El buzón de Ruth

Ruth miró en su buzón del correo; sólo había una carta.

La tomó y la miró antes de abrirla, pero luego la observó con más cuidado. No había sello ni marcas del correo, solamente su nombre y dirección. Leyó la carta:

Querida Ruth:

Estaré en tu vecindario el sábado en la tarde y pasaré a visitarte.

Con amor,

Jesús

Sus manos temblaban cuando puso la carta sobre la mesa.

«Por qué querrá venir a visitarme el Señor? No soy nadie en especial, no tengo nada que ofrecerle…» Pensando en eso, Ruth recordó el vacío reinante en los estantes de su cocina.

“Ay no! No tengo nada para ofrecerle! Tendré que ir a comprar algo.

Bueno, compraré algo de pan y alguna otra cosa, al menos.”

Se echó un abrigo encima y se apresuró a salir.

Una hogaza de pan francés, media libra de pavo y un cartón de leche… Y Ruth se quedó con solamente doce centavos que le deberían durar hasta el lunes.

Aún así se sintió bien camino a casa, con sus humildes ingredientes bajo el brazo.

«Oiga, señora, nos puede ayudar ?»

Ruth estaba tan absorta pensando en la cena que no vio las dos figuras que estaban de pie en el pasillo. Un hombre y una mujer, los dos vestidos con poco más que harapos.

«Mire, señora, no tengo empleo, usted sabe, y mi mujer y yo hemos estado viviendo allá afuera en la calle, y bueno, está haciendo frío y nos está dando hambre, y bueno, si usted nos puede ayudar, señora, estaríamos muy agradecidos…»

Ruth los miró con más cuidado. Pensó que ellos podrían obtener algún empleo si realmente quisieran….

…»Señor, quisiera ayudar, pero yo misma soy una mujer pobre. Todo lo que tengo es unas rebanadas de pavo y pan, pero tengo un huésped importante para esta noche y planeaba servirle eso a El.»

«Si, bueno, si señora, entiendo. Gracias de todos modos.»

El hombre puso su brazo alrededor de los hombros de la mujer y se dirigieron a la salida. A medida que los veía saliendo, Ruth sintió un latido familiar en su corazón. «Señor, espere!»

La pareja se detuvo y volteó a medida que Ruth corría hacia ellos y los alcanzaba en la calle.

Mire: por que no toma esta comida? Algo se me ocurrirá para servir a mi invitado…», y extendió la mano con la bolsa de víveres.

«Gracias, señora, muchas gracias!» «Si, gracias!», dijo la mujer y Ruth pudo notar que estaba temblando de frío.

«Sabe? tengo otro abrigo en casa. Tome este», Ruth desabotonó su abrigo y lo deslizó sobre los hombros de la mujer. Y sonriendo, volteó y regresó camino a casa… sin su abrigo y sin nada que servir a su invitado.

«Gracias, señora, muchas gracias!»

Ruth estaba tiritando cuando llegó a la entrada. Ahora no tenía nada para ofrecerle al Señor. Buscó rápidamente la llave en la cartera. Mientras lo hacía notó que había otra carta en el buzón.

«Que raro, el cartero no viene dos veces en un día.» Tomó el sobre y lo abrió:

Querida Ruth:

Qué bueno fue volverte a ver.

Gracias por la deliciosa cena, y Gracias también por el hermoso abrigo.

Con amor,

Jesús

 
Colaboración de Norberto Lanata   ( año 2.002 )

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El camino de la desilusión

Los discípulos iban caminando a Emaús. Sentían una gran decepción por el final de Jesús, que había muerto crucificado. Y con esa cruz, habían quedado crucificados también sus ideales, sus esperanzas de algo nuevo, su futuro. Y estaban volviendo a la rutina de todos los días…

Jesús se hizo compañero de viaje. No se presentó de ninguna manera extraordinaria. Simple caminante, que conversaba y compartía. Tan compañero que, llegada la tarde, los discípulos no querían que los dejara solos. Y lo invitaron a quedarse con ellos.

Se sentaron a la mesa para seguir compartiendo las cosas simples de la vida, como son las noticias de lo que pasa, la comida y la bebida. Fue entonces, en los gestos de ese compañero desconocido, que descubrieron al Señor resucitado. Y todo cambió en un instante, tanto que retomaron fuerza para desandar los diez kilómetros hasta Jerusalén para contárselo a los demás. Todo se aclaró, las escrituras, la cruz, el sepulcro vacío, las profecías…La vida recobraba sentido y moría la decepción que había nacido en sus corazones.

No nos faltarán momentos de decepción en nuestra vida cristiana, en nuestra comunidad, en nuestros ideales. Así como los discípulos de Emaús no podían aceptar el escándalo de la cruz, a nosotros nos puede costar aceptar la cruz de cada día. Pero él, el peregrino de Emaús, nos acompaña en nuestras decepciones, fracasos y frustraciones.

No estamos solos, arde nuestro corazón, porque él camina con nosotros y quiere compartir con nosotros el pan, si es que lo invitamos a quedarse en nuestra casa.

P. Aderico Dolzani, SSP.

 
Extraído de el periódico “El Domingo” del Domingo 14 de abril de 2002

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La Santa Misa y la entrega personal

La entrega plena de Cristo por nosotros, que culmina en el Calvario, constituye la llamada más apremiante a corresponder a su gran amor por cada uno de nosotros. En la Cruz, Jesús consumó la entrega plena a la voluntad del Padre y el amor por todos los hombres, por cada uno: me amó y se entregó por mí (Gálatas 2, 20). ¿Cómo correspondo yo a su Amor? En todo verdadero sacrificio se dan cuatro elementos esenciales, y todos ellos se encuentran presentes en el sacrificio de la Cruz: sacerdote, víctima, ofrecimiento interior y manifestación externa del sacrificio, expresión de la actitud interior.
Nosotros, que queremos imitar a Jesús, que sólo deseamos que nuestra vida sea reflejo de la suya, nos preguntamos hoy si sabemos unirnos al ofrecimiento de Jesús al Padre, con la aceptación de la voluntad de Dios, en cada momento, en las alegrías y contrariedades, en el dolor y en el gozo.
La Santa Misa y el Sacrificio de la Cruz son el mismo y único sacrificio, aunque estén separados en el tiempo: se vuelve a hacer presente la total sumisión amorosa de Nuestro Señor a la voluntad del Padre. Cristo se ofrece a Sí mismo a través del sacerdote, que actúa in persona Christi. Su manifestación externa es la separación sacramental, no cruenta, de su Cuerpo y su Sangre, mediante la transustanciación del pan y el vino.
Nuestra oración de hoy es un buen momento para examinar cómo asistimos y participamos en la Santa Misa. Si tenemos amor, identificación plena con la voluntad de Dios, ofrecimiento de nosotros mismos, y afán corredentor.
El Sacrificio de la Misa, al ser esencialmente idéntico al Sacrificio de la Cruz, tiene un valor infinito, independientemente de las disposiciones concretas de quienes asisten y del celebrante, porque Cristo es el Oferente principal y la Víctima que se ofrece. No existe un medio más perfecto de adorar a Dios o de darle gracias por todo lo que es y por sus continuas misericordias con nosotros.
También es la única perfecta y adecuada reparación, a la que debemos unir nuestros actos de desagravio.
La Santa Misa debe ser el punto central de nuestra vida diaria, como lo es en la vida de la Iglesia, ofreciéndonos nosotros mismos por Él, con Él y en Él. Este acto de unión con Cristo debe ser tan profundo y verdadero que penetre todo nuestro día e influya decisivamente en nuestro trabajo, en nuestras relaciones con los demás, en nuestras alegrías y fracasos, en todo.
Acudamos a nuestro Ángel para evitar las distracciones cuando asistimos a la Santa Misa, y esforcémonos en cuidar con más amor este rato único de nuestro día.
 
Extraído de Meditar del Portal Católico  www.encuentra.com  ( año 2.002 )

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Dichosos los que no ven y creen

La Cruz de Jesucristo, fue un verdadero “escándalo” para los discípulos; la Cruz no tenía nada de glorioso, al contrario: un tormento en el cual el Señor sufrió una pasión dolorosísima, una muerte humillante… y la sepultura pareció ser un verdadero fin a todo esto…

Tomás, el apóstol, no estaba cuando Jesús se apareció por primera vez y los apóstoles le anuncian la feliz noticia; hemos visto al Señor; pero Tomás duda de sus condiscípulos y del mismo Señor y se empecina en esta postura tan común entre nosotros: “si no veo, no creo”.

No miremos a Tomás como un “extraño”: muchas actitudes nuestras nos hacen parecidos a él: nuestras incredulidades, desconfianzas, temores, dudas, nuestros “peros” ante Dios… ya que somos muchas veces cristianos con peros (“soy cristiano pero… y el pero introduce una cláusula incompatible con una fe auténtica: con lo cual, en el fondo es como si se dijese “creo, pero no mucho”…); o tenemos miedo al testimonio, pensando que el error y/o la mentira tienen derechos, cuando en realidad la mentira no tiene derechos… aunque cada uno tenga derecho a expresar su propia opinión, ni la mentira ni el error, de por sí, tienen derechos…); estas actitudes entre otras que podríamos resumir como nuestras negativas frente a ciertas exigencias de la fe, le quitan a la misma pureza, fuerza y alegría; inmersos en muchos problemas, más de una vez corremos el riesgo de pensar que viendo a Jesús como lo vieron sus contemporáneos sería más fácil para nosotros creer, tener fe; nuestras actitudes en los momentos de prueba “destapan” muchas veces nuestra falta de fe; exigimos de Dios respuesta inmediata y solución a nuestros problemas: y le preguntamos y lo acosamos: ¿porqué el hambre? ¿por qué la guerra, la violencia, el aborto, la injusticia, el negociado? ¿por qué al malo parece que todo le va bien y al que quiere hacer las cosas bien parece que todo se le hace más difícil? ¿por qué a veces las cosas parecen complicarse sin remedio, por qué aparece el cáncer, la enfermedad, el dolor, la tristeza, la soledad, la muerte, POR QUÉ?

¿Es posible vivir esto, y seguir creyendo que Cristo resucitó?…

¿Que la muerte está vencida? Que hay Vida Nueva, un Nueva Creación?

Las acusaciones son duras, son crueles, con la dureza de la afirmación de Tomás, Si no veo…” y la invitación de Jesús recuerda el tono de dureza de Tomás “Trae tu dedo; ¡aquí están mis manos! ¡Trae tu mano! ¡Aquí está mi costado!… Tomás se humilla, y Jesús proclama la Bienaventuranza Dichosos los que creen sin ver…”

Decíamos que:

– A veces pensamos que a nuestra fe le falta algo”: si pudiéramos ver a Jesús como los hombres y mujeres que vivieron en su época, si tuviésemos alguna visión, alguna revelación especial, algún “milagrito”; pero Judas, Pilato, Barrabás y muchos Judíos conocieron a Cristo… ¿Y?… Muchos vieron sus milagros, y ¿cómo reaccionaron? No creyeron en Él; incluso tuvieron que ver con su condenación, o simplemente se lavaron las manos…

Para conocer a Jesús lo que hace falta es la fe y por la fe y los sacramentos conocemos a Cristo de otra forma: el Espíritu Santo nos guía para que seamos amigos de Dios; no es lo mismo estar en presencia de un desconocido que estar en presencia de un amigo; por eso cuando estamos en plena amistad con Dios no necesitamos verlo porque lo sabemos presente, lo experimentamos, lo vivimos y lo celebramos cada día y en cada momento y de una manera especialísima en la Misa; percibimos a Jesús mucho mejor que Judas, Pilato, Barrabás y muchos Judíos, sabemos como nos fortalece, ilumina, conseja,… nos hace partícipes de su vida.

La fe es entonces un conocimiento mucho más profundo que sensible; Jesús ha resucitado y vive entre nosotros, pero sólo la fe puede percibirlo, y los que lo ven con la fe deben ser sus testigos en el mundo. Los hombres y mujeres de hoy sólo creerán en Cristo si ven que los cristianos lo testimonian con su vida ejemplar; viendo a los cristianos se convencerán y creerán en Cristo… Una comunidad que vive unida dando ejemplo de alegría, de amor, de solidaridad es la gran prueba de que Cristo ha resucitado, porque esa alegría, solidaridad y amor no son las de simples hombres porque la fuerza y el heroísmo de los Santos no es puramente humano; porque la fuerza, santidad, sabiduría y luminosidad de la Iglesia que se levanta en medio de los pueblos como columna de verdad no tiene otra explicación que el espíritu de Cristo Resucitado; los hombres por su sola fuerza no pueden hacer esto.

La fe encuentra su flor más preciosa en la CONFIANZA… Por eso hoy, II Domingo de Pascua, día en que por gracia de Dios y por sabia disposición de Juan Pablo II celebramos la fiesta de la DIVINA MISERICORDIA, con plena convicción de que la humanidad no encontrará ni tranquilidad ni paz hasta que se vuelva con plena confianza a la Divina Misericordia, quisiera poner una vez más, delante de sus corazones, esta devoción tan hermosa, tan profunda, tan sencillamente completa, a la que considero como una reposición de la del Sagrado Corazón de Jesús, que el mismo Cristo hace para nuestro tiempo…

En la era de la imagen Jesús nos ha regalado una imagen de su Corazón Misericordioso: Jesús amable y sonriente, con el brazo levantado no para amenazar ni castigar, sino para bendecir y perdonar, con el perdón que brota de ese corazón lleno de amor que su otra mano señala, Corazón del cual brotan la Sangre y el agua que claman al Padre, para todo el mundo, piedad y compasión…

Y Cristo nos enseño una palabra, corta y llena de fe, para que sepamos cómo invocarlo: “JESÚS, EN VOS CONFÍO”, síntesis maravillosa de Fe, Esperanza y Amor, virtudes específicas del cristiano, que el Catecismo de la Iglesia Católica coloca en directa relación con el primer mandamiento, fuente y síntesis de toda la vida moral del cristiano…

¡Felices entonces los que por la misericordia que viven y testimonian se transforman en la prueba viviente de Jesús viviente!; ¡Felices los que creen sin exigir más prueba que la que nos dio el Padre, entregando a su Hijo único a la Cruz por nosotros! ¡Felices los que tienen la mirada de la fe y confianza, que es mucho más penetrante que la de Tomás, porque ya gozan de la presencia del Señor que ahora vive entre nosotros renovando su victoria sobre la muerte y preparándonos para la resurrección.

Amén

P. Juan Pablo Esquivel ( año 2.002 )

Parroquia San Miguel Arcángel

C. Gardel, 80

E 3100 FWB Paraná (Entre Ríos)

 

Argentina

Tel/Fax: 0054 – 343 – 4230469

-mail: Juampa@arnet.com.ar

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San Pedro nos habla de la Fe

Primera carta del apóstol San Pedro
Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, que en su gran misericordia nos hizo renacer, por la resurrección de Jesucristo, a una esperanza viva, a una herencia incorruptible, incontaminada e imperecedera, que ustedes tienen reservada en el cielo.
Porque gracias a la fe, el poder de Dios los conserva para la salvación dispuesta a ser revelada en el momento final. Por eso, ustedes se regocijan a pesar de las diversas pruebas que deben sufrir momentáneamente : así la fe de ustedes, una vez puesta a prueba, será mucho más valiosa que el oro perecedero purificado por el fuego, y se convertirá en motivo de alabanza, de gloria y de honor, el día de la revelación de Jesucristo.
Porque ustedes lo aman sin haberlo visto, y creyendo en él sin verlo todavía, se alegran con un gozo indecible y lleno de gloria, seguros de alcanzar el término de esa fe, que es la salvación.
 

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Dejarse ayudar

I. Dos discípulos se dirigen a su aldea, Emaús, perdida la virtud de la esperanza porque Cristo, en quien habían puesto todo el sentido de su vida, ha muerto.
El Señor, como si también Él fuese de camino, les da alcance y se une a ellos sin ser reconocido (Lucas 24, 13-35). Hablan de lo ocurrido en Jerusalén la tarde del viernes, la muerte de Jesús de Nazaret en quien habían depositado su confianza. Hablan de Jesús como de una realidad pasada: Lo de Jesús el Nazareno, que fue un profeta poderoso...
Fijáos en este contraste. Ellos dicen: “¡Que fue!”... ¡Y lo tienen a su lado, está caminando con ellos, está en su compañía indagando la razón, las raíces íntimas de su tristeza! Jesús les interpreta aquellos acontecimientos a la luz de las Escrituras. Con paciencia, les devuelve la fe y la esperanza. Y aquellos dos recuperan también la alegría y el amor.
Es posible que nosotros también nos encontremos alguna vez con desaliento. En esas ocasiones, si nos dejamos ayudar, Jesús no permitirá que nos alejemos de Él: ¡Abramos el alma con sinceridad en la dirección espiritual! ¡Dejémonos ayudar!
II. La esperanza es la virtud del caminante que, como nosotros, todavía no ha llegado a la meta, pero sabe que siempre tendrá los medios para ser fiel al Señor y perseverar en la propia vocación recibida, en el cumplimiento de los propios deberes. El Señor nos habla con frecuencia de fidelidad en el Evangelio.
Entre los obstáculos que se oponen a la perseverancia fiel está, en primer lugar, la soberbia, que oscurece el fundamento mismo de la fidelidad y debilita la voluntad para luchar contra las dificultades y tentaciones. La fidelidad hasta el final de la vida exige la fidelidad en lo pequeño de cada jornada, y saber recomenzar de nuevo cuando por fragilidad hubo algún descamino.
El llamamiento de Cristo exige una respuesta firme y continuada y, a la vez, penetrar más profundamente en el sentido de la Cruz y en la grandeza y en las exigencias del propio camino.
III. Esta virtud de la fidelidad debe informar todas las manifestaciones de la vida del cristiano: relaciones con Dios, con la Iglesia, con el prójimo, en el trabajo, en sus deberes de estado y consigo mismo. De la fidelidad al Señor se deduce y a lo que se reduce, la fidelidad a todos sus compromisos verdaderos. Dios está dispuesto a darnos las gracias necesarias, como aquellos dos de Emaús, para salir adelante en todo momento, si hay sinceridad de vida y deseos de lucha. Y nosotros le decimos como ellos: ¡Quédate con nosotros, porque se hace de noche!
Extraído de Meditar del Portal Católico www.encuentra.com  ( año 2.002 )

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Mensaje Pascual de Juan Pablo II

CIUDAD DEL VATICANO, 31 marzo 2002 (ZENIT.org).- Juan Pablo II lanzó en esta Pascua un grito de esperanza en Cristo, desde la plaza de San Pedro, dirigido a todo el mundo y, en especial a Tierra Santa, donde «¡parece como si se hubiese declarado la guerra a la paz!».
«La guerra no resuelve nada», afirmó el Papa antes de impartir su bendición «Urbi et Orbi» (a la ciudad de Roma y al mundo), «¡nadie puede quedar callado e inerte; ningún responsable político o religioso!».
La columnata de Bernini no lograba abrazar en la mañana de este domingo a los más de cien mil peregrinos que vinieron a rezar y a alentar al Santo Padre en la misa de Resurrección. Sus palabras fueron transmitidas en directo por 63 canales de televisión de unos cincuenta países.
El pontífice se encontraba en mejores condiciones de salud que en los días precedentes y, contradiciendo la expectativas, celebró personalmente la eucaristía de la mañana del domingo de Pascua, después de haber presidido la vigilia pascual de la medianoche que había durado tres horas. La plaza se había convertido en un auténtico jardín, adornado por decenas de miles de flores, regaladas por floricultores holandeses.
En su mensaje de Pascua, que leyó en italiano con voz clara y firme, presentó la paz que anunció Cristo con su resurrección. «La paz "a la manera del mundo" --lo demuestra la experiencia de todos los tiempos-- es con frecuencia un precario equilibrio de fuerzas, que antes o después vuelven a hostigarse», constató.
«Sólo la paz, don de Cristo resucitado, es profunda y completa, y puede reconciliar al hombre con Dios, consigo mismo y con la creación», añadió el obispo de Roma. Por eso, invitó a «todos lo creyentes del mundo» a unir «sus esfuerzos para construir una humanidad más justa y fraterna» y a que «sus convicciones religiosas nunca sean causa de división y de odio, sino sólo y siempre fuente de fraternidad, de concordia, de amor».
El Santo Padre pidió a los cristianos dar «testimonio de que Jesús ha resucitado verdaderamente» trabajando «para que su paz frene la dramática espiral de violencia y muerte, que ensangrienta la Tierra Santa, sumida de nuevo, en estos últimos días, en el horror y la desesperación».
«¡Parece como si se hubiese declarado la guerra a la paz! --afirmó-- Pero la guerra no resuelve nada, acarrea solamente mayor sufrimiento y muerte, ni sirven retorsiones o represalias». «¡Nadie puede quedar callado e inerte; ningún responsable político o religioso!», denunció.
«Que a las denuncias sigan hechos concretos de solidaridad que ayuden a todos a encontrar el mutuo respeto y el tratado leal». Karol Wojtyla mencionó también las situaciones de otros países en los que «resuena el grito que implora auxilio, porque se sufre y muere». Ese clamor, recordó, se hace particularmente intenso en «Afganistán, probado duramente en los últimos meses y dañado ahora por un terremoto desastroso». No olvidó tampoco la situación de otros países del planeta, «donde desequilibrios sociales y ambiciones contrapuestas golpean a innumerables hermanas y hermanos nuestros».
El pontífice concluyó el mensaje como había comenzado su pontificado hace más de 23 años, el sexto más largo de la historia: «¡abrid el corazón a Cristo crucificado y resucitado, que viene ofreciendo la paz! Donde entra Cristo resucitado, con Él entra la verdadera paz». Tras su mensaje, pronunció su felicitación pascual en 62 idiomas, en particular en hebreo y árabe.
«Os deseo a todos una buena y feliz fiesta de Pascua, con la paz y la alegría, la esperanza y el amor de Jesucristo resucitado», dijo el Papa en castellano. Sus palabras, fueron acogidas por los típicos gritos de «Juan Pablo II, te quiere todo el mundo», pronunciados por los numerosos españoles y latinoamericanos presentes.
Extraído del Portal Católico www.ZENIT.org  ( año 2.002 )

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La oración de Getsemaní

I. Después de la Última Cena, Jesús siente una inmensa necesidad de orar. En el Huerto de los Olivos cae abatido: se postró rostro en tierra (Mateo 26, 39), precisa San Mateo. Padre mío, si es posible, que pase de mí este cáliz; pero no sea yo como quiero, sino como quieres Tú.
Jesús está sufriendo una tristeza capaz de causar la muerte. Él, que es la misma inocencia, carga con todos los pecados de todos los hombres, y se prestó a pagar personalmente todas nuestras deudas. ¡Cuánto hemos de agradecer al Señor su sacrificio voluntario para librarnos del pecado y de la muerte eterna!
En nuestra vida puede haber momentos de profundo dolor, en que cueste aceptar la Voluntad de Dios, con tentaciones de desaliento. La imagen de Jesús en el Huerto de los Olivos nos enseña a abrazar la Voluntad de Dios, sin poner límite alguno ni condiciones, e identificarnos con el querer de Dios por medio de una oración perseverante.
II. Hemos de rezar siempre, pero hay momentos en que esa oración se ha de intensificar. Abandonarla sería como dejar abandonado a Cristo y quedar nosotros a merced del enemigo. Nuestra meditación diaria, si es verdadera oración, nos mantendrá vigilantes ante el enemigo que no duerme. Y nos hará fuertes para sobrellevar y vencer tentaciones y dificultades. Si la descuidáramos perderíamos la alegría y nos veríamos sin fuerzas para acompañar a Jesús.
III. Los santos han sacado mucho provecho para su alma de este pasaje de la vida del Señor. Santo Tomás Moro nos muestra cómo la oración del Señor en Getsemaní ha fortalecido a muchos cristianos ante grandes dificultades y tribulaciones. También él fue fortalecido con la contemplación de estas escenas, mientras esperaba el martirio por ser fiel a su fe. Y puede ayudarnos a nosotros a ser fuertes en las dificultades, grandes o pequeñas, de nuestra vida ordinaria.
El primer misterio doloroso del Santo Rosario puede ser tema de nuestra oración cuando nos cueste descubrir la Voluntad de Dios en los acontecimientos que quizá no entendemos. Podemos entonces rezar con frecuencia a modo de jaculatoria: Quiero lo que quieres, quiero porque quieres, quiero como lo quieres, quiero hasta que quieras (MISAL ROMANO, Acción de gracias después de la Misa, oración universal de Clemente XI).
Gracias por suscribirse a meditar de www.encuentra.com
Extraído del Portal Católico www.encuentra.com  ( año 2.002 )

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Fidelidad a Jesús

Evangelio  Jn 13,21-33, 36-38
En aquel tiempo, cuando Jesús estaba a la mesa con sus discípulos, se conmovió profundamente y declaró: “Yo les aseguro que uno de ustedes me va entregar”.
Los discípulos se miraron perplejos unos a otros, porque no sabían de quién hablaba. Uno de ellos, al que Jesús tanto amaba, se hallaba reclinado a su derecha.  Simón Pedro le hizo una seña y le preguntó: “¿De quién lo dice?”
Entonces él, apoyándose en el pecho de Jesús, le preguntó: “Señor, ¿quién es?”
Le contestó Jesús: “Aquel a quien yo le dé este trozo de pan, que voy a mojar”.
Mojó el pan y se lo dio a Judas, hijo de Simón el Iscariote;  y tras el bocado, entró en él Satanás. Jesús le dijo entonces a Judas: “Lo que tienes que hacer, hazlo pronto”. Pero ninguno de los comensales entendió a qué se refería; algunos supusieron que, como Judas tenía a su cargo la bolsa, Jesús le había encomendado comprar lo necesario para la fiesta o dar algo a los pobres.  Judas, después de tomar el bocado, salió inmediatamente.  Era de noche.
Una vez que Judas se fue, Jesús dijo: “Ahora ha sido glorificado el Hijo del hombre y Dios ha sido glorificado en él.  Si Dios ha sido glorificado en él, también Dios lo glorificará en sí mismo y pronto lo glorificará.
Podemos imaginar la situación en la mesa: Uno de ustedes me va a traicionar, dice Jesús… pero ¿quién? Seguramente que todos nosotros de haber estado en la mesa hubiéramos dicho a nosotros mismos ¿Será posible que yo sea el que va traicionar al Maestro? Y la verdad es que la respuesta es “SI”.
Cada vez que, a pesar de que sabemos que lo que vamos a hacer es contra la fe, contra nuestro prójimo, contra Dios mismo, y lo realizamos, estamos actuando de la misma manera que Judas: Estamos traicionando la confianza de Jesús.
El nos llama amigos, nos ha llamado para seguirlo y para ser un instrumento de su amor y de su gracia, y en lugar de ello preferimos nuestros propios caminos, nuestros propios métodos y metas. El mismo Pedro, que amaba con todo su corazón a Jesús, que decía estar dispuesto a morir por él, lo traicionará no una, sino tres veces. Y es que no tenemos fuerza para ser fieles, aún cuando esta fuerza viene de Dios. El amor al Maestro y el poder del Espíritu que mora en nosotros, son los únicos elementos que nos hacen ser verdaderamente fieles.
Busquemos en estos días, crecer más en el amor, para que el Espíritu se fortalezca y podamos experimentar una Pascua maravillosa.
Que Dios llene tu corazón con alegría y con paz durante todo tu día.
Ernesto María, Sac.                                Evangelización Activa
Extraído de Evangelio del Portal Católico www.encuentra.com

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Escuchando la Pasión

No hay dudas de que la lectura de la pasión y muerte de Jesús es una experiencia intensa. A condición de que hagamos silencio en nuestro interior y dejemos que el relato trabaje en nuestra alma...
Puede ser que nos recuerde nuestras resistencias a Dios, nuestros caprichos humanos, cuando no seguimos el camino que él nos enseñó y, recordando nuestros pecados, pedimos perdón.
Puede movernos a orar, a contemplar, a adorar su pasión, y vernos al mismo tiempo tan frágiles y apurados por huir del sacrificio, que nos exige el amor a él y al prójimo.
Puede provocar en nuestro interior el rechazo a ciertos personajes de la pasión; nos identificamos con el Señor, y rechazamos a sus enemigos, hasta que nos damos cuenta de que en la pasión no hay enemigos. Y que es siempre tan delgada la línea que divide amigos de enemigos, la divisoria del amor y de la traición, que se la infringe en instantes, como Pedro y sus compañeros...
Puede llevarnos a ver a la Madre del Señor, sumida en el dolor, pero no quebrada, sino como una mujer fuerte, que en ese momento adoptó como hijos a los que quedaban solos, y hoy es madre nuestra...
Puede ser que nos lleve a ser sus hijos y a recibirla en nuestra casa. Puede ser que nos conmueva el momento en que el Señor muere. Y se haga silencio en nosotros, y ya nada perturbe esa calma de muerte.
Tantos sentimientos puede despertar la lectura de la pasión de un Viernes Santo. Pero si ellos no nos cambian el alma, transcurrirán como un momento de emoción.
Que la escucha de su pasión y muerte nos transforme en otros Cristos que, caminando por este mundo, continúan redimiendo y liberándolo para que no se repitan más los sufrimientos del Viernes Santo. Ese día el Señor habrá triunfado.
P. Aderico Dolzani,  SSP
Extraído de la página El Domingo repartida el Viernes Santo del año 2002

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Lucha paciente contra los defectos

I. No podemos nunca “conformarnos” con deficiencias y flaquezas que nos separan de Dios y de los demás, excusándonos en que forman parte de nuestra manera de ser, en que ya hemos intentado combatirlos otras veces sin resultados positivos.
La Cuaresma nos mueve precisamente a mejorar en nuestras disposiciones interiores mediante la conversión del corazón a Dios y las obras de penitencia que preparan nuestra alma para recibir las gracias que el Señor quiere darnos.
El Señor siempre está dispuesto a ayudarnos, sólo nos pide nuestra perseverancia para luchar y recomenzar cuantas veces sea necesario, sabiendo que en la lucha está el amor. Nuestro amor a Cristo se manifestará en el esfuerzo por arrancar el defecto dominante o alcanzar aquella virtud que se presenta difícil adquirir, y en la paciencia que hemos de tener en la lucha interior.
II. Es necesario saber esperar y luchar con paciente perseverancia, convencidos de que con nuestro interés agradamos a Dios. La adquisición de una virtud no se logra con esfuerzos esporádicos, sino con la continuidad en la lucha, la constancia de intentarlo cada día, cada semana, ayudados por la gracia.
El alma de la constancia es el amor; sólo por amor se puede ser paciente (SANTO TOMÁS, Suma Teológica) y luchar, sin aceptar los defectos y los fallos como algo inevitable. En nuestro caminar hacia el Señor sufriremos derrotas; muchas de ellas no tendrán importancia; otras sí, pero el desagravio y la contrición nos acercarán todavía más a Dios. Este dolor es el pesar de no estar devolviendo tanto amor como el Señor se merece, el dolor de estar devolviendo mal por bien a quien tanto nos quiere.
III. Además de ser pacientes con nosotros mismos hemos de serlo con quienes tratamos con más frecuencia, sobre todo si tenemos obligación de ayudarles en su formación, o una enfermedad. Hemos de contar con los defectos de quienes nos rodean. La comprensión y fortaleza nos ayudarán a tener calma, sin dejar de corregir cuando sea oportuno y en el momento indicado. La impaciencia hace difícil la convivencia, y también vuelve ineficaz la posible ayuda y la corrección. Debemos ser especialmente constantes y pacientes en el apostolado.
Las personas necesitan tiempo y Dios tiene paciencia: en todo momento da su gracia, perdona y anima a seguir adelante. Con nosotros ha tenido esta paciencia sin límites. Pidamos a Nuestra Madre paciencia para nosotros mismos y para los que nos rodean.
Extraído de Meditar del Portal Católico www.encuentra.com  ( año 2.002 )

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La oración personal

I. Muchos pasajes del Evangelio muestran a Jesús que se retiraba y quedaba a solas para orar. Era una actitud habitual del Señor, especialmente en los momentos más importantes de su ministerio público. ¡Cómo nos ayuda contemplarlo!
La oración es indispensable para nosotros, porque si dejamos el trato con Dios, nuestra vida espiritual languidece poco a poco. En cambio, la oración nos une a Dios, quien nos dice: Sin Mí, no podéis hacer nada (Juan 15, 5).
Conviene orar perseverantemente (Lucas 18, 1), sin desfallecer nunca. Hemos de hablar con Él y tratarle mucho, con insistencia, en todas las circunstancias de nuestra vida, sabiendo que verdaderamente Él nos ve y nos oye. Además, ahora, durante este tiempo de Cuaresma, vamos con Jesucristo camino de la Cruz, y “sin  oración, ¡qué difícil es acompañarle!” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino). Quizá sea la necesidad de la oración, junto con la de vivir la caridad, uno de los puntos en los que el Señor insistió más veces en su predicación.
II. En la oración personal se habla con Dios como en la conversación que se tiene con un amigo, sabiéndolo presente, siempre atento a lo que decimos, oyéndonos y contestando. Es en esta conversación íntima, como la que ahora intentamos mantener con Dios, donde abrimos nuestra alma al Señor, para adorar, dar gracias, pedirle ayuda, para profundizar en las enseñanzas divinas.
Nunca puede ser una plegaria anónima, impersonal, perdida entre los demás, porque Dios, que ha redimido a cada hombre, desea mantener un diálogo con cada uno de ellos: un diálogo de una persona concreta con su Padre Dios. “Me has escrito: “orar es hablar con Dios. Pero ¿de qué? -¿De qué? De Él, de ti: alegrías, tristezas, éxitos y fracasos, ambiciones nobles, preocupaciones diarias... ¡flaquezas! : y hacimientos de gracias y peticiones: y Amor y desagravio. En dos palabras: conocerle y conocerte: ¡tratarse!”
III. Hemos de poner los medios para hacer nuestra oración con recogimiento, luchando con decisión contra las distracciones, mortificando la imaginación y la memoria. En el lugar más adecuado según nuestras circunstancias; siempre que sea posible, ante el Señor en el Sagrario. Nuestro Ángel Custodio nos ayudará; lo importante es no querer estar distraídos y no estarlo voluntariamente.
Acudamos a la Virgen que pasó largas horas mirando a Jesús, hablando con Él, tratándole con sencillez y veneración. Ella nos enseñará a hablar con Jesús.
Extraído del Portal Católico www.encuentra.com  ( año 2.002 )

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Gratis lo recibisteis, dadlo gratis

El Mensaje del Santo Padre Juan Pablo II para la cuaresma del año 2.002.

Queridos Hermanos y Hermanas,

1. Nos disponemos a recorrer de nuevo el camino cuaresmal, que nos conducirá a las solemnes celebraciones del misterio central de la fe, el misterio de la pasión, muerte y resurrección de Cristo. Nos preparamos para vivir el tiempo apropiado que la Iglesia ofrece a los creyentes para meditar sobre la obra de la salvación realizada por el Señor en la Cruz. El designio salvífico del Padre celeste se ha cumplido en la entrega libre y total del Hijo unigénito a los hombres. “Nadie me quita la vida; yo la doy voluntariamente”, dice Jesús (cf.Jn 10, 18), resaltando que Él sacrifica su propia vida, de manera voluntaria, por la salvación del mundo. Como confirmación de don tan grande de amor, el Redentor añade: “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”(Jn 15, 13).

La Cuaresma, que es una ocasión providencial de conversión, nos ayuda a contemplar este estupendo misterio de amor. Es como un retorno a las raíces de la fe, porque meditando sobre el don de gracia inconmensurable que es la Redención, nos damos cuenta de que todo ha sido dado por amorosa iniciativa divina. Precisamente para meditar sobre este aspecto del misterio salvífico, he elegido como tema del Mensaje cuaresmal de este año las palabras del Señor: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”(Mt 10, 8).

2. Dios nos ha dado libremente a su Hijo: ¿quién ha podido o puede merecer un privilegio semejante? San Pablo dice: “todos pecaron y están privados de la gloria de Dios y son justificados por el don de su gracia” (Rm 3, 23-24). Dios nos ha amado con infinita misericordia, sin detenerse ante la condición de grave ruptura ocasionada por el pecado en la persona humana. Se ha inclinado con benevolencia sobre nuestra enfermedad, haciendo de ella la ocasión para una nueva y más maravillosa efusión de su amor. La Iglesia no deja de proclamar este misterio de infinita bondad, exaltando la libre elección divina y su deseo de no condenar, sino de admitir de nuevo al hombre a la comunión consigo.

“Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”. Que estas palabras del Evangelio resuenen en el corazón de toda comunidad cristiana en la peregrinación penitencial hacia la Pascua. Que la Cuaresma, llamando la atención sobre el misterio de la muerte y resurrección del Dios, lleve a todo cristiano a asombrarse profundamente ante la grandeza de semejante don. ¡Sí! Gratis hemos recibido. ¿Acaso no está toda nuestra existencia marcada por la benevolencia de Dios? Es un don el florecer de la vida y su prodigioso desarrollo. Precisamente por ser un don, la existencia no puede ser considerada una posesión o una propiedad privada, por más que las posibilidades que hoy tenemos de mejorar la calidad de vida podrían hacernos pensar que el hombre es su “dueño”. Efectivamente, las conquistas de la medicina y la biotecnología pueden en ocasione inducir al hombre a creerse creador de sí mismo y a caer en la tentación de manipular “el árbol de la vida” (Gn 3, 24).

Conviene recordar también a este propósito que no todo lo que es técnicamente posible es también moralmente lícito. Aunque resulte admirable el esfuerzo de la ciencia para asegurar una calidad de vida más conforme a la dignidad del hombre, eso nunca debe hacer olvidar que la vida humana es un don, y que sigue teniendo valor aún cuando esté sometida a sufrimientos o limitaciones. Es don que siempre se ha de acoger: recibido gratis y gratuitamente puesto al servicio de los demás.

3. La Cuaresma, proponiendo de nuevo el ejemplo de Cristo que se inmola por nosotros en el Calvario, nos ayuda de manera especial a entender que la vida ha sido redimida en Él. Por medio del Espíritu Santo, Él renueva nuestra vida y nos hace partícipes de esa misma vida divina que nos introduce en la intimidad de Dios y nos hace experimentar su amor por nosotros. Se trata de un regalo sublime, que el cristiano no puede dejar de proclamar con alegría. San Juan escribe en su Evangelio: “Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y al que tú has enviado, Jesucristo” (Jn 17, 3). Esta vida, que se nos ha comunicado con el Bautismo, hemos de alimentarla continuamente con una respuesta fiel, individual y comunitaria, mediante la oración, la celebración de los Sacramentos y el testimonio evangélico.

En efecto, habiendo recibido gratis la vida, debemos, por nuestra parte, darla a los hermanos de manera gratuita. Así lo pide Jesús a los discípulos, al enviarles como testigos suyos en el mundo: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”. Y el primer don que hemos de dar es el de una vida santa, que dé testimonio del amor gratuito de Dios. Que el itinerario cuaresmal sea por todos los creyentes una llamada constante a profundizar en esta peculiar vocación nuestra. Como creyentes, hemos de abrirnos a una existencia que se distinga por la “gratuidad”, entregándonos a nosotros mismos, sin reservas, a Dios y al prójimo.

4. “¿Qué tienes– advierte san Pablo – que no lo hayas recibido?(1 Co 4, 7). Amar a los hermanos, dedicarse a ellos, es una exigencia que proviene de esta constatación. Cuanto mayor es la necesidad de los otros, más urgente es para el creyente la tarea de serviles. ¿Acaso no permite Dios que haya condiciones de necesidad para que, ayudando a los demás, aprendamos a liberarnos de nuestro egoísmo y a vivir el auténtico amor evangélico? Las palabras de Jesús son muy claras: “si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa vais a tener? ¿No hacen eso mismo también los publicanos?”(Mt 5, 46). El mundo valora las relaciones con los otros en función del interés y el provecho propio, dando lugar a una visión egocéntrica de la existencia, en la que demasiado a menudo no queda lugar para los pobres y los débiles. Por el contrario, toda persona, incluso la menos dotada, ha de ser acogida y amada por sí misma, más allá de sus cualidades y defectos. Más aún, cuanto mayor es la dificultad en que se encuentra, más ha de ser objeto de nuestro amor concreto. Éste es el amor del que la Iglesia da testimonio a través de innumerables instituciones, haciéndose cargo de enfermos, marginados, pobres y oprimidos. De este modo, los cristianos se convierten en apóstoles de esperanza y constructores de la civilización del amor.

Es muy significativo que Jesús pronuncie las palabras: “Gratis lo recibisteis; dadlo gratis”, precisamente antes de enviar a los apóstoles a difundir el Evangelio de la salvación, el primero y principal don que Él ha dado a la humanidad. Él quiere que su Reino, ya cercano (cf. Mt 10, 5ss), se propague mediante gestos de amor gratuito por parte de sus discípulos. Así hicieron los apóstoles en el comienzo del cristianismo, y quienes los encontraban, los reconocían como portadores de un mensaje más grande de ellos mismos. Como entonces, también hoy el bien realizado por los creyentes se convierte en un signo y, con frecuencia, en una invitación a creer. También cuando el cristiano se hace cargo de las necesidades del prójimo, como en el caso del buen samaritano, nunca se trata de una ayuda meramente material. Es también anuncio del Reino, que comunica el pleno sentido de la vida, de la esperanza, del amor.

5. ¡Queridos Hermanos y Hermanas! Que sea éste el estilo con el que nos preparamos a vivir la Cuaresma: la generosidad efectiva hacia los hermanos más pobres. Abriéndoles el corazón, nos hacemos cada vez más conscientes de que nuestra entrega a los demás es una respuesta a los numerosos dones que Dios continúa haciéndonos. Gratis lo hemos recibido, ¡démoslo gratis!

¿Qué momento más oportuno que el tiempo de Cuaresma para dar este testimonio de gratuidad que tanto necesita el mundo? El mismo amor que Dios nos tiene lleva en sí mismo la llamada a darnos, por nuestra parte, gratuitamente a los otros. Doy las gracias a todos los que -laicos, religiosos, sacerdotes- dan este testimonio de caridad en cada rincón del mundo. Que sea así para cada cristiano, en cualquier situación en que se encuentre.

Que María, la Virgen y Madre del buen Amor y de la Esperanza, sea guía y sustento en este itinerario cuaresmal. Aseguro a todos, con afecto, mis oraciones, a la vez que les imparto complacido, especialmente a los que trabajan cotidianamente en las múltiples fronteras de la caridad, una especial Bendición Apostólica.

Vaticano, 4 de octubre de 2001, fiesta de San Francisco de Asís.

JOANNES PAULUS II

Extraído del Portal Católico www.encuentra.com

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Variantes del Ayuno Cuaresmal

¿Quieres ayunar en esta Cuaresma?

Ayuna de juzgar a otros. Y llénate del Cristo que vive a tu lado.

Ayuna de palabras hirientes. Y llénate de frases que purifican.

Ayuna de descontento. Y llénate de gratitud.

Ayuna de enojo. Y llénate de paciencia.

Ayuna de pesimismo. Y llénate de optimismo.

Ayuna de preocupaciones. Y llénate de confianza en Dios.

Ayuna de quejarte. Y llénate de apreciar lo que te rodea.

Ayuna de las presiones que no cesan. Y llénate de una oración que no cesa.

Ayuna de amargura. Y llénate de alegría.

Ayuna de desaliento. Y llénate de esperanza.

Ayuna de pensamientos de debilidad. Y llénate de las promesas que te hizo Dios.

Ese es el ayuno que Dios quiere.

Que Dios los bendiga.

 
 
Colaboración de Norberto Lanata  ( año 2.002 )
 

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Pecado y redención

I. La liturgia de estos días nos acerca poco a poco al misterio central de la Redención. El Señor vino a traer la luz al mundo, enviado por el Padre: vino a su casa y los suyos no le recibieron (Juan 1, 11)... Así hicieron con el Señor: lo sacaron fuera de la ciudad y lo crucificaron. Los pecados de los hombres han sido la causa de la muerte de Jesucristo. Todo pecado está relacionado íntima y misteriosamente con la Pasión de Jesús. Sólo reconoceremos la maldad del pecado si, con la ayuda de la gracia, sabemos relacionarlo con el misterio de la Redención. Sólo así podremos purificar de verdad el alma y crecer en contrición de nuestras faltas y pecados. La conversión que nos pide el Señor, particularmente en esta Cuaresma, debe partir de un rechazo firme de todo pecado y de toda circunstancia que nos ponga en peligro de ofender a Dios. Y así lo haremos, por la misericordia divina, con la ayuda de la gracia.
 
II. El esfuerzo de conversión personal que nos pide el Señor debemos ejercitarlo todos los días de nuestra vida, pero en determinada épocas y situaciones –como es la Cuaresma- recibimos especiales gracias que debemos aprovechar.
Para comprender mejor la malicia del pecado debemos contemplar lo que Jesucristo sufrió por los nuestros. El Señor nos ha llamado a la santidad, a amar con obras, y de la postura que se adopte ante el pecado venial deliberado depende el progreso de nuestra vida interior, pues los pecados veniales, cuando no se lucha por evitarlos o no hay contrición después de cometerlos, producen un gran daño en el alma, volviéndola insensible a las mociones del Espíritu Santo.
Debilitan la vida de la gracia, hacen más difícil el ejercicio de las virtudes, y disponen al pecado mortal. En la lucha decidida contra todo pecado demostraremos nuestro amor al Señor. Le pedimos a Nuestra Madre su ayuda.
 
III. Para afrontar decididamente la lucha contra el pecado venial es preciso reconocerlo como tal, como ofensa a Dios que retrasa la unión con Él. Es preciso llamarlo por su nombre. Debemos pedir al Espíritu Santo que nos ayude a reconocer con sinceridad nuestras faltas y pecados, a tener una conciencia delicada, que pide perdón y no justifica sus errores. Fomentemos un sincero arrepentimiento de nuestros pecados y luchemos por quitar toda rutina al acercarnos al sacramento de la Misericordia divina. La Virgen, refugio de los pecadores nos ayudará a tener una conciencia delicada para amar a su
Hijo y a todos los hombres, a ser sinceros en la Confesión y a arrepentirnos de nuestras pecados con prontitud.
 
 
Gracias por suscribirse a meditar de www.encuentra.com
Extraído del Portal Católico www.encuentra.com

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Sinceridad y veracidad

Sinceridad y veracidad
Cuaresma – jueves de la tercera semana
I. En el Evangelio de la Misa vemos a Jesús que cura a un endemoniado que era mudo (Lucas 11, 14; Mateo 9, 32-33). La enfermedad, un mal físico normalmente sin relación con el pecado, es un símbolo del estado en el que se encuentra el hombre pecador; espiritualmente es ciego, sordo paralítico...
Cuando en la oración personal no hablamos al Señor de nuestras miserias y no le suplicamos que las cure, o cuando no exponemos esas miserias nuestras en la dirección espiritual, cuando callamos porque la soberbia ha cerrado nuestros labios, la enfermedad se convierte prácticamente en incurable. El no hablar del daño que sufre el alma suele ir acompañado del no escuchar: el alma se vuelve sorda a los requerimientos de Dios, se rechazan los argumentos y las razones que podrían dar luz para retornar al buen camino. Al repetir hoy, en el Salmo responsorial de la Misa, Ojalá escuchéis hoy su voz: no endurezcáis vuestro corazón (Salmo 94), formulemos el propósito de no resistirnos a la gracia, siendo siempre muy sinceros.
II. Para vivir una vida auténticamente humana, hemos de amar mucho la verdad, que es, en cierto modo, algo sagrado que requiere ser tratado con amor y respeto. El Señor ama tanto esta virtud que declaró de Sí mismo: Yo soy la verdad (Juan 14, 6), mientras que el diablo es mentiroso y padre de la mentira (Juan 8, 44), todo lo que promete es falsedad. No podremos ser buenos cristianos si no hay sinceridad con nosotros mismos, con Dios y con los demás. A los hombres nos da miedo, a veces, la verdad porque es exigente y comprometida.
Existe la tentación de emplear el disimulo, la verdad a medias, la mentira misma, a cambiar el nombre a los hechos. Para ser sinceros, el primer medio que hemos de emplear es la oración: es segundo lugar, el examen de conciencia diario, breve, pero eficaz, para conocernos. Después, la dirección espiritual y la Confesión, abriendo de verdad el alma, diciendo toda la verdad. Si rechazamos el demonio mudo tendremos alegría y paz en el alma.
III. Quienes nos rodean han de sabernos personas veraces, que no mienten ni engañan jamás, leales y fieles: la infidelidad es siempre un engaño, mientras que la fidelidad es una virtud indispensable en la vida personal y social. Sobre ella descansan el matrimonio, los contratos, la actuación de los gobernantes.
El amor a la verdad nos llevará a rectificar, si nos hubiéramos equivocado; a no formarnos juicios precipitados; a buscar información objetiva, veraz y con criterio. Entonces se hará realidad la promesa de Jesús: La verdad os hará libres (Juan 8, 32).
Extraído de Meditar del Portal Católico www.encuentra.com

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Setenta veces siete

Setenta veces siete
Mt 18, 21-35
En aquel tiempo, Pedro se acercó a Jesús y le preguntó: “Si mi hermano me ofende, ¿cuántas veces tengo que perdonarlo? ¿Hasta siete veces?”
Jesús le contestó: “No sólo hasta siete, sino hasta setenta veces siete”.
Entonces Jesús les dijo: “El Reino de los cielos es semejante a un rey que quiso ajustar cuentas con sus servidores.  El primero que le presentaron le debía muchos millones.  Como no tenía con qué pagar, el señor mandó que lo vendieran a él, a su mujer, a sus hijos y todas sus posesiones, para saldar su deuda.
El servidor, arrojándose a sus pies, le suplicaba, diciendo: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagaré todo’.  El rey tuvo lástima de aquel servidor, lo soltó y hasta le perdonó la deuda.
Pero, apenas había salido aquel servidor, se encontró con uno de sus compañeros, que le debía poco dinero.  Entonces lo agarró por el cuello y casi lo estrangula, mientras le decía: ‘Págame lo que me debes’. El compañero se le arrodilló y le rogaba: ‘Ten paciencia conmigo y te lo pagará todo’.  Pero el otro no quiso escucharlo, sino que fue y lo metió en la cárcel hasta que le pagara la deuda.
Al ver lo ocurrido, sus compañeros se llenaron de indignación y fueron a contar al rey lo sucedido.  Entonces el señor lo llamó y le dijo: ‘Siervo malvado. Te perdoné toda aquella deuda porque me lo suplicaste.  ¿No debías tú también haber tenido compasión de tu compañero, como yo tuve compasión de ti?’  Y el señor, encolerizado, lo entregó a los verdugos para que no lo soltaran hasta que pagara lo que debía.
Pues lo mismo hará mi Padre celestial con ustedes, si cada cual no perdona de corazón a su hermano”
 
 
Quizás una de las cosas de las que más adolece el mundo hoy es la Misericordia.
Nos hemos vuelto duros, rígidos, muchas veces intolerantes e insensibles.
Es triste ver que algunos cristianos, que debían de estar llenos del amor misericordioso de Dios, continúan actuando como este hombre de la parábola.
Esperan solo el momento del error del hermano para echárselo en cara.  Quizás podríamos escudarnos en que buscamos su bien, que lo estamos educando, que es la única manera de que aprendan… sin embargo esta no fue la pedagogía de Jesús, y no es la manera como nos trata el Padre.
Jesús nos dijo: Sean perfectos como el Padre Celestial es perfecto.  Y ¿cuántos de nosotros lo somos?  Y por no serlo, ¿Jesús nos desprecia o nos humilla?  Ciertamente no.  Respeta nuestro proceso, nos alimenta con amor y de esta manera nos permite experimentar su misericordia.
Aprendamos a ver hacia nosotros mismos.  Así descubriremos toda nuestra miseria.  Esta es la base para tratar a los demás con dulzura y compasión, pues si siendo lo que soy, Dios me trata con amor, con cuanta más razón no lo haré yo con mis hermanos.
Que Dios llene tu corazón con alegría y con paz durante todo tu día.
 
Ernesto María, Sac.
 
Extraído del Portal Católico www.encuentra.com
 

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Exhortación al amor

Exhortación al amor
Carta de San Pablo a los Colosenses 3, 12-17
Como elegidos de Dios, sus santos y amados, revístanse de sentimientos de profunda compasión. Practiquen la benevolencia, la humildad, la dulzura y la paciencia. Sopórtense los unos a los otros, y perdónense mutuamente siempre que alguien tenga motivo de queja contra otro. El Señor los ha perdonado : hagan ustedes lo mismo.
Sobre todo, revístanse del amor, que es el vínculo de la perfección. Que la paz de Cristo reine en sus corazones : esa paz a la que han sido llamados, porque formamos un solo Cuerpo. Y vivan en la acción de gracias.
Que la Palabra de Cristo resida en ustedes con toda su riqueza. Instrúyanse en la verdadera sabiduría, corrigiéndose los unos a los otros. Canten a Dios con gratitud y de todo corazón salmos, himnos y cantos inspirados. Todo lo que puedan decir o realizar, háganlo siempre en nombre del Señor Jesús, dando gracias por él a Dios Padre.
 

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