La esperanza debe reemplazar al miedo

El verano está en puerta. Un “verano porteño” con un espíritu más tanguero que nunca, melancólico y descorazonado. Astor Piazzola lo presintió en su alma cuando compuso esa pieza. Él ya no está, pero nos queda ese sabor a tristeza que hoy, si uno mira a las personas en la calle, lo advierte en la expresión de sus rostros. Hay una mezcla de sentimientos. Rabia, cansancio, apatía. Parecería que el futuro hubiera cerrado sus puertas para los argentinos, y el presente es una incertidumbre incesante. La vida hoy en esta ciudad está teñida de un miedo larval a casi todo. Estamos inseguros en la calle, en nuestros trabajos, en nuestras casas   ( cuando el trabajo y la casa existen ). Y de ahí el miedo.
¿Hay algo peor que el miedo? El miedo paraliza, enfurece, enferma. Como en ese viejo relato que dice que un hombre se encontró con la Muerte y le preguntó adónde iba. “A Bagdad –le contestó-, a matar cinco mil personas.” Pasaron los días y las semanas y el mismo hombre se volvió a encontrar con la Muerte. “Sos una mentirosa. Me dijiste que ibas a matar cinco mil personas y mataste cincuenta mil” le espetó. “No –le respondió la muerte- yo maté cinco mil; las otras murieron de susto.” Así escribe el miedo su historia. Y es muy útil pensarlo para poder evitar ese poder multiplicador, esa devastación interior que el miedo genera y propaga. Se me hace que la única manera de salir del miedo es confiando, aunque todo resulte adverso. Tener esperanza. La esperanza es una de las virtudes teologales a través de la cual uno espera que Dios le otorgue los bienes que necesita. La esperanza está unida a la sorpresa, al don, a la recompensa, como cuando recibimos un regalo muy ansiado.
Las cosas en nuestro país no andan bien, vaya novedad, pero recuerdo que mis padres en Europa pasaron por dos guerras. Y que, como tantos otros, se rehicieron, al igual que sus destruidas comarcas. Hubo una reconstrucción total, por dentro y por fuera. ¿Cómo? Con esfuerzo y con esperanza. La esperanza – según el dicho popular – es lo último que se pierde. Según escribió Borges en una de sus milongas “la esperanza nunca es vana”. Hasta el mendigo puede alimentarla. Quizá éste sea un gran momento para empezar a confiar. No de una manera ingenua, sino conscientes de que cambiando nuestra óptica cambiamos la realidad. Nuestros pensamientos son muy poderosos, lo pueden transformar todo. Confiemos en que algo bueno va a sucedernos, confiemos en nuestra propia inteligencia y sabiduría, en nuestra posibilidad de construir un país mejor porque lo deseamos profundamente y estamos dispuestos a recuperarlo.
Una psicóloga amiga dice que cuando uno va al cine puede elegir la película que quiere ver. En una sala dan una de terror, en otra una romántica, en la tercera, una de guerra. Optamos por una de ellas. Elegimos aquello que queremos experimentar. Las luces o las sombras. Y en la vida sería igual. Entonces, aún en las situaciones más difíciles, ¿qué pasa si en vez de la queja, la tristeza o la bronca, elegimos la esperanza? ¿No será más beneficioso? ¿No será más estimulante? ¿No será mejor?
Por Alina Diaconú  -  escritora
Extraído de “La Columna” del diario Publimetro del 9-11-01

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Publicado por

Javier Serrano

Arquitecto, Productor de Seguros y Agente Inmobiliario apasionado por los deportes y Cronista, Camarógrafo y Fotógrafo Amateur

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