El bambú japonés

No hay que ser agricultor para saber que una buena cosecha requiere de buena semilla, buen abono y riego constante. También es obvio que quien cultiva la tierra no se para impaciente frente a la semilla sembrada y grita con todas sus fuerzas: «¡Crece, maldita seas!»

Hay algo muy curioso que sucede con el bambú japonés y que lo transforma en no apto para impacientes: Siembras la semilla, la abonas, y te ocupas de regarla constantemente.

Durante los primeros meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada con la semilla durante los primeros siete años, a tal punto, que un cultivador inexperto estaría convencido de haber comprado semillas infértiles.

Sin embargo, durante el séptimo año, en un periodo de solo seis semanas la planta de bambú crece ¡mas de 30 metros! ¿Tardó sólo seis semanas crecer? No. La verdad es que se tomo siete años y seis semanas en desarrollarse.

Durante los primeros siete años de aparente inactividad, este bambú estaba generando un complejo sistema de raíces que le permitirían sostener el crecimiento que iba a tener después de siete años. Sin embargo, en la vida diaria muchas veces tratamos de encontrar soluciones rápidas, triunfos apresurados, sin entender que el éxito es simplemente resultado del crecimiento interno y que este requiere tiempo.

Quizás por la misma impaciencia, muchas personas que aspiran a resultados en corto plazo, abandonan súbitamente justo cuando ya estaban a punto de conquistar la meta.

Es tarea difícil convencer al impaciente que sólo llegan al éxito aquellos que luchan en forma perseverante y saben esperar el momento adecuado.
De igual manera, es necesario entender que en muchas ocasiones estaremos frente a situaciones en las que creeremos que nada está sucediendo.
Y esto puede ser extremadamente frustrante.

En esos momentos (que todos tenemos), recordar el ciclo de maduración del bambú japonés, y aceptar que no debemos bajar los brazos, ni abandonemos por no «ver» el resultado que esperamos, si está sucediendo algo dentro de nosotros: estamos creciendo, madurando.

Quienes no se dan por vencidos, van gradual e imperceptiblemente creando los hábitos y el temple que les permitirá sostener el éxito cuando este al fin se materialice.

El triunfo no es más que un proceso que lleva tiempo y dedicación.

Un proceso que exige aprender nuevos hábitos y nos obliga a descartar otros.

Un proceso que exige cambios, acción y formidables dotes de paciencia.

Envió: Mario Valverde A. ( año 2.005 )
Extraído de Valores, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Un sabio

Un sabio cierta tarde, llegó a la ciudad de Akbar.

La gente no dio mucha importancia a su presencia, y sus enseñanzas no consiguieron interesar a la población.

Incluso después de algún tiempo llegó a ser motivo de risas y burlas de los habitantes de la ciudad.

Un día, mientras paseaba por la calle principal de Akbar, un grupo de hombres y mujeres empezó a insultarlo.

En vez de fingir que los ignoraba, el sabio se acercó a ellos y los bendijo.

Uno de los hombres comentó:

-¿Es posible que además, sea usted sordo?.

¡Gritamos cosas horribles y usted nos responde con bellas palabras!.

-Cada uno de nosotros solo puede ofrecer lo que tiene- fue la respuesta del sabio.

 

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

 

Inventario

A mi abuelo aquel día lo vi distinto. Tenía la mirada enfocada en lo distante. Casi ausente. Pienso ahora que tal vez presentía que ese era el último día de su vida.

Me aproxime y le dije: -¡Buen día, abuelo!

Y él extendió su silencio. Me senté junto a su sillón y luego de un misterioso instante, exclamó: -¡Hoy es día de inventario, hijo!

-¿Inventario? (pregunté sorprendido).

-Si. ¡El inventario de las cosas perdidas! Me contestó con cierta energía y no sé si con tristeza o alegría. Y prosiguió:

-Del lugar de donde yo vengo, las montañas quiebran el cielo como monstruosas presencias constantes. Siempre tuve deseos de escalar la mas alta. Nunca lo hice, no tuve el tiempo ni la voluntad suficientes para sobreponerme a mi inercia existencial. Recuerdo también, aquella chica que amé en silencio por cuatro años; hasta que un día se marchó del pueblo, sin yo saberlo.

¿Sabes algo? También estuve a punto de estudiar ingeniería, pero mis padres no pudieron pagarme los estudios. Además, el trabajo en la carpintería de mi padre no me permitía viajar. ¡Tantas cosas no concluidas, tantos amores no declarados, tantas oportunidades perdidas! Luego, su mirada se hundió aún mas en el vacío y se le humedecieron sus ojos. Y continuó:

-En los treinta años que estuve casado con Rita, creo que solo cuatro o cinco veces le dije «te amo». Luego de un breve silencio, regresó de su viaje mental y mirándome a los ojos me dijo:

-«Este es mi inventario de cosas perdidas, la revisión de mi vida. A mí ya no me sirve. A ti si. Te lo dejo como regalo para que puedas hacer tu inventario a tiempo». Y luego, con cierta alegría en el rostro, continuó con entusiasmo y casi divertido -¿Sabes qué he descubierto en estos días?

-¿Qué, abuelo?

Aguardó unos segundos y no contestó, solo me interrogó nuevamente:

-¿Cual es el pecado más grave en la vida de un hombre?

La pregunta me sorprendió y solo atiné a decir, con inseguridad:

-«No lo había pensado. Supongo que matar a otros seres humanos, odiar al prójimo y desearle el mal. ¿Tener malos pensamientos, tal vez?»

Su cara reflejaba negativa. Me miró intensamente, como remarcando el momento y en tono grave y firme me señaló:

-«El pecado más grave en la vida de un ser humano es el pecado por omisión. Y lo más doloroso es descubrir las cosas perdidas sin tener tiempo para encontrarlas y recuperarlas.»

Al día siguiente, regresé temprano a casa, luego del entierro del abuelo, para realizar en forma urgente mi propio «inventario» de las cosas perdidas.

 

EL EXPRESARNOS NOS DEJA MUCHAS SATISFACCIONES, así que no tengas miedo, y procura no quedarte con las ganas de nada….. antes de que sea demasiado tarde…

 

-Y tú, ya hiciste tu inventario?……..

 

Envió: Jenny Gaytán

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

 

Cuando la fruta no alcance

Una vez un grupo de tres hombres se perdieron en la montaña, y había solamente una fruta para alimentarlos a los tres, quienes casi desfallecían de hambre.

Se les apareció entonces Dios y les dijo que probaría su sabiduría y que dependiendo de lo que mostraran les salvaría. Les preguntó entonces Dios qué podían pedirle para arreglar aquel problema y que todos se alimentaran.

El primero dijo: «Pues aparece mas comida», Dios contestó que era una respuesta sin sabiduría, pues no se debe pedir a Dios que aparezca mágicamente la solución a los problemas sino trabajar con lo que se tiene.

Dijo el segundo entonces: «Entonces haz que la fruta crezca para que sea suficiente», a lo que Dios contestó que No, pues la solución no es pedir siempre multiplicación de lo que se tiene para arreglar el problema, pues el ser humano nunca queda satisfecho y por ende nunca sería suficiente.

El tercero dijo entonces: «Mi buen Dios, aunque tenemos hambre y somos orgullosos, haznos pequeños a nosotros para que la fruta nos alcance».

Dios dijo: «Has contestado bien, pues cuando el hombre se hace humilde y se empequeñece delante de mis ojos, verá la prosperidad».

Saben, se nos enseña siempre a que otros arreglen los problemas o a buscar la salida fácil, siempre pidiendo a Dios que arregle todo sin nosotros cambiar o sacrificar nada. Por eso muchas veces parece que Dios no nos escucha pues pedimos sin dejar nada de lado y queriendo siempre salir ganando. Muchas veces somos egoístas y siempre queremos de todo para nosotros.

Seremos felices el día que aprendamos que la forma de pedir a Dios es reconocernos débiles, y ser humildes dejando de lado nuestro orgullo. Y veremos que al empequeñecernos en lujos y ser mansos de corazón veremos la prosperidad de Dios y la forma como El SI escucha.

Pídele a Dios que te haga pequeño…Haz la prueba!!!!

 

Envió: Nora Escamilla

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

 

Confía

Confía en tus fuerzas, y recuerda que nada es imposible.

Confía en las cosas que te inspiran.

Confía en las cosas que te dan felicidad.

Confía en los sueños que siempre has anhelado y déjalos hacerse realidad.

La vida no hace promesas sobre lo que te reserva el futuro.

Debes buscar tus propios ideales y animarte a cumplirlos.

La vida no te ofrece garantías sobre lo que tendrás.

Pero te ofrece tiempo para decidir lo que buscas y arriesgarte a encontrarlo y a revelar algún secreto que encuentres en tu senda.

Si tienes voluntad para hacer buen uso del talento y de los dones que son sólo tuyos, tu vida estará llena de tiempos memorables y de inolvidable alegría.

Nadie comprende el misterio de la vida o su significado.

Pero para aquellos que deciden creer en la verdad de lo que sueñan y en sus fuerzas … la vida es un singular regalo y nada es imposible.

 

 

 

Creo que todos tenemos adentro una brújula que nos conduce adonde anhelamos. No olvides confiar en tu brújula, consúltala a menudo, porque el conocer su presencia te dará fortaleza para lo que la vida te depare.

No permitas que te desvíen. Pídele la verdad a tu corazón, y te dará la respuesta y el discernimiento para tomar las decisiones que son para ti.

Ama a todos, y no esperes agradecimientos. Haz lo mejor que puedas.

Vive cada día en su plenitud. Nadie puede leer el futuro.

Recuerda: para todas tus preguntas, allí en tu fuero interno, a la vera del camino, habrá respuestas más claras, soluciones aceptables.

Hace falta paciencia, y confianza, para alcanzar la meta, solucionar problemas, y realizar sueños. Aunque por momentos parezca que ya no puedes seguir, conozco tu fortaleza, y sabrás sobrellevar todo lo que la vida te depare.

Cree en ti.

 

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

¿Quién es tu amigo?

Tu amigo es:

El que siendo leal y sincero te comprende.

El que te acepta como eres y tiene fe en ti.

El que sin envidia reconoce tus valores, te estimula y elogia sin adularte.

El que te ayuda desinteresadamente y no abusa de tu bondad.

El que con sabios consejos te ayuda a construir y pulir tu personalidad.

El que goza con las alegrías que llegan a tu corazón.

El que sin penetrar en tu intimidad, trata de conocer tu dificultad, para ayudarte.

El que sin herirte te aclara lo que entendiste mal o te saca del error.

El que levanta tu ánimo cuando estás caído.

El que con cuidados y atenciones quiere menguar el dolor de tu enfermedad.

El que te perdona con generosidad, olvidando tu ofensa.

El que ve en tí un ser humano con alegrías, esperanzas, debilidades y luchas…

Este es el amigo verdadero.

Si lo descubres, consérvalo como un gran tesoro.

El amigo que nunca falla es Dios.

Si aún no lo encuentras, aquí tienes a un amigo.

 

Envío: Edwin Valdés (edwinvaldes@yahoo.com)

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

 

Colaboración de Pablo Deluca

 

He aprendido

He aprendido…Que la mejor aula de aprendizaje está los pies de una persona mayor.

He aprendido…Que cuando estás enamorado, se nota…

He aprendido…Que cuando solo una persona me dice, «Tu me alegraste el día», me alegra el día.

He aprendido…Que un bebé que se duerme en tus brazos genera el más profundo sentimiento de paz.

He aprendido…Que ser bondadoso es más importante que tener la razón.

He aprendido…Que nunca debemos rechazar el regalo de un niño.

He aprendido…Que yo siempre puedo rezar por otro cuando no tengo la fuerzas para ayudarlo de alguna otra manera..

He aprendido…Que la vida es como un rollo de papel; mientras más se acerca a su fin, más rápido se acaba.

He aprendido…Que deberíamos estar contentos que Dios no nos dio todo lo que pedimos.

He aprendido…Que el dinero no compra clase.

He aprendido…Que las pequeñas cosas de todos los días hacen la vida tan espectacular.

He aprendido…Que bajo la coraza más dura hay alguien que quiere ser apreciado y amado.

He aprendido…Que El Señor no lo hizo todo en un día. Qué me hace pensar que yo puedo?.

He aprendido…Que ignorar la realidad no cambia la realidad.

He aprendido..Que cuando planeas vengarte de alguien, estas dejando que esa persona te continué hiriendo.

He aprendido…Que el amor y no el tiempo cierra todas las heridas.

He aprendido…Que la forma mas fácil de crecer como persona es rodearme de gente más capaz que yo.

He aprendido….Que todos con los que te encuentras se merecen que los recibas con una sonrisa.

He aprendido….Que no hay nada mas dulce que dormir con un bebe y sentir su aliento en tus mejillas.

He aprendido….Que nadie es perfecto hasta que te enamoras de esa persona.

He aprendido….Que la vida es dura pero yo soy más duro.

He aprendido….Que las oportunidades nunca se pierden; alguien tomará la que dejaste pasar.

He aprendido….Que cuando te amarras a tu amargura, la felicidad amarrará en otro muelle.

He aprendido….Que desearía haberle dicho a mi Padre que lo quiero, una vez más, antes de que falleciera.

He aprendido….Que debemos mantener nuestras palabras tiernas, porque mañana tal vez debamos masticarlas.

He aprendido….Que una sonrisa es una forma muy barata de mejorar la presencia.

He aprendido… Que no puedo decidir como me siento, pero si puedo decidir qué voy a hacer al respecto.

He aprendido….Que mientras menos tiempo tengo disponible, más cosas termino.

 

Para todos Uds. ….Asegúrense que leen hasta la última frase.

 

Colaboración de Sergio Nieva

 

Una historia verídica

Su nombre era Fleming, y era un granjero escocés pobre. Un día, mientras intentaba ganarse la vida para su familia, oyó un lamento pidiendo ayuda que provenía de un pantano cercano. Dejó caer sus herramientas y corrió al pantano. Allí, encontró hasta la cintura en el estiércol húmedo y negro a un muchacho aterrado, gritando y esforzándose por liberarse. El granjero Fleming salvó al muchacho de lo que podría ser una lenta y espantosa muerte.

Al día siguiente, llegó un carruaje elegante a la granja. Un noble,

elegantemente vestido, salió y se presentó como el padre del muchacho al que el granjero Fleming había ayudado.

«Yo quiero recompensarlo», dijo el noble. «Usted salvó la vida de mi hijo».

«No, yo no puedo aceptar un pago por lo que hice», el granjero escocés contestó.

En ese momento, el hijo del granjero vino a la puerta de la cabaña. «¿Es su hijo?» el noble preguntó. «Sí», el granjero contestó orgullosamente.

«Le propongo hacer un trato. Permítame proporcionarle a su hijo el mismo nivel de educación que mi hijo disfrutará. Si el muchacho se parece a su padre, no dudo que crecerá hasta convertirse en el hombre del que nosotros dos estaremos orgullosos». Y el granjero aceptó. El hijo del granjero Fleming asistió a las mejores escuelas y, al tiempo, se graduó en la Escuela Médica del St. Mary’s Hospital en Londres, y siguió hasta darse a conocer en el mundo como el renombrado Dr. Alexander Fleming, el descubridor de la penicilina.

Años después, el hijo del mismo noble que fue salvado del pantano estaba enfermo de pulmonía. ¿Qué salvó su vida esta vez? La penicilina.

El nombre del noble? Sir Randolph Churchill.

El nombre de su hijo? Sir Winston Churchill.

 

Alguien dijo una vez:

Lo que va, regresa.

Trabaja como si no necesitaras el dinero.

Ama como si nunca hubieses sido herido.

Baila como si nadie estuviera mirando.

Canta como si nadie escuchara.

Vive como si fuera el Cielo en la Tierra.

 

Colaboración de Ana Maggi

 

Cuando los hijos crecen

El viejo se fue a vivir con su hijo, su nuera y su nieto de cuatro años.

Ya las manos le temblaban, su vista se nublaba y sus pasos flaqueaban.

La familia completa comía junta en la mesa, pero las manos temblorosas y la vista enferma del anciano hacía el alimentarse un asunto difícil. Los guisantes caían de su cuchara al suelo y cuando intentaba tomar el vaso, derramaba la leche sobre el mantel. El hijo y su esposa se cansaron de la situación.

«Tenemos que hacer algo con el abuelo», dijo el hijo. «Ya he tenido suficiente». «Derrama la leche, hace ruido al comer y tira la comida al suelo».

Así fue como el matrimonio decidió poner una pequeña mesa en una esquina del comedor. Ahí, el abuelo comía solo mientras el resto de la familia disfrutaba la hora de comer.

Como el abuelo había roto uno o dos platos, su comida se la servían en un tazón de madera. De vez en cuando miraban hacia donde estaba el abuelo y podían ver una lágrima en sus ojos mientras estaba ahí sentado sólo.

Sin embargo, las únicas palabras que la pareja le dirigía, eran fríos llamados de atención cada vez que dejaba caer el tenedor o la comida. El niño de cuatro años observaba todo en silencio.

Una tarde antes de la cena, el papá observó que su hijo estaba jugando con trozos de madera en el suelo. Le preguntó dulcemente: «¿Qué estás haciendo?»

Con la misma dulzura el niño le contestó: «Ah, estoy haciendo un tazón para ti y otro para mamá para que cuando yo crezca, ustedes coman en ellos.»

Sonrió y siguió con su tarea.

Las palabras del pequeño golpearon a sus padres de tal forma que quedaron sin habla. Las lágrimas rodaban por sus mejillas. Y, aunque ninguna palabra se dijo al respecto, ambos sabían lo que tenían que hacer.

Esa tarde el esposo tomó gentilmente la mano del abuelo y lo guió de vuelta a la mesa de la familia.

Por el resto de sus días ocupó un lugar en la mesa con ellos. Y por alguna razón, ni el esposo ni la esposa, parecían molestarse más cada vez que el tenedor se tiraba, la leche se derramaba o se ensuciaba el mantel.

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

Cambiar el mundo

Llegó una vez un profeta a una ciudad y comenzó a gritar, en su plaza mayor, que era necesario un cambio de la marcha del país.

El profeta gritaba y gritaba y una multitud considerable acudió a escuchar sus voces, aunque más por curiosidad que por interés. Y el profeta ponía toda su alma en sus voces, exigiendo el cambio de las costumbres.

Pero, según pasaban los días, eran menos cada vez los curiosos que rodeaban al profeta y ni una sola persona parecía dispuesta a cambiar de vida.

Pero el profeta no se desalentaba y seguía gritando.

Hasta que un día ya nadie se detuvo a escuchar sus voces. Mas el profeta seguía gritando en la soledad de la gran plaza. Y pasaban los días. Y el profeta seguía gritando. Y nadie le escuchaba.

Al fin, alguien se acercó y le preguntó: «¿Por qué sigues gritando?

¿No ves que nadie está dispuesto a cambiar?»

«Sigo gritando» -dijo el profeta- «porque si me callara, ellos me habrían cambiado a mí.»

 

José Luis Martín Descalzo

 

Envió: Gilberto Guerra García

 

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

¿Te has dado cuenta que…?

Cuando otro actúa de una manera poco adecuada, decimos que tiene mal carácter;

pero cuando tú lo haces, son los nervios.

Cuando otro se apega a sus métodos o a sus gustos, es obstinado;

pero cuando tú lo haces, es firmeza.

Cuando a otro no le gusta tu amigo, tiene prejuicios;

pero cuando a tí no te gusta su amigo, sencillamente,

muestras ser un buen juez de la naturaleza humana.

Cuando otro hace las cosas con calma, es una tortuga;

pero cuando tú lo haces despacio, es porque te gusta pensar las cosas.

Cuando otro gasta mucho, es un botarate;

pero cuando tú lo haces, eres muy generoso.

Cuando otro encuentra defectos en las cosas, es un maniático;

pero cuando tú lo haces, es porque sabes discernir.

Cuando otro tiene modales suaves, es débil;

pero cuando tú los tienes, eres cortés.

Cuando otro se compra un auto del año, es vanidad;

pero cuando tú te lo compras, es necesidad.

Cuando a otro le da ira, es pecado;

pero cuando a tí te da ira, es que «tu carácter es así.»

Cuando otro te dice la verdad que no te gusta, es que no tiene amor;

pero cuando tú lo haces, es que eres sincero.

Cuando otro no te saluda, es que es orgulloso;

pero cuando tú no saludas, es que no lo viste.

Cuando otro no cumple con su deber, es un irresponsable;

pero cuando tú no cumples con tu deber, es que realmente no puedes.

Cuando otro tiene serias dificultades, es que está en pecado;

pero cuando tú las tienes, es una prueba.

Cuando otro no trabaja, es que es un vago;

pero cuando tú no trabajas, es que no consigues trabajo.

Cuando otro sufre escasez, es que es un mal administrador;

pero cuando tú sufres escasez, es que no ganas suficiente.

Cuando otro habla de los demás, es un calumniador;

pero cuando tú hablas de los demás, es para orar.

Cuando otro cae en tentación, es un pecador;

pero cuando tú caes en tentación, es una debilidad.

Cuando otro no acepta el reto, es un cobarde;

pero cuando tú no lo aceptas, es que no estás capacitado.

Cuando otro recibe bendiciones, es por la misericordia de Dios;

pero cuando tú recibes bendiciones, es porque te las mereces.

Cuando el hijo de otro es rebelde, él es mal padre;

pero cuando tu hijo es rebelde, es porque heredó el carácter del abuelo.

Cuando otro paga mal por mal, es porque es un vengativo;

pero cuando tú lo haces, es porque estás haciendo justicia.

Cuando otro cumple con su deber, es para acumular puntos;

pero cuando tú cumples con tu deber, es porque eres responsable.

 

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

Si yo…

Si yo cambiara mi manera de pensar hacia los demás… los comprendería.

Si yo encontrara lo positivo en todos… ¡con qué alegría me comunicaría con ellos!

Si yo cambiara mi manera de actuar ante los demás… los haría felices.

Si yo aceptara a todos como son… sufriría menos.

Si yo deseara siempre el bienestar de los demás… sería feliz.

Si yo criticara menos y amara más… cuántos amigos ganaría.

Si yo cambiara el tener más por el ser más… sería mejor persona.

Si yo cambiara de ser yo a ser nosotros… comenzaría la civilización del amor.

Si yo cambiara los ídolos: poder, dinero, sexo, ambición, egoísmo y vanidad definitivamente por: libertad, bondad, verdad, justicia, compasión, belleza y amor…. comenzaría a vivir la verdadera felicidad.

Si yo cambiara el querer dominar a los demás por el autodominio…

aprendería a amar en libertad.

Si yo dejara de mirar lo que hacen los demás…

tendría más tiempo para hacer más cosas.

Si yo cambiara el fijarme cuánto dan los otros para ver cuánto más puedo dar yo… erradicaría de mí la avaricia y conocería la abundancia.

Si yo cambiara el creer que sé todo… me daría la posibilidad de aprender más.

Si yo cambiara el identificarme con mis posesiones como títulos, dineros, status, posición familiar…

me daría cuenta de que lo más importante de mí es que yo soy un ser de amor.

Si yo cambiara todos mis miedos por amor… sería definitivamente libre.

Si yo cambiara el competir con los otros por competir conmigo mismo…

sería cada vez mejor.

Si yo dejara de envidiar lo ajeno… usaría todas mis energías para lograr lo mío.

Si yo cambiara el querer colgarme de lo que hacen otros

por desarrollar mi propia creatividad… haría cosas maravillosas.

Si yo cambiara el esperar cosas de los demás… no esperaría nada y

recibiría como regalo todo lo que me dan.

Si yo amara el mundo.. lo cambiaría.

Si yo cambiara… ¡podría contagiar al mundo de un cambio positivo!

 

Envió: Martha Portillo

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

Las cucharas

Dice una antigua leyenda china, que un discípulo preguntó al Maestro:

– ¿Cuál es la diferencia entre el cielo y el infierno?.

El Maestro le respondió: es muy pequeña, sin embargo tiene grandes consecuencias. Ven, te mostraré el infierno.

Entraron en una habitación donde un grupo de personas estaba sentado alrededor de un gran recipiente con arroz, todos estaban hambrientos y desesperados, cada uno tenía una cuchara tomada fijamente desde su extremo, que llegaba hasta la olla. Pero cada cuchara tenía un mango tan largo que no podían llevársela a la boca. La desesperación y el sufrimiento eran terribles.

Ven, dijo el Maestro después de un rato, ahora te mostraré el cielo.

Entraron en otra habitación, idéntica a la primera; con la olla de arroz, el grupo de gente, las mismas cucharas largas pero, allí, todos estaban felices y alimentados.

– No comprendo dijo el discípulo, ¿Por qué están tan felices aquí, mientras son desgraciados en la otra habitación si todo es lo mismo?

El Maestro sonrió. Ah… ¿no te has dado cuenta?

Como las cucharas tienen los mangos largos, no permitiéndoles llevar la comida a su propia boca, aquí han aprendido a alimentarse unos a otros.

 

Beneficio común, trabajo común… ¿Tan complicadas son las cosas que no vemos el beneficio común, que en definitiva es nuestro beneficio?

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

Vale la pena

Vale la pena… cada espina, cada rosa…

cada lágrima que riega lo que florecerá en sonrisa…

porque la Vida es maravillosa por ella misma…

no importan las penas, no importa el desamor…

porque pasa… todo pasa y el sol vuelve a brillar…

Hay momentos que sentimos que todo está mal,

que nuestras vidas se hunden en un abismo tan profundo,

que no se alcanza a ver ni un pequeño resquicio por el que pase la luz.

En esos momentos debemos tomar todo nuestro amor, nuestro coraje,

nuestros sentimientos, nuestra fuerza y luchar por salir adelante.

Muchas veces nos hemos preguntado si vale la pena entusiasmarnos de nuevo,

y solo puedo contestar una cosa: hagamos que nuestra vida valga la pena.

Vale la pena sufrir, porque he aprendido a amar con todo el corazón.

Vale la pena entregar todo, porque cada sonrisa y lágrima son sinceras.

Vale la pena agachar la cabeza y bajar las manos,

porque al levantarlas seré más fuerte de corazón.

Vale la pena una lágrima, porque es el filtro de mis sentimientos,

a través de ella me reconozco frágil y me muestro tal cual soy.

Vale la pena cometer errores, porque me da mayor experiencia y objetividad.

Vale la pena volver a levantar la cabeza,

porque una sola mirada puede llenar ese espacio vacío.

Vale la pena volver a sonreír, porque eso demuestra que he aprendido algo más.

Vale la pena acordarme de todas las cosas malas que me han pasado,

porque ellas forjaron lo que soy el día de hoy.

Vale la pena voltear hacia atrás,

porque así sé que he dejado huella en los demás.

Vale la pena vivir, porque cada minuto que pasa

es una oportunidad de volver a empezar.

Todo esto son solo palabras, letras entrelazadas con el único fin de dar una idea. Lo demás, depende de cada uno de nosotros.

Dejemos que nuestras acciones hablen por nosotros.

Hagamos que nuestra vida valga la pena.

Seamos Felices… ¿Verdad que vale la pena?

Envió: Edwin Valdés

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com

Siembra

Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, es una simiente.

Cada una tiene en sí el poder vital y germinativo.

Procura, entonces, que caiga tu simiente

en el surco abierto del corazón de los hombres, y vigila su futuro.

Procura, además, que sea como el trigo que da pan a los pueblos

y no produzca espinas y cizañas que dejen estériles las almas.

Muchas veces sembrarás en el dolor, pero siembra, traerá frutos de gozo.

A menudo sembrarás llorando, pero…

¿quién sabe si tu simiente no necesita del riego de tus lágrimas para que germine?

¿Rompió el alba y ha nacido el día? Salúdalo y siembra.

¿Llegó la hora cuando el sol te azota? Abre tu mano y arroja la semilla.

¿Ya te envuelven las sombras porque el sol se oculta? Eleva tu plegaria y siembra.

Si eres niño, siembra, tus propias manos recogerán el fruto.

Si ya eres viejo, las manos de tus hijos lo cosecharán.

Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada, fructificará según como lo siembres.

Ve y arroja el grano, ve abriendo el surco y siembra.

Y cuando llegue el atardecer de tu vida, enfrentarás la muerte con los brazos cargados y una amplia sonrisa, como el sembrador que, dejando la mancera al terminar el día, se acerca cargado y sonriente a la dulce cabaña donde lo espera la amada esposa y la sabrosa cena.

Cada acto, cada palabra, cada sonrisa, cada mirada es una simiente.

Procura, siempre: «una siembra de amor».

 

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

¿Sabes como llamarle?

A eso de caer y volver a levantarte,

de fracasar y volver a comenzar,

de seguir un camino y tener que torcerlo,

de encontrar el dolor y tener que afrontarlo,

a eso, no le llames adversidad,

llámale SABIDURIA

 

A eso de sentir la mano de Dios

y saberte impotente,

de fijarte una meta y tener que seguir otra,

de huir de una prueba y tener que encararla,

de planear un vuelo y tener que recortarlo,

de aspirar y no poder,

de querer y no saber,

de avanzar y no llegar,

a eso, no le llames castigo,

llámale ENSEÑANZA

 

A eso, de pasar días juntos radiantes,

días felices y días tristes,

días de soledad y días de compañía,

a eso, no le llames rutina,

llámale EXPERIENCIA

 

A eso, de que tus ojos miren y tus oídos oigan,

y tu cerebro funcione y tus manos trabajen,

y tu alma irradie y tu sensibilidad sienta,

y tu corazón ame,

a eso, no le llames poder humano,

llámale MILAGRO.

 

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

¿De qué se trata la vida?

La vida no se mide ganando puntos (como en un juego).

La vida no se mide por el número de amigos que tienes,

ni por como te aceptan los otros,

ni por los planes que tienes para el fin de semana,

ni por si te quedas en casa solo.

No se mide según con quienes sales, con quien solías salir

ni por el número de personas con quien has salido,

ni por si no has salido nunca con nadie.

No se mide por las personas que has besado.

No se mide por el sexo.

No se mide por la fama de tu familia,

ni por el dinero o bienes que tu familia posea,

ni por la marca del coche que manejas, ni por la escuela que asistes.

No se mide por lo feo o guapo que seas,

ni por los zapatos que uses o el tipo de música que prefieras.

No importa si tienes el pelo rubio, castaño, negro o rojo,

o si tu tez es blanca o morena.

No se mide por las notas que recibes, ni por lo inteligente que seas,

ni por lo inteligente que dicen los exámenes estandarizados que eres.

No se mide por las organizaciones sociales a las que perteneces,

tampoco por qué tan bueno seas en «tu» deporte.

La vida simplemente no es nada de eso.

Pero la vida sí se mide según el amor que des o según el daño que hagas.

Se mide según la felicidad o la tristeza que proporciones a otros.

Se mide por los compromisos que cumples o las confianzas que traicionas.

Se trata de la AMISTAD, la cual puede usarse

como algo sagrado o como un arma.

Se trata de lo que dices y lo que quieres decir, sea dañino o benéfico.

Se trata de murmurar o de contribuir a los pequeños chismes.

Se trata de los juicios que formulas y de por qué los formulas,

y a quién y con que intención se los comentas.

Se trata de a quién no le haces caso o ignoras…adrede y a pleno propósito.

Se trata del celo, del miedo, de la ignorancia y de la venganza.

Se trata del odio que puedes llevar adentro,

de como lo borras o como lo riegas y lo cultivas.

Pero la mayor parte se trata de si usas la vida tuya

para tocar y amar o para envenenar el corazón de otros,

de una manera que habría sido imposible que ocurriera de otra forma.

TÚ y solo TÚ escoges la manera en que afectarás

para bien o para mal el corazón de tus semejantes…..

y esas decisiones son de lo que se trata la vida.

 

 

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

Acuérdate de lo bueno

Cuando el cielo esté gris

acuérdate cuando lo viste profundamente azul.

Cuando sientas frío

piensa en un sol radiante que ya te ha calentado.

Cuando sufras una derrota

acuérdate de tus triunfos y de tus logros.

Cuando necesites amor

revive tus experiencias de afecto y ternura.

Acuérdate de lo que has vivido

y de lo que has dado con alegría

Recuerda los regalos que te han hecho, los besos que te han dado,

los paisajes que has disfrutado y las risas que de ti han emanado.

Si esto has tenido, lo podrás volver a tener

y lo que has logrado, lo podrás volver a ganar.

Alégrate por lo bueno que tienes y por lo de los demás;

desecha los recuerdos tristes y dolorosos, no te lastimes más.

Piensa en lo bueno, en lo amable,

en lo bello y en la verdad.

Recorre tu vida y detente en donde haya

bellos recuerdos y emociones sanas y vívelas otra vez.

Visualiza aquel atardecer que te emocionó.

Revive esa caricia espontánea que se te dio.

Disfruta nuevamente de la paz que ya has conocido,

piensa y vive el bien.

Allá en tu mente están guardadas todas las imágenes

y solo tú decides cuáles has de volver a mirar…

Que tengas un lindo fin de semana!!!

Besitos

Ana María

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

¡¡¡Te quiero mucho!!!

Había una vez un muchacho el primero en todo, mejor atleta, mejor estudiante, pero nunca supo si era buen hijo, un buen compañero o un muy buen amigo.

En un día de depresión el muchacho se dejó morir; cuando iba camino al cielo se encontró con un ángel y este le preguntó:

¿Por qué lo hiciste si sabías que te querían?

A lo que él respondió: Hay veces que vale más una sola palabra de consuelo que todo lo que se sienta…..en tanto tiempo nunca escuché : estoy orgulloso de ti, gracias por ser mi amigo …..ni siquiera un «TE QUIERO MUCHO…..»

Al quedar pensativo el ángel, el muchacho dijo:

«Y sabes qué es lo que más duele??

El ángel triste le preguntó: ¿qué es?

El muchacho respondió: todavía espero escuchar algún día un !!!TE QUIERO !!!

Luego de esto el ángel abrazó al muchacho y le dijo que no se preocupase porque se estaba acercando a la única persona que siempre le dijo al oído que lo amaba aunque él nunca lo haya escuchado, y que lo recibía con los brazos abiertos.

Es importante decirle a las personas que quieres lo importantes que son para ti..

Si muero hoy…sólo quería que lo supieras: GRACIAS POR TU AMISTAD !!!!!

!!!!!!!!!TE QUIERO MUCHO !!!!!!

Colaboración de Ana María Zacagnino

 

Aprendí a vivir

¿Qué cómo aprendí a vivir

y cuándo aprendí a querer?…..

¿Qué cómo aprendí a sufrir?….

¿Cuándo?…. ¿cómo?…. no lo sé.

Aprendí a mirar las estrellas,

alumbrando los sueños con ellas.

A mirar los colores del viento

y a sentir el sabor del silencio.

Aprendí a encender ilusiones

y a escuchar hablar los corazones,

con palabras calladas,

con matices de mil sensaciones.

Cuando un día, el dolor tomó mi mano,

conocí de frente a la tristeza,

la pena y el llanto se marcharon,

al sentir el amor y su grandeza.

La soledad, querida compañera,

la que con tanto miedo rechazaba,

me mostró la paz y la armonía

de los momentos que con ella estaba.

Comprendí, el sentido de la vida,

viviendo el amor y la desdicha,

sintiendo la alegría y la tristeza,

conociendo lo breve de la vida.

Aprendí el valor de la paciencia,

a calmar los vientos de mi ira,

a llenar con mares de esperanza

las zonas más oscuras de mi vida.

Es así, que aprendí a vivir.

Envió: Edwin Valdés

 

Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com