cardona.

La colección puede ser adquirida en www.beityala.com

Extraído de Evangelio, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

 

Padrenuestro

Y al orar no empleéis muchas palabras como los gentiles, que se figuran que por su locuacidad van a ser escuchados. No seáis, pues, como ellos; porque bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis. Vosotros, pues, orad así:

Padre nuestro que estás en los Cielos, santificado sea tu Nombre; venga tu Reino; hágase tu voluntad así en la tierra como en el Cielo. El pan nuestro de cada día dánosle hoy; y perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores; y no nos dejes caer en la tentación, mas líbranos del mal.

Pues si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre Celestial. Pero si no perdonáis a los hombres, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados. (Mateo 6, 7-15)

I. Jesús, hoy me enseñas el Padrenuestro, la oración más repetida por los cristianos de todos los tiempos. Tú quieres que aprendamos de Ti a hacer oración, a dirigirnos a Dios, y a tratarle como el que es: mi Padre. Un Padre Todopoderoso y de sabiduría infinita. Por eso me dices: bien sabe vuestro Padre de qué tenéis necesidad antes de que se lo pidáis.

Dios mío, Tú me conoces perfectamente, sabes lo que necesito en cada momento, pero quieres que te lo pida en la oración.

Padre nuestro que estás en los Cielos, sé que también estás en mi alma en gracia y en el sagrario. Estás cerca de mí: estás dentro de mí.

¿Trato de tenerte presente a lo largo del día, ofreciéndote todo lo que hago?

Santificado sea tu nombre.

¿Qué puedo hacer yo para que tu nombre sea más conocido y más amado?

¿Qué ejemplo doy entre mis amigos, yo que llevo el nombre de tu Hijo, el nombre de cristiano?.

Venga tu reino: el reino de la paz entre los pueblos y entre las personas; el reino del amor y del servicio; el reino de la justicia, de la misericordia y de la solidaridad.

¿Cómo empiezo yo ese reino a mi alrededor?

Hágase tu voluntad, así en la tierra como en el cielo.

¿Qué quieres que haga? ¿Estoy buscando hacer mi voluntad o la tuya?

¿Son mis objetivos acordes con lo que Tú esperas de mí?

II. ¡De acuerdo!, lo admito: esa persona se ha portado mal; su conducta es reprobable e indigna; no demuestra categoría ninguna.

-¡Merece humanamente todo el desprecio!, has añadido.

-Insisto, te comprendo, pero no comparto tu última afirmación; esa vida mezquina es sagrada: ¡Cristo ha muerto para redimirla! Si Él no la despreció, ¿cómo puedes atreverte tú? (1).

El pan nuestro de cada día dánosle hoy.

«Orad como si todo dependiese de Dios y trabajad como si todo dependiese de vosotros». Una vez hecho nuestro trabajo, el alimento viene a ser un don del Padre; es bueno pedírselo y darle gracias por él. Este es el sentido de la bendición de la mesa en una familia cristiana (2).

Perdónanos nuestras deudas, así como nosotros perdonamos a nuestros deudores.

Jesús, a veces no es fácil perdonar, olvidar el daño que el otro me ha hecho. No me refiero a simples fallos, errores o malos entendidos. Me refiero a los que positivamente han ido a hacerme daño o a dejarme mal; a los que han ido a fastidiar a sabiendas, o que -pudiendo- no han hecho nada para evitarme un disgusto.

¡De acuerdo!, lo admito: esa persona se ha portado mal. Pero tú me has enseñado con tu vida y con tu muerte a perdonar. Muchas veces el odio procede de la ignorancia: Padre, perdónales porque no saben lo que hacen (3). Esa otra persona puede haber tenido una educación muy distinta a la mía; y sobretodo, Tú has muerto por ella. Si Él no la despreció, ¿cómo puedes atreverte tú?

Pues si perdonáis a los hombres sus ofensas, también os perdonará vuestro Padre Celestial.

Jesús, ayúdame a imitarte a la hora de saber perdonar a los demás. Sólo entonces podré pedirte perdón por tantos pecados y faltas de amor a Ti que he cometido y cometo.

Y no me dejes caer en la tentación, cualquiera que sea.

Yo, por mi parte, intentaré no ponerme nunca en ocasión de pecar.

Padre, puesto que soy tu hijo, líbrame de todo mal. Amén.

Notas: 1. Surco, 760. 2. Catecismo, 2384. 3. Lc 23, 34.

Meditación extraída de la colección “Una cita con Dios”, Tomo II, Cuaresma por Pablo Cardona.

La colección puede ser adquirida en www.beityala.com

Extraído de Evangelio, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

 

Obras de misericordia

I. El amor de Cristo se expresa particularmente en el encuentro con el sufrimiento, en todo aquello en que se manifiesta la fragilidad humana, tanto física como moral. De esta manera revela la actitud continua de Dios Padre hacia nosotros, que es amor (1 Juan 4, 16) y rico en misericordia (Efesios 2, 4)

La misericordia es el núcleo fundamental de su predicación y la razón principal de sus milagros. También la Iglesia “abraza con su amor a todos los afligidos por la debilidad humana; más aún, en los pobres y en los que sufren reconoce la imagen de su Fundador, pobre y paciente, se esfuerza en remediar sus necesidades y procura servir en ellos a Cristo” ( Concilio Vaticano II, Lumen Gentium ).

¿Y qué otra cosa haremos nosotros si queremos imitar al Maestro y ser buenos hijos de la Iglesia? Cada día se nos presentan incontables ocasiones de poner en práctica la enseñanza de Jesús ante el dolor y la necesidad, con un corazón lleno de misericordia.

II. Si la mayor desgracia, el peor de los desastres, es alejarse de Dios, nuestra mayor obra de misericordia será en muchas ocasiones acercar a los sacramentos, fuentes de Vida, y especialmente a la Confesión, a nuestros familiares y amigos.

Toda miseria moral, cualquiera que sea, reclama nuestra compasión, y la verdadera compasión comienza por la situación espiritual del alma de los que nos rodean, que hemos de procurar remediar con la ayuda de la gracia.

Ahora que el número de analfabetas ha decrecido en tantos países, ha aumentado la ignorancia religiosa con el total desconocimiento de las más elementales nociones de la Fe y la Moral y de los rudimentos mínimos de la piedad. Por esta razón, la catequesis ha pasado a ser una obra de misericordia de primera importancia (J. Orlandis, Bienaventuranzas)

III. Imitar a Jesús misericordioso nos llevará a dar consuelo y compañía a quienes se encuentran solos, a los enfermos, a los ancianos, a quienes sufren una pobreza vergonzante o descarada. Haremos nuestro su dolor y les ayudaremos a santificarlo mientras que procuramos remediar ese estado en el modo que nos sea posible.

La misericordia nos lleva a perdonar con prontitud y de corazón, aunque quien ofende no manifieste arrepentimiento por su falta o rechace la reconciliación. El cristiano no guarda rencores en su alma, no se siente enemigo de nadie, ni juzga severamente a nadie. Si somos misericordiosos, obtendremos del Señor la misericordia que tanto necesitamos, particularmente para esas flaquezas, errores y fragilidades que Él bien conoce.

María, Madre de la misericordia, nos dará un corazón capaz de compadecerse de quienes sufren a nuestro lado.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Gracias por suscribirse a meditar

 

Vivir la fe en lo ordinario

I. El Evangelio nos habla del hombre que tenía una mano seca (Marcos 3, 1-6), a quien Jesús cura; solamente le dijo: extiende tu mano. La extendió, y su mano quedó curada. Todo es posible con Jesús.

La fe nos permite lograr metas que siempre habíamos creído inalcanzables, resolver viejos problemas personales o de una tarea apostólica que parecían insolubles, echar fuera defectos que estaban arraigados. La fe es para vivirla, y debe informar las grandes y pequeñas decisiones; y, a la vez, se manifiesta de ordinario en la manera de enfrentarse con los deberes de cada día.

No basta con asentir a las grandes verdades del Credo, tener una buena formación quizá; es necesario vivirla, practicarla, ejercerla, debe generar una “vida de fe” que sea, a la vez, fruto y manifestación de lo que se cree. Dios nos pide servirle con la vida, con las obras, con todas las fuerzas del cuerpo y del alma.

II. El ejercicio de la virtud de la fe en la vida cotidiana se traduce en lo que comúnmente se conoce como “visión sobrenatural”, que consiste en ver las cosas, incluso las más corrientes, lo que parece intrascendente, en relación con el plan de Dios sobre cada criatura en orden a su salvación y a la de otros muchos.

La vida cristiana, la santidad, no es un revestimiento externo que recubre al cristiano, ignorando lo propiamente humano. De ahí que las virtudes sobrenaturales influyan en las humanas y hagan del cristiano un hombre honrado, ejemplar en su trabajo y en su familia, lleno de sentido del honor y de la justicia.

La fe está continuamente en ejercicio, y la esperanza, y la caridad… Ante problemas y obstáculos, el Señor nos dice: extiende tu mano.

Examinemos hoy cómo vamos de “visión sobrenatural” ante los acontecimientos diarios.

III. La fe nos llevará a imitar a Jesucristo, que fue “perfecto Dios y perfecto hombre” (Symbolo Quicumque), a ser hombres y mujeres de temple, sin complejos, sin respetos humanos, veraces, honrados, justos en los juicios, en los negocios, en la conversación.

La vida cristiana se expresa a través del actuar humano, al que dignifica y eleva al plano sobrenatural. Por otra parte, lo humano sustenta y hace posibles las virtudes sobrenaturales. En San José encontramos un modelo espléndido de varón justo, vir iustus (Mateo 1, 19), que vivió de fe en todas las circunstancias de su vida.

Pidámosle que sepamos ser lo que Cristo espera de cada uno en el propio ambiente y circunstancias.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

 

Nuestro padre Dios

I. Jesús, perfecto Dios y perfecto Hombre, nos habla a lo largo del Evangelio, de la cercanía de Dios en la vida de los hombres y de su amorosa paternidad.

Son incontables las veces que Jesús da a Dios el título de Padre en sus diálogos íntimos y en su doctrina a las muchedumbres. Habla con detenimiento de su bondad como Padre: retribuye cualquier pequeña acción, pondera todo lo bueno que hacemos, incluso lo que nadie ve, (Mateo 6, 3-4; 17-18) es tan generoso que reparte sus dones sobre justos e injustos, (Mateo 5, 44-46) anda siempre solícito y providente sobre nuestras necesidades (Mateo 4, 7-8; 25-33).

Nosotros, por nuestra limitación humana, no conocemos del todo hasta qué extremos está Dios con nosotros en todos los momentos de la vida. Esta cercanía se hace especialmente próxima cuando Dios ve que estamos recorriendo el camino hacia la santidad. Siempre está con nosotros como un Padre que cuida a su hijo pequeño.

II. Ser hijos de Dios no es una conquista nuestra, no es un progreso humano, sino un don divino, don inefable que hemos de considerar y de agradecer frecuentemente todos los días. La filiación divina será fundamento de nuestra alegría y de nuestra esperanza al realizar la tarea que el Señor nos ha encomendado. Aquí está nuestra seguridad ante los posibles temores y angustias: Padre, Padre mío.

“Llámale Padre muchas veces al día, y dile –a solas, en tu corazón- que le quieres, que le adoras: que sientes el orgullo y la fuerza de ser hijo suyo” (J. Escrivá de Balaguer, Amigos de Dios). Dios Padre nos ve cada vez más como hijos suyos en la medida que nos parecemos a su Hijo Jesucristo: si procuramos trabajar como Él, si tratamos con misericordia a nuestros hermanos los hombres, si reparamos por los pecados del mundo, si somos agradecidos como lo era Jesús.

III. La gracia santificante, que recibimos en los sacramentos y a través de las buenas obras, nos va identificando con Cristo y haciéndonos hijos en el Hijo, pues Dios Padre tiene un solo Hijo, y no cabe acceder a la filiación divina más que en Cristo, unidos e identificados con Él, como miembros de su Cuerpo Místico: vivo yo; pero ya no soy yo quien vive: es Cristo quien vive en mí, escribía San Pablo a los Gálatas.

Mientras más nos identificamos con el Señor, vamos creciendo en el sentido de la filiación divina. Pidamos a Nuestra Madre seguir su ejemplo de correspondencia a la gracia divina. Ninguna criatura puede llegar a ser como Ella, en la plenitud de sentido, Hija de Dios Padre.

 

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

 

La virtud de la fidelidad

I. La Sagrada Escritura nos habla con frecuencia de la virtud de la fidelidad, de la necesidad de mantener la promesa, el compromiso libremente aceptado, el empeño en acabar una misión en la que uno se ha comprometido.

Dios pide fidelidad a los hombres a los que mira con predilección porque Él mismo es siempre fiel, por encima de nuestras flaquezas y debilidades. Quienes son fieles le son muy gratos, (Proverbios 12, 22) y les promete un don definitivo: el que sea fiel hasta la muerte, recibirá la corona de la vida (Apocalipsis 2,20 ). La idea de la fidelidad penetra tan hondo en la vida del cristiano que el título de fieles bastará para designar a los discípulos de Cristo.

Somos fieles si guardamos la palabra dada, si nos mantenemos firmes, a pesar de los obstáculos y dificultades, a los compromisos adquiridos. Se es fiel a Dios, al cónyuge, a los amigos. Referida a la vida espiritual, se relaciona estrechamente con el amor, la fe y la vocación.

II. ¿Cómo puede el hombre, que es mudable, débil y cambiante, comprometerse para toda la vida? Puede, porque su fidelidad está sostenida por quien no es mudable, ni débil, ni cambiante, por Dios. El Señor sostiene esa disposición del que quiere ser leal a sus compromisos y, sobre todo, al más importante de ellos: al que se refiere a Dios –y a los hombres por Dios-, como en la vocación a una entrega plena, a la santidad. Lo principal del amor no es el sentimiento, sino la voluntad y las obras; y exige esfuerzo, sacrificio y entrega.

El sentimiento y los estados de ánimo son mudables y sobre ellos no se puede construir algo tan fundamental como es la fidelidad. Esta virtud adquiere su firmeza del amor, del amor verdadero. Sin amor, pronto aparecen las grietas y las fisuras de todo compromiso.

III. La perseverancia hasta el final de la vida se hace posible con la fidelidad a lo pequeño de cada jornada y el recomenzar cuando, por debilidad, hubo algún paso fuera del camino; fidelidad es corresponder a ese amor de Dios, dejarse amar por él, quitar los obstáculos que impiden que ese Amor misericordioso penetre en lo más profundo del alma.

Para ser fieles necesitamos del soporte de la sinceridad, primero con uno mismo: reconocer y llamar por su nombre a lo que nos puede llevar fuera del propio camino. Y enseguida sinceridad con el Señor y con quien orienta espiritualmente nuestra alma.

Le pedimos a nuestra Madre: Virgo fidelis, ora pro nobis, ora pro me, para que nos ayude a ser fieles al amor de su Hijo.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

 

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

 

Contar con la Cruz

I. Los Apóstoles no comprendían cuando Jesús les anunció que padecería mucho por parte de los judíos y finalmente moriría para resucitar al día tercero.

Ellos todavía tenían una imagen temporal del Reino de Dios. Pedro, llevado por su inmenso cariño por Jesús, quiso apartarle de la Cruz, sin comprender aún que ésta es un gran bien para la humanidad y la suprema muestra de amor de Dios por nosotros.

La predicación de la Cruz, de la mortificación, del sacrificio, como un bien, como medio de salvación, chocará siempre con quienes la miren, como Pedro en esta ocasión, con ojos humanos.

Pensando sólo con lógica humana, es difícil de entender que el dolor, el sufrimiento, aquello que se presenta costoso, puede llegar a ser un bien. El miedo al dolor es un impulso arraigado en nosotros y nuestra primera reacción es rehuirlo.

La fe sin embargo, nos hace ver, y experimentar, que sin sacrificio no hay amor, no hay alegría verdadera, no se purifica el alma, no encontramos a Dios. El camino de la santidad pasa por la Cruz, y todo apostolado se fundamenta en ella.

II. Hoy encontramos también a muchos que no sienten las cosas de Dios sino las de los hombres. Tienen la mirada en lo de aquí abajo, en los bienes materiales, sobre los que se abalanzan sin medida, como si fueran lo único real y verdadero. La humanidad sufre una ola de materialismo que parece querer invadirlo y penetrarlo todo. La ideología hedonista, según la cual el placer es el fin supremo de la vida, impregna especialmente las costumbres y los modos de vida en naciones económicamente más desarrolladas, pero es también “el estilo de vida de grupos cada vez más numerosos de países más pobres” (Juan Pablo II, Homilía).

Este materialismo radical ahoga el sentido religioso de los pueblos y de las personas, se opone directamente a la doctrina de Cristo, quien nos invita una vez más en el Evangelio de la Misa a tomar la Cruz como condición necesaria para seguirle.

III. Sólo el alma que lucha por mantenerse en Dios permanecerá en una juventud siempre mayor, hasta que llegue el encuentro con el Señor. Todo lo demás pasa, y deprisa. Jesús nos lo recuerda en el Evangelio de hoy: ¿De qué sirve al hombre ganar el mundo entero si pierde su alma?, ¿O qué podrá dar el hombre a cambio de su alma? (Mateo 16, 26). Inclusive el bien temporal, que los cristianos tenemos obligación de procurar como la técnica y la ciencia, debe estar siempre al servicio de la dignidad de la persona.

Sólo con un amor recto, que la templanza custodia y garantiza, sabremos dar verdadero sentido a la necesaria preocupación por los bienes materiales, y enraizado este amor en la generosidad y en el sacrificio alcanzará el Cielo al que ha sido destinado desde la eternidad.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

 

La voluntad de Dios

I. Hágase tu voluntad en la tierra como en el Cielo, rogamos a Dios en la tercera petición del Padrenuestro. Queremos alcanzar del Señor las gracias necesarias para que podamos cumplir aquí en la tierra todo lo que Dios quiere.

La mejor oración es aquella que transforma nuestro deseo, hasta conformarlo, gozosamente, con la voluntad divina, hasta poder decir con Jesús: No se haga mi voluntad, Señor, sino la tuya. Si es así nuestra oración, siempre saldremos beneficiados, pues no hay nadie que quiera tanto nuestro bien y nuestra felicidad como el Señor.

Querer hacer la voluntad de Dios en todo, aceptarla con gozo y amarla, no “es la capitulación del más débil ante el más fuerte, sino la confianza del hijo en el Padre, cuya bondad nos enseña a ser plenamente hombres: Lo cual implica el descubrimiento de la condición de nuestra grandeza” (G. Chevrot, En lo secreto), la filiación divina.

II. En muchos momentos, nuestro querer natural coincide con el de Dios. Todo entonces parece sereno y suave. Sin embargo, el camino que lleva directamente a Dios, nos llevará en tantas ocasiones por senderos distintos a los que nosotros, con un criterio exclusivamente humano, hubiéramos escogido. Y el Espíritu Santo quizá nos diga en la intimidad de nuestro corazón: Mis caminos no son vuestros caminos… (Isaías 55, 8).

Es entonces cuando podemos purificar el propio yo, la propia voluntad inclinada exclusivamente a uno mismo, incluso en asuntos nobles, e iremos al Sagrario a ver a Jesús; ahí comprenderemos que nuestro querer más íntimo es precisamente aceptar y amar la voluntad de Dios.

Nuestra meta será: hacer siempre, también en lo pequeño, en las tareas ordinarias, lo que Dios quiere que hagamos. Así, nuestra vida se convertirá en un continuo acto de amor.

III. En algunas situaciones humanamente difíciles, debemos decir con paz: “¿Lo quieres, Señor?…¡Yo también lo quiero! Pueden ser ocasiones extraordinarias para confiar más y más en nuestro Padre. Esa voluntad divina que aceptamos puede llamarse sufrimiento, enfermedad o pérdida de un ser querido. O quizá son hechos que nos llegan por los simples sucesos de cada jornada o el transcurrir de los años.

También nosotros podremos decir con Santa Teresa: “Dadme riqueza o pobreza, dad consuelo o desconsuelo, dadme alegría o tristeza… ¿Qué mandáis hacer de mí?”

Y agregamos: Señor, Dios mío en tus manos abandono lo pasado y lo presente y lo futuro, lo pequeño y lo grande, lo poco y lo mucho, lo temporal y lo eterno. (J. Escrivá de Balaguer, Vía Crucis)

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

 

La siembra y la cosecha

I. Salió el sembrador a sembrar su semilla, nos dice el Señor en el Evangelio (Marcos 4, 1-20). Dios siembra la buena semilla en todos los hombres; da a cada uno las ayudas necesarias para su salvación. Nosotros somos colaboradores suyos en su campo. Nos toca preparar la tierra y sembrar en nombre del Señor de la tierra.

Todas nuestras circunstancias pueden ser ocasión para sembrar en alguien la semilla que más tarde dará su fruto. El Señor nos envía a sembrar con largueza. No nos corresponde a nosotros hacer crecer la semilla; eso es propio del Señor (1 Corintios 3, 7), y nunca niega Su gracia.

Nosotros somos simples instrumentos del Señor; gran responsabilidad la del que se sabe instrumento: Estar en buen estado. No hay terrenos demasiado duros para Dios. Nuestra mortificación y oración, con humildad y paciencia, pueden conseguir del Señor, las gracias necesarias para acercar las almas a Él.

II. Siempre es eficaz la labor en las almas. Mis elegidos no trabajarán en vano (Isaías 65, 23), nos ha prometido el Señor. La misión apostólica unas veces es siembra, sin frutos visibles, y otras de recolección de lo que otros sembraron con su palabra, o con su dolor desde la cama de un hospital, o con un trabajo escondido. Pero siempre es tarea alegre y sacrificada, paciente y constante.

Trabajar cuando no se ven los frutos es un buen síntoma de fe y de rectitud de intención, señal de que verdaderamente estamos realizando una tarea sólo para la gloria de Dios. Lo que importa es que sembremos y poner los medios más oportunos para las diferentes situaciones: más luz de la doctrina, más oración y alegría, o profundizar más en la amistad.

III. El apostolado siempre da un fruto desproporcionado a los medios empleados: nada se pierde. El Señor, si somos fieles, nos concederá ver, en la otra vida, todo el bien que produjo nuestra oración, las horas de trabajo ofrecidas, las conversaciones sostenidas con nuestros amigos, la enfermedad que ofrecimos por otros.

Sin embargo, en el apostolado, debemos tener siempre en cuenta que Dios ha querido crearnos libres para que, por amor, queramos reconocer nuestra dependencia de Él y sepamos decir libremente, como la Virgen: He aquí la esclava del Señor (Lucas 1, 38). Nosotros vivamos la alegría de la siembra, “cada uno según su posibilidad, carisma y ministerio” (CONCILIO VATICANO II, Ad gentes)

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

 

Amar el propio trabajo profesional

I. El trabajo es consecuencia del mandato de dominar la tierra (Génesis 1, 28) dado por Dios a la humanidad. El trabajo es un bien de Dios aunque sea un bien arduum (Santo Tomás); se volvió penoso por el pecado original, pero anteriormente no lo era.

El trabajo es un bien útil que corresponde a la dignidad del hombre, un bien que expresa esta dignidad y la aumenta (JUAN PABLO II, Laborem exercens) El trabajo es el medio a través del cual hemos de alcanzar la propia santidad y la de los demás. Por esta razón no se puede entender un trabajo mal hecho, con chapuzas, a medio terminar.

San Pablo animaba a trabajar para no serle gravoso a nadie, (1 Tesalonicenses 2, 9) Y más tarde advierte: el que no trabaje, que no coma. Hoy en nuestra oración consideremos que el Señor espera de nosotros que vivamos el mismo espíritu de laboriosidad y de trabajo intenso que vivieron los primeros cristianos.

II. El Señor nos dio, en sus años de Nazaret, un ejemplo admirable de la importancia del trabajo y de la perfección humana y sobrenatural con que hemos de realizar la tarea profesional. Treinta años de oscuridad pasó Jesús en la tierra trabajando como un artesano.

Su predicación indica que conocía muy de cerca el trabajo. En San José también podemos encontrar el ejemplo de una vida corriente como la nuestra, dedicada al trabajo. Él inició a Jesús en su oficio hasta adquirir la maestría de un verdadero profesional. A San José podemos encomendar nuestras tareas profesionales. Jesús llamó solamente a personas habituadas al trabajo.

Examinemos hoy la calidad de nuestro trabajo, si lo comenzamos y terminamos con puntualidad, si sacamos por delante lo más fatigoso, si aprovechamos el tiempo sin distraernos en cosas innecesarias, si cuidamos los instrumentos que usamos. Y contemplemos a Jesús en su taller de Nazaret.

III. Hemos de amar el trabajo, y ha de ser materia de oración, porque, además, el trabajo es uno de los más altos valores humanos, medio con el que cada uno debe contribuir al progreso de la sociedad, y sobre todo, porque es camino de santidad.

Los cristianos corrientes no nos santificamos a pesar del trabajo, sino a través del trabajo; Encontramos al Señor en las más variadas incidencias que lo componen, -unas agradables y otras menos,- el campo en el que se ejercitan las virtudes humanas y sobrenaturales.

San Pablo se servía de su misma profesión para acercar a otros a Cristo. Así hemos de hacer nosotros, cualquiera que sea nuestro oficio y nuestro lugar en la sociedad. No olvidemos ofrecer por la mañana nuestra jornada de trabajo, y pidamos a San José que nos ayude a trabajar como él lo hizo: en presencia de Jesús.

 

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

 

Extraído de Meditar, del Portal católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

 

Hijos de Dios

I. A lo largo del Nuevo Testamento, la filiación divina ocupa un lugar central en la predicación de la buena nueva cristiana, como realidad bien expresiva del amor de Dios por los hombres: Ved qué amor nos ha mostrado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios y que lo seamos (1 Juan 3, 1).

El mismo Cristo nos mostró esta verdad enseñándonos a dirigirnos a Dios como al Padre, y nos señaló la santidad como imitación filial. A mí me ha dicho el Señor: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Estas palabras del Salmo II, que se refieren principalmente a Cristo, se dirigen también a cada uno de nosotros y definen nuestro día y la vida entera, si estamos decididos –con debilidades, con flaquezas- a seguir a Jesús, a procurar imitarle, a identificarnos con Él, en nuestras particulares circunstancias.

II. Cuando vivimos como buenos hijos de Dios, consideramos los acontecimientos –aún los pequeños sucesos de cada día- a la luz de la fe, y nos habituamos a pensar y actuar según el querer de Cristo.

En primer lugar, trataremos de ver hermanos en las personas que nos rodean, los trataremos con aprecio y respeto y nos interesaremos en su santificación.

Si consideramos con frecuencia esta verdad –soy hijo de Dios-, nuestro día se llenará de paz, de serenidad y de alegría.

Nos apoyaremos en nuestro Padre Dios en las dificultades, si alguna vez se hace todo cuesta arriba (J. LUCAS, Nosotros, hijos de Dios). Volveremos con más facilidad a la Casa paterna, como el hijo pródigo, cuando nos hayamos alejado con nuestras faltas y pecados. Nuestra oración será de veras la conversación de un hijo con su padre, que sabe que le entiende y que le escucha.

III. El hijo es también heredero, tiene como un cierto “derecho” a los bienes del padre; somos herederos de Dios, coherederos con Cristo (Romanos 8, 17).

El anticipo de la herencia prometida lo recibimos ya en esta vida: es el gaudium cum pace, la alegría profunda de sabernos hijos de Dios, que no se apoya en los propios méritos, ni en la salud ni en el éxito, ni en la ausencia de dificultades, sino que nace de la unión con Dios, en saber que Él nos quiere, nos acoge y perdona siempre… y nos tiene preparado un Cielo junto a Él.

Perdemos esta alegría cuando nos olvidamos de nuestra filiación divina, y no vemos la Voluntad de Dios, sabia y amorosa siempre en nuestra vida. Además, el alma alegre es un apóstol porque atrae a los hombres hacia Dios.

Pidamos a la Virgen la profunda alegría de sabernos hijos de Dios.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

 

El bautismo del Señor

I. Cristo, sin tener mancha alguna que purificar, quiso someterse al bautismo de la misma manera que se sometió a las demás observancias legales, que tampoco le obligaban. Al hacerse hombre, se sujetó a las leyes que rigen la vida humana y a las que regían en el pueblo israelita, elegido por Dios para preparar la venida de nuestro Redentor.

Con el bautismo de Jesús quedó preparado el Bautismo cristiano, que fue directamente instituido por Él. En él, recibimos la fe y la gracia. Hoy nuestra oración nos puede ayudar a dar gracias por haber recibido este don inmerecido y para alegrarnos por tantos bienes como Dios nos concedió.

‘Gracias al sacramento del bautismo te has convertido en templo del Espíritu Santo: no se te ocurra ahuyentar con tus malas acciones a tan noble huésped, ni volver a someterte a la servidumbre del demonio: porque tu precio es la Sangre de Cristo’ (San León Magno, Homilia de Navidad, 3).

II. El Bautismo nos inicio en la vida cristiana. Fue un verdadero nacimiento a la vida sobrenatural. El resultado de esta nueva vida es cierta divinización del hombre y la capacidad de producir frutos sobrenaturales. El bautizado renace a una nueva vida, a la vida de Dios, por eso es su hijo. ‘Y si somos hijos, tambien somos herederos, herederos de Dios y coherederos con Cristo’ (Cfr. Rom 8, 14-17).

Demos muchas gracias a nuestro Padre Dios que ha querido dones tan inconmensurables, tan fuera de toda medida, para cada uno de nosotros. ¡Qué gran bien nos puede hacer el considerar frecuentemente estas realidades!.

III. En la Iglesia nadie es un cristiano aislado. A partir del Bautismo, el cristiano forma parte de un pueblo, la Iglesia se le presenta como la verdadera familia de los hijos de Dios. Y el Bautismo es la puerta por donde se entra a la Iglesia, y se recibe el llamado a la santidad. Cada uno en su propio estado y condición.

Otra verdad íntimamente unida a esta condición de miembro de la Iglesia es la del carácter sacramental, un cierto signo espiritual e indeleble impreso en el alma. Es como el resello de posesión de Cristo sobre el alma de los bautizados.

Con estas consideraciones comprendemos bien el deseo de la Iglesia de que los niños reciban pronto estos dones de Dios. Desde siempre ha urgido a los padres para que bauticen a sus hijos cuanto antes. Hemos de agradecer a nuestros padres que, quizá a los pocos días de nacer, nos llevaran a recibir este santo sacramento.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

 

La noche del «Atleta de Dios»

Me acompaña desde ayer un extraño pensamiento: ¿Qué haría si me fuese concedido compartir la pena -y, a la vez, gozar el privilegio- de los que velan las noches del Papa, en su habitación de enfermo en la última planta del hospital que quiso erigir el tempestuoso converso fra Agostino Gemelli?

Una pequeña silla en un ángulo en penumbra y sin otro empeño que el de estarme quieto, meditando en silencio, dejando a otros, obviamente, los asuntos que no me incumben. Sufrir la pena, digo, de una situación semejante.

No existe, no puede haber sospecha de retórica en confirmar que, para el católico, este hombre es lo que su propio nombre indica: Papa, es decir, algo más que «padre»: Un afectuoso y tierno «papá», «papaíto».

¿Cómo no sufrir, entonces, a la vista del cuerpo paterno doblegado por un mal que desde hace años, día tras día, avanza implacable, fijando la rigidez de los miembros y el rostro que hemos amado en el vigor de la madurez, cuando el mundo –sorprendido y fascinado— hablaba del «Atleta de Dios»?

La fuerza del anuncio evangélico se unía a la fuerza del anunciador, formando una unión que contribuyó, entre otras cosas, a agrietar y más tarde derrumbar la inmensa prisión de la que él mismo había conocido los barrotes; aquel régimen que proclamaba la inexistencia de Dios y que parecía de un
acero imperforable. A la tan conocida y burlona pregunta de Stalin sobre el número y el armamento de las «divisiones del Papa», este sucesor de Pedro le dio la más definitiva de las respuestas. El misterio de un Papa.

Pero, junto a la pena, sería consciente del privilegio: Una ocasión única de reflexión, casi un curso -dramáticamente condensado- de ejercicios espirituales. En aquel ángulo apartado, percibiría, casi palpable, el sentido del misterio. Ese misterio que cada Papa representa.

Como le recordé en la primera de las preguntas que él mismo quiso que le hiciera, frente a él -como, a través de los siglos, frente a cada uno de los hombres vestidos de blanco que se proclama y que se considera «Vicario de Cristo en la Tierra»-, es necesario elegir. O la persona que representa semejante pretensión es realmente el enigmático testimonio viviente del Creador, o quizás es el mayor responsable de una ilusión que dos mil años de persistencia han vuelto todavía más grotesca y alienante.

¿Quién es, realmente, el hombre de respiración dificultosa que está en la cama del hospital? Conozco muy bien las razones del rechazo, de la incredulidad, del agnosticismo: Esas razones (que no es lícito infravalorar porque parecen deseadas por Dios mismo, que ama revelarse en el claroscuro para salvar nuestra libertad de rechazarlo) fueron también las mías. Pero desde hace mucho tiempo, y no por mérito propio, una evidencia irrefutable ha reventado las costras de una duda que me parecía impenetrable. Por tanto, ya no vacilo: Ese octogenario que sufre entre las sábanas se encuentra en un diálogo tan misterioso como directo con Dios.

Ese hombre que respira fatigosamente cumple para sus fieles hoy con el deber que le fue confiado a Simón Pedro por el Mesías resucitado en las orillas del Lago Tiberíades: «Apacienta mis ovejas». Ese hombre es la garantía de una verdad que pretende echar en cara cosas paradójicas, absurdas, para quienes pretenden quedarse en el ámbito de la razón y la modernidad.

Auténticos escándalos, empezando por el de la Eucaristía, que mediante una serie de palabras antiguas asegura transformar el pan y el vino nada menos que en la carne y la sangre de un Crucificado en Jerusalén, hace ya veinte siglos.

Con poco que se piense, aparece el vértigo, el escalofrío, el sagrado estremecimiento que ya no advertimos, ocupándonos del Vaticano como institución de poder, juzgando las recaídas políticas de sus elecciones, viendo al Papa como a uno más entre los grandes de la Tierra. Quizá porque nos obligaría a tomar posición, a elegir, hemos apartado el enigma provocador que encarna cada Papa. Y que también Juan Pablo II representa.

Sufriendo su sufrimiento advertiría, al mismo tiempo, la seducción y la desazón («terrible es este Misterio», grita la misma Escritura) de lo que rodea ese lecho en un hospital romano. Lo que los ojos del cuerpo no ven, pero que, incluso en la bruma que nos rodea, vislumbran los ojos de la fe: La gloria de Cristo mismo que continúa su pasión en el sufrimiento de ese anciano enfermo, al que un día acogerá con su «ven, siervo bueno y fiel».

Desde la penumbra de mi silla, me preguntaría cómo unas espaldas de mortal pueden sostener tan consciente responsabilidad, qué fuerza sostiene a quien es llamado a este ministerio -inquietante, más que deseable- sin parangón sobre la Tierra.

Siempre, en cada religión, los «hombres de Dios» no son más que mediadores, anunciadores, maestros, testimonios del Eterno. Sólo en el cristianismo –es más, sólo en su versión católica- un hombre, el Papa, representa, de algún modo hace visible, al Hijo mismo de Dios que camina en la Historia.

Comprendería bien, en aquella habitación del Gemelli, por qué la Iglesia obliga a cada uno de sus sacerdotes y a cada uno de sus fieles a rezar cada día para que sepa llevar un peso humanamente intolerable. Ahora, quizá, ese peso es aliviado por Juan Pablo II: Decirlo puede parecer sorprendente, pero no lo es desde la perspectiva de la fe.

Karol Wojtyla, tan viejo y enfermo, ha sido llamado a ser testigo del sufrimiento que lo hace común a su Jefe, Cristo. El Papa sobre su cruz nos remite a Jesús mismo, porque —como ya hace— acepta con coraje, humildad y resignación beber ese cáliz amargo que, en Getsemaní, aterró a Jesús mismo.

El Pontífice que ha escrito más encíclicas y pronunciado más discursos es ahora casi incapaz de escribir y de hablar, pero pronuncia precisamente ahora su homilía más convincente: La que mana del dolor asumido cristianamente y, por tanto, transfigurado. Sobre todo esto, gratamente, reflexionaría si, en un caso impensable, velara junto a ese lecho romano.

Vittorio Messori
El autor es un intelectual italiano, converso a la fe católica. ROMA, Italia
Autor de las preguntas a Juan Pablo II para el libro que sería best-seller en todas las lenguas: Juan Pablo II. Cruzando el umbral de la esperanza.

Extraído de Vozpapa del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com ( Febrero 2005 )

Los nueve tesoros

Dos amigos marineros viajaban en un buque carguero por todo el mundo, y andaban todo el tiempo juntos. Así que, esperaban la llegada a cada puerto para bajar a tierra, encontrarse con mujeres, beber y divertirse. Un día llegan a una isla perdida en el Pacífico, desembarcan y se van al pueblo para aprovechar las pocas horas que iban a permanecer en tierra.

En el camino se cruzan con una mujer que está arrodillada en un pequeño río lavando ropa. Uno de ellos se detiene y le dice al otro que lo espere, que quiere conocer y conversar con esa mujer.

El amigo, al verla y notar que esa mujer no es nada del otro mundo, le dice que para qué, si en el pueblo seguramente iban a encontrar chicas más lindas, más dispuestas y divertidas.

Sin embargo, sin escucharlo, el primero se acerca a la mujer y comienza a hablarle y preguntarle sobre su vida y sus costumbres. Cómo se llama, qué es lo que hace, cuantos años tiene, si puede acompañarlo a caminar por la isla.

La mujer escucha cada pregunta sin responder ni dejar de lavar la ropa, hasta que finalmente le dice al marinero que las costumbres del lugar le impiden hablar con un hombre, salvo que éste manifieste la intención de casarse con ella, y en ese caso debe hablar primero con su padre, que es el jefe o patriarca del pueblo.

El hombre la mira y le dice: «Está bien. Llévame ante tu padre. Quiero casarme con vos».

El amigo, cuando escucha esto, no lo puede creer. Piensa que es una broma, un truco de su amigo para entablar relación con esa mujer. Y le dice: «¿Para qué tanto lío? Hay un montón de mujeres más lindas en el pueblo. ¿Para qué tomarse tanto trabajo?».

El hombre le responde: «No es una broma. Me quiero casar con ella. Quiero ver a su padre para pedir su mano».

Su amigo, más sorprendido aún, siguió insistiendo con argumentos tipo: «¿Vos estás loco?», «¿Qué le viste?», «¿Qué te pasó?», «¿Seguro que no tomaste nada?» y cosas por el estilo. Pero el hombre, como si no escuchase a su amigo, siguió a la mujer hasta el encuentro con el patriarca de la aldea.

El hombre le explica que habían llegado recién a esa isla, y que le venía a manifestar su interés de casarse con una de sus hijas. El jefe de la tribu lo escucha y le dice que en esa aldea la costumbre era pagar una dote por la mujer que se elegía para casarse. Le explica que tiene varias hijas, y que el valor de la dote varía según las bondades de cada una de ellas. Por las más hermosas y más jóvenes se debía pagar 9 tesoros, las había no tan hermosas y jóvenes, pero que eran excelentes cuidando los niños, que costaban 8 tesoros, y así disminuía el valor de la dote al tener menos virtudes.

El marino le explica que entre las mujeres de la tribu había elegido a una que vio lavando ropa en un arroyo, y el jefe le dice que esa mujer, por no ser tan agraciada, le podría costar 1 tesoro.

«Está bien» respondió el hombre, «me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve tesoros».

El padre de la mujer, al escucharlo, le dijo: «Ud. no entiende. La mujer que eligió cuesta un tesoro, mis otras hijas, más jóvenes, cuestan nueve tesoros»
«Entiendo muy bien», respondió nuevamente el hombre, «me quedo con la mujer que elegí y pago por ella nueve tesoros».

Ante la insistencia del hombre, el padre, pensando que siempre aparece un loco, aceptó y de inmediato comenzaron los preparativos para la boda, que iba a realizarse lo antes posible.

El marinero amigo no lo podía creer. Pensó que el hombre había enloquecido de repente, que se había enfermado, que se había contagiado una rara fiebre tropical. No aceptaba que una amistad de tantos años se iba a terminar en unas pocas horas. Que él partiría y su mejor amigo se quedaría en una perdida islita de Pacífico.

Finalmente, la ceremonia se realizó, el hombre se casó con la mujer nativa, su amigo fue testigo de la boda y a la mañana siguiente, partió en el barco, dejando en esa isla a su amigo de toda la vida.

El tiempo pasó, el marinero siguió recorriendo mares y puertos a bordo de los barcos cargueros más diversos y siempre recordaba a su amigo y se preguntaba: ¿qué estaría haciendo?, ¿cómo sería su vida?, ¿viviría aún?

Un día, el itinerario de un viaje lo llevó al mismo puerto donde años atrás se había despedido de su amigo. Estaba ansioso por saber de él, por verlo, abrazarlo, conversar y saber de su vida. Así es que, en cuanto el barco amarró, saltó al muelle y comenzó a caminar apurado hacia el pueblo. ¿Donde estaría su amigo?, ¿Seguiría en la isla?, ¿Se habría acostumbrado a esa vida o tal vez se habría ido en otro barco?

De camino al pueblo, se cruzó con un grupo de gente que venía caminando por la playa, en un espectáculo magnífico. Entre todos, llevaban en alto y sentada en una silla a una mujer bellísima. Todos cantaban hermosas canciones y obsequiaban flores a la mujer y ésta los retribuía con pétalos y guirnaldas.

El marinero se quedó quieto, parado en el camino hasta que el cortejo se perdió de su vista. Luego, retomó su senda en busca de su amigo. Al poco tiempo, lo encontró. Se saludaron y abrazaron como lo hacen dos buenos amigos que no se ven durante mucho tiempo. El marinero no paraba de preguntar: ¿Y cómo te fue?, ¿Te acostumbraste a vivir aquí?, ¿Te gusta esta vida?, ¿No quieres volver?.

Finalmente se anima a preguntarle: ¿Y como está tu esposa? Al escuchar esa pregunta, su amigo le respondió: «Muy bien, espléndida. Es más, creo que la viste llevada en andas por un grupo de gente en la playa que festejaba su cumpleaños».

El marinero, al escuchar esto y recordando a la mujer insulsa que años atrás encontraron lavando ropa, preguntó: «Entonces, ¿te separaste?, no es la misma mujer que yo conocí, ¿no es cierto?

«Si» dijo su amigo, «es la misma mujer que encontramos lavando ropa hace años atrás».

«Pero, es muchísimo más hermosa, femenina y agradable, ¿cómo puede ser?», preguntó el marinero.

«Muy sencillo» respondió su amigo. «Me pidieron de dote un tesoro por ella, y ella creía que valía un tesoro. Pero yo pagué por ella nueve tesoros, ¡Todo lo que tenía!, ¡Si me hubieran pedido mas tesoros, habría ido en su busca para luego regresar por ella!

La traté y consideré siempre como una mujer por la que entregué toda mi riqueza. La amé con todo mi corazón y ella se transformó en una mujer de diez tesoros».

Envió: Violeta Castañeda
Extraído de Valores, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Secuencia sobre el Espíritu Santo

Ven Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.

Ven Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.

Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, suave alivio de los hombres.

Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto.

Penetra con tu santo luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles.

Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente.

Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas.

Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.

Concede a tus fieles que confían en ti, tus siete dones sagrados.

Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.

Extraído del Boletín El Domingo, de hoy Domingo 12 de Junio 201