Secuencia sobre el Espíritu Santo

Ven Espíritu Santo, y envía desde el cielo un rayo de tu luz.

Ven Padre de los pobres, ven a darnos tus dones, ven a darnos tu luz.

Consolador lleno de bondad, dulce huésped del alma, suave alivio de los hombres.

Tú eres descanso en el trabajo, templanza de las pasiones, alegría en nuestro llanto.

Penetra con tu santo luz en lo más íntimo del corazón de tus fieles.

Sin tu ayuda divina no hay nada en el hombre, nada que sea inocente.

Lava nuestras manchas, riega nuestra aridez, sana nuestras heridas.

Suaviza nuestra dureza, elimina con tu calor nuestra frialdad, corrige nuestros desvíos.

Concede a tus fieles que confían en ti, tus siete dones sagrados.

Premia nuestra virtud, salva nuestras almas, danos la eterna alegría.

Extraído del Boletín El Domingo, de hoy Domingo 12 de Junio 201

Ser buen ciudadano

“Ante todo, te recomiendo que se hagan peticiones. Oraciones, súplicas y acciones de gracias por todos los hombres, por los soberanos y por todas las autoridades, para que podamos disfrutar de paz y tranquilidad, y llevar una vida piadosa y digna”.  ( 1 Tim. 2, 1-2 ).
 
Todos somos ciudadanos : gobernados y gobernantes. A todos nos corresponde construir una sociedad “mejor”. El Evangelio, y la Biblia en general, no contienen un “programa” de acción política, cultural o económica. Pero sí proponen valores y actitudes absolutamente eficaces para construir una sociedad “mejor”.
El Evangelio es siempre un desafío al corazón del hombre. Respondiéndole con decisión y generosidad, todos hallaremos fuerzas para construir una sociedad que merezca ser llamada “humana”.
 
Decálogo del buen ciudadano
1.- Que crea que la búsqueda del bien común es posible y se embarque en ella.
2.- Que esta búsqueda la realiza primordialmente, por el cumplimiento de los propios deberes sociales, en particular por el ejercicio leal del trabajo ( manual, intelectual, profesional, artístico ) realizado como servicio a la comunidad.
3.- Que en esta búsqueda atiende preferentemente a los más débiles.
4.- Que en el fiel cumplimiento de los propios deberes sociales estriba la justicia para reivindicar los propios derechos.
5.- Que la defensa de los derechos personales, sobre todo en el campo económico (ganancias, dietas, honorarios, sueldos...) debe compatibilizarla con la satisfacción de las necesidades elementales de todos los ciudadanos en el marco de la situación económica de la República.
6.- Que renuncia a la especulación para enriquecerse con ella, y busca en el diálogo político sincero, las coincidencias fundamentales para edificar una patria de hermanos.
7.- Que sabe que esta meta es alcanzable, en buena medida, por las leyes justas, la mayor moralidad social y la participación más activa de todos los ciudadanos en la cosa pública.
8.- Que sabe, a la vez, que este ideal nunca es alcanzable en la tierra, pero permanece como meta a la cual tender sin desfallecer.
9.- Que por lo mismo, para la consecución de dicho ideal, renuncia a la violencia de cualquier signo y forma, de derecha, de izquierda, física, espiritual, o como sea
10.- Que defiende tenazmente el cuerpo jurídico de la democracia y robustece el alma democrática con la participación activa en la consecución del bien común, sobre todo, mediante un altísimo nivel moral en todo lo concerniente a la vida social.
 
Mons. Carmelo Giaquinta en Caritas es Compartir,  Septiembre - Octubre 1992
Extraído de un artículo de Arnaldo en el periódico El Domingo

Colaboración de Nelda Lloyd ( año 2.002 )

Creo que el texto es adecuado para aplicarlo en este momento político y económico de la Argentina, donde reina la incertidumbre, la angustia, la ira, la desazón y la desesperanza. No sólo los malos gobernantes y dirigentes políticos son responsables de lo que nos ocurre. Miremos en nuestro interior, para que podamos darnos cuenta que clase de ciudadanos somos, y comprometernos a mejorar un poco cada día.

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Me encantaría recibir alguna reflexión, texto u oración que quieras compartir.

El camino de la desilusión

Los discípulos iban caminando a Emaús. Sentían una gran decepción por el final de Jesús, que había muerto crucificado. Y con esa cruz, habían quedado crucificados también sus ideales, sus esperanzas de algo nuevo, su futuro. Y estaban volviendo a la rutina de todos los días…

Jesús se hizo compañero de viaje. No se presentó de ninguna manera extraordinaria. Simple caminante, que conversaba y compartía. Tan compañero que, llegada la tarde, los discípulos no querían que los dejara solos. Y lo invitaron a quedarse con ellos.

Se sentaron a la mesa para seguir compartiendo las cosas simples de la vida, como son las noticias de lo que pasa, la comida y la bebida. Fue entonces, en los gestos de ese compañero desconocido, que descubrieron al Señor resucitado. Y todo cambió en un instante, tanto que retomaron fuerza para desandar los diez kilómetros hasta Jerusalén para contárselo a los demás. Todo se aclaró, las escrituras, la cruz, el sepulcro vacío, las profecías…La vida recobraba sentido y moría la decepción que había nacido en sus corazones.

No nos faltarán momentos de decepción en nuestra vida cristiana, en nuestra comunidad, en nuestros ideales. Así como los discípulos de Emaús no podían aceptar el escándalo de la cruz, a nosotros nos puede costar aceptar la cruz de cada día. Pero él, el peregrino de Emaús, nos acompaña en nuestras decepciones, fracasos y frustraciones.

No estamos solos, arde nuestro corazón, porque él camina con nosotros y quiere compartir con nosotros el pan, si es que lo invitamos a quedarse en nuestra casa.

P. Aderico Dolzani, SSP.

 
Extraído de el periódico “El Domingo” del Domingo 14 de abril de 2002

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Escuchando la Pasión

No hay dudas de que la lectura de la pasión y muerte de Jesús es una experiencia intensa. A condición de que hagamos silencio en nuestro interior y dejemos que el relato trabaje en nuestra alma...
Puede ser que nos recuerde nuestras resistencias a Dios, nuestros caprichos humanos, cuando no seguimos el camino que él nos enseñó y, recordando nuestros pecados, pedimos perdón.
Puede movernos a orar, a contemplar, a adorar su pasión, y vernos al mismo tiempo tan frágiles y apurados por huir del sacrificio, que nos exige el amor a él y al prójimo.
Puede provocar en nuestro interior el rechazo a ciertos personajes de la pasión; nos identificamos con el Señor, y rechazamos a sus enemigos, hasta que nos damos cuenta de que en la pasión no hay enemigos. Y que es siempre tan delgada la línea que divide amigos de enemigos, la divisoria del amor y de la traición, que se la infringe en instantes, como Pedro y sus compañeros...
Puede llevarnos a ver a la Madre del Señor, sumida en el dolor, pero no quebrada, sino como una mujer fuerte, que en ese momento adoptó como hijos a los que quedaban solos, y hoy es madre nuestra...
Puede ser que nos lleve a ser sus hijos y a recibirla en nuestra casa. Puede ser que nos conmueva el momento en que el Señor muere. Y se haga silencio en nosotros, y ya nada perturbe esa calma de muerte.
Tantos sentimientos puede despertar la lectura de la pasión de un Viernes Santo. Pero si ellos no nos cambian el alma, transcurrirán como un momento de emoción.
Que la escucha de su pasión y muerte nos transforme en otros Cristos que, caminando por este mundo, continúan redimiendo y liberándolo para que no se repitan más los sufrimientos del Viernes Santo. Ese día el Señor habrá triunfado.
P. Aderico Dolzani,  SSP
Extraído de la página El Domingo repartida el Viernes Santo del año 2002

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