Mi padre me llama mucho por teléfono -decía un hombre joven-, para pedirme que vaya a platicar con él. Yo voy poco. Ya sabes cómo son los viejos; cuentan las mismas cosas una y otra vez.
Además nunca faltan bretes: que el trabajo, que mi mujer, que los amigos…
En cambio -le dijo su compañero-, yo platico mucho con mi papá. Cada vez que estoy triste voy con él; cuando me siento solo, cuando tengo un problema y necesito fortaleza, acudo a él y me siento mejor.
Caray -se apenó el otro-, eres mejor que yo.
Soy igual -respondió el amigo con tristeza-.
Lo que pasa es que visito a mi papá en el cementerio. Murió hace tiempo. Mientras vivió tampoco yo iba a platicar con él.
Ahora me hace falta su presencia, y lo busco cuando ya se me fue.
Platica con tu padre hoy que lo tienes; no esperes a que esté en el panteón, como hice yo.
En su automóvil iba pensando el muchacho en las palabras de su amigo.
Cuando llegó a la oficina dijo a su secretaria: -Comuníqueme por favor con mi papá.
Envió: Hilda Alvarado
Extraído de Valores del Portal Católico www.encuentra.com