Las señales

I. Jesús nace en una cueva, oculto a los ojos de los hombres que lo esperan, y unos pastores de alma sencilla serán sus primeros adoradores. La sencillez de aquellos hombres les permitirá ver al Niño que les han anunciado.
También nosotros lo hemos encontrado y es lo más extraordinario de nuestra pobre existencia. Sin el Señor nada valdría nuestra vida. Se nos da a conocer con señales claras. No necesitamos más pruebas para verle. Dios da siempre señales para descubrirle. Pero hacen falta buenas disposiciones interiores para ver al Señor que pasa a nuestro lado. Sin humildad y pureza de corazón es imposible reconocerle, aunque esté muy cerca. Nuestra propia historia personal está llena de señales para que no equivoquemos el camino. Nosotros podemos decir, como se le dijo Andrés a su hermano Simón: ¡Hemos encontrado al Mesías!

II. Tener visión sobrenatural es ver las cosas como Dios las ve, aprender a interpretar y juzgar los acontecimientos desde el ángulo de la fe. Sólo así entenderemos nuestra vida y el mundo en el que estamos. El Señor nos da suficiente luz para seguir el camino: si somos humildes no tendremos que pedir nuevas señales. Lo que pasa es que a veces nos sobra pereza o nos falta correspondencia a la gracia. El Señor ha de encontrarnos con esa disposición humilde y llena de autenticidad, que excluye los prejuicios y permite escuchar al Señor, porque a veces Su voluntad contraría nuestros proyectos o nuestros caprichos.

III. No hay otro a quien esperar. Jesucristo está en nosotros y nos llama.
Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in saecula (Hebreos 13, 8). “ ¡Cuánto me gusta recordarlo! : Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios). Nosotros queremos ver al Señor, tratarle, amarle y servirle.
¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!, nos anima su Vicario (JUAN PABLO II, En Montmartre). Debemos desear una nueva conversión para contemplarle en esta próxima Navidad. La Virgen nos ayudará a prepararnos para recibirle, y su fortaleza ayudará nuestra debilidad, y nos hará comprobar que para Dios nada es imposible.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( 2.004 )
Extraído de Meditar, del Portal Católica El que busca, encuentra www.encuentra.com

Adviento, tiempo de esperanza

I. La mejor manera para prepararnos para la Navidad es vivir el Adviento junto a la Virgen. Nuestra vida también es un adviento y hemos de vivirla junto a Nuestra Señora si lo que queremos es encontrar a Cristo en esta vida y después en la eternidad. Ella fomenta en el alma la alegría, porque su trato nos lleva a su Hijo. Ella es maestra de esperanza, y su esperanza contrasta con nuestra impaciencia. No cae en desaliento quien padece dificultades y dolor, sino el que no aspira a la santidad y a la vida eterna, y el que desespera de alcanzarlas. El desaliento proviene del aburguesamiento, la tibieza y el apegamiento a los bienes de la tierra; por miedo al esfuerzo que comporta la lucha ascética y el renunciar a apegamientos y desórdenes de los sentidos. El desaliento también puede provenir de los aparentes fracasos en nuestra lucha interior y en el apostolado. Basta que recordemos que quien hace las cosas por amor a Dios y para su Gloria no fracasa nunca.

II. La esperanza se manifiesta a lo largo del Antiguo Testamento como una de las características más esenciales del verdadero pueblo de Dios. Todos los ojos están puestos en la lejanía de los tiempos, por donde un día llegará el Mesías.
Faltan pocos días para que veamos al Niño Jesús. Cristo proclama, desde su Nacimiento hasta la Ascensión a los cielos, un mensaje de esperanza.
Nosotros esperamos confiadamente que un día nos conceda la eterna bienaventuranza y, ya ahora, el perdón de los pecados y su gracia, y los medios necesarios para alcanzar ese fin. Vamos a luchar durante estos días de Adviento y durante toda nuestra vida, contra el desaliento y el estar preocupados excesivamente por los bienes materiales. La esperanza lleva al abandono en Dios, a recomenzar muchas veces, a ser constantes en el apostolado, pacientes de la adversidad y a tener una visión más sobrenatural de la vida y de sus acontecimientos.

III. Nuestra esperanza en el Señor ha de ser más grande cuanto menores sean los medios o mayores las dificultades. Jesús no llega nunca tarde. Sólo se precisa una fe mayor. Junto al Sagrario escuchamos la voz de Jesús que nos dice: No temas, ten sólo fe. La devoción a la Virgen es la mayor garantía para alcanzar la fe y la felicidad eterna a la que hemos sido destinados.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( 2.004 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

El abrazo de oso

Este cuento se refiere a un hombre joven cuyo hijo había nacido recientemente y era la primera vez que sentía la experiencia de ser papá. A este personaje lo llamaremos Alberto y en su corazón reinaba la alegría y los sentimientos de amor que brotaban a raudales dentro de su ser.

Un buen día le dieron ganas de entrar en contacto con la naturaleza, pues a partir del nacimiento de su bebé todo lo veía hermoso y aun el ruido de una hoja al caer le sonaba a notas musicales.

Así fue que decidió ir a un bosque; quería oír el canto de los pájaros y disfrutar toda la belleza. Caminaba plácidamente respirando la humedad que hay en estos lugares, cuando de repente vio posada en una rama a un águila, el cual desde el primer instante lo sorprendió por la belleza de su plumaje.

El águila también había tenido la alegría de recibir a sus polluelos y tenía como objetivo llegar hasta el río más cercano, capturar un pez y llevarlo a su nido como alimento; pues significaba una responsabilidad muy grande criar y formar a sus aguiluchos, era enfrentar los retos que la vida ofrece al cumplir con la misión encomendada; era su único objetivo.

El águila al notar la presencia de Alberto lo miró fijamente y le preguntó:
«¿A dónde te diriges buen hombre?, veo en tus ojos la alegría»; por lo que Alberto le contestó: «Es que ha nacido mi hijo y he venido al bosque a disfrutar, pero me siento un poco confundido «.

El águila insistió: Oye, ¿y qué piensas hacer con tu hijo?, Alberto le contestó: «Ah, pues ahora y desde ahora, siempre lo voy a proteger, le daré de comer y jamás permitiré que pase frío. Yo me encargaré de que tenga todo lo que necesite, y día tras día yo seré quien lo cubra de las inclemencias del tiempo; lo defenderé de los enemigos que pueda tener y nunca dejaré que pase situaciones difíciles».

«No permitiré que mi hijo pase necesidades como yo las pasé, nunca dejaré que eso suceda, porque para eso estoy aquí, para que él nunca se esfuerce por nada», y para finalizar agregó: «Yo como su padre, seré fuerte como un oso, y con la potencia de mis brazos lo rodearé, lo abrazaré y nunca dejaré que nada ni nadie lo perturbe».

El águila no salía de su asombro, atónita lo escuchaba y no daba crédito a lo que había oído. Entonces, respirando muy hondo y sacudiendo su enorme plumaje, lo miró fijamente y dijo: Escúchame bien buen hombre. Cuando recibí el mandato de la naturaleza para empollar a mis hijos, también recibí el mandato de construir mi nido, un nido confortable, seguro, a buen resguardo de los depredadores, pero también le he puesto ramas con muchas espinas ¿y sabes por qué?, porque aún cuando estas espinas están cubiertas por plumas, algún día, cuando mis polluelos hayan emplumado y sean fuertes para volar, haré desaparecer todo este confort, y ellos ya no podrán habitar sobre las espinas, eso les obligará a construir su propio nido.

Todo el valle será para ellos, siempre y cuando realicen su propio esfuerzo y aspiración para conquistarlo, con todo y sus montañas, sus ríos llenos de peces y praderas llenas de conejos. Si yo los abrazara como un oso, reprimiría sus aspiraciones y deseos de ser ellos mismos, destruiría irremisiblemente su individualidad y haría de ellos individuos indolentes, sin ánimo de luchar, ni alegría de vivir. Tarde que temprano lloraría mi error, pues ver a mis aguiluchos convertidos en ridículos representantes de su especie. Me llenaría de remordimiento y gran vergüenza, pues tendría que cosechar la impertinencia de mis actos, viendo a mi descendencia imposibilitada para tener sus propios triunfos, fracasos y errores, porque yo quise resolver todos sus problemas.

» Yo, amigo mío», dijo el águila, «podría jurarte que después de Dios he de amar a mis hijos por sobre todas las cosas, pero también he de prometer que nunca seré su cómplice en la superficialidad de su inmadurez, he de entender su juventud, pero no participaré de sus excesos, me he de esmerar en conocer sus cualidades, pero también sus defectos y nunca permitiré que abusen de mí en aras de este amor que les profeso».

El águila calló y Alberto no supo qué decir, pues seguía confundido, y mientras entraba en una profunda reflexión, el ave con gran majestuosidad levantó el vuelo y se perdió en el horizonte.

Alberto empezó a caminar mientras miraba fijamente el follaje seco disperso en el suelo, sólo pensaba en lo equivocado que estaba y el terrible error que iba a cometer al darle a su hijo el abrazo del oso.

Alberto, reconfortado, siguió caminando, solo pensaba en llegar a casa, con amor abrazar a su bebé, pensando que abrazarlo sólo sería por segundos, ya que el pequeño empezaba a tener la necesidad de su propia libertad para mover piernas y brazos, sin que ningún oso protector se lo impidiera. A partir de ese día Alberto empezó a prepararse para ser el mejor de los padres.

Envió: Violeta Castañeda ( 2.005 )

Extraído de Valores, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Con todo el corazón

I. Amar a Dios no es simplemente importante para el hombre: Es lo único que importa absolutamente, aquello para lo que fue creado y, por tanto, su quehacer fundamental aquí en la tierra y, luego su único quehacer eterno en el Cielo; aquello en lo que alcanza su felicidad y su plenitud. Sin esto, la vida del hombre queda vacía.

Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley? Le pregunta a Cristo un fariseo en el Evangelio de la Misa (Mateo 22, 34-40).

Jesús le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento.
Cristo, Dios hecho hombre que viene a salvarnos, nos ama con amor único y personal, “es un amante celoso” que pide todo nuestro querer. Espera que le demos todo lo que tenemos de acuerdo a la vocación a la que nos llamó un día y nos sigue llamando diariamente en medio de nuestros quehaceres y a través de las circunstancias.

II. Santo Tomás nos enseña que el principio del amor es doble, pues se puede amar tanto con el sentimiento como por lo que nos dice la razón. Con el sentimiento, cuando el hombre no sabe vivir sin aquello que ama. Por el dictado de la razón, cuando ama lo que el entendimiento le dice. Y nosotros debemos amar a Dios de ambos modos: también con nuestro corazón humano, con el afecto con que queremos a las criaturas de la tierra, (SANTO TOMÁS, Comentario al Evangelio de San Mateo) con el único corazón que tenemos. El corazón, la afectividad, es parte integrante de nuestro ser.
Humano y sobrenatural es el amor que contemplamos en Jesús cuando leemos el Evangelio: lleno de calor, de vibración y de ternura. Dios nos hizo con cuerpo y alma, y con nuestro ser entero –corazón, mente, fuerzas- nos dice Jesús que debemos amarle.

III. Es necesario cultivar el amor, protegerlo, alimentarlo. Evitando el amaneramiento, debemos practicar las manifestaciones afectivas de piedad –sin reducir el amor a estas manifestaciones- poner el corazón al besar el crucifijo o al mirar una imagen de Nuestra Señora…, y no querer ir a Dios sólo “a fuerza de brazos”, que a la larga fatiga y empobrece el trato con Cristo. Sin embargo, el amor a Dios –como todo amor verdadero- no es sólo sentimiento; no es sensiblería, ni sentimentalismo vacío, pues ha de conducir a múltiples manifestaciones operativas, debe dirigir todos los aspectos de la vida del hombre. “Obras son amores y no buenas razones”.
Seguiré diciéndote muchas veces que te amo -¡cuántas te lo he repetido hoy!-; pero, con tu gracia, será sobre todo mi conducta, serán las pequeñeces de cada día –con elocuencia muda- las que clamen a Ti, mostrándote mi Amor” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

La viña del Señor

I. En la vida de las personas se dan momentos particulares en los que Dios concede especiales gracias para encontrarle, y nos exige el abandono del pecado y la conversión del corazón. En la lectura de la Misa (Is 55, 6-9) nos dice: Mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes más altos que vuestros planes.
¡Tantas veces nos quedamos cortos ante las maravillas que Dios nos tiene preparadas! ¡En tantos momentos nuestros planteamientos nos quedan pequeños! En el Evangelio de hoy (Mateo 20, 1-16), el Señor quiere que consideremos cómo esos planes redentores están íntimamente relacionados con el trabajo de su viña, cualesquiera que sean la edad y las circunstancias en que Dios se nos ha acercado y nos ha llamado para que le sigamos.

Nosotros, llamados a la viña del Señor a distintas horas de nuestra vida, sólo tenemos motivos de agradecimiento. La llamada en sí misma ya es un honor. Para todos el jornal se debe a la misericordia divina, y es siempre inmenso y desproporcionado por lo que aquí hayamos trabajado por el Señor.

II. Entre los males que aquejan a la humanidad, hay uno que sobresale por encima de todos: son pocas las personas que de verdad, con intimidad y trato personal, conocen a Cristo; muchos morirán sin saber apenas que Cristo vive y que trae la salvación a todos. En buena parte dependerá de nuestro empeño el que muchos lo busquen y lo encuentren. ¿Podremos permanecer indiferentes ante tantos que no conocen a Cristo? En el campo del Señor hay lugar y trabajo para todos. Nadie que pase junto a nosotros en la vida deberá de decir que no se sintió alentado por nuestro ejemplo y por nuestra palabra a amar más a Cristo.
Ninguno de nuestros familiares o amigos debería decir al final de su vida que nadie se ocupó de ellos.

III. El Papa Juan Pablo II, comentando esta parábola (Christifideles laici), nos invitaba a mirar este mundo con sus inquietudes y esperanzas, dificultades y problemas: “Es ésta la viña, y es éste el campo en que los fieles laicos están llamados a vivir su misión. Jesús les quiere, como a todos los discípulos, sal de la tierra y luz del mundo (Mateo 5, 13-14)”.

No son gratas al Señor las quejas estériles, que suponen falta de fe, ni siquiera un sentido negativo y pesimista de lo que nos rodea, sean cuales sean las circunstancias en las que se desarrolle nuestra vida.

Trabajemos en la viña del Señor sin falsas excusas, sin añoranzas, sin agrandar las dificultades, sin esperar oportunidades mejores. El Dueño de la viña y su Madre Santísima nos ayudarán si somos piadosos.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Dichosos

Dichosos los que saben reírse de sí mismos, porque no terminarán nunca de divertirse.

Dichosos los que saben descansar y dormir sin buscarse excusas: llegarán a ser sabios.

Dichosos los que saben escuchar y callar: aprenderán cosas nuevas.

Dichosos los que son suficientemente inteligentes como para no tomarse en serio: serán apreciados por sus vecinos.

Dichosos los que están atentos a las exigencias de los demás, sin sentirse indispensables: serán dispensadores de alegría.

Dichosos ustedes cuando sepan mirar seriamente a las cosas pequeñas y tranquilamente a las cosas importantes: llegarán lejos en la vida.

Dichosos ustedes cuando sepan apreciar una sonrisa y olvidar un desaire: vuestro camino estará lleno de sol.

Dichosos ustedes cuando sepan interpretar con benevolencia las actitudes de los demás, aún contra las apariencias: serán tomados por ingenuos, pero éste es el precio de la caridad.

Dichosos los que piensan antes de actuar y rezan antes de pensar: evitarán muchas necedades.

Dichosos ustedes sobre todo cuando sepan reconocer al Señor en todos los que encuentran: habrán encontrado la verdadera luz y la verdadera sabiduría.

“Amigos lectores, traten de memorizarlas, pero sobre todo vivenciarlas, pues son un auténtico secreto de felicidad. En efecto los ayudará a «no enfermarse de importancia», como dice una radio porteña; a «no tomarse demasiado en serio», en palabras de Juan XXIII; y, en cambio, a tomar en serio su vida, su misión, el mundo…entonces podrán reírse de sí mismos, buenamente y ¡ser dichosos!»

Envió: Vivian Collazos

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La entrevista

Una famosa periodista había entrevistado a los personajes más famosos del mundo, artistas , políticos, escritores, gobernantes, inventores e ingenieros.
Le apasionaba la vida de aquellos que más habían influido en su comunidad o naciones y su pregunta más categórica era aquella que enfrentaba a estos personajes con sus propias obras.

Un día de camino a su oficina le dijo a su redactor que siempre había soñado con entrevistar al mismo Dios y hacerle la gran pregunta de su vida, la cual estaría relacionada con su obra máxima: el hombre; de repente , se vio envuelta por una gran luz en medio de un torbellino:

– Para, me dijo, así que quieres entrevistarme?
– Bueno, le contesté , si es que tienes tiempo.

Se sonrió por entre la barba y dijo:

– Mi tiempo se llama eternidad y alcanza para todo. Qué pregunta quieres hacerme?
– Ninguna nueva ni difícil, para ti: que comentario te merece el hombre a quien creaste a tu imagen y semejanza? Un poco entristecido, Dios me respondió :

  • Que se aburre de ser niño por la prisa de crecer, y luego suspira por volver a ser niño.
  • Que primero pierde la salud para tener dinero y enseguida pierde el dinero para recuperar la salud.
  • Que se pasa toda la vida acumulado bienes que jamás disfrutará y sus hijos derrocharán.
  • Que por pensar ansiosamente en el futuro, descuida su hora actual, y ni vive el presente ni el futuro.
  • Que se pasa toda la vida tratando de ser feliz y se olvida que la felicidad no es otra cosa que la capacidad de disfrutar lo que se tiene.
  • Que se priva de disfrutar de sus hijos por el afán de progresar y cuando ya lo logra, descubre que perdió irremediablemente a sus hijos.
  • Que se pasa toda la vida acumulando conocimientos y títulos, olvidándose que lo único importante es el amor.
  • Que se pasa la vida buscando triunfos externos cuando ha fracasado en el hogar.
  • Que se pasa la vida buscando la aprobación de los demás, cuando ni siquiera él mismo se aprueba.
  • Que se pasa la vida buscando el golpe de suerte, ignorando que ésta es producto de sus decisiones.
  • Que se pasa la vida cambiando a los amigos, sin comprender que son los amigos los que cambian.
  • Que se pasa la vida acumulando dinero que compra todo, menos la felicidad.
  • Que se pasa la vida acumulando rencores contra sus ofensores y lo único que obtiene es perjudicarse a sí mismo.
  • Que vive como si no fuera a morirse y, sin embargo, se muere como si no hubiera vivido.
  • Que creé al hombre para que sea feliz, pero él escogió la infelicidad.

Por primera vez ví llorar a Dios……………………

Envió: Jesus Chavez S. Quesería, Colima, Mexico. ( 2005 )
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Fábula china

Se cuenta que allá para el año 250 A.C., en la China antigua, un príncipe de la región norte del país estaba por ser coronado emperador, pero de acuerdo con la ley, él debía casarse. Sabiendo esto, él decidió hacer una competencia entre las muchachas de la corte para ver quién sería digna de su propuesta.
Al día siguiente, el príncipe anunció que recibiría en una celebración especial a todas las pretendientes y lanzaría un desafío. Una anciana que servía en el palacio hacía muchos años, escuchó los comentarios sobre los preparativos. Sintió una leve tristeza porque sabía que su joven hija tenía un sentimiento profundo de amor por el príncipe.

Al llegar a la casa y contar los hechos a la joven, se asombró al saber que ella quería ir a la celebración. Sin poder creerlo le preguntó: «¿Hija mía, que vas a hacer allá? Todas las muchachas más bellas y ricas de la corte estarán allí. Sácate esa idea insensata de la cabeza. Sé que debes estar sufriendo, pero no hagas que el sufrimiento se vuelva locura» Y la hija respondió: «No, querida madre, no estoy sufriendo y tampoco estoy loca. Yo sé que jamás seré escogida, pero es mi oportunidad de estar por lo menos por algunos momentos cerca del príncipe. Esto me hará feliz»

Por la noche la joven llegó al palacio. Allí estaban todas las muchachas más bellas, con las más bellas ropas, con las más bellas joyas y con las más determinadas intenciones. Entonces, finalmente, el príncipe anunció el desafío: «Daré a cada una de ustedes una semilla. Aquella que me traiga la flor más bella dentro de seis meses será escogida por mí, esposa y futura emperatriz de China». La propuesta del príncipe seguía las tradiciones de aquel pueblo, que valoraba mucho la especialidad de cultivar algo, sean: costumbres, amistades, relaciones, etc.

El tiempo pasó y la dulce joven, como no tenía mucha habilidad en las artes de la jardinería, cuidaba con mucha paciencia y ternura de su semilla, pues sabía que si la belleza de la flor surgía como su amor, no tendría que preocuparse con el resultado. Pasaron tres meses y nada brotó. La joven intentó todos los métodos que conocía pero nada había nacido. Día tras día veía más lejos su sueño, pero su amor era más profundo. Por fin, pasaron los seis meses y nada había brotado. Consciente de su esfuerzo y dedicación la muchacha le comunicó a su madre que sin importar las circunstancias ella regresaría al palacio en la fecha y hora acordadas sólo para estar cerca del príncipe por unos momentos.

En la hora señalada estaba allí, con su vaso vacío. Todas las otras pretendientes tenían una flor, cada una más bella que la otra, de las más variadas formas y colores. Ella estaba admirada. Nunca había visto una escena tan bella. Finalmente, llegó el momento esperado y el príncipe observó a cada una de las pretendientes con mucho cuidado y atención.

Después de pasar por todas, una a una, anunció su resultado. Aquella bella joven con su vaso vacío sería su futura esposa. Todos los presentes tuvieron las más inesperadas reacciones. Nadie entendía por qué él había escogido justamente a aquella que no había cultivado nada. Entonces, con calma el príncipe explicó: «Ella fue la única que cultivó la flor que la hizo digna de convertirse en emperatriz: la flor de la honestidad. Todas las semillas que entregué eran estériles»
Maravilloso relato, ¿no? En tiempos donde lo importante parecen ser los resultados, los logros, lo visible, cultivar el valor de la honestidad parece un valor perdido… Somos capaces de inventar los más variados argumentos para excusarnos, por no decir «me equivoqué, tienes razón, no sé acerca de esto».

Opinamos sobre todo, juzgamos a todos… la «viveza» se ha convertido en un valor, encubriendo la mentira, el engaño, la falta de honestidad para con nosotros mismos… La verdad, la sinceridad, la humildad… no son virtudes exacerbadas en los cartoons para niños, ni en las publicidades para adultos.

Hemos confundido el significado de la palabra ÉXITO.

Si he terminado mi día siendo leal a mí mismo, sin traicionar mis creencias y mis sentimientos, sin dejar de ser quien soy para quedar bien u obtener resultados… ese ha sido un día de éxito. Puedes hacer de este, un día exitoso… de ti depende.

Envió: Victoria de la Cruz (España)
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Lo que no tiene solución

El ser humano vive en constante búsqueda, su interior es insaciable, siempre está añorando aquello que no tiene, indagando salidas y soluciones, dependiendo de ello su felicidad y aún sus reacciones… Es más fácil pensar en lo que no tenemos o nos hace falta, así sea poco; centramos la atención en los vacíos y carencias, convirtiéndolos en indispensables para sentirnos realizados, dejando todo lo demás que poseemos a un lado…

Muchas veces en esa búsqueda angustiosa, dejamos ir lo valioso que ya teníamos, porque se nos va la vida buscando quizás una solución donde no la hay, queriendo encontrar algo que tal vez no está; esperando lo que posiblemente nunca vendrá…y nos echamos a morir estando vivos, se nos van los mejores años y nos perdemos de mil cosas por no valorar y cuidar lo precioso que poseíamos, tan solo porque fijamos toda nuestra atención en aquello que carecíamos…

Es bueno tener sueños y luchar por ellos; pero no podemos desgastarnos y olvidarnos de lo que poseemos, hay que aprender a ser feliz con lo grande y lo pequeño…

Si las cosas tienen solución, no hay porque angustiarse y perder la paz; trabajemos con ahínco por poderlo arreglar… Pero si aquello no tiene otra salida o no se puede solucionar; tampoco hemos de echar todo por la borda y renunciar a nuestra felicidad; hay todavía mucho por hacer y por soñar…construyamos nuevas ilusiones, busquemos nuestra realización personal…

Hay que aprender a aceptar que tenemos limitaciones y no convertirlas en bloqueos mentales y frustraciones; todos los seres en el mundo tienen cosas que pueden y no pueden hacer o tener, Dios a todos sus hijos les ha colmado de muchas bendiciones; hay simplemente que reconocerlas y cultivarlas; para así no vivir alimentando vacíos, traumas, amarguras y decepciones…

Hay muchas cosas que quizás añoramos y no podemos tener, un amor prohibido, un hijo que no ha nacido, algo de dinero o posición, algún objeto, un trabajo, no pensemos que se nos ha negado, simplemente hay que entender y aceptar que así suele suceder aunque no lo comprendamos y al saberlo nos hagamos daño…
Si eso que nos hace falta, nos impide ser felices … pensemos en todo lo grande y bello que poseemos y en lo que sentiríamos si de repente por centrar la atención en las carencias y limitaciones, lo perdemos… Hay muchos que desearían tener una mínima parte de lo que tenemos; valorémoslo y disfrutémoslo, demos gracias a Dios, superémoslo, ¡Claro que podemos!… Sigamos viviendo y gozando, no dejemos de soñar, quizás cuando menos lo pensemos eso que anhelamos tanto nos llegará…

Si las cosas tienen solución no nos angustiemos, en paz busquémosla… y si no tienen, ¿por qué nos hemos de inquietar?… la vida sigue, hay que continuar…

Envió: Kary Rojas

Aliviar las cargas de los demás

I. Venid A Mí todos los fatigados y agobiados –dice Jesús a los hombres de todos los tiempos-, y Yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mateo 11, 28-30).
Junto a Cristo se vuelven amables todas las fatigas, todo lo que podría ser más costoso en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Él llevó nuestros dolores y nuestras cargas más pesadas. El Evangelio es una continua muestra de su preocupación por todos: “en todas partes ha dado ejemplo de Su misericordia”, escribe San Gregorio Magno. Aun en el momento de Su muerte se preocupa por los que lo rodean. Y allí se entrega por amor. Nosotros debemos imitar al Señor: no sólo no echando preocupaciones innecesarias sobre los demás, sino ayudando a sobrellevar las que tienen. Al mismo tiempo, podemos pensar en esos aspectos en los que de algún modo, a veces sin querer, hacemos más pesada la vida de los demás con nuestros caprichos, juicios precipitados, críticas negativas o falta de consideración.

II. Cuanto más intensa es la caridad, en mayor estima se tiene al prójimo y, en consecuencia, crece la solicitud ante sus necesidades y penas. No sólo vemos a quien sufre o pasa apuros, sino también a Cristo, que se ha identificado con todos los hombres: en verdad os digo, cuando hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí lo hicisteis (Mateo 25, 40). Cristo se hace presente en nosotros en la caridad. Él actúa constantemente en el mundo a través de los miembros de su Cuerpo Místico. La caridad es la realización del reino de Dios en el mundo. Para ser fieles discípulos del Señor hemos de pedir incesantemente que nos dé un corazón semejante al suyo, capaz de compadecerse de tantos males como arrastra la humanidad, principalmente el mal del pecado, que es, sobre todos los males, el que más fuertemente agobia y deforma al hombre. Por esta razón, el apostolado de la Confesión es la mayor obra de misericordia, pues damos la posibilidad a Dios de verter su perdón generosísimo sobre quien se había alejado de la casa paterna.

III. Si alguna vez nos encontramos nosotros con un peso que nos resulta demasiado duro para nuestras fuerzas, no dejemos de oír las palabras del Señor: Venid a Mí. Sólo él restaura las fuerzas, sólo Él calma la sed. El trato asiduo con Nuestra Señora nos enseña a compadecernos de las necesidades del prójimo, y nos facilitará el camino hacia Cristo cuando tengamos necesidad de descargar en Él nuestras necesidades.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

La Arañita

Cierto hombre que era perseguido para ser encarcelado por una acusación equivocada, corría en busca de un sitio donde esconderse.
Para no ser encontrado, subió a una montaña y encontró una cueva donde refugiarse, mientras sus perseguidores no le perdían la pista.

Se introdujo a la cueva, logrando esconderse en un rincón de ésta, dobló sus rodillas y clamó ayuda al Señor orando así: Señor envía un ángel para que acampe frente de mí y me proteja de los que me persiguen, envíalo Señor, envía un ángel.

Al poco tiempo de estar orando, una pequeña arañita bajo y empezó a tejer alrededor de la entrada de la cueva. Tejía muy afanada….y el hombre exclamó: Señor, te he pedido que me protejas con un ángel tuyo, por qué esta araña? Señor, por qué?….

Mientras se quejaba de la arañita, los hombres que lo perseguían llegaban al lugar y decían: Debe estar por aquí, es el único lugar donde pudo haberse escondido ¡vamos, entremos y apresémosle!…mientras su compañero le respondió: ¿Cómo crees que podría estar en este lugar? Mira las telarañas que hay a su alrededor, nadie ha entrado acá desde hace tiempo . Mejor regresemos, lo hemos perdido.

Muchas veces esperamos ver cosas grandes de la mano de Dios y no tomamos importancia a las cosas más pequeñitas e insignificantes como esta arañita.

Dios sabe lo que necesitamos, no exijamos la forma de como queremos la respuesta del Señor. No ates sus manos, déjalo actuar libremente y de la forma y en el tiempo de Él.

Envió: Mary Larín Orellana (Madrid, España) ( 2.005 )

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Dignidad de la persona

I. El Concilio Vaticano II subraya el valor de la persona por encima del desarrollo económico y social (Gaudium et Spes). Después de Dios, el hombre es lo primero. La Humanidad Santísima de Cristo arroja una luz que ilumina nuestro ser y nuestra vida, pues sólo en Cristo conocemos verdaderamente el valor inconmensurable de un hombre. No podemos definir al hombre a partir de las realidades inferiores creadas, y menos por su producción laboral, por el resultado material de su esfuerzo. La grandeza de la persona humana se deriva de la realidad espiritual del alma, de la filiación divina, de su destino eterno recibido por Dios. Su dignidad le es otorgada en el momento de su concepción, y fundamenta el derecho a la inviolabilidad de la vida y la veneración a la maternidad. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y lo elevó al orden de la gracia. Además el hombre adquirió un valor nuevo cuando el Hijo de Dios, mediante su Encarnación, asumiera nuestra naturaleza y diera su vida por todos los hombres. Por esta razón nos interesan todas las almas porque no hay ninguna que quede fuera del amor de Cristo.

II. La dignidad de la criatura humana –imagen de Dios- es el criterio adecuado para juzgar los verdaderos progresos de la sociedad, y no al revés (JUAN PABLO II, En el Madison Square Garden). Su dignidad se expresa en todo su quehacer personal y social, especialmente en el trabajo, en donde se realiza y cumple el mandato de su Creador, ut operatur, para que trabajara (Génesis 2, 15), y así le diera gloria. La dignidad del trabajo viene expresada en un salario justo, base de toda justicia social: incluso en el caso de un contrato libre.
Otra “consecuencia lógica es que todos tenemos el deber de hacer bien nuestro trabajo… No podemos rehuir nuestro deber, ni conformarnos con trabajar medianamente” (JUAN PABLO II, Discurso). La pereza y el trabajo mal hecho también atentan contra la justicia social.

III. Es largo el camino hasta llegar a una sociedad justa en la que la dignidad de la persona, hija de Dios, sea plenamente reconocida y respetada. Pero ese cometido es nuestro, de los cristianos, junto a todos los hombres de buena voluntad. Porque “no se ama la justicia, si no se ama verla cumplida con relación a los demás” (J ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa). También hemos de reconocer esa dignidad de la persona en las relaciones normales de la vida, considerando a quien tratamos –por encima de sus posibles defectos- como hijos de Dios, evitando hasta la más pequeña murmuración y lo que pueda dañarles. Será fácil si recordamos que Cristo se inmoló en el Calvario por cada uno de los hombres.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( 2005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Aumentar nuestra fe

I. La nueva era del Mesías es anunciada por los Profetas llena de alegrías y prodigios. Una sola cosa pedirá el Redentor: fe. Sin esta virtud el reino de Dios no llega a nosotros. Más tarde, los Apóstoles se manifiestan al Señor con toda sencillez. Conocen su fe insuficiente en muchos casos ante lo que ven y oyen, y un día le piden a Jesús: ¡Auméntanos la fe! También nosotros nos encontramos como los Apóstoles; nos falta fe ante la carencia de medios, ante las dificultades en el apostolado, ante los acontecimientos, que nos cuesta interpretar desde un punto de vista sobrenatural. Pero si vivimos con la mirada puesta en Dios no hemos de temer nada: “la fe, si es fuerte, defiende toda la casa” (SAN AMBROSIO, Comentario sobre el Salmo 18). Imitemos a los Apóstoles y con ánimo humilde pidamos al Señor: ¡Auméntanos la fe! Con esta confianza aguardamos la Navidad.

II. La fe es el tesoro más grande que tenemos, y, por eso, hemos de poner todos los medios para conservarla y acrecentarla. También es lógico que la defendamos de todo aquello que le pueda hacer daño: lecturas (especialmente en épocas en que los errores están más difundidos), espectáculos que ensucian el corazón, provocaciones de la sociedad de consumo, programas de televisión que puedan dañar este tesoro que hemos recibido. Reconocer al Señor delante de los hombres es ser testigos vivos de su vida y de su palabra. Nosotros queremos cumplir nuestras tareas cotidianas según la doctrina de Jesucristo, y debemos estar dispuestos a que se transparente nuestra fe en todas nuestras obligaciones familiares, profesionales y sociales. ¿Se nos reconoce como personas cuya conducta es coherente con su fe? ¿Nos falta audacia para hablar de Dios? ¿Nos sobran los respetos humanos? Una consecuencia de la fe firme es la seguridad y el optimismo de que las cosas saldrán adelante. El poder de Dios está con nosotros y disipa todo posible temor. Él nos da la gracia para cumplir nuestra vocación.

III. En todo tiempo hemos de fijarnos en Nuestra Señora, que vivió toda su existencia movida por la fe, pero especialmente en este tiempo de Adviento. Confianza y serenidad de la Virgen ante el descubrimiento de su vocación, en el silencio que ha de mantener ante San José, en los momentos difíciles que preceden al Nacimiento de Jesús. Fe de María en el Calvario. Ella nos pide que vivamos con una confianza inquebrantable en Jesús. Pidamos ahora su ayuda.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal,
Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Ahorrando Vida

Nos acostumbramos a vivir en departamentos y a no tener otra vista que no sea las ventanas de alrededor; y porque no se tiene vista, luego nos acostumbramos a no mirar para afuera; y porque no miramos para afuera, luego nos acostumbramos a no abrir del todo las cortinas; y porque no abrimos del todo las cortinas, luego nos acostumbramos a encender más temprano la luz. Y a medida que nos acostumbramos, olvidamos el sol, olvidamos el aire, olvidamos la amplitud…

Nos acostumbramos a despertar sobresaltados porque se nos hizo tarde; a tomarnos el café corriendo porque estamos atrasados; a leer el diario en el autobús porque no podemos perder tiempo; a comer un sándwich porque no da tiempo para almorzar; a salir del trabajo ya de noche; a dormir en el autobús porque estamos cansados; a cenar rápido y dormir pesados sin haber vivido el día.

Nos acostumbramos a pensar que las personas cercanas a nosotros estarán siempre ahí y a creer que están bien, sin preocuparnos por averiguarlo; a esperar el día entero y finalmente oír en el teléfono: «Es que hoy no puedo ir… /A ver cuándo nos vemos… /La semana que viene nos reunimos….». A sonreír a las personas sin recibir una sonrisa de vuelta. A ser ignorados cuando precisábamos tanto ser vistos. Si el cine está lleno nos acostumbramos y nos conformamos con sentarnos en la primera fila aunque tengamos que torcer un poco el cuello. Si el trabajo está complicado, nos consolamos pensando en el fin de semana; Y si el fin de semana no hay mucho que hacer, o andamos cortos de dinero, nos vamos a dormir temprano y listo, porque siempre tenemos sueño atrasado.

Nos acostumbramos a ahorrar vida… Que, de a poco, igual se gasta y que una vez gastada, por estar acostumbrados ¡NOS PERDIMOS DE VIVIR… ¡
Dice el dicho: «La muerte está tan segura de su victoria, que nos da toda una vida de ventaja».

El tiempo no se puede atrapar, mucho menos almacenar; nuestra existencia transcurre a gran velocidad, pero mientras tengamos vida, tenemos la oportunidad de cambiar nuestros hábitos, de tener una mejor calidad de existencia, de aprovechar y disfrutar cada respiro, cada latido de nuestro corazón.

No trasformemos nuestra vida en una rutina inútil que nos haga infelices.
Dios pone a nuestra disposición todos los elementos para ser seres felices, satisfechos y agradecidos por ese gran don (que es la vida), que con tanto amor nos ha sido otorgado.

La vida no hay que ahorrarla… ¡hay que vivirla plenamente…!

Envió: Margarita Farfán (México)

Extraído de Valores del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Mamá

«Me dicen que me vas a enviar mañana a la Tierra; pero, ¿cómo viviré tan pequeño e indefenso como soy?»

«Entre muchos ángeles escogí uno para ti, que te está esperando: él te cuidará»

«Pero, dime, aquí en el cielo no hago más que cantar y sonreír, y eso basta para ser feliz»

«Tu ángel te cantará, te sonreirá todos los días, y tú sentirás su amor y serás feliz»

«¿Y cómo entender lo que la gente me hable?, si no conozco el extraño idioma que hablan los hombres»

«Tu ángel te dirá las palabras más dulces, y más tiernas que puedas escuchar, y con mucha paciencia y cariño te enseñará a hablar».

«Y ¿qué haré cuando quiera hablar contigo»

«Tu ángel te juntará las manitos y te enseñará a orar»

«He oído que en la tierra hay hombres malos, ¿quién me defenderá?

«Tu ángel te defenderá, aún a costa de su propia vida»

«Pero estaré siempre triste porque no te veré más, Señor»

«Tú ángel te hablará de Mí, y te enseñará el camino para que regreses a mi presencia, aunque Yo siempre estaré a tu lado»

En ese instante, una gran paz reinaba en el cielo, pero ya se oían voces terrestres, y el niño presuroso murmuró suavemente: «Dios mío, si ya me voy, dime su nombre.¿Cómo se llama mi ángel?

«Su nombre no importa, tú le dirás MAMÁ».

¡¡¡FELIZ DIA!!!

Colaboración de Clementina Uncal ( año 2.001 )

Con María, camino del Calvario

Es sábado en la mañana… llueve, los niños duermen aún, es temprano, tengo un momento para mí… mientras pongo la pava al fuego para tomar unos mates, siento que me miras detrás de tu imagen….. Te invito a mi mesa, sencilla, humilde mesa argentina, desayuno de mates con pan y manteca… y tú vienes, como siempre… Y te sientas junto a mí, toda una reina, toda una mamá…

– María, amiga mía del alma, hoy necesito conversar contigo sobre este tiempo tan especial, difícil y aleccionador de la vida de tu Hijo como fue, es y será por siempre la Semana Santa…. quisiera saber…

– No, amiga, no, “saber” quizás no sea la palabra, debes… debes sentirlo y comprenderlo en tu corazón, puedes conocer el relato de los hechos de memoria, y al mismo tiempo, no comprenderlos, y si no los comprendes no te ayudan en la salvación de tu alma, y si no te ayudan en esto, pues, de nada te sirven….

– Ayúdame, Señora, a comprender el significado de la Pasión de Cristo, desde el fondo del alma… ¿Por donde empiezo?

– Por tu propia vida – ¿Mi vida, dices?, no comprendo amiga… – Mira tu historia

– Y comenzamos a transitar juntas por los caminos de mi propia existencia, bueno, la verdad es que me hubiese gustado llevar conmigo unos cuantos metros de tela y tijeras, para cortarlos y tapar las escenas de las que me avergüenzo… pero era tarde,

-¿recuerdas cuántas veces entraste triunfante a Jerusalén?

– Sí- y recordé las veces en las que la vida me sonreía, en la que tenía muchos amigos, en las que recibí aplausos y todo parecía estar perfecto- Sí amiga, muchas veces sentí que la vida cortaba ramas de olivo y los ponía a mis pies…

– Y tú te creías importante por ello-la voz de María se puso muy triste, apenas si podía yo soportar su mirada, no estaba enojada, ¡estaba triste!-¿Verdad Susana?

¿Te sentiste importante solo porque el mundo te sonreía? ¿No pudiste reconocer que era temporal, que con la misma rapidez con que te sonreía, te olvidaría, pues ya habría logrado su objetivo, que era hacer brillar tu orgullo, palidecer tu humildad, entristecer a mi Hijo?

Comencé a llorar, era demasiado, y recién comenzábamos… nunca pensé tener esta conversación contigo, Maria, pero tanto te amo que no me importa cuánto me reprendas, te sigo, María, te sigo…

– Bien, Susana querida, vamos ahora a la noche del jueves, a la noche de la cena… ¿tuviste oportunidad en tu vida de lavar los pies de tus amigos?

– Sí- y mi voz era apenas un susurro

– Pero… ¿No las aprovechaste todas, verdad? ¡Claro! ¿Cómo tú ibas a rebajarte a lavarles los pies? ¿Como tú, con todo lo que crees saber, con todo lo que crees ser, ibas a rebajarte? Amiga, cada vez que no lo hiciste, no sólo perdiste una oportunidad de doblegar tu orgullo, de ejercer la humildad, sino que es como si dijeses que Cristo sí podía, pero ¡Tu no!, porque ¡Claro! mí hijo es una persona de la Santísima Trinidad y, como todo lo puede, resulta que también todo lo es fácil, pero…¿has olvidado que se hizo hombre para ser igual a ti?¿Sabes que igual significa eso: igual?¿Crees que él no tenía conciencia de quien era?¿No tenia Jesús un millón de veces mas derecho que tú a no arrodillarse ante los demás y lavar sus pies?… amiga mía querida, de ahora en adelante, aprovecha cada oportunidad que tengas de lavar los pies, recuerda que Jesús lavó también los de Judas… recuerda eso cuando tu orgullo y vanidad se alcen a los gritos mientras tú tomas jabón y toalla…

– María, querida madre mía, me comprometo aquí y ahora a poner todo de mi para no desaprovechar esas oportunidades, tú… tú sólo pídele a tu Hijo amado que me dé luz suficiente como para reconocerlas…

– La tendrás amiga, todos la tienen, si la piden… todos… Pasemos ahora a la escena de Judas… ¿Cuantas veces has besado hipócritamente a quienes no considerabas tus amigos? ¿Cuantas veces has sonreído, siniestramente, mientas sabías que estabas traicionando? ¿Acaso no retumbaron en tus oídos, al besar con falsía, las palabras de mi Hijo “Judas, con un beso traicionas al Hijo del Hombre…”?

Amiga mía, no te digo esto porque esté enojada contigo, de ninguna manera, no te digo esto porque te ame poco, no, si te amara poco, pues poco me importaría de ti, y te dejaría a la deriva o, lo que es peor aún, te dejaría a merced de ti misma.

– María querida, es cierto todo lo que dices, pues ves mi alma en toda su dimensión y conoces que, muchas veces, mi conducta ha lastimado el corazón de tu Hijo…

¿Qué decir? ¿ Que argumentar que me justifique? Nada, pues, con sólo mirar tus ojos entristecidos se desarman todos mis argumentos ¡pensar que me aferré tanto a ellos y ahora no pueden sostenerme, ahora veo que, en realidad, sus raíces se alimentaban de mi orgullo y vanidad, sus raíces eran débiles…!

– ¡Bien, hija bien! Estas comprendiendo… ¿te das cuenta? Ese es el mensaje, comprenderlo desde tu propia vida…

– María, temo seguir… temo seguir…

– Pues debes hacerlo, es duro, difícil, sobre todo llegar al tiempo de la muerte de Jesús, pero debes aferrarte a su resurrección, es la única manera… – Sigamos entonces…

– ¿Recuerdas el anuncio de las negaciones de Pedro?, Jesús sabía lo que iba a pasar en el alma de su amigo, sabía también que debía suceder, para que Pedro aprendiese hasta que punto podía caer y desde donde podía levantarse… ¿Cuántas veces Jesús te anunció que tú también le negarías, quizás no con las palabras, pero sí con tu conducta?

– Demasiadas, Señora, demasiadas…

– Bien… acompañemos ahora al Salvador la oración en el Huerto… está triste y solo, le pide a sus amigos que le esperen despierto, es sólo un momento, mas ellos se duermen… ¿Cuántas veces te encontró a ti dormida, amiga? ¿Cuántas veces dejaste para mas tarde , para mas adelante, el replanteo serio de ciertas actitudes solo dictadas por tu orgullo y vanidad, y Jesús te encontró en medio de ellas?… Mientras él estaba orando y necesitaba de ti, tú dormías ¡Mas

tarde te despertarías, mas adelante, ya tendrías tiempo…! Nunca sabes cuando Jesús vendrá por ti ¿Por qué dejas el cuidado de tu alma para más adelante? ¿Porque te duermes en el mullido colchón que te ofrece el mundo?

– Señora, ¡Cuánto tiempo he perdido!…

– Ya vienen por Jesús, ya vienen por él… Judas le besa, un amigo saca su espada y mi Hijo le detiene… deben cumplirse las Escrituras, Él podría solicitar al Padre doce legiones de ángeles… pero calla, Él podría eliminarlos a todos sólo con una mirada, pero no lo hace… Jesús obedece la Voluntad del Padre, sabiendo que le pide el mayor de los sacrificios, su propia vida… pues el alma de Jesús era un solo grito: “¡Hágase tu voluntad, Padre!..” ¿Cuantas veces no aceptaste la Voluntad de Dios en tu propia vida y terminaste lastimada? Hija mía del alma, la voluntad de Dios es siempre el mejor y mas seguro de los caminos, aunque tu no lo comprendas prontamente…

– Lo sé, y ahora veo con claridad de que he tenido más caminos a mi alcance de los que yo misma tengo conciencia…

– Jesús está ante Pilatos, quien está admirado por su silencio ante las acusaciones de los demás… ¿Te han acusado injustamente muchas veces? ¿En cuantas de ellas callaste y dejaste que Dios te defendiese? ¿No sabes, acaso, que no encontraras en todo el universo mejor abogado que él? ¿No comprendes que tu propia defensa siempre será pobre, que tu propia venganza dejara tu alma mas lastimada que satisfecha? ¿No has comprendido que la justicia final siempre está en manos de Dios? …¿Cuántas veces, cuando el dolor llamaba a tu puerta, cuando las pruebas o la traición te lastimaban, armaste un escándalo?¿Cuantas veces pudiste callar, para compartir aunque fuera un instante el dolor de Cristo, y poner tu dolor en manos del Padre para que él colocase rosas en tus espinas, y así fuese crecimiento para tu alma? Pero pudo mas tu orgullo “¡A mí no me van a hacer esto! ¡Ya verán quien soy yo! ¿Que se cree ésa para decirme tal o cual cosa?”… y mil frases como ésta te anulaban la oportunidad de reaccionar como Cristo… ¿comprendes?

– Quisiera, Señora, borrar todos los pecados de mi vida si pudiera, Señora, si pudiera volver a nacer y hacer todo otra vez, pero hacerlo bien…

– Puedes hija, puedes, recuerda las Escrituras, recuerda la canción que te enseñaron esas religiosas que tanto amas “Hay que nacer del agua y del Espíritu de Dios, hay que nacer del Amor…” puedes nacer de nuevo… Debes nacer de nuevo…, pues Cristo borra tus pecados con su Preciosísima Sangre, si tu los confiesas en el sacramento de la Reconciliación… ¡puedes hacerlo amiga! ¿Que estas esperando?…Sigamos con Jesús y su dolor, las espinas marcan su cabeza, que tantas veces acaricié…el látigo lastima su espalda sobre la que cargará

la salvación del mundo… El camino del Calvario comienza… Pero se le siguen agregando espinas, pobre hijo… ¿Sabes cuales? Las que nacen de los pecados de los que, debiendo recordarle a cada instante, le olvidan, porque… ¡y bueno!, porque dicen, a veces, que la religión es una cosa y esta situación otra, o que no podemos meter a Jesús en todo… ¡Cuan equivocados están! Jesús “es” todo, y las circunstancias de la vida son solo disfraces del pecado para tentar a cada uno donde mas débil es…

– Hoy quiero nacer de nuevo, hoy quiero nacer de nuevo, Señora, por Jesús.

– La cruz ya pesa sobre sus espaldas, carga sobre sí los pecados del mundo ¡que pesada le resulta!… Cae, bajo el peso de la cruz y un dolor que le ciega… se levanta ¿Cuántas veces, amiga, te tiró abajo el peso de tu cruz y allí te quedaste?, gimiendo, llorando y lamentándote de que Dios te había olvidado… por ello, perdiste de tomar su mano, que la extendía desde la Eternidad para sostenerte… ¡Ay, mi buena amiga!.. Si hubiese bastado con que levantaras los

ojos, en lugar de mirar solamente el lugar de tu caída… Era tan simple… es tan simple…

Sigamos… la cruz deja huellas en la arena, una línea que se mezcla con las huellas de sus pies y la sangre Preciosísima….Simón de Cirene le ayuda…¿Cuántas veces tuviste la oportunidad de ser Simón de Cirene para tu hermano, para un Cristo cansado y agobiado que se escondía tras el desesperado rostro de tu hermano…? Recuerda, amiga, que hay oportunidades que pasan ante ti una sola vez, que el hermano a quien no ayudaste pasó, siguió su camino, ya no tendrás oportunidad de ayudarlo, quizás a otro, pero a ése… a ése ya no….Simón de Cirene, amiga, recuérdalo cada vez que tu hermano te mire en silencio, cada vez que el dolor le nuble el alma, no hace falta que se arrodille ante ti, ni que inicie un expediente para solicitar tu ayuda, ni que espere a que tu “tengas tiempo”, ni siquiera que juzgues si “merece o no” tu ayuda, sólo carga su cruz unos metros, solo unos metros, veras que, cuando él siga su camino, tu propia cruz será mas liviana….

– Simón de Cirene- y recordé que demasiadas veces mi hermano me miró con desesperación, pero no llenaba los “requisitos” exigidos por mi orgullo y vanidad para prestarle ayuda…siento, a esta altura, un gran dolor por mis pecados, un gran dolor…

– Hija querida, mi alma también esta llena de dolor al recordar estos momentos, mas dolor del que puedo soportar…

– Calla, entonces, Señora…

– No, amiga, mi misión es conducirte a mi Hijo… seguiremos, si mi dolor te da luz, entonces tiene sentido… Mira, le han clavado en la cruz, estoy a su lado…habla… habla, amiga…

– ¿Qué dice Jesús, Señora? ¿Que dice?

– Él dice… dice… tu nombre… tu nombre y el de todos… los nombra, uno a uno, como si nombrarlos le diera la fuerza que necesita para llegar al final… luego, luego llama a Juan y a mí… “Hijo, ahí tienes a tu madre”… el resto es solo un susurro… ”Todos, todos, todos”… Él te nombró, amiga, los nombró a todos, eso los hace hermanos… hermanos… Creo que aquí las palabras están de más, recuerda desde el fondo de tu alma este momento sublime cada vez que dudes, cada vez que el orgullo te llene de todos los argumentos que tu vanidad esté dispuesta a aceptar…

Te miré, tus ojos estaban llenos de lágrimas, tenías ojeras, eras ahora la Dolorosa, la Dolorosa… hubiera querido abrazarte, pero…no soy digna… tú lo notas, te me adelantas, me abrazas tú, lloramos juntas largo rato, yo, por mis pecados, tú… tú por mí, por todos…

– Mira… allí pasa la Magdalena, mira su rostro, ¡está radiante!, mira la Magdalena ¿Has visto rostro mas feliz?…

– ¿Qué sucede, Señora?

– ¡¡¡ HA RESUCITADO!!!, por ti, por la humanidad, por los que elijan el amor y la paz como camino….- Y corrió hacia Él, que la esperaba con los brazos abiertos tras unos arbustos… y se abrazaron largo, fuerte, fuerte, sin que nadie los viera…juntos…juntos… juntos… por toda la eternidad….

Amigo que lees estas líneas, no puedo seguir escribiendo, estoy llorando… las palabras sobran ¿verdad?

Autor: María Susana Ratero ( 2.005 )

NOTA DE LA AUTORA:

«Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de «Cerrar los ojos y verla» o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna.»

Extraído de Valores, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

No hay respuestas

Hay momentos en la vida que no tienen respuesta ni explicación; sucesos, acontecimientos, experiencias vividas, tantas cosas que no sabemos por qué suceden o por qué las debemos vivir…

Muchas veces nos quedamos estancados buscando las respuestas y no avanzamos, porque nos da miedo continuar en medio de la incertidumbre que nos produce el no entender y no aceptar esas cosas que nos han de pasar…

Amores que llegan y se van sin avisar, heridas, vacíos, enfermedades, caídas, pérdidas, caminos que se abren, puertas que se cierran, circunstancias que afrontar, decisiones que tomar… todo ello invade nuestra mente, llenándola de preguntas inciertas que no encuentran respuestas, nos llenan de angustia, atentan contra nuestra fe, se convierten en la piedra en el zapato que no nos deja seguir.

Muchas de estas preguntas se convierten en cadenas que nos han de esclavizar, nos aferramos a ellas, y aunque quizás respondamos algunas, formulamos otras, porque nos hace falta buscar excusas que nos torturen y nos hagan dudar, fabricando temores que nos arrebatan la paz.

Hay quienes discuten con Dios por la suerte que les ha de tocar, le culpan de todo, le pierden la Fe, se alejan de El, tan solo porque no entienden lo que es vivir y creen que hemos sido creados para sufrir…

No busquemos respuestas que quizás no llegarán, hay cosas que suceden porque así deben ser, aunque no entendamos el porque y sintamos que no tenemos las suficientes fuerzas de asumirlas y continuar.

No hay mas opciones que vivir, seguir, creer, no perder la esperanza de que vendrán tiempos mejores que compensarán las luchas que hemos asumido valientemente, sin renegar por todo, sin rendirnos, sin renunciar…

Alguna vez leí o escuché: Si las cosas tienen solución por qué me preocupo, si se pueden arreglar… y si no la tienen, por qué he de angustiarme, sino hay más nada que hacer ni otra opción que tomar, que seguir, avanzar …

Por eso, más que buscar respuestas, démoslas nosotros mismos con nuestro vivir y actuar, que quien nos encuentre en el camino descubra en nosotros que hay un Dios de amor que existe y que se manifiesta en lo más sencillo y pequeño, aún en todo aquello que no entendemos y que a veces nos hace dudar…

No hay más respuesta que la fe que nos da fuerzas y nos llena de paz…

Autor: Kary Rojas (Colombia) ( 2.005 )

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La elegancia

Una persona elegante no se reconoce por su desprecio a los demás. Por el contrario, se reconoce por su caridad heroica, su trato considerado para con pobres y ricos, sin mudar de ardor por conveniencias o gustos. Se muestra atenta y solícita con un enfermo y con un sano, cueste el sacrificio que signifique tal trato.

Reconocemos a una persona elegante por su forma y modo de elogiar, de estimular, de promover las cosas buenas, bellas y verdaderas. La elegancia es proactiva y estimuladora.

La elegancia elogia cuando podría criticar, escucha cuando podría hablar, cuando calla pudiendo decir habladurías o aumentar rumores. Desecha un mal pensamiento y abriga lo bueno, ganando mucho más las voluntades que haciéndose obedecer a punta de forcejeos y malos ratos. Sabiendo que está por encima de las circunstancias, no se rebaja a descargar su enfado o cólera, pero tampoco se rebaja al halago servil para conseguir favores.

Reconocemos la elegancia en quien es capaz de dominar un grupo de airados sin levantar la voz o en quien se abstiene de humillar a los demás, pudiendo hacerlo.

Una actitud elegante es prestar atención los demás, interesándose en asuntos que desconocemos o poco nos importan. Será elegante quien cumple con su deber sin considerar el beneficio o la opinión de los demás. Es elegante, por ejemplo, si se decidió atender una llamada y responder sin preguntar quien llama para decidir si se continúa o no el diálogo.

Una persona elegante jamás hace notar el esfuerzo o costo de un agasajo a los demás. Tampoco mide un sacrificio razonable si con ello lleva felicidad al prójimo. La cortesía siempre es elegante y la mudanza de estilo para agradar a los demás, jamás es elegante.

La elegancia nos evita el bochorno de hablar de dineros en una charla informal, así como de asuntos cruentos o impresionables. La elegancia aromatiza nuestra palabra eliminando la impertinencia de palabras hirientes o de mal gusto. Ni pensar en las soeces. Siempre será elegante guardar silencio ante una impertinencia, haciendo notar, luego, lo inoportuno o injusto que fue aquel momento.

La elegancia, por tanto, es una cuestión de generosidad. Es la respuesta delicada de la caridad. La elegancia nos vuelve atentos, sonrientes, amables, cooperativos, valiosos. Mirar a los ojos mientras nos hablan, sonreír a quien trata de agradarnos, perdonar una injuria, guardar silencio ante una maledicencia, reprimir un impulso natural pero incivilizado, ¡son tantas las muestras de un alma ennoblecida por la civilización!

Autor: D. Rafael Etcheverría

Envió: Dr. Rafael Eugnostos (Argentina)

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Las gracias actuales

I. La naturaleza humana perdió, por el pecado original, el estado de santidad al que había sido elevada por Dios y, en consecuencia, también quedó privada de la integridad y del orden interior que poseía. Desde entonces el hombre carece de la suficiente fortaleza en la voluntad para cumplir todos los preceptos morales que conoce. Aún después del Bautismo experimentamos una tendencia al mal y una dificultad para hacer el bien: es el llamado fomes peccati o concupiscencia, que –sin ser en sí mismo pecado- procede del pecado y al pecado se inclina (CONCILIO DE TRENTO, Sobre el pecado original.) La ayuda de Dios nos es absolutamente necesaria para realizar actos encaminados a la vida sobrenatural. Nuestras buenas obras, los frutos de santidad y apostolado, son en primer lugar de Dios; en segundo término, resultado de haber correspondido como instrumentos, siempre flojos y desproporcionados, de la gracia.

II. Todos recibimos por la bondad de Dios, mociones y ayudas para acercarnos a Él, para acabar con perfección un trabajo, para hacer una mortificación o un acto de fe, para vencernos por Su amor en algo que nos cuesta: son las gracias actuales, dones gratuitos y transitorios de Dios que en cada alma desarrollan sus efectos de una manera particular. ¡Cuántas hemos recibido hoy! ¡Cuántas más recibiremos si no cerramos la puerta a esa acción callada y eficaz del Espíritu Santo! Con la gracia, Dios nos otorga la facilidad y la posibilidad de realizar el bien: Sin Mí, nada podéis hacer (Juan 15, 5) dijo terminantemente el Señor, y nosotros lo tenemos bien experimentado. Nuestra jornada se resumirá frecuentemente en: pedir ayuda, corresponder y agradecer.

III. El Hombre puede resistirse a la gracia. De hecho a lo largo del día, quizá en cosas pequeñas, decimos que no a Dios. Y hemos de procurar decir muchas veces sí a lo que el Señor nos pide, y no al egoísmo, a los impulsos de la soberbia, a la pereza. La respuesta libre a la gracia de Dios debe hacerse en el pensamiento, con las palabras y los hechos (CONCILIO VATICANO II, Const. Lumen gentium.) La mayor o menor abundancia de las gracias depende de cómo correspondemos. Cuando estamos dispuestos a decir sí al Señor en todo, atraemos una verdadera lluvia de dones y Su amor nos inunda cuando somos fieles a las pequeñas insinuaciones de cada jornada. Acudamos a San José, esposo fidelísimo de María, para que nos ayude a oír con claridad la voz del Espíritu Santo, para que como él , realicemos tan bien y con tanta prontitud, la voluntad de Dios.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre

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Cada día

Cuando llegue la aurora y con ella comience un nuevo día, busca un momento de paz para entrar en contacto con tu alma.

Profundiza en ti mismo, hasta donde ella mora y escúchala.

Capta su vibración, la más bella melodía que interpreta el alma.

Allí en lo profundo de ti mismo sólo existen: Voluntad….Amor… y Sabiduría.

Allí sólo encontrarás lo bueno y lo perfecto, y eso es lo que eres en esencia.

Toma lo mejor de lo que allí palpita, lo mejor de ti mismo y vuelve para empezar con ello un nuevo día. Entonces serán buenos los frutos que trae cada día pues llevarán la savia pura de tu mejor esencia.

Por eso, busca en cada día la esencia buena que atesora tu espíritu, ahí en lo más profundo de ti mismo, y sazona con ella tus frutos, y vive cada día como el mejor de tu vida.

Concentra todas tus energías en vivir intensamente esas pocas horas que tienes por delante, desde la aurora que te despierta hasta el descanso reparador de la noche.

Olvida el ayer y deja el mañana para cuando llegue su momento.

Olvida tus errores pero ten presente la experiencia que de ellos surjan.

Y si vas a recordar, recuerda sólo cosas buenas, es de necios llevar a cuestas la carga de ayer.

Vive plenamente este día, porque el hoy es un don maravilloso que tienes, y porque la vida es un eterno presente.

Sonríe cada mañana porque Dios se ha despertado antes que tú y ha colgado el sol en tu ventana.

 

Envió: Laura Soledad