Una vez un limosnero que estaba tendido a un lado de la calle, vio venir a lo lejos, a la reina del lugar.
Y éste pensó: «le voy a pedir, ella es buena y seguro me dará algo».
Y cuando la reina se acercó, le dijo: «Majestad podría, por favor, regalarme una moneda? Y en su interior pensaba que ella le daría mucho!
La reina lo miró y le respondió:
¿Por qué no me das algo tú? Acaso, no soy tu reina?
El mendigo no sabía que responder y sólo atinó a balbucear:
«Pero, Majestad… Yo no tengo nada!»
La reina le contestó: «algo debes tener… busca!…»
Entre asombro y enojo, el mendigo buscó entre sus cosas y vio que tenía una naranja, un pan y unos granos de arroz.
Pensó que la naranja y el pan eran mucho para darlos, así que en su molestia, tomó cinco granos de arroz y se los dio a la reina.
Complacida, ella le dijo «¡Ves, como si tenías!…
Y le acercó cinco monedas de oro: una por cada grano de arroz.
El hombre dijo entonces: «Majestad… creo que acá tengo otras cosas.
La reina lo miró fijamente a los ojos y con dulzura, le comentó:
«solamente de lo que has dado de corazón, te puedo retribuir».
Reflexión:
Es fácil reconocer en esta historia, el acto de dar y recibir.
Cuántas veces, en nuestras acciones, que decimos son de servicio, entran en juego el egoísmo y nuestros propios intereses? Cuántas veces realizamos una misión, sólo pensando en la ganancia personal que nos reportará?
Procuremos dar de corazón, sin sacar cuentas, sin pensar en lo que recibiremos a cambio… Y la mayor ganancia será la felicidad que sentimos al dar.
Colaboración de Clementina Uncal