Virtudes de convivencia

I. El Evangelio de la Misa de hoy (14 de Noviembre ) (Lucas 17, 11-19) muestra la decepción de Jesús ante unos leprosos curados, que no volvieron para dar las gracias. La gratitud es señal de nobleza y constituye un lazo fuerte en la convivencia con los demás, pues son innumerables los beneficios que recibimos y también los que proporcionamos a otros. Jesús no fue indiferente a las muestras de educación y de convivencia normales que expresan la calidad y la finura interior de las personas. Jesús, con su vida y su predicación, reveló el aprecio por la amistad, la afabilidad, la templanza, el amor a la verdad, la comprensión, la lealtad, la laboriosidad, la sencillez. Tan importantes considera las virtudes humanas, que llegará a decir: si no entendéis las cosas de la tierra, ¿cómo entenderéis las celestiales? (Juan 3, 12) Cristo, perfecto Dios y Hombre perfecto, nos da ejemplo de esas cualidades que debe vivir todo hombre: bene omnia fecit (Marcos 7, 37), ¡todo lo hizo bien!. Lo mismo se ha de poder afirmar de cada uno de nosotros, que queremos seguirle en medio del mundo.

II. Las virtudes humanas hacen más grata y fácil la vida cotidiana: familia, trabajo, tráfico… ; disponen el alma para estar más cerca de Dios y vivir las virtudes sobrenaturales. El cristiano sabe convertir los múltiples detalles de estos hábitos humanos en otros tantos actos de la virtud de la caridad, al hacerlos también por amor a Dios. La caridad transforma estas virtudes en hábitos firmes, con un horizonte más elevado. La gratitud, recuerdo afectuoso de un beneficio recibido; en muchas ocasiones sólo podremos decir gracias, o una expresión parecida que comunica ese sentimiento del alma. También la amistad que hacen posible el desinterés, la comprensión, la colaboración, el optimismo, la lealtad. El respeto, que es delicadeza, valorar a otro, es imprescindible para convivir. Hagamos hoy un examen sobre cómo estamos viviendo estas virtudes humanas por amor a Dios.

III. Muchas otras virtudes son necesarias para la convivencia: la afabilidad, la benignidad, la indulgencia ante los pequeños defectos, la educación y urbanidad en palabras y modales, la simpatía, la cordialidad, el elogio oportuno que está lejos de la adulación, la alegría, el optimismo. El saludo de María llenó de alegría el corazón de su anciana prima Isabel. Podríamos empezar por el saludo amable con quienes nos encontramos. El Señor espera que hagamos un apostolado eficaz, que comuniquemos a los demás el don más grande que tenemos: la amistad con Él.

Extraído de “meditar” del Portal Católico www.encuentra.com ( 2001 )

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Publicado por

Javier Serrano

Arquitecto, Productor de Seguros y Agente Inmobiliario apasionado por los deportes y Cronista, Camarógrafo y Fotógrafo Amateur

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