Volveré más fuerte que antes

Esta es una historia de brutales accidentes, de insobornable fe y, fundamentalmente, de entusiasmo por la vida y pasión por el deporte. Una historia que, para quien conlleva una profunda convicción religiosa, también es de milagros. Robert Kubica, su protagonista, tiene 26 años. Es el primero y hasta ahora único piloto polaco que llegó a la Fórmula 1, en la que compite desde 2006. Su compatriota, el papa Juan Pablo II, había fallecido el año anterior. Robert lo veneraba y la muerte del pontífice sólo engrandeció la adoración que siente por él. Por ello, suele participar de las carreras con una estampita adjunta a su casco. En el GP de Canadá de 2007, su BMW salió despedido contra las protecciones después de perder el control en el trazado de Montreal, impactó con una violencia descomunal contra las protecciones del circuito y quedó tumbado. Su piloto, inerte en el habitáculo, hizo callar las transmisiones deportivas. Semejante golpe a más de 250 km/h hizo temer lo peor, aunque nadie se arriesgaba a decirlo.

Apenas dos días después, con sólo un leve esguince en el tobillo izquierdo, Kubica saludaba sonriente desde la puerta del hospital. ¿Un milagro? El Vaticano, en plena recopilación de pruebas como parte del proceso de beatificación del extinto papa, no desestimó el desenlace de ese golpe de Kubica como una gracia celestial. Un año después, en el mismo circuito, el polaco ganaba su primer Gran Premio. La coincidencia, para muchos, conllevaba un halo divino.

El domingo pasado, cuando despuntaba el vicio en el rally Ronde di Andora, en Génova, de nuevo la tragedia sobrevoló en la vida de Kubica. Su Skoda se salió de la ruta en un tramo resbaladizo y rompió una baranda de hierro que atravesó longitudinalmente el coche. Las primeras noticias fueron alarmantes: era inminente la amputación de una mano y hasta se dijo que la vida del competidor corría peligro. Ni una cosa ni la otra. Rompiendo otra vez los parámetros de la lógica, Robert mostró una inusual recuperación.

El plazo de regreso se lo estimaron en un año. Kubica, respetuosamente, lo descartó. «Volveré antes de que termine esta temporada y estaré más fuerte que antes. Sólo tienen que operarme y luego veremos», le dijo el piloto de Lotus-Renault a La Gazzetta dello Sport, como si cargara con la obligación de estar siempre en un frente de batalla, listo y dispuesto. «En mi mente sólo está empezar la preparación. Quiero volver a las pistas. Ni siquiera sé cómo es un hueso, pero si me lo arreglan, me toca a mí hacerlo funcionar», agregó con su parsimonioso modo de decir.

Después, recibió del cardenal Stanislaw Dziwis, arzobispo de Cracovia, un relicario con un trozo de túnica y una gota de sangre del papa Juan Pablo II, el mismo que desde una foto protege su sueño en la mesa de luz del hospital de Pietra Ligure. Allí espera Kubica su regreso, para volver a acelerar y de paso, a refrendar sin temores que siempre es posible creer en nuevos milagros.

Por Daniel Meissner LA NACION

Elegidos desde la eternidad

I. Cada uno de nosotros ha sido llamado desde la eternidad a la más alta vocación divina. Dios Padre quiso llamarnos a la vida (ningún hombre ha nacido por azar), creó directamente nuestra alma única e irrepetible, y nos hizo participar de su vida íntima mediante el Bautismo. Nos ha designado en la vida un cometido propio, y nos ha preparado amorosamente un lugar en el Cielo, donde nos espera como un padre aguarda a su hijo después de un largo viaje.

Supuesta esta llamada radical a la santidad, Dios hace a cada uno un llamamiento particular. El Señor de un modo misterioso y delicado, nos va dando a conocer lo que quiere de nosotros. Así en el transcurso del tiempo. El Señor nos lleva de la mano a metas de santidad cada vez más altas, para lo cuál debemos tener el oído atento a las mociones del Espíritu Santo, que nos conduce a través de los acontecimientos normales de la vida.

II. La vocación es un don inmenso, del que hemos de dar continuas gracias a Dios. Es la luz que ilumina el camino; el trabajo, las personas, los acontecimientos; de lo contrario nos encontraríamos con el débil candil de la voluntad propia, y tropezaríamos a cada momento. Conocer cada vez más profundamente ese querer divino particular, es siempre motivo de esperanza y de alegría. El querer divino se nos puede presentar de golpe, como una luz deslumbrante que lo llena todo, como fue el caso de San Pablo, o bien se puede revelar poco a poco, en una variedad de pequeños sucesos, como Dios hizo con San José. Escuchamos la voz de María que nos dice como a los sirvientes de las bodas de Caná: Haced lo que Él os diga.

III. Eligit nos in ipso ante mundi constitutionem…, nos eligió antes de la constitución del mundo. Y Dios no se arrepiente de las elecciones que hace.
Ésta es la esperanza y la seguridad de nuestra perseverancia a lo largo del camino, en medio de las tentaciones o dificultades que hayamos de padecer. El Señor es siempre fiel y tendremos cada día la gracia necesaria para mantener nuestra fidelidad. Junto a esta confianza en la gracia divina, es necesario el esfuerzo personal por corresponder a las sucesivas llamadas del Señor a lo largo de una vida. Nunca nos pedirá más de lo que podamos dar. Él conoce bien y cuenta con la flaqueza humana y, los defectos y las equivocaciones. En la Virgen, Nuestra Madre, está puesta nuestra esperanza para salir adelante en los momentos difíciles y siempre. En Ella encontraremos la fortaleza que nosotros no tenemos. Digamos con Ella: Serviam, te serviré, Señor.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Las ejecutivas del hogar

En cierta ocasión, un grupo de mujeres reunidas una tarde tomando café, presumían un poco de sus logros profesionales.

Una hablaba de la maestría que estaba sacando, otra del puesto en una compañía importante, otra de su propio negocio y así todas fueron hablando de sus ascensos y logros.

Entre el grupo había una señora muy callada a la que le preguntaron a que se dedicaba; ella con un tono de vergüenza respondió que se dedicaba al hogar, era Ama de Casa.

Una psicóloga que estaba presente salió inmediatamente en su defensa y le dijo:
«¿Qué sería de este mundo si se hubieran extinguido esas valientes «Madres de Familia?» y le recordó que la empresa de la que ella era presidenta, gerente y operaria jamás se podría igualar.

Una madre en el único lugar que es insustituible es en su propio hogar.

Cualquier mujer puede ser sustituida en cualquier cargo laboral, menos en su propio hogar.

La sociedad consumista ha hecho que se menosprecie su labor porque aparentemente no produce ingresos a la familia. No hay nada más equivocado, pues una madre es la cabeza de la institución que representa la base de la sociedad. La Empresa que dirige se llama FAMILIA y su producción es nada menos que todos los hombres y mujeres profesionales del futuro.

Cuando una madre cura las raspaduras de su hijo en las rodillas o es chofer de ellos en las tardes o va al supermercado para que todos tengan algo que comer, es en ese momento que ocupa el cargo de «GERENTE DE SERVICIOS GENERALES».

Cuando la vemos explicando difíciles divisiones con decimales a sus hijos o enseñándoles educación y respeto ocupa el cargo de «GERENTE DE RECURSOS HUMANOS»

Cuando se le oye hablar de todas las cualidades de sus hijos, es una «GERENTE DE MERCADEO», pues nadie cree tanto en su producto como una madre de sus hijos.

Su Horario: ILIMITADO

Su turno laboral puede empezar en la madrugada con el llanto del bebe con hambre, puede seguir el resto del día encargándose de que todo en la casa funcione bien.

Por la tarde es chofer, la profesora de sus hijos. Por la noche, la esposa amorosa que escucha y atiende a su esposo y ella puede seguir levantada esperando a que su hijo adolescente llegue de la fiesta.

Cuando tiene un rato de descanso, no deja de pensar en sus funciones.

No puede delegar su trabajo porque al imprimirle tanto cariño es casi imposible encontrar personal capacitado para igualarla.

Ella no puede encargarle a la secretaria la transmisión de valores, de moral, de principios, ni mandar por fax el beso de las buenas noches.

Su Salario: INALCANZABLE

De hecho, ella misma no concibe la idea de recibir nada a cambio porque lo hace por amor. Algún día de las madres recibe una flor, un dibujo con brillantes crayolas o la estrellita en la frente de su hijo? con esto siente que le han dado el mejor de los ascensos.

Pensión de Jubilación: Nada de esto recibirá, más bien después de 14 o 18 años de inalcanzable trabajo será aparentemente despedida sin prestaciones cuando le dicen, «Por favor mamá, no te metas? es mi vida».

El médico, empresario, artista, sacerdote, ingeniero, abogado, doctora,licenciada, arquitecto, etc., que entregan sus vidas a otros han salido de esas empresas llamadas «FAMILIAS».

Esos grandes profesionistas son sus logros, honores, trofeos y diplomas.
Envió: Rosy Pérez de Ayala – (México)

La fe y su acción

Creer no es concebir algo fijo y acabado, que se muestra ante nosotros, sino llevar a cabo la experiencia de una existencia viviente. Al creer, el hombre, que gracias a Dios ha nacido a una nueva existencia, adquiere conciencia de sí mismo, y conciencia de Dios como de aquel que dispensa, guarda y guía su existencia hacia la perfección. (…) Cuando digo : “Creo en Dios, que es a la vez el Santo, el Todopoderoso y la infinita Bondad”, si no hago nada más que eso, todo queda reducido a pura palabrería.

Para probar la verdad contenida allí, es necesario que yo la “realice”, es decir, es necesario que me una a Dios. Es necesario que yo le busque; que le dé cabida en mi alma a fin de que pueda penetrar en mí. En ese encuentro que viene desde lo más íntimo de mi ser, llego hasta Él y Él me deja percibir su fuerza y su dulzura.

Lo mismo sucede con la Providencia, la sabiduría amante por medio de la cual Dios dirige todo. Lo que Dios dirige son hombres dotados de vida interior. Más aún; soy yo mismo. No hay Providencia en general : hay – puesto que Dios quiso llamarme un día a la existencia y me creó – una Providencia en la cual me encuentro situado, donde actúo y a la que no puedo imaginar independientemente de mí, pues entonces me colocaría fuera de su alcance. Para hacerme una idea justa de esa Providencia es indispensable que la considere en su continuo devenir, es decir, que coopere yo mismo con ella.

Otro ejemplo más : el amor que Dios me profesa. Debería poder olvidar por un momento estas palabras, que expresan lo indecible, a fin de volverlas a encontrar inéditas y auténticas; porque, ¿cómo es posible creer en ese amor si me deja indiferente? Yo no puedo creer realmente, con todas las fuerzas vivas de mi alma, que Dios me ama, sino amándolo a mi vez o rebelándome contra su amor.

Para poder creer con fe viva que soy amado por Dios, es necesario que yo también lo ame a Él o que al menos sienta un comienzo de amor o el deseo de gozar de la gracia de poder amarlo. Y creo realmente ser amado por Dios en la misma medida en que yo mismo lo amo.

Ahora comprendemos mejor lo que es la fe : la conciencia de una realidad santa, origen y último fin de mi existencia. Conciencia de una realidad y de una existencia, pero en la experiencia viviente de esa existencia.

Sólo si existo como cristiano, puedo decir que creo. Y existo como cristiano en la medida en que mi vida es cristiana, puesto que en gran parte esa vida consiste en la fe, ya que la fe es la conciencia viviente de esa existencia.

Yo vivo, pues, con tanta mayor intensidad cuanto más profunda es mi fe…Y de nuevo el círculo se cierra.
Así, pues, creer no es un sentimiento pasivo, estático, sino de acción; no está acabado, sino en continuo devenir, en continua realización. Requiere un gran esfuerzo, y en eso consiste su grandeza.

Extraído del libro Sobre la vida de la fe
Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

Las manos de Dios

Cuando observo el campo sin arar, cuando los aperos de labranza están olvidados, cuando la tierra está quebrada y abandonada me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil; cuando veo al prepotente pedante enriquecerse del ignorante y del pobre, del obrero, del campesino carente de recursos para defender sus derechos, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando contemplo a esa anciana olvidada; cuando su mirada es nostalgia y balbucea todavía algunas palabras de amor por el hijo que la abandonó, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando veo al moribundo en su agonía llena de dolor; cuando observo a su pareja deseando no verle sufrir; cuando el sufrimiento es intolerable y su lecho se convierte en un grito de súplica de paz, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando miro a ese joven antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol; cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora harapos sin rumbo ni destino, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando a esa chiquilla que debería soñar en fantasías, la veo arrastrar su existencia y en su rostro se refleja ya el hastío de vivir, y buscando sobrevivir se pinta la boca, se ciñe el vestido y sale a vender su cuerpo, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando aquel pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su periódico, su miserable cajita de dulces sin vender; cuando lo veo dormir en una puerta titiritando de frío; cuando su mirada me reclama una caricia; cuando lo veo sin esperanzas vagar con la única compañía de un perro callejero, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Y me enfrento a Él y le pregunto: ¿Dónde están tus manos, Señor? Para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados.

Después de un largo silencio, escucho su voz que me reclama: No te das cuenta que tú eres mis manos, atrévete a usarlas para lo que fueron hechas, para dar amor y alcanzar estrellas. Y comprendí que las manos de Dios somos «TU y YO», los que tenemos la voluntad, el conocimiento y el coraje de luchar por un mundo más humano y justo, aquellos cuyos ideales sean tan altos que no puedan dejar de acudir a la llamada del destino, aquellos que desafiando el dolor, la crítica y la blasfemia se retienen a si mismos para ser las manos de Dios.

Señor ahora me doy cuenta que mis manos están sin llenar, que no han dado lo que deberían de dar, te pido ahora perdón por el amor que me diste y no he sabido compartir, las debo usar para amar y conquistar la grandeza de la creación.

El mundo necesita de esas manos llenas de ideales, cuya obra magna sea contribuir día a día a forjar una nueva civilización que busque valores superiores, que compartan generosamente lo que Dios nos ha dado y puedan llegar al final habiendo entregado todo con amor. Y Dios seguramente dirá: ¡ESAS SON MIS MANOS!

Fray José Luis Goñi (Orden de Agustinos Recoletos)Envió: Mabicha ( año 2.005 )
Extraído de Valores, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

La fe y su contenido

El nacimiento de la fe varía de acuerdo con el temperamento y la condición de cada persona. Hay hombres que no van al encuentro de Cristo sino cuando ya han avanzado bastante en el camino de su vida; hay otros que educados en la tradición cristiana, deben asumir solos la responsabilidad de su fe; y finalmente hay hombres que criados en una atmósfera hostil o indiferente, sin ideas religiosas o con ideas referidas a imágenes estereotipadas, deben realizar una renovación para llegar a poseer una creencia digna de este nombre.

En el corazón de esa diversidad, la pluralidad de los dones y de los destinos juega su función, por lo tanto concluimos que hay tantas maneras de llegar a la fe como hombres llamados por Dios.

¿Se puede hablar de la fe sin hablar del objeto de la fe ?

Algunos pretenden que lo que en definitiva interesa no es tanto qué se cree como el hecho de creer, y la seriedad y la intensidad que en ello se pone.(…) En el sentido cristiano, la fe tiene un carácter único y exclusivo. La “fe” no es una noción global que podría convenir a numerosas modalidades, a los cristianos o a los musulmanes, al antiguo paganismo de los griegos o al budismo. No; ese vocablo designa un hecho único : la respuesta del hombre a Dios, que vino al mundo con Cristo.

La fe está en su contenido. Está determinada por lo que ella cree. Es la marcha viviente hacia Aquel en quien se cree, es la respuesta viva a la llamada de Aquel que se anuncia en la revelación y atrae al hombre por la obra de la gracia.

¿Adónde conduce, entonces, la fe cristiana? Hacia el Dios vivo revelado en la persona de Cristo. No hacia un “Dios” indeterminado, objeto de un vago presentimiento, de una experiencia cualquiera, sino hacia “el que es Dios y Padre de Jesucristo.” Pero ¿cómo es Dios?

(…)La imagen de Dios que se muestra ante nosotros no es simple, sino llena de contrastes y de misterios. Igualmente, nuestra fe en Él es, al mismo tiempo que una pertenencia íntima, un esfuerzo para vencer nuestro aislamiento; deseo nostálgico y resistencia, aproximación y alejamiento, conocimiento e ignorancia a la vez. La fe está hecha de antinomias y cargada de riesgos; no puede transportarse a un concepto.

Ella es lo que Dios representa para nosotros. Solamente en la medida en que la imagen de Dios se simplifica y se precisa, lo hace igualmente nuestra fe. La fe de aquellos que se han aproximado, que han madurado en Dios, que están en el camino de la santidad, es completamente simple.

Creer, es creer en Dios. La fe cristiana se dirige al rostro de Dios, pero a ese rostro tal cual es. La fe es como aquel a quien ella se dirige. Por medio de ella nos unimos a Dios uno y trino. Ella es, pues, un reflejo de la naturaleza de Dios.

¿Cómo se llama en las Sagradas Escrituras el proceso que organiza la relación de la fe y que crea una nueva vida? El nuevo nacimiento.

No hay que tomar esta expresión como una metáfora poética, vaga, sino en el sentido propio. La génesis de la fe consiste en ser transportado al seno creador de Dios. En cierto sentido, muere aquí la antigua existencia y otra comienza. Esa vida recientemente recibida procede de Dios mismo, y significa que el creyente es “de la misma sangre de Dios”, si se puede emplear esta expresión. Este parentesco divino se extiende a las Tres Personas de la Santa Trinidad.

Por la fe, el cristiano entra en comunidad con el Padre como su hijo o su hija; por la fe se inclina ante la majestad del Padre, confía todo lo que tiene a la custodia del Padre, acepta la voluntad del Padre para hacerla suya. Tal es el espíritu del Pater noster…( Padre nuestro )

Pero todo eso pasa por el Hijo. Tomado en sí mismo, el Padre permanece oculto. No se revela sino en el Hijo del cual es Padre. Cuando nosotros estamos “en Cristo”, cuando miramos al Padre con Él, cuando obedecemos y amamos con Él, sólo entonces estamos “frente al Padre” y lo “vemos.” La fe que nos une al Cristo en persona tiene su forma propia, crea un nuevo parentesco con Dios.

Cristo es nuestro hermano, como “el primer nacido entre muchos otros”, hermanos y hermanas. Él es nuestro maestro, el que nos muestra “el camino, la verdad y la vida.” Es Aquel que murió por nosotros y que resucitó; que nos penetra con su ser transformado e impone en nosotros la imagen del hombre nuevo, introduciéndonos en la unidad de la nueva creación.

También la fe que nos une al Espíritu santo es diferente. Él es quien nos consuela, quien ilumina nuestro espíritu y nuestro corazón. Él pone a Cristo en nosotros; Él nos enseña a hablar, a orar, a confesar nuestra fe y a luchar. Es la llama, la tempestad, la luz, el vínculo de amor.

En cada uno de estos casos hay fe, pero bajo una forma diferente. En cada caso se establece un vínculo de parentesco, pero con una persona divina diferente. Una es la fe con relación al Padre, otra la fe con relación al Hijo y otra más la fe con relación al Espíritu. Pero no es posible separar la una de las otras. Se sostienen, se iluminan y se impregnan mutuamente. Porque esas formas de la fe no constituyen, sin embargo, más que una sola fe, como las tres Personas divinas no forman sino un solo Dios.

Todas éstas son cosas profundas que se vuelven para nosotros cada vez más familiares a medida que nos desentendemos de las ideas generales imprecisas para volvernos hacia la revelación, decididos a tomarla tal como es, no tal como la modelamos según nuestra sapiencia y nuestra locura humanas.

Cuanto más se fortifica nuestra fe, más claros, más luminosos se nos aparecen los rostros de Dios que marcan los aspectos diferentes, las relaciones recíprocas y la unidad de esa vida de fe.

Pero también aquí todo varía según los hombres. El uno comienza a creer en el Padre, sin saber tal vez que sólo gracias al Hijo posee a ese Padre. Para él, la fe consiste, simplemente, en estar bajo la salvaguardia del Padre. A partir de allí, su fe se irá desenvolviendo y poco a poco descubrirá los otros rostros de Dios.

En cambio, otro encuentra primero a Cristo, su figura en la historia, su palabra en las Escrituras, y Cristo lo conducirá hacia el Padre y el Espíritu.

Un tercero, en fin, empieza sintiéndose atraído por las obras del espíritu, por la fisonomía de los santos, por la Virgen María, por la voz de la Iglesia. Es así como por primera vez siente el poder de lo divino y, en medio de la contingencia general, la garantía de lo eterno, que lo prepara para ligarse definitivamente por medio de la fe. El Hijo y el Padre se le revelarán después.

Para todo esto no hay leyes. Dios le ha dado a cada uno una naturaleza y un destino particulares, y llama a cada uno como Él quiere.

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

Vive alegremente

La música es alimento para el espíritu.
Canta cualquier cosa, canta desafinando, pero canta.
Si insistes en no cantar, por lo menos escucha mucha música
y déjate llevar por ella.

Ríete de la vida, ríete de los problemas, ríete de ti mismo.
Vivamos nuestro proyecto de vida como una gran oportunidad.
La gente comienza a ser feliz cuando es capaz de reírse de sí misma.
Ríete de las cosas buenas que te suceden.
Ríete abiertamente para que todos se puedan contagiar de tu alegría.
No te dejes abatir por los problemas.

Las cosas en la vida no son ni fáciles ni difíciles, simplemente son,
todo varía, depende de la forma como lo enfrentes.
Nuestro proyecto no es para gente perfecta,
lo importante es detectar los errores y corregirlos a tiempo… aprender en equipo.
Si estás de buen humor, las personas a tu alrededor también lo estarán
y eso te dará mas fuerza.

Encuentra en lo que estás haciendo las cosas positivas.
Lee buenos libros, lee poesía, porque la poesía es el arte de aceitar el alma.
Practica algún deporte.
El peso de la cabeza es muy grande y tiene que ser contrabalanceado con algo!
Disfruta las pausas activas .
Además te vas a sentir bien dispuesto, más animado, más joven.

Encara tus responsabilidades con satisfacción.
Es maravilloso disfrutar lo que se hace.
Pon amor en todo lo que está a tu alcance.
Cuando te propongas hacer algo, ¡métete de cabeza!

No dejes escapar las oportunidades que la vida te ofrece, no vuelven.
Si tus propósitos son positivos, nada podrá detenerlos.
No dejes que tus problemas se acumulen, resuélvelos lo antes posible.
Habla, conversa, explica, discute y perdona: el silencio mata. Exterioriza todo,
deja que las personas sepan que las estimas, que las amas, que las necesitas.
¡AMAR NO ES VERGÜENZA, por el contrario, ES LINDO!

Dios nos mantiene con esperanza y sueños,
entre todos los podremos conseguir.
Cultiva tu interior y ella hará que brote belleza de todos tus poros.
!Tú puedes ! Todos podemos. Entonces … ¡¡¡Vamos!!!
«Vive Mejor ,Vive Feliz y Disfruta la Vida»

Colaboración de Cristina Vaioli ( 2.002 )

El perdón de nuestras ofensas

I. Padre, perdónanos nuestras ofensas, pedimos todos los días en el Padrenuestro. Cada día tenemos necesidad de pedir perdón al Señor por nuestras faltas y pecados. Hoy podemos hacer nuestra aquella jaculatoria del publicano: ¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador! El Señor puso estas palabras en boca del publicano para que las repitiéramos nosotros.

¡Cuánto bien nos puede hacer esta oración, repetida con un corazón humilde! Debemos recordar que, aunque el pecado tenga en nosotros, en los demás, y en la sociedad nefastas consecuencias, es esencialmente, una ofensa a Dios. ¡He pecado contra el Cielo y contra Ti (Lucas 15, 18), proclamará el hijo pródigo cuando vuelve arrepentido a la casa paterna. ¡Qué don tan grande es reconocer nuestros pecados, sin excusas ni mentiras, y acercarnos hasta la fuente inagotable de la misericordia divina y poder decir: Padre, perdónanos nuestras ofensas!

¡Qué paz tan grande da el Señor!

II. Enseña Santo Tomás, que la Omnipotencia de Dios se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y usar de misericordia, porque la manera que Dios tiene de mostrar que posee el supremo poder es perdonar libremente (Suma Teológica) El Señor está dispuesto a perdonarlo todo de todos con infinita misericordia en el sacramento de la Confesión. Es verdad que pecamos contra Dios, pero también es verdad que pedimos perdón a un Padre que nos ama, y hasta nos enseña con qué palabras hemos de pedir.

III. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, rezamos todos los días. El Señor espera esta generosidad que nos asemeja al mismo Dios. Dios nos ha perdonado mucho, y no debemos guardar rencor a nadie. Hemos de aprender a disculpar con más generosidad, a perdonar con más prontitud. Perdón sincero, profundo, de corazón. A veces nos sentimos ofendidos por una exagerada susceptibilidad o por amor propio lastimado por pequeñeces. Y si alguna vez se tratara de una ofensa real y de importancia, ¿no hemos ofendido nosotros mucho más a Dios? Seguir a Cristo en la vida corriente es encontrar, también en este punto, el camino de la paz y la serenidad. Jesús pide perdón para los que lo crucifican: imitarlo, nos hará saborear el amor de Dios, y nos conseguirá que la misericordia divina perdone nuestras flaquezas.

Pidamos a la Virgen que nos ayude a perdonar, como Ella perdonó a los que crucificaron a su Hijo.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( 2.005 )
Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com