Desiderata

Camina plácido entre el ruido y la prisa,

y piensa en la paz que se puede encontrar en el silencio.

En cuanto sea posible y sin rendirte

mantén buenas relaciones con todas las personas.

Enuncia tu verdad de una manera clara y serena, y escucha a los demás,

incluso al torpe e ignorante, también ellos tienen su propia historia.

Si te comparas con los demás, te volverás vano y amargado

pues siempre habrá personas más grandes y más pequeñas que tú.

Disfruta de tus éxitos, lo mismo que de tus planes.

Mantén el interés en tu propia carrera por humilde que sea,

ella es un verdadero tesoro en el fortuito cambiar de los tiempos.

Sé cauto en tus negocios pues el mundo está lleno de engaño,

más no dejes que esto te vuelva ciego para la virtud que existe.

Hay muchas personas que se esfuerzan por alcanzar nobles ideales,

la vida está llena de heroísmo.

Sé sincero contigo mismo, en especial no finjas el afecto

y no seas cínico en el amor, pues en medio de todas las arideces y desengaños,

es perenne como la hierba.

Acata dócilmente el consejo de los años

Abandonando con donaire las cosas de la juventud.

Cultiva la firmeza del espíritu para que te proteja de las adversidades repentinas,

Muchos temores nacen de la fatiga y la soledad.

Sobre una sana disciplina sé benigno contigo mismo,

Tú eres una criatura del universo no menos que las plantas y estrellas.

Tienes derecho a existir y sea que te resulte claro o no,

indudablemente el universo marcha como debiera.

Por eso debes estar en paz con Dios cualquiera sea tu idea de Él

Y cualesquiera sean tus trabajos y aspiraciones.

Conserva la paz en tu alma en la bulliciosa confusión de la vida,

Aún con todas sus farsas, penalidades y sueños fallidos.

El mundo es todavía hermoso,

sé cauto, esfuérzate por ser feliz.

Encontrado en la Vieja Iglesia de SAINT PAUL, Baltimore, en el año 1695.

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

Bendiciones

Mi madre siempre contaba una historia así:

Había una joven muy rica, que tenía de todo, un marido maravilloso, hijos perfectos, un empleo que le daba muchísimo bien, una familia unida. Lo extraño es que ella no conseguía conciliar todo eso; el trabajo y los quehaceres le ocupaban todo el tiempo y su vida siempre estaba deficitaria en algún área.

Si el trabajo le consumía mucho tiempo, ella lo quitaba de los hijos, si

surgían problemas, ella dejaba de lado al marido… Y así, las personas que

ella amaba eran siempre dejadas para después. Hasta que un día, su padre, un hombre muy sabio, le dio un regalo: Una flor carísima y rarísima, de la cual sólo había un ejemplar en todo el mundo.

Y le dijo: Hija, esta flor te va a ayudar mucho, ¡mas de lo que te imaginas! Tan sólo tendrás que regarla y podarla de vez en cuando, y a veces conversar un poco

con ella, y ella te dará a cambio ese perfume maravilloso y esas

maravillosas flores.

La joven quedó muy emocionada, a fin de cuentas, la flor era de una belleza

sin igual. Pero el tiempo fue pasando, los problemas surgieron, el trabajo consumía

todo su tiempo, y su vida, que continuaba confusa, no le permitía cuidar de

la flor. Ella llegaba a casa, miraba la flor y las flores todavía estaban allá, no

mostraban señal de flaqueza o muerte, apenas estaban allá, lindas,

perfumadas. Entonces ella pasaba de largo.

Hasta que un día, sin más ni menos, la flor murió. Ella llegó a casa ¡y se

llevó susto! Estaba completamente muerta, sus raíz estaba reseca, sus flores

caídas y sus hojas amarillas. La joven lloró mucho, y contó a su padre lo que había ocurrido. Su padre entonces respondió:

– Yo ya me imaginaba que eso ocurriría, y no te puedo dar otra flor, porque no existe otra flor igual a esa, ella era única, al igual que tus hijos, tu marido y tu familia. Todos son bendiciones que el Señor te dio, pero tú tienes que aprender a regarlos, podarlos y darles atención, pues al igual que la flor, los sentimientos también mueren.

Te acostumbraste a ver la flor siempre allí, siempre florida, siempre

perfumada, y te olvidaste de cuidarla. ¡Cuida a las personas que amas!

Acuérdate siempre de la flor, pues las Bendiciones del Señor son como ella,

Él nos da, pero nosotros tenemos que cuidar.

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

Hoy hablé con mi padre

Mi padre me llama mucho por teléfono -decía un hombre joven-, para pedirme que vaya a platicar con él. Yo voy poco. Ya sabes cómo son los viejos; cuentan las mismas cosas una y otra vez.

Además nunca faltan bretes: que el trabajo, que mi mujer, que los amigos…

En cambio -le dijo su compañero-, yo platico mucho con mi papá. Cada vez que estoy triste voy con él; cuando me siento solo, cuando tengo un problema y necesito fortaleza, acudo a él y me siento mejor.

Caray -se apenó el otro-, eres mejor que yo.

Soy igual -respondió el amigo con tristeza-.

Lo que pasa es que visito a mi papá en el cementerio. Murió hace tiempo. Mientras vivió tampoco yo iba a platicar con él.

Ahora me hace falta su presencia, y lo busco cuando ya se me fue.

Platica con tu padre hoy que lo tienes; no esperes a que esté en el panteón, como hice yo.

En su automóvil iba pensando el muchacho en las palabras de su amigo.

Cuando llegó a la oficina dijo a su secretaria: -Comuníqueme por favor con mi papá.

 

Envió: Hilda Alvarado

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

 

Vuelo del alma

En la ciudad donde vivo tengo una enemiga que está destrozándome la vida poco a poco.

Por favor, le suplico que no me pida que ponga la otra mejilla. Eso fue lo que intenté en un principio y ella siguió haciéndome cada vez más daño. Esta mujer ha ido contando terribles mentiras sobre mí y a consecuencia de ello me he quedado sin trabajo, mi marido me ha pedido el divorcio y muchos de mis amigos me han abandonado.

Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen y orad por los que os calumnian.

«Éste es sin ninguna duda el mandato más difícil de seguir»-pensó el santo-«pero en cualquier caso esta mujer me ha prohibido de antemano que utilice las enseñanzas del Mesías para solucionar su problema.»

-¿Crees que tu enemiga sería capaz incluso de asesinarte?-preguntó

– No, no lo creo. Más bien pienso que es lo único que ella nunca haría.

– Estupendo, como dijo Platón refiriéndose a Anito y Meleto:»Pueden matarme ,pero no herirme»-el santo sonrió y extendió las manos como si el problema ya hubiera quedado resuelto.

– Hombre santo, discúlpeme pero, si me permite, le diré que tengo la impresión de que usted estaba un poco distraído, pues como le he contado, ella sí me ha ocasionado un daño terrible.

– No obstante, yo te veo indemne. Estás perfectamente, eres libre y además has descubierto quiénes son tus verdaderos amigos,¿no es así?.

– Bueno, sí, en cierta manera.

– Tu vida ahora ha quedado despejada, reducida a lo esencial, es oro puro. Posees salud, inteligencia y fortaleza. Tienes mucha suerte.

– ¿De verdad? explíqueme cómo es eso.

– Acabo de hacerlo. Ya sea que esta pobre enemiga tuya esté engañándose a sí misma, o le hayan ido contando mentiras acerca de ti, o la corroa la envidia, ella carece de la vitalidad y la fuerza necesarias para ver o pensar con claridad debido a lo obsesionada que está contigo.

-Sí, pero…

– Y así te insto a que seas bondadosa cuando pienses en ella. No sabe lo que hace. No es capaz de cuidar de sí misma, ni tampoco de llevar adelante su vida como tú lo has hecho y continúas haciendo ,o sea, como un proceso de crecimiento y aprendizaje. De ahora en adelante esta pobre y débil criatura ya no tendrá el poder de perturbarte.

– Dicho de ese modo…

– En mi opinión, tú eres una persona que se ha reconciliado consigo misma y desde esta nueva posición de fuerza no te resultará difícil ser bondadosa. Ve y sé amable.

La mujer sonrió.

– Sí, lo haré. Me ha convencido- se levantó para marcharse pero antes se detuvo y, encarando al santo, se echó a reír- ¿Se da cuenta de que todo lo que me ha dicho se reduce a poner la otra mejilla?

-Sí, un poco- reconoció el santo y ,tras pensarlo un instante, prosiguió- :Hummm, sí, ya veo a lo que te refieres.

«Es imposible mejorar las palabras del Maestro»,concluyó para sí.

 

 

De: El santo , de Susan Trott, fragmento del cap. 23.

 

 

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

Mi padre cuando yo tenía …

4 años : Mi papá puede hacer de todo.

6 años : Mi papá sabe un montón.

8 años : Mi papá es más inteligente que el tuyo.

10 años : Mi papá consigue todo lo que quiere.

12 años : Mi papá no siempre tiene razón.

14 años : Mi papá no sabe exactamente todo.

16 años : En la época de papá, las cosas eran distintas.

18 años : No le hagas caso a mi viejo, ¡es tan antiguo!

20 años : ¿ Él ?, ¡por favor!, está fuera de onda.

25 años : Mi padre sabe un poco de eso, puesto que ya tiene sus años…

30 años : Tal vez deberíamos preguntarle a papá qué le parece.

35 años : No voy a hacer nada hasta no hablar con papá.

40 años : Me pregunto cómo habría manejado esto papá.

45 años : Mi padre era muy inteligente y tenía un mundo de experiencia.

50 años : Daría cualquier cosa porque papá estuviera aquí

para poder hablar esto con él.

55 años : Lástima que no valoré a mi padre.

Podría haber aprendido mucho de él…

Colaboración de Claudia Deluca

 

No te rindas

No te rindas sin antes haber luchado,

el que es vencido es aquel que no ha sido capaz

de llevar consigo una ilusión,

 

Atraviesa cada obstáculo por más duro que sea,

porque lo más importante en tu vida

es llegar a cumplir tu sueño!

 

Disfruta cada amanecer,

cada gota de lluvia…

porque cada cosa en este mundo

es única e irrepetible…

 

No dejes que te convenzan de

que todo al fin desilusiona,

escucha siempre tu corazón:

el siempre tomará el camino que

verdaderamente te corresponde…

 

No te detengas hasta tener

en tus manos tu sueño,

intenta ver lo mejor de cada cosa y

sonríele a todos tus errores…

 

Ama a cada persona que toca tu vida

y nunca pierdas la ilusión,

levanta los ojos,

mira hacia el horizonte

y cree…

 

Dar de corazón

Una vez un limosnero que estaba tendido a un lado de la calle, vio venir a lo lejos, a la reina del lugar.

Y éste pensó: «le voy a pedir, ella es buena y seguro me dará algo».

Y cuando la reina se acercó, le dijo: «Majestad podría, por favor, regalarme una moneda? Y en su interior pensaba que ella le daría mucho!

La reina lo miró y le respondió:

¿Por qué no me das algo tú? Acaso, no soy tu reina?

El mendigo no sabía que responder y sólo atinó a balbucear:

«Pero, Majestad… Yo no tengo nada!»

La reina le contestó: «algo debes tener… busca!…»

Entre asombro y enojo, el mendigo buscó entre sus cosas y vio que tenía una naranja, un pan y unos granos de arroz.

Pensó que la naranja y el pan eran mucho para darlos, así que en su molestia, tomó cinco granos de arroz y se los dio a la reina.

Complacida, ella le dijo «¡Ves, como si tenías!…

Y le acercó cinco monedas de oro: una por cada grano de arroz.

El hombre dijo entonces: «Majestad… creo que acá tengo otras cosas.

La reina lo miró fijamente a los ojos y con dulzura, le comentó:

«solamente de lo que has dado de corazón, te puedo retribuir».

 

Reflexión:

Es fácil reconocer en esta historia, el acto de dar y recibir.

Cuántas veces, en nuestras acciones, que decimos son de servicio, entran en juego el egoísmo y nuestros propios intereses? Cuántas veces realizamos una misión, sólo pensando en la ganancia personal que nos reportará?

Procuremos dar de corazón, sin sacar cuentas, sin pensar en lo que recibiremos a cambio… Y la mayor ganancia será la felicidad que sentimos al dar.

 

Colaboración de Clementina Uncal

 

Humanos de un ala

Un día un ángel se arrodilló a los pies de Dios y habló: «Señor, visité toda tu creación. Estuve en todos los lugares. Vi que eres parte de todas las cosas. Y por eso vine hasta Ti Señor para tratar de entender.

¿Por qué cada una de las personas sobre la tierra tiene apenas un ala? Los ángeles tenemos dos. Podemos ir hasta el Amor que el Señor representa siempre que lo deseamos. Podemos volar hacia la libertad siempre que queramos. Pero los humanos con su única ala no pueden volar. No podrán volar con apenas un ala…»

Dios respondió: «Sí, ya se eso». «Sé que hice a los humanos solamente con un ala…»

Intrigado el ángel quería entender y preguntó: » ¿ Pero, por qué el Señor dio a los hombres solamente un ala cuando son necesarias dos alas para que puedan volar?» Sin prisa, Dios respondió: «Ellos si pueden volar, mi ángel. Di a los humanos una sola ala para que ellos pudiesen volar más y mejor que nuestros Arcángeles…. Para volar, mi pequeño amigo, tú precisas de tus dos alas… Y aunque libre, tú estas solo… Mas los humanos…

Los humanos con su única ala precisaran siempre dar las manos a alguien a fin de tener sus dos alas. Cada uno ha de tener un par de alas… Cada uno ha de buscar su segunda ala en alguien, «en algún lugar del mundo»… para que se complete su par. Así todos aprenderán a respetarse y a no quebrar la única ala de la otra persona porque pueden estar acabando con su oportunidad de volar.

Así mi ángel, ellos aprenderán a amar verdaderamente a la otra persona… Aprenderán que solamente permitiéndose amar, ellos podrán volar. Tocando el corazón de otra persona, ellos podrán encontrar el ala que les falta y podrán finalmente volar. Solamente a través del amor podrán llegar hasta donde estoy… Así como lo haces Tú, mi ángel. «Ellos nunca, nunca estarán solos al volar.»

Que Tú, encuentres tu otra ala, la encuentres muy pronto, y si la has hallado…que se alcen las dos en magnifico vuelo.

Colaboración de Eduardo Gerding

 

Nadie

Nadie alcanza la meta con un solo intento, ni perfecciona la vida con una sola rectificación, ni alcanza altura con un solo vuelo.

Nadie camina la vida sin haber pisado en falso muchas veces.

Nadie recoge cosechas sin probar muchos sabores, enterrar muchas semillas y abonar mucha tierra.

Nadie mira la vida sin acobardarse en muchas ocasiones, ni se mete en el barco sin temerle a la tempestad, ni llega al puerto sin remar muchas veces.

Nadie siente el amor sin probar sus lágrimas, ni recoge rosas sin sentir sus espinas.

Nadie hace obras sin martillar sobre su edificio, ni cultiva amistad sin renunciar a sí mismo, ni se hace hombre sin sentir a Dios!

Nadie llega a la otra orilla sin haber ido haciendo puentes para pasar.

Nadie deja el alma lustrosa sin el pulimento diario de Dios.

Nadie puede juzgar sin conocer primero su propia debilidad.

Nadie consigue su ideal sin haber pensado muchas veces que perseguía un imposible.

Nadie reconoce la oportunidad hasta que ésta pasa por su lado y la deja ir.

Nadie encuentra el pozo de DIOS hasta caminar por la sed del desierto. Pero nadie deja de llegar, cuando se tiene la claridad de un don, el crecimiento de su voluntad, la abundancia de la vida, el poder para realizarse y el impulso de DIOS.

Nadie deja de arder con fuego dentro. Nadie deja de llegar cuando de verdad se lo propone. Si sacas todo lo que tienes y estas con DIOS…Vas a llegar!

 

Envió: Gaby Bautista

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

 

La fortaleza de un hombre

La fortaleza de un hombre no está en el ancho de sus hombros…

Está en el tamaño de sus brazos cuando abrazan.

 

La fortaleza de un hombre no está en lo profundo del tono de su voz…

Está en la gentileza que usa en sus palabras.

 

La fortaleza de un hombre no está en la cantidad de amigos que tiene…

Está en lo buen amigo que se vuelve de sus hijos.

 

La fortaleza de un hombre no está en como lo respetan en su trabajo…

Está en como es respetado en casa.

 

La fortaleza de un hombre no está en su cabello o su pecho…

Está en su corazón.

 

La fortaleza de un hombre no está en lo duro que puede golpear…

Está en lo cuidadoso de sus caricias.

 

La fortaleza de un hombre no está en las mujeres que ha amado…

Está en poder ser verdaderamente de una mujer.

 

La fortaleza de un hombre no está en el peso que pueda levantar…

Está en las cargas que pueda llevar a cuestas.

 

Envió: Ricardo Renan Raigoza

 

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

 

Consuelo – Textos en el Evangelio

Mateo 5. 1 al 12

Las Bienaventuranzas

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices los afligidos, porque serán consolados.

Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.

Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.

Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.

Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.

Mateo 11. 27 al 30

La revelación del Evangelio a los humildes

En aquel tiempo, Jesús dijo:” ….“Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar.

Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”.

San Juan 16. 29 al 33

La vuelta de Jesús al Padre

….Sus discípulos le dijeron: “Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios”.

Jesús les respondió: “¿Ahora creen? Se acerca la hora y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo.

Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo”.

Romanos 5. 1 al 5

El fruto de la justificación

Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el espíritu Santo, que nos ha sido dado.

Romanos 8. 18 al 25

La esperanza de la creación

Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la plena filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo. Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve? En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia.

2 Corintios 1. 3 al 7

Acción de gracias

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios. Porque así como participamos abundantemente de los sufrimientos de Cristo, también por medio de Cristo abunda nuestro consuelo. Si sufrimos, es para consuelo y salvación de ustedes; si somos consolados, también es para consuelo de ustedes, y esto les permite soportar con constancia los mismos sufrimientos que nosotros padecemos. Por eso, tenemos una esperanza bien fundada con respecto a ustedes, sabiendo que si comparten nuestras tribulaciones, también compartirán nuestro consuelo.

1 Tesalonicenses 4. 13 al 18

La Venida del señor y la resurrección final

No queremos, hermanos, que vivan en la ignorancia acerca de los que ya han muerto, para que no estén tristes como los otros, que no tienen esperanza. Porque nosotros creemos que Jesús murió y resucitó: de la misma manera, Dios llevará con Jesús a los que murieron con él. Queremos decirles algo, fundados en la Palabra del Señor: los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor, no precederemos a los que hayan muerto. Porque a la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del ciel. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el señor para siempre. Consuélense mutuamente con estos pensamientos.

Hebreos 4.14 al 16

Cristo, Sumo Sacerdote

Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario, él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.

Lo que importa es ir al cielo

I. Entre todos los logros de la vida, uno solo es verdaderamente necesario: llegar al Cielo. Con tal de alcanzarlo debemos perder cualquier otra cosa, y apartar todo lo que se interponga en el camino, por muy valioso o atractivo que nos pueda parecer. La salvación eterna –la propia y la del prójimo- es lo primero. No podemos jugar con nuestra salvación ni con la del prójimo: tenemos la obligación de evitar los peligros de ofender al Señor y el deber grave de apartar la ocasión próxima de pecado, pues el que ama el peligro, en él caerá (Ecli 3, 26-27). Muchas veces los obstáculos que debemos remover no son muy importantes; faltas más o menos habituales –pecados veniales, pero muy a tener en cuenta- que retrasan el paso, y que pueden hacer tropezar y aún caer en otras más importantes.

II. Todo debe ayudarnos para afianzar nuestros pasos en el camino que conduce al Cielo: el dolor y la alegría, el trabajo y el descanso, el éxito y el fracaso… Al final de nuestra vida encontramos esta única alternativa: o el Cielo (pasando por el purgatorio si hemos de purificarnos) o el infierno, el lugar del fuego inextinguible, del que el Señor habló en muchos momentos. Si el infierno no tuviera una entidad real, Cristo no nos habría revelado con tanta claridad su existencia, y no nos habría advertido tantas veces, diciendo: ¡estad vigilantes! La existencia del infierno, reservado a los que mueran en pecado mortal, está ya revelada en el Antiguo Testamento (Números 16, 30-33; Isaías 33; Ecli 7, 18-19; Job 10, 20-21), y es una realidad dada a conocer por Jesucristo (Mateo 25, 41). Es una verdad de fe, constantemente afirmada por el Magisterio de la Iglesia (BENEDICTO XII, Benedictus Deus). El Señor quiere que nos movamos por amor, pero ha querido manifestarnos a dónde conduce el pecado para que tengamos un motivo más que nos aparte de él: el santo temor de Dios, temor de separarnos del Bien Infinito, del verdadero Amor.

III. La consideración de nuestro último fin ha de llevarnos a la fidelidad en lo poco de cada día, a ganarnos en Cielo con nuestro quehacer diario, y a remover todo aquello que sea un obstáculo en nuestro caminar. También nos ha de llevar al apostolado, a ayudar a quienes están junto a nosotros para que encuentren a Dios. La primera forma de ayudar a los demás es la de estar atentos a las consecuencias de nuestro obrar y de las omisiones, para no ser nunca, ni de lejos, escándalo, ocasión de tropiezo para otros.

¡Acudamos a la Virgen Santísima: iter para tutum!, ¡Prepáranos un camino seguro para llegar al Cielo!

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com.

Reacciones

Una hija se quejaba con su padre acerca de su vida y cómo las cosas le resultaban tan difíciles. No sabía como hacer para seguir adelante y creía que se daría por vencida. Estaba cansada de luchar. Parecía que cuando solucionaba un problema, aparecía otro. Su padre, un chef de cocina, la llevó a su lugar de trabajo. Allí llenó tres ollas con agua y las colocó sobre el fuego.

Pronto el agua de las tres ollas estaba hirviendo. En una colocó zanahorias, en otra colocó huevos y en la última colocó granos de café. Las dejó hervir sin decir palabra.

La hija esperó impacientemente, preguntándose que estaría haciendo su padre. A los veinte minutos el padre apagó el fuego. Sacó las zanahorias y las colocó en un tazón. Sacó los huevos y los colocó en otro plato. Finalmente, coló el café y lo puso en un tercer recipiente.

Mirando a su hija le dijo: «Querida ¿qué ves?». «Zanahorias, huevos y café» fue su respuesta.

Entonces, la hizo acercarse y le pidió que tocara las zanahorias, ella lo hizo y notó que estaban blandas. Luego le pidió que tomara un huevo y lo rompiera. Luego de sacarle la cáscara, observó el huevo duro. Luego le pidió que probara el café. Ella sonrió mientras disfrutaba de su rico aroma. Humildemente la hija preguntó: «¿Que significa esto, padre?»

Él le explicó que los tres elementos habían enfrentado la misma adversidad: agua hirviendo, pero habían reaccionado en forma diferente.

La zanahoria llegó al agua fuerte, dura, soberbia; pero después de pasar por el agua hirviendo se había puesto débil, fácil de deshacer.

El huevo había llegado al agua frágil, su cáscara fina protegía su interior líquido; pero después de estar en agua hirviendo, su interior se había endurecido.

Los granos de café, sin embargo, eran únicos: después de estar en agua hirviendo, habían cambiado el agua.

«¿Cuál eres tu hija?» Le dijo. «Cuando la adversidad llama a tu puerta; ¿cómo respondes?”

¿Eres una zanahoria que parece fuerte pero cuando la adversidad y el dolor te tocan, te vuelves débil y pierdes tu fortaleza?

¿Eres un huevo, que comienza con un corazón maleable y un espíritu fluido, pero que después de una muerte, una separación, un despido, una piedra en el camino se vuelve duro y rígido? Por fuera te ves igual, pero ¿eres amargada y áspera, con un espíritu y un corazón endurecido?

¿O eres como un grano de café? El café cambia al agua hirviendo, el elemento que le causa dolor. Cuando el agua llega al punto de ebullición el café alcanza su mejor sabor. Si eres como el grano de café, cuando las cosas se ponen peor, tú reaccionas en forma positiva, sin dejarte vencer y haces que las cosas a tu alrededor mejoren, que ante la adversidad exista siempre una luz que ilumina tu camino y el de la gente que te rodea.

Por eso no dejes jamás de esparcir con tu fuerza y positivismo el «dulce aroma del café.»

Recordemos: No somos responsables de las eventualidades que la vida nos presenta, pero sí somos responsables de nuestra actitud y reacción ante ellas.

Envía: María Escamilla (Colombia) ( año 2.005 )

Extraído de Valores, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Aprender a disculpar

I. El Señor nos quiere como somos, también con nuestros defectos cuando luchamos por superarlos, y, para cambiarnos, cuenta con la gracia y con el tiempo.
Las personas pueden cambiar, y, cuando tenemos que juzgar su actuación externa –las intenciones sólo Dios las conoce-, nunca debemos hacer juicios inamovibles sobre ellas. Ante los defectos de quienes nos rodean –a veces evidentes, innegables- no debe faltar nunca la caridad que mueve a la comprensión y ayuda. “Llegará un momento en que las heridas serán olvidadas.

Tenemos defectos, ¡pero podemos querernos! Porque somos hermanos, porque Cristo nos quiere de verdad…como somos” (M.G. DORRONSORO, Dios y la gente, Rialp, 2ª ed., Madrid 1974, p.150)

II. “La verdadera caridad, así como no lleva cuenta de los “constantes y necesarios” servicios que presta, tampoco anota, “omnia suffert” –soporta todo-, los desplantes que padece” J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco, n. 738).

Si no somos humildes tendemos a fabricar nuestra lista de pequeños agravios que, aunque sean pequeños, nos robarán la paz con Dios, perderemos muchas energías y nos incapacitaremos para los grandes proyectos que cada día tiene el Señor para quienes permanecen unidos a Él. La persona humilde tiene el corazón puesto en Dios, y así se llena de gozo y se hace menos vulnerable.

III. La caridad puede más que los defectos de las personas, de la diversidad de caracteres, que todo aquello que se pueda interponer en el trato con los demás. La caridad vence todas las resistencias.

Pidámosle hoy a la Virgen, Nuestra Madre, que nunca guardemos pequeñas o grandes ofensas, que causarían un enorme daño en nuestro corazón, en nuestro amor al Señor y en la caridad con el prójimo.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )
Extraído de Meditar, del portla Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Los enfermos, predilectos del Señor

I. Nuestro Señor mostró siempre su infinita compasión por los enfermos.
Son innumerables los pasajes del Evangelio en los que Jesús se movió de compasión al contemplar el dolor y la enfermedad, y sanó a muchos como signo de la curación espiritual que obraba en las almas. El Señor ha querido que sus discípulos le imiten en una compasión eficaz hacia quienes sufren en la enfermedad y en todo dolor. En los enfermos vemos al mismo Señor, que nos dice: lo que hicisteis por uno de éstos, por mi lo hicisteis (Mateo 25, 40).

Entre las atenciones que podemos tener con los enfermos están: acompañarles, visitarles con la frecuencia oportuna, procurar que la enfermedad no los intranquilice, facilitarles el descanso y el cumplimiento de las prescripciones del médico, hacerles grato el momento que estemos con ellos, sin que nunca se sientan solos, y ayudarles a santificar el dolor.

II. Debemos preocuparnos por la salud física de quienes están enfermos, y también de su alma. Podemos hacerles ver que su dolor, si lo unen a los padecimientos de Cristo, se convierte en un bien de valor incalculable: ayuda eficaz a toda la Iglesia, purificación de sus faltas pasadas, y una oportunidad que Dios les da para adelantar en su santidad personal, porque Cristo bendice en ocasiones con la Cruz.

El sacramento de la Unción de enfermos es uno de los cuidados que la Iglesia reserva para sus hijos enfermos. Este sacramento es un gran don de Jesucristo, y trae consigo abundantísimos bienes; por tanto hemos de desearlo y pedirlo cuando nos encontremos en enfermedad grave. Este sacramento infunde una gran paz y alegría al alma del enfermo consciente, le mueve a unirse a Cristo, corredimiendo con Él: llevarlo a nuestros enfermos es un deber de caridad y, en muchos casos de justicia.

III. Cuando el Señor nos haga gustar su Cruz a través del dolor y de la enfermedad, debemos considerarnos como hijos predilectos. Por muy poca cosa que podamos ser, nos convertimos en corredentores con Él, y el dolor -que era inútil y dañoso- se convierte en alegría y en un tesoro. El dolor, que ha separado a muchos de Dios porque no lo han visto a la luz de la fe, debe unirnos más a Él. Pidámosle a nuestra Madre Santa María que el dolor y las penas –inevitables en la vida- nos ayuden a unirnos más a su Hijo, y que sepamos entenderlos, cuando lleguen, como una bendición para nosotros mismos y para toda la Iglesia.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )
Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

El círculo del enojo

El dueño de una empresa gritó al administrador, porque estaba enojado en ese momento.

El administrador llegó a su casa y gritó a su esposa, acusándola de gastar demasiado, al verla con un vestido nuevo.

La esposa gritó a la empleada porque rompió un plato.

La empleada dio un puntapié al perro porque la hizo tropezar.

El perro salió corriendo y mordió a una señora que pasaba por la vereda, porque obstaculizaba su salida por la puerta.

Esa señora fue al hospital a vacunarse contra la rabia y gritó al joven médico porque le dolió cuando le aplicó la vacuna.

El joven médico llegó a su casa y gritó a su madre, porque la comida no era de su agrado.

La madre le acarició los cabellos diciéndole: -«Hijo querido, mañana te haré tu comida favorita. Tú trabajas mucho. Estás cansado y necesitas de una buena noche de sueño. Voy a cambiar las sábanas de tu cama por otras bien limpias y perfumadas para que descanses con tranquilidad. Mañana te sentirás mejor…”.
Luego lo bendijo y abandonó la habitación, dejándolo sólo con sus pensamientos…

En ese momento, se interrumpió el CÍRCULO DEL ENOJO, porque chocó con la TOLERANCIA, con el RESPETO, con el PERDÓN y con el AMOR.

Así que si has ingresado en un CÍRCULO DEL ENOJO, acuérdate que con tolerancia, respeto, disposición al perdón y sobre todo con amor… puedes romperlo.

¡Inténtalo!

Envió: Margarita Farfán (México) ( año 2.005 )
Extraído de Valores, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

No tengan miedo

I. La historia de la Encarnación se abre con estas palabras: No temas, María (Lucas 1, 30). Y a San José le dirá también el Ángel del Señor: José, hijo de David, no temas (Mateo 1, 20). A los pastores les repetirá de nuevo el Ángel: No tengáis miedo (Lucas 2, 10). Más tarde, cuando atravesaba el pequeño mar de Galilea ya acompañado por sus discípulos, se levantó una tempestad tan recia en el mar, que las olas cubrían la barca (Mateo 8, 24) mientras el Señor dormía rendido por el cansancio. Los discípulos lo despertaron diciendo: ¡Maestro, que perecemos! Jesús les respondió: ¿Porqué teméis, hombres de poca fe? (Mateo 8, 25-26).
¡Qué poca fe también la nuestra cuando dudamos porque arrecia la tempestad! Nos dejamos impresionar demasiado por las circunstancias: enfermedad, trabajo, reveses de fortuna, contradicciones del ambiente.

Olvidamos que Jesucristo es, siempre, nuestra seguridad. Debemos aumentar nuestra confianza en Él y poner los medios humanos que están a nuestro alcance. Jesús no se olvida de nosotros: “nunca falló a sus amigos”(SANTA TERESA, Vida), nunca.

II. Dios nunca llega tarde para socorrer a sus hijos; siempre llega, aunque sea de modo misterioso y oculto, en el momento oportuno. La plena confianza en Dios, da al cristiano una singular fortaleza y una especial serenidad en todas las circunstancias. “Si no le dejas, Él no te dejará” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino). Y nosotros le decimos que no queremos dejarle. “ Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza (Salmos 42, 2). Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio. En cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente” (IDEM, Amigos de Dios) Esta es la medicina para barrer, de nuestras vidas, miedos, tensiones y ansiedades.

III. En toda nuestra vida, en lo humano y en lo sobrenatural, nuestro “descanso” nuestra seguridad, no tiene otro fundamento firme que nuestra filiación divina. Esta realidad es tan profunda que afecta al mismo hombre, hasta tal punto de que Santo Tomás afirma que por ella el hombre es constituido en un nuevo ser (Suma Teológica). Dios es un Padre que está pendiente de cada uno de nosotros y ha puesto un Ángel para que nos guarde en todos los caminos. En la tribulación acudamos siempre al Sagrario, y no perderemos la serenidad.

Nuestra Madre nos enseñará a comportarnos como hijos de Dios; también en las circunstancias más adversas.
Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )
Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

La cosecha

En un oasis escondido en medio del desierto, se encontraba el viejo Eliahu de rodillas, a un costado de algunas palmeras datileras.

Su vecino Hakim se detuvo a abrevar sus camellos y lo vio transpirando, mientras parecía cavar en la arena.

– Que tal anciano? le dijo:

– Muy bien-contestó Eliahu sin dejar su tarea.

– ¿Qué haces aquí, con este calor, y esa pala en las manos?

– Siembro dátiles-contestó el viejo.

– ¡Dátiles!! -repitió el recién llegado, y cerró los ojos como quien escucha la mayor estupidez- . El calor te ha dañado el cerebro, querido amigo. Dime, ¿cuántos años tienes?

– Ochenta, … pero eso, ¿qué importa?

– Mira, amigo, las palmas datileras tardan más de cincuenta años en crecer y recién después de ser palmeras adultas están en condiciones de dar frutos.

Aunque vivas hasta los cien años, difícilmente puedas llegar a cosechar algo de lo que siembras.

Deja eso y ven conmigo.

– Mira, Hakim, yo comí los dátiles que otro sembró, otro que tampoco soñó con probar esos dátiles.

Yo siembro hoy, para que otros puedan comer mañana los dátiles que hoy planto… y aunque solo fuera en honor de aquel desconocido, vale la pena terminar mi tarea.

Envió: Violeta Castañeda ( año 2.005 )

Extraído de Valores, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Volver a empezar

¡Levántate!

No te dejes vencer ante las adversidades de la vida, no te dejes arrastrar por la corriente que parece inefable, ineludible, fatal.

Aférrate a tus raíces, arremángate y ponte a remar. Sabrás que el mundo no se ha hecho por sí mismo si la conciencia no lo hubiera moldeado. El mundo es contenido por el pensamiento, así, de tal manera construirás tu mundo, tus sueños, tus ilusiones.

No te dejes arrastrar por la corriente que parece terrible porque mientras más pienses en ella, más fuerza le darás. Tu pensamiento ha obrado siempre a lo largo de tu vida. ¿Es que no lo sabes?. ¿Quién te ha hecho creer que no eres lo que eres?. ¿Alguien te ha moldeado a su gusto?. Es hora de sacarte cosas viejas, cosas que no funcionan ya. Es hora del cambio y la renovación, es la hora de tu vida, es el momento de tus sueños, es el tiempo de tu tiempo, porque no tienes más que una vida. ¡Vívela como tú quisieras!. Vive tu vida porque es el cuaderno en el que quedan muchas hojas en blanco por escribir, colores a inventar en la paleta de tu alma.

¡Recréate!

Vístete nuevamente de felicidad y camina con la frente en alto. Tú no eres menos que nadie. Nadie puede darte lo que tú no te das.

Búscate en el rostro de un niño, mírate jugando como cuando apenas mirabas al mundo renacer en cada ilusión de tu infancia. Vuelve a creer en los reyes magos, en los ángeles, en los duendes del jardín.

Vuelve a tu divina raíz y nútrela otra vez con la ilusión. No permitas que alguien quiera vivir la vida por ti, porque sabes que no podrá hacerlo, nunca nadie podrá vivir la vida por ti. Nunca dos personas podrán ocupar el mismo espacio al mismo tiempo. Tú eres un precioso instante en la historia del universo, y un espacio que éste te ha dedicado para que brilles como una estrella y colmes de luz a las vidas que a ti se acerquen.

Levántate y no te dejes vencer, ni por la lucha diaria, ni por un amor fallido, no te entregues al sopor de una cama a mirar el techo o cerrar los ojos voluntariamente en la oscuridad de una habitación. Levántate y anda. Anda lejos, anda cerca, sonríe con la gente que pasa, acaricia a un niño, date el gusto de saborear aquello que tanto te gustaba en otros tiempos. Cómprate algo lindo y disfrútalo.

¡Ámate!

No permitas que nada ni nadie destruya ese don precioso que brilla dentro de ti. No permitas que se termine el brillo del amor en tu alma, porque quienes te han amado tanto, aún, con el paso del tiempo te siguen amando y deseándote el bien. Hazles el homenaje de no permitir que nadie quiera doblegarte y someterte a su voluntad.

Ámate como ellos te han amado y respétate tú también.

Reconoce en cada buen recuerdo el germen de tu vida y corrige los errores del hoy, podando las hojas muertas del árbol que sostiene tu historia. Rodéate de luz y sé luz, descansa pero no te dejes caer. No te dejes vencer por las corrientes que parecen tan terribles, tan inefables, no les des mayor atención de la que debes darle, porque si todo el tiempo piensas en las contrariedades de la vida, terminarás confundiéndote con lo mismo que no deseas.

¡Libérate!

Saca tus nudos corporales y muévete. Baila, camina, corre, mueve tu cuerpo hasta darle mayor fluidez. A veces las zonas más duras del cuerpo son la materialización de muchas horas de pensamiento negativo o trabajo sin placer, rutinas que habrás debido cumplir, pero que se pueden demoler, ablandar y restaurar.

Libérate de tus miedos ocultos. Piensa en ellos y destrábalos hablándoles como si fueran personas con las que tienes problemas y que son difíciles de abordar. Sácalos de tu interior con paciencia, razón y voluntad. Háblales y diles que se retiren, que desde ahora en adelante vas a manejar tus sueños, tus ilusiones, tus planes directamente, sin intermediarios fantasmas. Libérate y confía, en Dios y en ti. Libérate y empieza a ser un poquito más feliz.

¡Perdónate!

Tal vez algún error pasado no te deje en paz por momentos, tal vez alguna falta cometida haya sido motivo suficiente para que te impongas un castigo por el sólo proceso conciente de saber que has cometido un error. Pero siempre hay una oportunidad de cambiar, corregir y mejorar. Solo piensa en cómo enmendarlo, en cómo modificar una situación pasada.

Pídele a Dios el sano consejo para corregir una situación. Dile que ya no quieres seguir con un sentimiento que se arrastra dentro de ti silenciosamente y te hace cada día más presa de sus tormentos. Decídete a perdonar y a perdonarte, de esa forma encontrarás el recto camino a la liberación del alma y la felicidad entrará por tu puerta como un pájaro en un día soleado.

¡Renuévate!

No guardes cosas viejas si no las vas a usar nunca. Haz un regalo a alguien que le gusten esas cosas, o véndelas y cómprate algo mejor y si no sirven, tíralas, porque de nada sirve quedarse atrapado en objetos del ayer. Tu mayor tesoro es el buen recuerdo, eso nadie te lo podrá quitar, ni se podrá oxidar. Esa es la joya de tu alma, la luz que te hace cada día mejorar desde la experiencia y la plenitud de saber que bien has vivido la vida.

Y no te olvides de sonreírle a la imagen del espejo, porque de tal manera aprenderás a desplegar el buen humor, las buenas formas y la simpatía. Después de todo, el sujeto que llevas dentro de vez en cuando necesita de tu sonrisa y saber que desde tu conciencia irradias una buena onda hacia afuera tanto como la que envías a tu alma. Y así cuando pase el tiempo, verás que todo es un continuo movimiento y un eterno retorno siempre desde una dimensión superior.

¡Siempre mejorando y liberándote!

¡Ámate y déjate amar!

Aunque parezca difícil emprender el camino y avanzar, cuando hayas dado varios pasos, estarás nuevamente andando el sendero de la felicidad. Recuérdalo siempre: nunca es tarde para… volver a empezar.

Envió: Luis Canales Maldonado ( 2.011 )

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La tentación y el mal

I. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, rogamos al Señor en la última petición del Padrenuestro. El diablo, que existe, no deja de rondar alrededor de cada criatura para sembrar la inquietud, la ineficacia, la separación de Dios. “El hombre actual no quiere ver este problema. Hace todo lo posible por eliminar de la conciencia general la existencia de esos “dominadores de este mundo tenebroso”, de esos “astutos ataques del diablo” de los que habla la Carta a los Efesios” (JUAN PABLO II, Homilía).

Jesús, nuestro Modelo, quiso ser tentado para enseñarnos a vencer y para que nos llenemos de ánimo y de confianza en todas las pruebas. Seremos tentados de una forma u otra a lo largo de la vida. Quizá más cuanto mayor sea nuestro deseo de seguir a Cristo de cerca. Hemos de estar alerta, con la vigilia del soldado en el campamento, y de tener presente que nunca seremos tentados más allá de nuestras fuerzas. Podemos vencer en toda circunstancia si huimos de las ocasiones y pedimos los auxilios oportunos.

II. La tentación es todo aquello –bueno o malo en sí mismo- que tiende a separarnos del cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios. Él permite que seamos tentados porque persigue un bien superior, y ha dispuesto que también de las pruebas saquemos provecho. A veces son un medio insustituible para acercarnos filialmente a nuestro Padre. Nos hacen ver lo débiles que somos y lo cerca que estaríamos del pecado si el Señor no nos ayudara, y nos enseñan a disculpar con más facilidad los defectos de los demás. La tentación será una ocasión excelente para aumentar la devoción a la Virgen, para crecer en humildad, para ser dóciles en la dirección espiritual. No debemos asustarnos ni desanimarnos. Nada nos separa de Dios si la voluntad no lo permite.

III. Para vencer, hemos de pedir ayuda a Nuestro Señor, que está siempre de nuestra parte en la pelea. Todo lo puedo en Aquel que me confortará (Juan 16,23). Contamos con el auxilio de nuestro Ángel Custodio, puesto por nuestro Padre Dios para que nos proteja siempre que lo necesitamos. La oración personal, la mortificación, la Confesión frecuente, el trabajo intenso evitando la ociosidad y la pereza, nos ayudarán a combatir la tentación. Y si acudimos a la Virgen, siempre saldremos vencedores, aun de las pruebas en que nos sentíamos más perdidos.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )
Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com