Dame, Señor, un hijo…
Que tenga la fortaleza de reconocer cuando ha flaqueado;
el valor de enfrentarse consigo mismo cuando sienta miedo.
Un hijo que lleve alta la frente en la honrada adversidad de la derrota,
y que sea modesto y gentil en la victoria.
Un hijo que nunca doble la espalda cuando debe erguir el pecho;
que no se contente con sólo desear en vez de realizar.
Un hijo que te conozca a Tí y se conozca a sí mismo
y sepa que en conocerse a sí mismo se encuentra el fundamento de todo saber.
No lo guíes, Señor, por el camino cómodo y fácil, sino por el sendero áspero, espinoso y difícil donde las dificultades son acicate y reto para vencerlas. Allí…déjalo que aprenda a hacer frente a las tempestades,
a sostenerse firme y seguro en medio de ellas.
Dame, Señor, un hijo capaz de compadecerse de los que flaquean y fracasan.
De sano corazón y altos ideales; capaz de dominarse él mismo
antes de pretender dominar a los demás.
Un hijo que aprenda a reír…pero que también sepa llorar.
Un hijo que avance hacia el futuro sin desentenderse jamás de lo pasado.
Y después de haberle concedido todo eso, imploro de ti, Dios mío, le concedas…
Suficiente sentido de buen humor para proceder con seriedad
sin tomarse a sí mismo demasiado en serio.
Humildad y sencillez, compañeros de la verdadera grandeza.
Una mente abierta e imparcial, propia de los verdaderamente sabios.
Y la mansedumbre de los verdaderamente fuertes.
Porque entonces, Señor, Yo, el padre de tal hijo me atreveré a susurrar
en lo más profundo de mi corazón…
«No he vivido en vano».
General Douglas Mac Arthur
Colaboración de Cristina Minolli
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