Vocación

Comentario de Encuentra sobre el Evangelio de Jn 1, 35-42
I. Cristo elige a los suyos, y este llamamiento es su único título.
Jesús llama con imperio y ternura. Nunca los llamados merecieron en modo alguno la vocación para la que fueron elegidos, ni por su buena conducta, ni por sus condiciones personales. Es más, Dios suele llamar a su servicio y para sus obras, a personas con virtudes y cualidades desproporcionadamente pequeñas para lo que realizarán con la ayuda divina.
El Señor nos llama también a nosotros para que continuemos su obra redentora en el mundo, y no nos pueden sorprender y mucho menos desanimar nuestras flaquezas ni la desproporción entre nuestras condiciones y la tarea que Dios nos pone delante. Él da siempre el incremento; nos pide nuestra buena voluntad y la pequeña ayuda que pueden darle nuestras manos.
II. La vocación es siempre, y en primer lugar, una elección divina, cualesquiera que fueran las circunstancias que acompañaron el momento en que se aceptó esa elección. Por eso, una vez recibida no se debe someter a revisión, ni discutirla con razonamientos humanos, siempre pobres y cortos. La fidelidad a la vocación es fidelidad a Dios, a la misión que nos encarga, para lo que hemos sido creados:     el modo concreto y personal de dar gloria a Dios.
El Señor nos quiere santos, en el sentido estricto de la palabra, en medio de nuestras ocupaciones, con una santidad alegre, atractiva, que arrastra a otros al encuentro con Cristo. Él nos da las fuerzas y las ayudas necesarias.
Que sepamos decirle muchas veces a Jesús que cuenta con nosotros, con nuestra buena voluntad de seguirle, allí donde nos encontramos;sin límites, ni condiciones.
III. El descubrimiento de la personal vocación es el momento más importante de toda la existencia. De la respuesta fiel a esta llamada depende la propia felicidad y la de otros muchos, y constituye el fundamento de otras muchas respuestas a lo largo de la vida. Esforzarse para crecer en la santidad, en el amor a Cristo y a todos los hombres por Cristo es asegurar la fidelidad y, por tanto, la alegría, el amor, una vida llena de sentido.
Hemos de hacer como San Pablo cuando Cristo se metió en su vida: se entregó con todas sus fuerzas a buscarle, a amarle y a servirle.
Extraído de evangelio del Portal Católico www.encuentra.com  ( 2.002 )
 

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Navidad solidaria

Jóvenes misioneros salieron a la calle

Acompañaron a quienes estuvieron solos en la Nochebuena

Recorrieron los barrios porteños repartiendo pan dulce entre médicos, guardias o policías. El objetivo fue brindar una alegría a quienes estuvieran solos en la noche del 24

Son las dos de la mañana. Un auto repleto de jóvenes se detiene en la estación de servicio situada en la Avenida del Libertador y Salguero. «Uf, otro grupo de borrachos», piensa una de las empleadas, resignada sin embargo a llenar el tanque con nafta.

Pero no es el caso. El auto frena y bajan dos jóvenes que en lugar de pedirle gasolina le ofrecen un pan dulce y una oración.

«La mujer se emocionó hasta las lágrimas. Verdaderamente, le alegramos la noche por las innumerables gracias que nos dijo al despedirnos», comentó satisfecha a LA NACION Mariana Cremona, que pertenece al grupo misionero Pura Vida.

Durante la Nochebuena -en rigor ayer, a partir de las 2 de la madrugada- un grupo de 150 jóvenes católicos de entre 18 y 25 años recorrió las calles de Buenos Aires ofreciendo pan dulce y esperanza a personas que estaban pasando la Navidad en soledad.

El objetivo fue acompañarlos y darles una alegría.

El grupo de misioneros Pura Vida, con el apoyo del Movimiento de Schoenstatt, fue el que organizó esta pequeña misión que bautizó «Una Navidad para todos».

A las 2 de la mañana, los jóvenes se juntaron en la sede de Confidentia (Schoenstatt), en Riobamba y avenida Santa Fe. Luego salieron en grupo de cuatro o cinco -a pie o en auto- y se dividieron la ciudad por zonas.

Repartieron saludos, turrones y pan dulce por las estaciones de Retiro, Once y Constitución. Recorrieron hospitales, plazas y comisarías de Recoleta, Retiro, Palermo, Belgrano y Montserrat. Luego, a las 5, se agruparon nuevamente en Confidentia para celebrar una misa.

Alegría de dar

Los jóvenes transmitieron convicción al compartir lo que vivieron.

«La experiencia es increíble. La gente se sorprende. Para mí es una manera original y nueva de vivir la Navidad», expresó Cremona.

«Me gusta alegrar la noche a otros. Y pienso que si todos nos acostumbrásemos a hacer pequeños gestos de entrega con más frecuencia, las cosas podrían andar mucho mejor», explicó Sara Brugnoli.

Pero por supuesto que no todo fue fácil. Clara Juliano, otra de las participantes, comentó que un hombre de la calle fue muy agresivo con ella. «Te exponés a reacciones de ese tipo», confesó.

Familia ampliada

Estos jóvenes están convencidos de que la Navidad en familia no se acaba con la cena compartida con sus padres, hermanos y esposos.

También existe una familia más amplia con la que es importante compartir el saludo de paz: la gente de la calle, los enfermos, los policías, los bomberos, los guardias de edificios o los médicos que trabajaron en soledad el 24 a la noche.

«Este es el segundo año que lo hacemos. Me sorprendió cuánta más gente se sumó este año (de 100 que convocaron en el 2000, se presentaron 150, esta vez). Además hubo mayor predisposición de las empresas para donar pan dulce», concluyó, visiblemente contenta, Cremona.

Agustina Lanusse

Nota publicada en La Nación del 26 de Diciembre de 2001

 

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Confía en mí

Yo hago milagros en la medida en que tú te abandonas a mí
y de acuerdo a la fe que me tienes.
Así que no te preocupes, dame tus frustraciones y duerme en paz,
y siempre dime : “ Jesús, yo confío en ti ”
y verás grandes milagros.
Te lo prometo con todo mi amor.
 
Jesús
 
 
Ahora que has leído este mensaje,
envíalo a todas las personas que consideres tus amigos.
Si no lo haces, simplemente ellos se perderán la bendición
de que les recuerden algo tan importante.
No tendrás mala suerte, porque la suerte no es algo ordenado por Dios; simplemente habrás dejado de compartir algo “realmente importante” con los demás.
 
Colaboración de Ana María Zacagnino  ( 2.002 )

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Palabras de Juan Pablo II en Nochebuena

El Niño, respuesta que disipa el miedo actual

Preside la misa de Navidad en la Basílica de San Pedro

CIUDAD DEL VATICANO, 25 diciembre 2001 (ZENIT.org).-

En medio de los temores que se apoderan del escenario internacional, Juan Pablo II lanzó un vigoroso mensaje de esperanza en el amor de Dios hecho Niño, al presidir la misa de Navidad.

La promesa de paz traída por Jesús parece contrastar «con la realidad histórica en que vivimos», constató el Papa. «Si escuchamos las tristes noticias de las crónicas, estas palabras de luz y esperanza parecen hablar de ensueños –añadió–. Pero aquí reside precisamente el reto de la fe, que convierte este anuncio en consolador y, al mismo tiempo, exigente».

Escuchaban al pontífice unos ocho mil fieles, que llenaban el templo más grande de la cristiandad, tras haberse sometido a estrictos controles de seguridad realizados por la Policía italiana ante el miedo de posibles atentados.

«La fe nos hace sentirnos rodeados por el tierno amor de Dios, a la vez que nos compromete en el amor efectivo a Dios y a los hermanos», afirmó el pontífice durante la homilía pronunciada con voz firme y grave, transmitida a todo el mundo por televisión.

El momento más emocionante de la celebración tuvo lugar cuando el Papa dio su bendición a doce niños con trajes tradicionales llevando en su manos cálices dorados, en representación de los diferentes pueblos del planeta. Un Karol Wojtyla sonriente les besó en la frente y les acarició la mejilla.

Durante la homilía, reconoció que «en esta Navidad, nuestros corazones están preocupados e inquietos por la persistencia en muchas regiones del mundo de la guerra, de tensiones sociales y de la penuria en que se encuentran muchos seres humanos. Todos buscamos una respuesta que nos tranquilice».

El Niño Jesús, anunciado por el profeta Isaías como «Príncipe de la paz», «tiene la respuesta que puede disipar nuestros miedos y dar nuevo vigor a nuestras esperanzas», respondió Juan Pablo II.

«Al igual que los pastores –siguió diciendo el pontífice–, también nosotros hemos de sentir en esta noche extraordinaria el deseo de comunicar a los demás la alegría del encuentro con este «Niño envuelto en pañales», en el cual se revela el poder salvador del Omnipotente».

«No podemos limitarnos a contemplar extasiados al Mesías que yace en el pesebre, olvidando el compromiso de ser sus testigos», afirmó. «Debemos volver gozosos de la gruta de Belén para contar por doquier el prodigio del que hemos sido testigos. ¡Hemos encontrado la luz y la vida! En Él se nos ha dado el amor», concluyó.

Tras la homilía, durante la oración de los fieles se elevaron plegarias entre otros idiomas en ruso, suajili, alemán y filipino.

«Judíos, musulmanes y cristianos se refieren todos a Abraham», constataba la oración pronunciada por una peregrina francesa. «¡Que hagan todo lo posible para que el nombre de Dios nunca sea utilizado para justificar acciones de muerte! ¡Que contribuyan juntos en la solución pacífica de los problemas y tensiones ligados a la tierra, a la distribución de los bienes y a la convivencia!».


Extraído del Portal Católico www.ZENIT.org

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Carta al Niño Jesús: No vuelvas, no vale la pena

Hola querido Amigo:

Como sabrás, nos estamos acercando otra vez, a la fecha en que festejan mi nacimiento. El año pasado, hicieron una gran fiesta en mi honor y me da la impresión que este año ocurrirá lo mismo. A fin de cuentas ¡llevan meses haciendo compra para la ocasión y casi todos los días han salido anuncios y avisos sobre lo poco que falta para que llegue! La verdad es que se pasan de la raya, pero es agradable saber que por lo menos un día del año, piensan en Mí.

Ha transcurrido mucho tiempo desde cuando comprendían y agradecían de corazón lo mucho que hice por toda la humanidad. Pero hoy en día, da la impresión, de que la mayoría de la gente apenas sabe, por qué motivo, se celebra mi cumpleaños.

Por otra parte, me gusta que la gente se reúna y lo pase bien y me alegra sobre todo que los niños se diviertan tanto; pero aún así, creo que la mayor parte, no sabe bien de qué se trata. ¿No te parece? Como lo que sucedió, por ejemplo, el año pasado: al llegar el día de mi cumpleaños, hicieron una gran fiesta, pero ¿Puedes creer que ni siquiera me invitaron? ¡Imagínate! ¡Yo era el invitado de honor! ¡Pues se olvidaron por completo de mí!.

Resulta que se habían estado preparando para las fiestas durante dos meses y cuando llegó el gran día me dejaron al margen. Ya me ha pasado tantas veces, que lo cierto es, que no me sorprendió. Aunque no me invitaron, se me ocurrió colarme sin hacer ruido. Entré y me quedé en mi rincón. ¿Te imaginas, que nadie, advirtió siquiera mi presencia, ni se dieron cuenta, de que Yo estaba allí?

Estaban todos bebiendo, riendo y pasándolo en grande, cuando de pronto se presentó un hombre gordo, vestido de rojo y barba blanca postiza, gritando: «¡jo, jo,jo!».Parecía que había bebido más de la cuenta, pero se las arregló para avanzar a tropezones, entre los presentes, mientras todos lo felicitaban. Cuando se sentó en un gran sillón, todos los niños, emocionadísimos, se le acercaron corriendo y diciendo: ¡Santa Claus! ¡Cómo si él hubiese sido el homenajeado y toda la fiesta fuera en su honor!

Aguanté aquella «fiesta» hasta donde pude, pero al final tuve que irme. Caminando por la calle, me sentí solitario y triste. Lo que más me asombra, de cómo celebra la mayoría de la gente el día de mi cumpleaños, es que en vez de hacer regalos a mí, ¡se obsequian cosas, unos a otros! y para colmo, ¡casi siempre son objetos que ni siquiera les hace falta!

Te voy a hacer una pregunta: ¿A ti no te parecería extraño, que al llegar tu cumpleaños todos tus amigos decidieron celebrarlo, haciéndose regalos unos a otros y no te dieran nada a ti? ¡Pues es lo que me pasa a mí cada año!

Una vez alguien me dijo: «Es que Tú, no eres como los demás, a Ti no se te ve nunca; ¿Cómo es que te vamos a hacer regalos?». Ya te imaginarás lo que le respondí. Yo siempre he dicho: «Pues regala comida y ropa a los pobres, ayuda a quiénes lo necesiten. Ve a visitar a los enfermos y a los que estén en prisión!».

Le dije: «Escucha bien todo lo que regales a tus semejantes para aliviar su necesidad, ¡Lo contaré, como si me lo hubieras dado a mí, personalmente!

Y pensar todo el bien y felicidad que podrían llevar a las colonias marginadas, a los orfanatos, asilos, penales o familiares de los presos.

Lamentablemente, cada año que pasa es peor. Llega mi cumpleaños y sólo piensan en las compras, en las fiestas y en las vacaciones y yo no pinto para nada en todo esto. Además cada año los regalos de Navidad, pinos y adornos son más sofisticados y más caros, se gastan verdaderas fortunas, tratando con esto de impresionar a sus amistades. Esto sucede inclusive en los templos.

Y pensar que yo nací en un pesebre, rodeado de animales porque no había más. Me agradaría muchísimo más nacer todos los días, en el corazón de mis amigos y que me permitieran morar ahí, para ayudarles cada día en todas sus dificultades, para que puedan palpar, el gran amor que siento por todos; porque no sé si lo sepas, pero hace dos mil años, entregué mi vida, para salvarte de la muerte y mostrarte el gran amor que te tengo.

Por eso lo que pido, es que me dejes entrar en tu corazón. Llevo años tratando de entrar, pero hasta hoy no me has dejado. «Mira yo estoy llamando a la puerta, si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos». Confía en mí, abandónate en mí. Este será el mejor regalo que me puedas dar. Gracias

Tu amigo. Jesús.

 
Colaboración de Clementina Uncal
 

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Carta de Jesús

Hola querido Amigo:

Como sabrás, nos estamos acercando otra vez, a la fecha en que festejan mi nacimiento. El año pasado, hicieron una gran fiesta en mi honor y me da la impresión que este año ocurrirá lo mismo. A fin de cuentas ¡llevan meses haciendo compra para la ocasión y casi todos los días han salido anuncios y avisos sobre lo poco que falta para que llegue! La verdad es que se pasan de la raya, pero es agradable saber que por lo menos un día del año, piensan en Mí.

Ha transcurrido mucho tiempo desde cuando comprendían y agradecían de corazón lo mucho que hice por toda la humanidad. Pero hoy en día, da la impresión, de que la mayoría de la gente apenas sabe, por qué motivo, se celebra mi cumpleaños.

Por otra parte, me gusta que la gente se reúna y lo pase bien y me alegra sobre todo que los niños se diviertan tanto; pero aún así, creo que la mayor parte, no sabe bien de qué se trata. ¿No te parece? Como lo que sucedió, por ejemplo, el año pasado: al llegar el día de mi cumpleaños, hicieron una gran fiesta, pero ¿Puedes creer que ni siquiera me invitaron? ¡Imagínate! ¡Yo era el invitado de honor! ¡Pues se olvidaron por completo de mí!.

Resulta que se habían estado preparando para las fiestas durante dos meses y cuando llegó el gran día me dejaron al margen. Ya me ha pasado tantas veces, que lo cierto es, que no me sorprendió. Aunque no me invitaron, se me ocurrió colarme sin hacer ruido. Entré y me quedé en mi rincón. ¿Te imaginas, que nadie, advirtió siquiera mi presencia, ni se dieron cuenta, de que Yo estaba allí?

Estaban todos bebiendo, riendo y pasándolo en grande, cuando de pronto se presentó un hombre gordo, vestido de rojo y barba blanca postiza, gritando: «¡jo, jo,jo!».Parecía que había bebido más de la cuenta, pero se las arregló para avanzar a tropezones, entre los presentes, mientras todos lo felicitaban. Cuando se sentó en un gran sillón, todos los niños, emocionadísimos, se le acercaron corriendo y diciendo: ¡Santa Claus! ¡Cómo si él hubiese sido el homenajeado y toda la fiesta fuera en su honor!

Aguanté aquella «fiesta» hasta donde pude, pero al final tuve que irme. Caminando por la calle, me sentí solitario y triste. Lo que más me asombra, de cómo celebra la mayoría de la gente el día de mi cumpleaños, es que en vez de hacer regalos a mí, ¡se obsequian cosas, unos a otros! y para colmo, ¡casi siempre son objetos que ni siquiera les hace falta!

Te voy a hacer una pregunta: ¿A ti no te parecería extraño, que al llegar tu cumpleaños todos tus amigos decidieron celebrarlo, haciéndose regalos unos a otros y no te dieran nada a ti? ¡Pues es lo que me pasa a mí cada año!

Una vez alguien me dijo: «Es que Tú, no eres como los demás, a Ti no se te ve nunca; ¿Cómo es que te vamos a hacer regalos?». Ya te imaginarás lo que le respondí. Yo siempre he dicho: «Pues regala comida y ropa a los pobres, ayuda a quiénes lo necesiten. Ve a visitar a los enfermos y a los que estén en prisión!».

Le dije: «Escucha bien todo lo que regales a tus semejantes para aliviar su necesidad, ¡Lo contaré, como si me lo hubieras dado a mí, personalmente!

Y pensar todo el bien y felicidad que podrían llevar a las colonias marginadas, a los orfanatos, asilos, penales o familiares de los presos.

Lamentablemente, cada año que pasa es peor. Llega mi cumpleaños y sólo piensan en las compras, en las fiestas y en las vacaciones y yo no pinto para nada en todo esto. Además cada año los regalos de Navidad, pinos y adornos son más sofisticados y más caros, se gastan verdaderas fortunas, tratando con esto de impresionar a sus amistades. Esto sucede inclusive en los templos.

Y pensar que yo nací en un pesebre, rodeado de animales porque no había más. Me agradaría muchísimo más nacer todos los días, en el corazón de mis amigos y que me permitieran morar ahí, para ayudarles cada día en todas sus dificultades, para que puedan palpar, el gran amor que siento por todos; porque no sé si lo sepas, pero hace dos mil años, entregué mi vida, para salvarte de la muerte y mostrarte el gran amor que te tengo.

Por eso lo que pido, es que me dejes entrar en tu corazón. Llevo años tratando de entrar, pero hasta hoy no me has dejado. «Mira yo estoy llamando a la puerta, si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos». Confía en mí, abandónate en mí. Este será el mejor regalo que me puedas dar. Gracias

Tu amigo. Jesús.

 
Colaboración de Clementina Uncal
 

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¿Cómo nos preparamos para recibir a Jesús?

Lectura del Evangelio según San Mateo 3, 1-12
Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.» Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. (...)
Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. (...)
Reflexión - El texto
Mateo parece presentarnos tres pinturas entrelazadas, es decir un tríptico con tres imágenes que nos hablan de un mismo tema: la preparación para la llegada del Salvador. El personaje central, no aparece, sólo es mencionado indirectamente como “el que viene detrás”; pero ¿qué sería de Juan el Bautista sin Jesús? (...)
Podríamos decir que Juan el Bautista “preparó” o “impulsó” al mismo Jesús para lanzarse a predicar el Reino de Dios que estaba llamado a instaurar. Por todo esto, podemos vislumbrar la importancia de Juan Bautista.
Actualidad
Ahora, ¿cuál es su mensaje? Básicamente, lo podríamos expresar así: ¡conviértanse, cambien de vida, revisen su escala de valores, analicen su testimonio, preparen su corazón y su vida para recibir a quién tanto hemos esperado! Y ante este anuncio, la lectura parece presentarnos tres respuestas:
La primera respuesta es de aquellos que aceptando este anuncio, se reconocieron necesitados de un cambio y fueron a “bautizarse”, es decir a purificarse de sus faltas. ¿Cómo hemos de hacer esto nosotros?
Desde niños se nos enseñó en el catecismo los diez mandamientos (que tal vez ni nos acordemos) y si nos fue bien, alguna vez recibimos pláticas de valores.
Pero, yo creo que cabría hoy preguntar, ¿desde qué escala de valores estoy buscando convertirme? Es decir, si me baso en lo que la sociedad me pide, puedo decir: “no mato, no robo, no cometo adulterio, no digo ‘muchas’ mentiras, etc. Pero, ¿será esa la escala de valores que el Evangelio me presenta?
La segunda respuesta es la de los fariseos y saduceos: “Tenemos por padre a Abraham”. Esto traducido a nuestros tiempos se escucharía algo así: “soy bautizado, voy a misa todos los domingos, doy limosna y me confieso de vez en cuando”. ¿En eso basamos nuestro examen de conciencia?
Debemos de tener cuidado en no buscar en los ritos y actos de piedad un “tranquilizador de conciencia” o una “aspirina”, pues estaríamos dándole el sentido opuesto a estos actos. Con soberbia y “falsas” seguridades lo único que hacemos es cerrar nuestro corazón a la experiencia siempre nueva, y liberadora de Dios. Hay que atrevernos a “soltar amarras” para ser colaboradores, verdaderos constructores del Reino de Dios.
Éste no necesita de personas que estén buscando salvarse cumpliendo lo mínimo, el Reino necesita personas que sabiéndose amadas por Dios salgan de sí mismas y aporten toda la creatividad, toda la novedad, toda la vida que su relación con Él les da. El Reino es de quienes se deciden a encontrarse con un Dios siempre nuevo, y no de quienes encontrando una “fórmula” para tranquilizar su conciencia deciden estancarse ahí. En fin, este es un camino que creo nos falta a muchos querer aceptar, preferimos la seguridad del puerto a la aventura del mar abierto.
La tercera respuesta, es la del mismo Juan Bautista: “no soy digno de quitarle las sandalias”. En aquel tiempo le correspondía a los esclavos quitarle las sandalias y lavarle los pies a sus dueños; Juan se sitúa como algo menos.
¿Quién puede ponerse a la misma altura que Jesucristo? Esto no significa que debamos desvalorarnos, pues Dios quiere precisamente lo opuesto, que nos valoremos a nosotros mismos. Pero es precisamente cuando reconocemos lo que tenemos y lo que somos que podemos aceptar al otro y respetarlo, que podemos amar y respetar, que podemos abrirnos a Dios y a su gratuidad.
Por lo tanto, Juan Bautista nos enseña esta tercera manera de prepararnos: reconociendo el tesoro que llevamos con humildad y gratitud.
Propósito
En esta segunda semana del Adviento, podemos pensar en una segunda virtud a desarrollar, distinta a la de la primera semana. Tal vez sería bueno pensar en hacer un examen de conciencia más profundo, más calmado, a partir de la lectura de los capítulos 5 al 7 de Mateo. ¿Cómo nos estamos preparando para recibir a nuestro salvador? ¿Lo reconoceremos desde la escala de valores que vivimos… él nos reconocerá como sus discípulos?
El Adviento es espera gozosa, pero este gozo para que sea profundo, ha de nacer del sabernos amados por Dios y fieles a su voluntad.
 
Héctor M. Pérez V., Pbro.
padrehector@reflexion.org.mx
www.reflexion.org.mx
 
Extraído de reflexiondom del Portal Católico www.encuentra.com    

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La fe y el amor

Hay problemas – y son justamente los más profundos – que nuestra condición de “viajeros de paso en la tierra” nos obliga más bien a “vivir” que a intentar “resolver”. Tal es, sin duda, el punto de vista de Newman cuando dice que “creer significa ser capaz de soportar dudas”.

Esto nos conduce a uno de esos contextos donde principio y efecto engranan el uno con el otro : la relación entre la fe y el amor. ¿Qué relación hay entre la caridad y la fe? La primera respuesta que acude al espíritu es ésta : la caridad representa el desenvolvimiento supremo de la fe. Creer significa tener conciencia de la realidad viviente de Dios. Ahora bien, siendo ese Dios el amor por excelencia, el creyente se pone necesariamente en busca del amor. El mandamiento de amar a Dios y de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos nos incita a tener conciencia y a vivir de la fuerza más profunda que brota de la unión con Dios : esa fuerza es la caridad.

San Pablo, en su primera Epístola a los Corintios (capítulo XIII), habla sin cesar de ella y dice : “Aunque tuviera toda la fe posible, de manera que trasladase de una a otra parte los montes, no teniendo caridad soy nada”. San Juan lo resume todo en ella; de tal modo esta apremiante invitación a amar constituye la suma de todas las leyes de la vida cristiana. Y otro de los apóstoles, Santiago, no duda en decir que la fe que no se traduce en buenas obras es una fe “muerta”.

La caridad es, por excelencia el florecimiento de la fe. Si la caridad es el efecto inmediato de la fe, su eficacia viene a ser como su respiración. Luego, sin la caridad la fe se ahogaría. Desde que aparece la fe, el amor debe estar presente. En efecto, la fe de que hablan las Sagradas Escrituras debe arraigarse en el amor.

No podemos decirle a alguien : “Creo en ti”, sin que nos inspire cierto amor. Ahora podemos comprender mejor lo que significan estas palabras: “No se puede creer en Dios de una manera viviente si no se lo ama, o si no se siente, por lo menos, una atracción de amor, o no se tiene una disponibilidad de amor”.

Creer en Dios significa una cierta “visión” de Él; sentir de alguna manera que Él está ahí; que el mundo existe por Él y que Él es el centro del universo. Si no estoy preparado para amar a Dios, no lo “veré”. Su imagen será más vaga cada vez, luego se ocultará velada por otras cosas y terminará desvaneciéndose por completo. Cuando hay amor todo ocurre de muy distinta manera. De parte del hombre, “amar” es admitir desde luego la existencia de un ser que está por encima de él y que exige el don completo de sí mismo. Amar es estar preparado para el encuentro con el Altísimo; es, no sólo no esquivar ese encuentro, sino buscarlo a fin de reconocer que únicamente en el don que ese encuentro me exigirá podré hallarme a mí mismo. Esta actitud me inclinará hacia todo lo que me hable de Dios y me permitirá verlo.

Ahora bien, Dios se ha revelado de manera particular y precisa en Jesucristo, tanto que “aquel que lo ve, ve al Padre”. En Cristo llegó la luz que ilumina al mundo, a este mundo creado por ese “Verbo” que es precisamente Cristo. Con respecto al Hijo se ha dicho “que nadie va hacia Él, si no es llamado por el Padre”. De Cristo sabemos que los hombres no lo reconocieron, que se encarnizaron contra Él.

Se ha dicho, en fin, que la Palabra de Dios no puede ser comprendida si el corazón no ha sido tocado y la inteligencia despertada, y que el demonio puede arrancarla del corazón, por muy alerta que esté la atención. Para que el hombre perciba la revelación de Dios en Cristo, la Palabra de Dios exige, pues, la disponibilidad viviente, la gracia y el amor.

¿Cómo es posible que yo pueda amar si no “veo” a aquel a quien mi amor se dirige? ¿Cómo puedo amar antes de creer? He ahí la cuestión suprema. Estar dispuesto a amar es ya amar, y esa disponibilidad puede existir aún antes de que el objeto sea visible. Es el período del amor que busca; búsqueda imprecisa todavía, pero deseosa de fijarse en un rostro. Esta ansia, esta manera de sentirse como embargado, abre el corazón y lo agita. El corazón puede estar cerca de Dios mientras que la inteligencia está todavía lejos de Él.

Este impulso de amor prepara al hombre para el don total, que será la fe. Abre éste el corazón y la voluntad a la Verdad, se desprende de todo egoísmo y “perdiéndola, gana su alma”. Dios es independiente y libre, es esncialmente “Él”, pero toma forma y figura con respecto a mí, se me presenta según lo que soy; pide que yo lo reciba en mi pensamiento y en mi vida, para convertirse en “mi Dios”. Ese misterio no se cumple sino en el amor; y el primer acto de amor consiste en entregarse a Dios, considerando ese misterio.

La actitud amante dilata la mirada de la fe; y recíprocamente, cuanto más se afirma esa mirada, más crece el amor y más gana en claridad. Tanto puede decirse que la fe procede del amor, como que el amor procede de la fe, pues en lo más íntimo las dos cosas no son sino una : la manifestación en el hombre viviente del Dios viviente, lleno de gracia.

Nada podemos hacer, entonces, para aumentar nuestra fe, que abrir nuestro corazón al amor, tener la necesaria generosidad para desear la existencia de un ser superior a nosotros; ansiar conocer al que está en lo Alto, y entregarnos a él; adoptar la actitud decidida y serena del que no teme por sí, pues sabe que al hacer el don de su persona se sentirá más fuerte, más eficiente que si se replegara en sí mismo.

Pero todo esto sigue siendo terrenal. Es necesario que abramos nuestro corazón al misterio del amor que proviene de Dios, que nos ha sido dado por aquel en quien este amor es “virtud teologal”. En ese misterio nos hace participar la gracia. Dios nos es “dado” en la gracia, en el amor. De ese misterio es de donde vive la fe, y a él debemos entregarnos si queremos conocer una fe viva.

En su primera Epístola, San Juan formula la gran pregunta : ¿cómo puedes llegar a ponerte en una relación justa con el Dios invisible y misterioso? Respuesta : esforzándote por llegar a ponerte en relaciones justas con los hombres que te rodean. De ese modo, la capacidad de ver con “los ojos de la fe” se liga íntimamente con la disponibilidad de amar al prójimo con quien te encuentres, en cualquier momento dado.

 

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

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La fe y su acción – 2da. parte

Creer no es concebir algo fijo y acabado, que se muestra ante nosotros, sino llevar a cabo la experiencia de una existencia viviente. Al creer, el hombre, que gracias a Dios ha nacido a una nueva existencia, adquiere conciencia de sí mismo, y conciencia de Dios como de aquel que dispensa, guarda y guía su existencia hacia la perfección. (…) Cuando digo : “Creo en Dios, que es a la vez el Santo, el Todopoderoso y la infinita Bondad”, si no hago nada más que eso, todo queda reducido a pura palabrería.

Para probar la verdad contenida allí, es necesario que yo la “realice”, es decir, es necesario que me una a Dios. Es necesario que yo le busque; que le dé cabida en mi alma a fin de que pueda penetrar en mí. En ese encuentro que viene desde lo más íntimo de mi ser, llego hasta Él y Él me deja percibir su fuerza y su dulzura.

Lo mismo sucede con la Providencia, la sabiduría amante por medio de la cual Dios dirige todo. Lo que Dios dirige son hombres dotados de vida interior. Más aún; soy yo mismo. No hay Providencia en general : hay – puesto que Dios quiso llamarme un día a la existencia y me creó – una Providencia en la cual me encuentro situado, donde actúo y a la que no puedo imaginar independientemente de mí, pues entonces me colocaría fuera de su alcance. Para hacerme una idea justa de esa Providencia es indispensable que la considere en su continuo devenir, es decir, que coopere yo mismo con ella.

Otro ejemplo más : el amor que Dios me profesa. Debería poder olvidar por un momento estas palabras, que expresan lo indecible, a fin de volverlas a encontrar inéditas y auténticas; porque, ¿cómo es posible creer en ese amor si me deja indiferente? Yo no puedo creer realmente, con todas las fuerzas vivas de mi alma, que Dios me ama, sino amándolo a mi vez o rebelándome contra su amor.

Para poder creer con fe viva que soy amado por Dios, es necesario que yo también lo ame a Él o que al menos sienta un comienzo de amor o el deseo de gozar de la gracia de poder amarlo. Y creo realmente ser amado por Dios en la misma medida en que yo mismo lo amo.

Ahora comprendemos mejor lo que es la fe : la conciencia de una realidad santa, origen y último fin de mi existencia. Conciencia de una realidad y de una existencia, pero en la experiencia viviente de esa existencia.

Sólo si existo como cristiano, puedo decir que creo. Y existo como cristiano en la medida en que mi vida es cristiana, puesto que en gran parte esa vida consiste en la fe, ya que la fe es la conciencia viviente de esa existencia.

Yo vivo, pues, con tanta mayor intensidad cuanto más profunda es mi fe…Y de nuevo el círculo se cierra.

Así, pues, creer no es un sentimiento pasivo, estático, sino de acción; no está acabado, sino en continuo devenir, en continua realización. Requiere un gran esfuerzo, y en eso consiste su grandeza.

 

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

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La fe y su acción – 1era. parte

La fe no puede ser comprendida sino en la fe. Pero necesitamos ayudar a nuestra inteligencia. Tratando de explicar ese algo “nuevo” que es la fe, nos valdremos de imágenes sacadas de nuestra experiencia. Más que comparar la fe con el saber natural, elijamos más bien otro género de “saber”, cuya índole pueda tener cierta afinidad con la fe: el que me permite conocerme a mí mismo.

En tal caso, el objeto del saber no es una cosa acabada ante la cual yo estoy en actitud de observador, puesto que el “objeto” y el “sujeto” son idénticos; lo que yo conozco a través de mi conciencia es mi propia alma en acción de vivir. Luego, si no lo vivo por experiencia no lo puedo conocer, puesto que entonces no existe. Desde tal perspectiva el mundo exterior, las cosas, los hombres y los acontecimientos, adquieren un carácter particular.

Ese mundo de las cosas y de los acontecimientos mueve mi existencia y concurre a su desenvolvimiento; a su vez, mi existencia le confiere un significado y un centro de gravedad. Si yo no viviera en él, si no le diese un sentido, ese mundo no sería una cosa existente.

Entonces, si quiero asir la verdad que hay en todo ello –hablo de verdad real y viviente- debo “hacerla”. Necesito entrar en mí mismo, hacerme cargo de mi persona, vivir, marchar hacia adelante. Cuanto más resueltamente lo haga, más intensamente viviré y con mayor claridad se perfilará lo que trato de conocer, que soy yo mismo, en el mundo que me rodea. Sólo entonces todo se vuelve auténtico. El objeto de este conocimiento no se elabora sino en la medida en que vivo.

Esto nos da una imagen más precisa de lo que es la comprensión de la fe por sí misma. Yo creo en Dios vivo, uno y trino en su obra sagrada de creación, de redención y de consumación. Pero para que sea total esta obra en la cual creo, es necesario que yo participe en ella con mi vida cristiana. El cristiano mismo forma parte del Credo. Los artículos del Credo no son meras comprobaciones exhibidas como lemas en la pared; son los términos en que la persona manifiesta esta su “profesión de fe”, su voluntad de vivir de acuerdo con ellos. Por otra parte, nuestra persona está explícitamente nombrada en el símbolo, que comienza por estas palabras : “Yo creo”.

El cristiano está presente en el Credo como el hombre llamado a la fe y que con la fe responde. Y responde como un ser que sabe que está en causa, como alguien que está vivo en esa verdad cristiana que afirma al confesar su fe. Y no tomando en abstracto al cristiano, sino como una persona determinada. Él mismo forma parte integrante de aquello en lo cual cree. En resumidas cuentas, el “objeto” de la fe cristiana concreta no es lo que es, sino por su referencia al cristiano que cree en ella.

Creer, no es concebir algo fijo y acabado, que se muestra ante nosotros, sino llevar a cabo la experiencia personal de una existencia viviente. Al creer, el hombre, que gracias a dios ha nacido a una nueva existencia, adquiere conciencia de sí mismo, y conciencia de Dios como de aquel que dispensa, guarda y guía su existencia hacia la perfección.

No se puede creer en una existencia tal sino porque existe, y existe actualizándose. Y cuanto más fuertemente se actualiza, más su presencia se hace sentir y se impone a la fe. Partiendo de otro punto de vista, llegamos al carácter inicial de la fe, tal como se expresa en ese “círculo” en que el pensamiento se encuentra a sí mismo.

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

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La fe y su contenido

El nacimiento de la fe varía de acuerdo con el temperamento y la condición de cada persona. Hay hombres que no van al encuentro de Cristo sino cuando ya han avanzado bastante en el camino de su vida; hay otros que educados en la tradición cristiana, deben asumir solos la responsabilidad de su fe; y finalmente hay hombres que criados en una atmósfera hostil o indiferente, sin ideas religiosas o con ideas referidas a imágenes estereotipadas, deben realizar una renovación para llegar a poseer una creencia digna de este nombre.

En el corazón de esa diversidad, la pluralidad de los dones y de los destinos juega su función, por lo tanto concluimos que hay tantas maneras de llegar a la fe como hombres llamados por Dios.

¿Se puede hablar de la fe sin hablar del objeto de la fe ?

Algunos pretenden que lo que en definitiva interesa no es tanto qué se cree como el hecho de creer, y la seriedad y la intensidad que en ello se pone.(…) En el sentido cristiano, la fe tiene un carácter único y exclusivo. La “fe” no es una noción global que podría convenir a numerosas modalidades, a los cristianos o a los musulmanes, al antiguo paganismo de los griegos o al budismo. No; ese vocablo designa un hecho único : la respuesta del hombre a Dios, que vino al mundo con Cristo.

La fe está en su contenido. Está determinada por lo que ella cree. Es la marcha viviente hacia Aquel en quien se cree, es la respuesta viva a la llamada de Aquel que se anuncia en la revelación y atrae al hombre por la obra de la gracia.

¿Adónde conduce, entonces, la fe cristiana? Hacia el Dios vivo revelado en la persona de Cristo. No hacia un “Dios” indeterminado, objeto de un vago presentimiento, de una experiencia cualquiera, sino hacia “el que es Dios y Padre de Jesucristo.” Pero ¿cómo es Dios?

(…)La imagen de Dios que se muestra ante nosotros no es simple, sino llena de contrastes y de misterios. Igualmente, nuestra fe en Él es, al mismo tiempo que una pertenencia íntima, un esfuerzo para vencer nuestro aislamiento; deseo nostálgico y resistencia, aproximación y alejamiento, conocimiento e ignorancia a la vez. La fe está hecha de antinomias y cargada de riesgos; no puede transportarse a un concepto.

Ella es lo que Dios representa para nosotros. Solamente en la medida en que la imagen de Dios se simplifica y se precisa, lo hace igualmente nuestra fe. La fe de aquellos que se han aproximado, que han madurado en Dios, que están en el camino de la santidad, es completamente simple.

Creer, es creer en Dios. La fe cristiana se dirige al rostro de Dios, pero a ese rostro tal cual es. La fe es como aquel a quien ella se dirige. Por medio de ella nos unimos a Dios uno y trino. Ella es, pues, un reflejo de la naturaleza de Dios.

¿Cómo se llama en las Sagradas Escrituras el proceso que organiza la relación de la fe y que crea una nueva vida? El nuevo nacimiento.

No hay que tomar esta expresión como una metáfora poética, vaga, sino en el sentido propio. La génesis de la fe consiste en ser transportado al seno creador de Dios. En cierto sentido, muere aquí la antigua existencia y otra comienza. Esa vida recientemente recibida procede de Dios mismo, y significa que el creyente es “de la misma sangre de Dios”, si se puede emplear esta expresión. Este parentesco divino se extiende a las Tres Personas de la Santa Trinidad.

Por la fe, el cristiano entra en comunidad con el Padre como su hijo o su hija; por la fe se inclina ante la majestad del Padre, confía todo lo que tiene a la custodia del Padre, acepta la voluntad del Padre para hacerla suya. Tal es el espíritu del Pater noster…( Padre nuestro )

Pero todo eso pasa por el Hijo. Tomado en sí mismo, el Padre permanece oculto. No se revela sino en el Hijo del cual es Padre. Cuando nosotros estamos “en Cristo”, cuando miramos al Padre con Él, cuando obedecemos y amamos con Él, sólo entonces estamos “frente al Padre” y lo “vemos.” La fe que nos une al Cristo en persona tiene su forma propia, crea un nuevo parentesco con Dios.

Cristo es nuestro hermano, como “el primer nacido entre muchos otros”, hermanos y hermanas. Él es nuestro maestro, el que nos muestra “el camino, la verdad y la vida.” Es Aquel que murió por nosotros y que resucitó; que nos penetra con su ser transformado e impone en nosotros la imagen del hombre nuevo, introduciéndonos en la unidad de la nueva creación.

También la fe que nos une al Espíritu santo es diferente. Él es quien nos consuela, quien ilumina nuestro espíritu y nuestro corazón. Él pone a Cristo en nosotros; Él nos enseña a hablar, a orar, a confesar nuestra fe y a luchar. Es la llama, la tempestad, la luz, el vínculo de amor.

En cada uno de estos casos hay fe, pero bajo una forma diferente. En cada caso se establece un vínculo de parentesco, pero con una persona divina diferente. Una es la fe con relación al Padre, otra la fe con relación al Hijo y otra más la fe con relación al Espíritu. Pero no es posible separar la una de las otras. Se sostienen, se iluminan y se impregnan mutuamente. Porque esas formas de la fe no constituyen, sin embargo, más que una sola fe, como las tres Personas divinas no forman sino un solo Dios.

Todas éstas son cosas profundas que se vuelven para nosotros cada vez más familiares a medida que nos desentendemos de las ideas generales imprecisas para volvernos hacia la revelación, decididos a tomarla tal como es, no tal como la modelamos según nuestra sapiencia y nuestra locura humanas.

Cuanto más se fortifica nuestra fe, más claros, más luminosos se nos aparecen los rostros de Dios que marcan los aspectos diferentes, las relaciones recíprocas y la unidad de esa vida de fe.

Pero también aquí todo varía según los hombres. El uno comienza a creer en el Padre, sin saber tal vez que sólo gracias al Hijo posee a ese Padre. Para él, la fe consiste, simplemente, en estar bajo la salvaguardia del Padre. A partir de allí, su fe se irá desenvolviendo y poco a poco descubrirá los otros rostros de Dios.

En cambio, otro encuentra primero a Cristo, su figura en la historia, su palabra en las Escrituras, y Cristo lo conducirá hacia el Padre y el Espíritu.

Un tercero, en fin, empieza sintiéndose atraído por las obras del espíritu, por la fisonomía de los santos, por la Virgen María, por la voz de la Iglesia. Es así como por primera vez siente el poder de lo divino y, en medio de la contingencia general, la garantía de lo eterno, que lo prepara para ligarse definitivamente por medio de la fe. El Hijo y el Padre se le revelarán después.

Para todo esto no hay leyes. Dios le ha dado a cada uno una naturaleza y un destino particulares, y llama a cada uno como Él quiere.

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

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Plegaria por la Paz

Al Creador de la naturaleza y del hombre, de la verdad y de la belleza, suplico:
Escucha mi voz, pues es la voz de las víctimas de todas las guerras y de la violencia entre individuos y las naciones.
Escucha mi voz, pues es la voz de todos los niños que sufren y sufrirán cuando la gente ponga su fe en las armas y en la guerra.
Escucha mi voz cuando te ruego que infundas en el corazón de todos los hombres la sabiduría de la paz, la fuerza de la justicia y la alegría de la confraternidad.
Escucha mi voz, pues hablo por las multitudes de todos los países y de todos los períodos de la historia que no quieren la guerra y están preparados a caminar por sendas de paz.
Escucha mi voz y concédenos discernimiento y fortaleza para que podamos responder siempre al odio con amor, a la injusticia con la dedicación total a la justicia, a la necesidad compartiendo de lo propio, a la guerra con la paz.
¡Oh Dios! Escucha mi voz y concede en todo el mundo tu eterna paz.
Amén
“Con la guerra, la humanidad es la que pierde. Sólo desde la paz y con la paz se puede garantizar el respeto de la dignidad de la persona humana y de sus derechos inalienables.”
Su Santidad Juan Pablo II
Mensaje para la celebración de la Jornada Mundial de la Paz  (1 Enero 2000)
“Paz en la tierra a los hombres que Dios ama”

Extraído del Portal Católico www.encuentra.com ( 2001 )

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Confirmación y Conversión

Éste texto lo escribí el 11 de Noviembre del año 2.001 en ocasión de mi Confirmación a los 41 años de edad.

Se lo envié a toda mi cadena de mails de F.E. y FE.

El texto al que hice referencia en esa oportunidad es del libro Paz en el alma, de Fulton J. Sheen editado en el año 1951 por la editorial Iber-Amer Argentina.

Javier Serrano Agüero

24 de Abril del 2.010

«El sacramento de la Confirmación en el que voy a participar hoy, es el fruto de un camino de conversión que se inició hace más de cinco años. Estoy muy feliz por vivir hoy este momento en donde ratifico mi deseo de estar unido a Dios Padre y a Jesús, y donde percibiré más claramente la presencia del espíritu Santo en mi vida.

Como me gustaría que otras personas que lo deseen pudieran vivir más cerca de Dios, hoy adjunto un texto escrito hace cincuenta años, en donde se habla de la conversión del corazón. Este cambio interno que puede ser fulminante o progresivo, nos lleva a vivir con nuevos compromisos, una nueva mirada hacia el mundo y a tener más amor y más paz interior. Sólo hace falta desearlo y dejarse llevar.

Hoy en mis oraciones voy a pedir por todos los que estamos unidos por esta red, algunos más o menos comprometidos con la vida del espíritu, para que todos nosotros y los que nos rodean podamos vivir plenamente en el amor a Dios y a nuestros prójimos, con la esperanza puesta en nuestra vida eterna».

Con todo mi amor,

Javier.

Diálogo entre las religiones

«Durante este mes nosotros, cristianos y musulmanes, recordamos ‘los lazos espirituales que nos unen’, según palabras de Juan Pablo II»

Emilio Palafox Marqués ( 2001 )

Con motivo del Ramadán 2001 el cardenal Francis Arinze, presidente del Consejo Pontificio para el Diálogo Interreligioso envía un mensaje a los guías religiosos de mil millones de musulmanes. Desde 1997 ha sido costumbre de la Iglesia católica dirigir cada año un fraterno mensaje a los musulmanes, llamados a observar un mes de ayuno y oración. Un insólito mensaje, tan oportuno ahora, que suscita gran respeto y admiración.

Queridos amigos musulmanes:

Quisiera, en primer lugar, ofrecerles mis más fervientes felicitaciones con motivo del Îd al-Fitr, con el que concluyen el mes del Ramadán.

El Ramadán es, junto con las otras prácticas religiosas que lo acompañan, como la oración y la limosna, un tiempo para revisar la relación con Dios y con los hombres, para volver a El y a los hermanos.

El ayuno es uno de los modos de los que disponemos para dar culto a Dios, socorrer a los pobres y reforzar los lazos familiares y de amistad. El ayuno constituye una forma de educación, porque nos muestra nuestra debilidad y nos abre a Dios, predisponiéndonos a estar abiertos los unos hacia los otros.

El ayuno de ustedes, con los aspectos y las modalidades que lo caracterizan, participa de una práctica común al cristianismo y a otras religiones.

Por lo tanto, este mes constituye un tiempo propicio durante el cual nosotros, cristianos y musulmanes, recordamos “los lazos espirituales que nos unen”, según palabras de Juan Pablo II.

Las Naciones Unidas han proclamado el 2001 como “Año Internacional del Diálogo entre las Civilizaciones”. Este brindará la ocasión de reflexionar sobre los fundamentos del diálogo, sobre sus consecuencias, sobre los beneficios que de él podrá obtener la humanidad. El diálogo de las religiones, el diálogo de las civilizaciones, el diálogo de las culturas, ¿no son, quizá, encuentros de hombres que edifican una civilización del amor y de la paz? (…).

Todos aquellos que desarrollan un servicio a favor de los jóvenes, a nivel educativo, son conscientes, con seguridad, de la necesidad de educar en el diálogo (…). Es una educación a los valores fundamentales de la dignidad humana, de la paz, de la libertad y de la solidaridad.

Inspira el deseo de conocer a los demás, de ser piadosos con ellos, de comprender los sentimientos más profundos que los animan. Educar en el diálogo significa suscitar la esperanza de que es posible resolver las situaciones de conflicto mediante un compromiso a nivel personal y colectivo.

La educación en el diálogo no se refiere solamente a los niños o a los jóvenes, sino también a los adultos. De hecho, el verdadero diálogo es un continuo ejercicio de aprendizaje. (…)

La oración y el ayuno nos predisponen para desarrollar mejor nuestros deberes, entre los que se encuentra la educación al diálogo entre las civilizaciones y las religiones de las jóvenes generaciones.

Quiera Dios ayudarnos para que realicemos dicho objetivo del mejor modo posible. En esta circunstancia, quiera El conceder a ustedes la gracia de una vida serena y próspera y los colme de abundantes bendiciones.

Estamos seguros de que Dios escucha la oración que se eleva a El con un corazón sincero: tanto para ustedes como para nosotros, El es el Dios generoso.

Cardenal Francis Arinze ( 2001 )

 

Extraído del Portal Católico www.encuentra.com ( 2001 )

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Rezar por la Paz

El Papa pide rezar sin cansancio por la paz

Recuerda la jornada de ayuno y el encuentro de líderes religiosos en Asís

CIUDAD DEL VATICANO, 25 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Rezar sin cansancio por el don de la paz. Esta fue la invitación que lanzó Juan Pablo II a los fieles reunidos en la plaza de San Pedro del Vaticano este domingo para que las regiones del mundo flageladas por la guerra puedan volver a encontrar la tranquilidad.

El pontífice recordó la jornada de ayuno prevista para el 14 de diciembre, fecha que coincide con el último día del Ramadán, y el encuentro de oración de líderes de las religiones por la paz, que tendrá lugar en Asís, el 24 de enero.

Subrayando que en este domingo la Iglesia celebraba la fiesta de Cristo Rey del universo y de la paz, el pontífice invitó a todos los mil millones católicos a «reinar» con Cristo, acogiéndole «libremente» y siguiéndole «fielmente» para «construir un mundo en el que reine la paz».

«Tenemos que rezar sin cansarnos para obtener este gran don, que es la paz; don que tanto necesita la humanidad», dijo el Papa al final de la misa en la que proclamó cuatro nuevos santos.

«Le invocaremos confiados también con las dos iniciativas que el domingo pasado anuncié –añadió–: el día de ayuno en diciembre y el encuentro de oración en enero, en Asís, con los representantes de las religiones del mundo».

El Papa Wojtyla concluyó su exhortación como suele hacer, invocando a la Virgen: «Que María, Reina de la paz, interceda por nosotros ante su Hijo divino, Rey inmortal y Señor de la paz».

Musulmanes y judíos responden «sí» a la convocatoria del Papa en Asís

Declaraciones de responsables de las dos comunidades en Italia

ROMA, 20 noviembre 2001 (ZENIT.org).- Comunidades de musulmanes y judíos han acogido con entusiasmo la invitación de Juan Pablo II a participar en un encuentro de oración de representantes religiosos por la paz, que se celebrará en Asís el 24 de enero.

El representante en Italia de la Liga Musulmana Mundial, Mario Scialoja, ha definido en declaraciones publicadas este martes por el diario «Il Corriere della Sera» el anuncio pontificio como «magnífico».

«Siempre hemos apreciado la apertura del Papa hacia el Islam, quiero decir hacia el Islam auténtico y no a sus deformaciones. Todo aquello que sirva para evitar la confusión entre política y religión es bienvenido», aclara Scialoja.

El líder musulmán aprecia sobre todo la invitación de ayunar al concluir el Ramadán, el 14 de diciembre: «Estamos muy contentos de que ese día estén junto a nosotros también los cristianos. Es un gesto que permitirá a muchos que no conocen bien nuestra religión comprender el carácter de purificación y penitencia que acompaña este mes sagrado».

La primera adhesión oficial pública a la propuesta papal ha sido la de la Mezquita de Roma, una de las más grandes de Europa, construida hace pocos años.

Por su parte, Amos Luzzatto, presidente de la Unión de las Comunidades Judías de Italia, define también en «Il Corriere della Sera» como «sincero» y «ferviente» el llamamiento del obispo de Roma.

«Es una invitación ante la que no es posible responder negativamente», explica.

«Estoy de acuerdo con este tipo de gestos simbólicos cuando es necesario, como ahora ante la guerra en curso –concluye Luzzatto–. Pero para eliminar en su raíz todo espíritu de contraposición considero fundamental llevar adelante una amplia obra educativa. Pues no se pueden poner en discusión ciertos prejuicios del mundo occidental en pocas horas».

Extraído del Portal Católico ZENIT.org ( 2001 )

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Cristo Rey

¿Dónde está el reinado de Jesús? ¿En qué consiste su propuesta?

Quisiera para esto recordar unas palabras que Jesús dirige a sus discípulos durante la última cena en el evangelio de Lucas: “Los jefes de las naciones ejercen su dominio sobre ellas y los que tienen autoridad reciben el nombre de benefactores. Pero ustedes no procedan de esta manera. Entre ustedes, el más importante sea como el menor, y el que manda como el que sirve… Yo estoy entre ustedes como el que sirve”.

Creo que esto nos podría ayudar a comprender su condición de rey. La victoria de Jesús en la cruz no consiste en vencer militarmente o imponer religiosamente sus ideas, pues esto sólo provocaría otra estructura de poder alterna. Jesús vence asumiendo con radicalidad su mensaje y aceptando hasta su muerte las consecuencias que éste le trajera.

Él anunció la llegada del Reino, y pasó sirviendo a los más necesitados y enfrentando a las autoridades por sus incoherencias. Sin embargo, Él no podía “forzar u obligar” a los demás para que aceptaran este Reino, pero sí podía asumir las consecuencias de este anuncio, las cuales significaron su muerte.

Jesús renuncia a reinar desde el poder, como siempre lo habían hecho tanto judíos como romanos, a pesar de que esto pueda significarle el aparente fracaso de su anuncio. Por esta opción, es que reconocemos que el Padre irrumpe en la historia del hombre; resucitando a Jesús lo proclama verdadero vencedor.

Es decir, la propuesta de Jesús de reinar desde la libertad, desde el respeto, desde el servicio, es coronada por el Padre a través de la Resurrección. Este es el reinado de Jesús, un reinado que se construye con coraje, con entrega, con determinación, pero que renuncia a ser impuesto a los demás por el poder y la violencia, ya sea religioso, cultural, político o militar.

El reino de Jesús es la oferta divina a vivir en libertad y responsabilidad, respondiendo a los más profundos anhelos que posee el hombre: la unidad personal, comunitaria y divina; y encontrando en este proceso a Dios Trino que es el impulsor y modelo de tal unidad.

ACTUALIDAD

¿Cuántas veces como iglesia hemos querido “imponer” nuestro mensaje como “el

verdadero y único”, a partir de las estructuras de poder (moral, político, cultural, ¡militar!)? ¿Será lo más apegado al mensaje de Jesús? Nuestra proclamación de Jesús como nuestro rey, nos debería llevar al respeto del otro, a la tolerancia, a la unidad en las diversidad; aceptando la decisión del otro tal como Jesús lo hizo, aunque esto nos lleve a la cruz, o a un aparente fracaso.

¿Quiénes son nuestros reyes en la actualidad? ¿La eficiencia, la democracia, la estabilidad económica, la tecnología? Ninguna de estas realidades es mala, al revés pueden hacer mucho bien, pero cuando éstas quieren ser impuestas a los demás, o a un pueblo entero, por la vía del poder y la coerción, se están pisando los derechos más elementales del hombre que son los derechos a la libertad y a la autodeterminación.

¿Qué otros reyes tenemos hoy? El placer, lo fácil, la posición económica, la imagen ante los demás, el trabajo? ¿A quién seguimos? ¿Desde dónde situamos nuestra escala de valores? Jesús quiere ser nuestro rey, pero no bajo la amenaza de nuestra condena, o nuestra infelicidad, sino que busca reinar en nosotros cuando aceptemos vivir desde el amor, desde el respeto, desde la libertad asumida y comprometida. Entonces podremos decir que hemos sido salvados por Jesús, tal como Jesús salvó a ese ladrón que se atrevió a no unirse a las críticas generalizadas contra Jesús y lo aceptó como rey y salvador.

PROPÓSITO

Busquemos estas semana cuestionar nuestra escala de valores y revisar si realmente está cimentada en el Evangelio de Jesucristo; si realmente la libertad, el amor, el servicio, el compromiso con nuestra autenticidad, la responsabilidad, el respeto y la aceptación del otro están como fundamento de nuestro proyecto de vida. Sólo desde el intento por vivir esto es que podremos proclamar a Jesús como nuestro rey.

Extraído del Portal Católico www.encuentra.com ( 2001 )

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Descalzarse para entrar en el otro

Una mañana en el retiro de Nazaret, meditando un anuncio, me encontré con una expresión que resonó de una manera muy especial en mi corazón : DESCALZARSE PARA ENTRAR EN EL OTRO. Le pregunté al Señor que significaba esto. Se me ocurrían palabras como respeto, delicadeza, cuidado, prudencia. Me sentí impulsada a leer las palabras del Éxodo ( 3,5 ) : “No te acerques más, sácate tus sandalias porque lo que pisas es un lugar sagrado.” Fueron las palabras de Yahvé a Moisés ante la zarza que ardía sin consumirse, y pensé : “Si Dios habla al interior de mi hermano, su corazón es un lugar sagrado.”

No tardé en ponerme en oración. Jesús me presentaba uno a uno a mis hermanos de comunidad y luego a otros, y descubrí cómo habitualmente entro en el interior de cada uno sin descalzarme, simplemente entro; sin fijarme en el modo, entro. Experimenté una fuerte necesidad de pedir perdón al Señor y a mis hermanos.

Sentí que el señor me invitaba a descalzarme y luego a caminar. Inmediatamente experimenté una resistencia : “no quería ensuciarme.” Me resultaba más seguro andar descalza. Vi entonces dos cosas básicas que me impiden entrar descalza en los otros : la comodidad y el temor.

Vencido ese primer momento comencé a caminar y el Señor a cada paso iba mostrándome algo nuevo. Advertí como descalza podía descubrir las alternativas del terreno que pisaba, distinguir lo húmedo y lo seco, el pasto de la tierra; necesitaba mirar a cada paso lo que pisaba, estar atenta al lugar donde iba a poner mi pie. Me di cuenta de cuántas cosas del interior de mis hermanos se me pasan por alto; las desconozco, no las tengo en cuenta por entrar calzada, con la mirada puesta en mí o dispersa en múltiples cosas.

Pude ver también cómo descalza caminaba más lentamente; no usaba mi ritmo habitual, sino tratando de pisar suavemente. Donde mis zapatillas habían dejado marcas, mi pie no las dejaba. Pensé entonces cuantas marcas habré dejado en el corazón de mis hermanos a lo largo del camino, y experimenté un gran deseo de entrar en los otros sin dejar un cartel que diga : “Aquí estuve yo.”

Por último fui atravesando distintos terrenos, primero el pasto, luego un camino de tierra hasta llegar a una subida con piedras. Sentí deseos ya de detenerme y volver a calzarme, pero el Señor me invitó a caminar descalza un poquito más. Advertí que no todos los terrenos son iguales y no todos mis hermanos son iguales.

Por lo tanto, no puedo entrar en todos de la misma manera. Ésta subida me exigía ascender aún más lentamente y cuando más suavemente pisaba, el dolor de mis pies era menor. Esto me decía : cuanto más difícil era el terreno del interior de mi hermano, más suavidad y más cuidado debo tener para entrar.

Después de este recorrido con el señor, pude ver claramente que descalzarme es entrar sin prejuicios, atenta a la necesidad de mi hermano, sin esperar una respuesta determinada. Es entrar sin intereses, despojada mi alma.

Porque creo Señor, que estás vivo y presente en el corazón de mis hermanos, es que me comprometo a detenerme, descalzarme y entrar en cada uno como en un lugar sagrado. Cuento Señor para ello con tu Gracia.

Colaboración de Ana Etchepareborda de Teste ( 2001 )

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La piedra angular

I. San Pedro se refiere a veces a Jesús como la piedra que, rechazada por vosotros los constructores, ha llegado a ser piedra angular (Hechos 4,10-11). Jesucristo es la piedra esencial de la iglesia, y de cada cristiano: sin ella el edificio se viene abajo. La piedra angular afecta a toda la construcción, a toda la vida: negocios, intereses, amores, tiempo…; nada queda fuera de las exigencias de la fe en la vida del cristiano. Seguir a Cristo influye en el núcleo más íntimo de la personalidad. Jesucristo es el centro al que hacen referencia nuestro ser y nuestra vida. Con relación a Él queremos construir nuestra existencia.

II. Cristo determina esencialmente el pensamiento y la vida de sus discípulos. Por eso, sería una gran incoherencia dejar nuestra condición de cristianos a un lado a la hora de enjuiciar una obra de arte o un programa político, en el momento de realizar un negocio o de planear las vacaciones. Si en esos planes, en ese acontecimiento o en esa obra no se guarda la debida subordinación a Dios, su calificación no puede ser más que una, negativa, cualquiera que sean sus acertados valores parciales. El error se presenta frecuentemente vestido con nobles ropajes de arte, de ciencia, de libertad… Pero la fuerza de la fe ha de ser mayor: es la poderosa luz que nos hace ver que detrás de algunas apariencias de bien hay en realidad un mal. Cristo ha de ser la piedra angular de todo edificio. Pidamos al Señor su gracia para vivir coherentemente nuestra vocación cristiana; así la fe no será nunca limitación. Para tener un criterio formado, además de poner los medios, es preciso tener una voluntad recta que quiera llevar a cabo, ante todo, el querer de Dios.

III. El cristiano –por haber fundamentado su vida en esa piedra angular que es Cristo- tiene su propia personalidad, su modo de ver el mundo y los acontecimientos, y una escala de valores bien distinta al hombre pagano que no vive la fe y tiene una concepción puramente terrena de las cosas. Por eso, a la vez que está metido en medio de las tareas seculares, necesita estar “metido en Dios”, a través de la oración, de los sacramentos y de la santificación de sus quehaceres. Jesús sigue siendo la piedra angular en todo hombre. El edificio construido a espaldas de Cristo está levantado en falso. Hoy podemos preguntarnos: ¿La fe que profesamos influye cada vez más en nuestra propia existencia?

Extraído de “meditar” del Portal Católico www.encuentra.com ( 2001 )

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La conversión

En la jerarquía de la naturaleza, el hombre es el que mayor capacidad de cambio tiene, porque el que nace de la carne puede también nacer del espíritu. Sólo el hombre es convertible. La conversión no significa un desarrollo posterior hacia el orden natural, sino una generación hacia un orden sobrenatural. El cuerpo vive gracias al alma, pero el alma está muerta cuando no tiene esa vida superior que sólo Dios puede conceder. “A menos que un hombre vuelva a nacer, no podrá entrar en el reino de Dios.” ( Juan 3, 3 )

Toda conversión comienza con una crisis, con un momento o una situación relacionada con alguna especie de sufrimiento físico, moral o espiritual; con una dialéctica, una tensión, un tironeo, una dualidad o un conflicto. Esta crisis es acompañada por una parte, por una profunda sensación de la propia impotencia, y por la otra, por una convicción igualmente profunda de que sólo Dios puede proporcionar lo que le falta al individuo.

Durante una conversión el alma se convierte en el campo de batalla de una guerra civil…la conversión no es autosugestión, sino el estallido de un relámpago proveniente de afuera. Sólo se crea una gran tensión cuando el yo se encuentra frente al no-yo, cuando lo íntimo es desafiado por lo exterior, cuando la impotencia del ego se encuentra ante la perfección de lo divino.

Sólo cuando comienza el tira y afloja de la guerra, con un alma en un extremo de la cuerda y Dios en el otro, sólo entonces aparece la verdadera dualidad como la condición de la conversión. Es relativamente carente de importancia el que esta crisis, que provoca una sensación de dualidad, sea repentina o gradual. Lo que importa es la lucha entre el alma y Dios, en la que Dios todopoderoso jamás destruye la libertad humana. Este es el más grande drama de la existencia.

…aparejada a la lucha está la impresión de que se es buscado por Alguien, que no quiere dejarnos en paz. La tragedia es que muchas almas, sintiendo esa ansiedad, tratan de eliminarla con palabras, en lugar de seguirla hasta el final del camino, donde es vista como Dios y como gracia natural operando sobre el alma. La voz de Dios engendra descontento en el interior del alma a fin de que ésta pueda seguir buscando ser salvada. Turba el alma, porque le muestra la verdad, arranca todas las máscaras y las mascaradas de la hipocresía. Pero, por otra parte, consuela al alma, al efectuar una armonía con el yo, con los congéneres y con Dios. Es el hombre quien tiene que decidir si acepta o rechaza la voz que escucha.

…El espíritu pide el renunciamiento a las viejas costumbres, pero la carne se niega a romper las cadenas. En cuanto se encuentran estas dos corrientes de frustración interna y de Misericordia Divina, de modo que el alma advierte que sólo Dios puede proporcionar lo que le falta, la crisis llega a un punto en que es preciso tomar una decisión. En este sentido, la crisis es crucial : representa una cruz. La crisis puede adoptar mil formas distintas, variando de las almas buenas a las pecadoras. Pero en ambos extremos existe un reconocimiento común de que los conflictos y frustraciones no pueden ser superados por las propias energías.

…Una crisis exige dos personas : la persona del hombre y la Persona de Dios. Entonces el remordimiento por sus pecados tortura el alma y la hace ansiar una paz que no puede ganar por sí sola. Y así, por una extraña paradoja, el pecado se convierte en la ocasión de una soledad y de un vacío que sólo Dios puede aliviar.

Un alma en tal crisis, busca a Dios después de una serie de disgustos cuando, como el hijo Pródigo, retorna de las vainas al Pan de la Vida. Una crisis semejante significa tristeza, porque se ha descendido de un ideal; pero esa tristeza está mezclada de esperanza, porque la forma original puede ser recuperada.

…La crisis llega a su apogeo cuando el alma se torna menos interesada en agitar revoluciones externas y más interesada en la revolución interior de su propio espíritu; cuando blande espadas, no hacia fuera, sino hacia adentro, para cortar sus más bajas pasiones; cuando se queja menos de las mentiras del mundo y se pone a la obra para hacerse menos embustera que antes. El abismo de impotencia clama hacia el abismo de salvación. La Cruz es vista entonces bajo una nueva luz.

…Pero esta cascada de Poder Divino no puede operar sobre un hombre mientras éste viva bajo la ilusión, ya de ser un ángel, ya de que el pecado no es culpa suya. Debe admitir previamente el hecho de la culpa personal…Dios se convierte en una posibilidad para el alma desesperada, sólo cuando ésta comienza a ver que puede hacer “todas las cosas en Él, que me fortaleció.”

…No todos aceptan las exigencias presentadas durante una crisis espiritual. Algunos escogen una vida corriente y buena, en lugar de la vida espiritual. Hasta el momento de la conversión, un alma tiene sus propias normas de bondad. Después de haberse visto ante la Gracia de Dios, no busca más que correspondencia con Su voluntad.

La crisis espiritual es bastante general, porque en toda alma hay un reflejo del ansia universal de perfección. Después de la conversión hay un amor sobrenatural a Dios, pero aún antes de la conversión existe un amor natural hacia Dios…Toda persona que ama, ama naturalmente a Dios más que a sí mismo. Este amor no es consciente en muchas almas, y en otras, sus efectos prácticos se ven limitados por la concupiscencia; pero se encuentra oculto en toda búsqueda de felicidad, en todo deseo de un ideal suficientemente grande para satisfacer todos nuestros anhelos.

Aún cuando el hombre se conforme con menos e imagine que ese es su Infinito, aún entonces el Bien Supremo es más deseado; de tal modo que Dios es amado, ya consciente, ya inconscientemente por todos los seres capaces de amor. Pero el deseo de poseer a Dios en el amor sería un deseo ineficaz si Dios no elevase la naturaleza humana. Cuando tal cosa ocurre, cuando el alma pasa de un amor natural a uno sobrenatural, se ha llevado a cabo una conversión.

…Hoy existe en el mundo un vasto ejército de almas buenas que no han entrado aún en la plenitud de la crisis; están sedientas, pero tienen miedo de pedirle a Él de beber, no sea que Él vierta el líquido de un cáliz. Sienten frío, pero temen acercarse a Sus fuegos, no sea que las llamas purifiquen al mismo tiempo que iluminan. Hay muchos a quienes les agradaría tender los dedos hacia Nuestro Señor; pero retroceden, de miedo a que Él les tome la mano y les conquiste el corazón. Pero no están lejos del Reino de Dios. Ya tienen el deseo; no necesitan más que el valor para atravesar la crisis en la que, a través de un aparente sometimiento, se encontrarán victoriosos, cautivos de la Divinidad.

Existe también otro tipo de conversión, causado por un acontecimiento físico. La crisis es física cuando pasa por una catástrofe inesperada, tal como la muerte de un ser amado, un fracaso comercial, o algún sufrimiento que obliga a preguntar : ¿Cuál es el fin de la vida? ¿Por qué estoy aquí? ¿Adonde voy? Mientras había prosperidad y buena salud, estas preguntas jamás aparecían; el alma que sólo tiene intereses externos, no se ocupa de Dios, como no se ocupó de Él el hombre rico cuyos graneros estaban repletos. Pero cuando los graneros se incendian, el alma se ve repentinamente obligada a mirar hacia adentro, a examinar las raíces de su ser y a atisbar en el abismo de su espíritu. La enfermedad, en especial, puede ser un bienaventurado heraldo de la conversión del individuo.

…En cuanto un hombre comienza a preguntarse ¿Para qué estoy aquí?, la crisis ya ha comenzado. La conversión se hace posible en el momento mismo en que el hombre deja de culpar a Dios o a la vida por sus problemas y empieza a culparse a sí mismo; de este modo, se torna capaz de distinguir entre su lastre pecador y el barco de su alma. Ha aparecido una grieta en la armadura de su egoísmo; ahora puede penetrar por ella la luz del sol de la gracia de Dios. Pero hasta que esto sucede, las catástrofes no nos enseñan otra cosa que desesperación.

…El hombre frustrado de hoy, habiendo perdido su fe en Dios, viviendo –como vive – en un mundo desordenado, caótico, no tiene faro alguno que lo guíe…La catástrofe puede ser para un mundo que ha olvidado a Dios lo que una enfermedad puede ser para un pecador; en medio de ella, millones de seres pueden ser llevados a una crisis, no voluntaria, sino obligada… Se ha dicho : “ En tiempo, de paz, prepárate para la guerra.” Pero sería mejor que revisáramos la frase y dijésemos : “En tiempos de disturbios y disolución, prepárate a encontrar a Dios.”

Esa clase de conversión puede presentarse también entre los que ya tienen la fe. Los cristianos se harán verdaderos cristianos, con menos fachada y más cimientos. La catástrofe los separará del mundo, les obligará a declarar sus lealtades básicas.

La crisis está sobre nosotros, cualquiera sea nuestra condición y nuestra posición. Pero la crisis no será consciente y efectiva mientras no venga acompañada por el deseo. Y bien, el deseo implica posibilidad . “Nada es imposible con Dios.” Si no hay Dios, entonces nada es posible. El deseo de Dios es para el alma lo que la respiración para el cuerpo : la respiración trae de afuera a nuestro cuerpo la posibilidad de la vida física, así como la oración, que es la más alta expresión del deseo, trae a nuestra alma la posibilidad de la participación en Dios.

La conversión no sigue automáticamente a este anhelo; a menos que el deseo de Dios sea más fuerte que las viejas costumbres y pasiones, la crisis de deseo puede terminar en frustración. La gracia de la conversión puede pasar…y entonces uno ha perdido el barco, ha perdido la Barca de Pedro. El deseo existía; pero, como no era altamente apreciado, el ideal de Cristo fue abandonado y quedaron el ideal carnal y el mundano. Jamás hubo un converso a quien le faltaran deseos : deseos de Dios y también deseos de convertirse en un hombre distinto de lo que fue hasta entonces.

Dios entrará bajo nuestro techo cuando Él lo quiera. La Gracia – la “entrada” – es la parte de Dios; cultivar y albergar el deseo de la gracia es nuestra parte, conferida por Dios : “Pedid y se os dará; buscad y encontraréis; golpead y se os abrirá.” ( Mateo 7, 7 )

Extraído del libro Paz en el alma ( en el año 2001 )

Fulton J. Sheen – Edit. Iber-Amer Argentina SRL – 1951

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Abre tu corazón

Un hombre había pintado un lindo cuadro.

El día de la presentación al público, asistieron las autoridades locales, fotógrafos, periodistas, y mucha gente, pues se trataba de un famoso pintor, reconocido artista. Llegado el momento, se tiró el paño que revelaba el cuadro.

Hubo un caluroso aplauso. Era una impresionante figura de Jesús tocando suavemente la puerta de una casa.

Jesús parecía vivo. Con el oído junto a la puerta, parecía querer oír si adentro de la casa alguien le respondía. Hubo discursos y elogios. Todos admiraban aquella preciosa obra de arte.

Un observador muy curioso, encontró una falla en el cuadro.

La puerta no tenía cerradura. Y fue a preguntar al artista:

“ Su puerta no tiene cerradura, ¿Cómo se hace para abrirla? ”

“Así es ” respondió el pintor.

“Porque esa es la puerta del corazón del hombre.

Sólo se abre por el lado de adentro.”

Colaboración de Clementina Uncal ( 2001 )

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