El Duelo y su elaboración – Duelo en el suicidio

Duelo en el suicidio

El suicidio de un ser querido es una experiencia aplastante, que deja desplazada la vida de los sobrevivientes. Veamos algunas sugerencias que pueden ayudar. Estos son los pasos que se trabajan en los grupos «Resurrección» para familiares en duelos por suicidio.

Aceptar lo inevitable

El duelo por suicidio es uno de los más difíciles de superar y aceptar por la tragedia del acontecimiento, por el desconcierto existencial que acarrea y por la conmoción que produce en nuestro mundo emocional, religioso, intelectual y social.

Ante tan duro golpe es frecuente que surjan la negación y el rechazo de lo evidente. Va a costar mucho pronunciar las palabras muerte y suicidio.

Es fundamental para comenzar a elaborar sanamente el duelo aceptar la sufriente realidad. Lo que no se asume no se supera, y prolonga el sufrimiento.

Superar el sentimiento de traición

Este duelo probablemente despierte el sentimiento de haber sido traicionado por ignorar tantos años de paciencia y tanto cariño que se brindó. Cuando una persona querida se suicida, el núcleo familiar se siente abandonado y rechazado. Siempre surgen en el duelo los «¿Por qué?». Rebotan en nuestra cabeza, como una bala disparada por la desesperación estos obstinados interrogantes: «¿Cómo puedo hacerme esto?». «¿Acaso no pensó en los niños?». «¿Por qué nosotros no pudimos llenar su vida?».

A veces se puede tener una idea de sus últimos pensamientos, si dejó alguna nota antes de quitarse la vida. Sin embargo, aún persisten los dolorosos cuestionamientos: «¿Por qué lo hizo? ¿Estaba enojado conmigo?».

Serenar la culpa

En estos casos es común el sentimiento de culpa, ya que el suicidio no sólo es una usencia del ser querido, sino que se percibe como una acusación. Quizá sintamos que nos faltó amar lo suficiente o que la relación pudo haber sido mejor.

Se recitan constantemente los «Si no fuera por…». «Si yo hubiera…», puestos en frases que constantemente nos inculpan: «Si yo hubiera tomado conciencia de la gravedad de su problema, lo hubiera podido ayudar». Es fundamental dar libertad a los sentimientos para promover una serena valoración de lo acaecido, para infundir una perspectiva sana en las responsabilidades concretas.

No caer en la seductora tentación de sufrir para pagar culpas.

Hay que purificar este sentimiento superando la autoagresividad; asumiendo que no hubo mala intención; aceptando los límites al poder personal, que no puede optar en lugar del otro; asumiendo también que no es justo juzgarse por el hecho con anterioridad a la luz de lo que se conoce hoy; reconociendo que se vale más que lo que se hizo; reconciliándose gradualmente con el propio pasado, incluso con los errores; optando por canalizar toda la energía en hacer el bien en el futuro.

 

Intentar reponerse

Recuperarse del suicidio de un ser querido es una tarea monumental porque el proceso de sanar un corazón herido es lento y doloroso. El camino hacia una recuperación requiere dejar de negar los sentimientos, crecer desde nuestra propia fuerza interior, apoyándose en toda ayuda espiritual y elaborando actitudes e ideas positivas respecto de nuestro pasado y futuro. No sólo hay que explicar el sufrimiento. Es fundamental encontrar en él nuevas fuentes de sentido.

En este camino a la sanación se comienza por dar pequeños pasos que nos llevan de la oscuridad a la luz, del sin sentido a la esperanza, de la muerte al compromiso renovado por la vida.

¡No morirse con los muertos!

Vivir con preguntas sin respuestas

Aún cuando se pueda analizar toda esta tragedia con racionalidad, los afectados se siguen sintiendo emocionalmente muy confundidos. Detras de las preguntas hay un corazón herido que no puede sanarse con simples respuestas. La lucha con lo desconocido es extremadamente dificultosa. Los porqués quizá nunca tengan respuestas y quede un manto de misterio sobre la muerte. De a poco, hay que aceptar lo que ha pasado, para así poder continuar la vida sin tormentos.

Permitirse un tiempo inicial para los malos recuerdos

En las primeras etapas del duelo, la terrible experiencia del suicidio deja su eco muy dentro de los allegados. Los pensamientos, sueños o pesadillas recuerdan constantemente el hecho. Quizá se produzca el vacio de recuerdos agradables y embistan sentimientos de opresión constante, sin poder ahuyentar del pensamiento los detalles de ese negro cuadro final, ¡esas imágenes tan temidas!

Es necesario adueñarse y aprender a manejar esas imágenes negativas para que luego puedan fluir los buenos recuerdos y la sensaciones más positivas. A medida que el sufrimiento se hace menos intenso, los sentimientos agradables aflorarán cada vez con más frecuencia y con mayor duración.

Encajar una muerte sin «adiós»

La muerte no nos permite siempre una despedida. Algunas veces nosotros nos negamos a esa despedida, otras se presenta al azar y en forma inesperada.

Alguien siempre queda con la angustia de haber sido abandonado en forma unilateral e injusta. La muerte se hace menos traumática cuando hay una aceptación de antemano, cuando hay tiempo y espacio para un apropiado adiós.

En cambio, la muerte se torna odiosa cuando no hubo tiempo para un adiós o hubo una mala despedida, dejándonos con la sensación de que las cosas quedaron incompletas e irresueltas.

Reconocer los sentimientos de bronca

Intensivamente nace un sentimiento de rechazo hacia aquel ser querido que terminó con su vida. Surgen resentimientos hacia la persona fallecida por haberse dado por vencida teniendo en cuenta únicamente sus propios sentimientos. También puede haber un resentimiento hacia Dios o hacia los demás por no haber evitado la tragedia. La bronca en cierta forman es una inversión; nunca nadie se molesta contra alguien que no le importa. Entonces ira no es lo opuesto al amor sino que es una más de sus dimensiones, es signo de un amor profundamente herido.

La bronca puede ayudar a sobrevivir y a reintegrarse a la vida. Sin embargo, puede tornarse destructiva si no es bien canalizada. Este sentimiento puede trabajarse con un amigo muy comprensivo, rezarlo con Dios o «escribir una carta» al prpio fallecido donde se expresan los más hondos sentimientos.

Pero todo se reduce a un concepto muy claro: solo se sana de la ira a través de una decidida voluntad de perdonar.

Aceptar la soledad

La soledad es el precio que se paga por amar. Cuando muere un ser querido muere también una parte de nosotros. Un aniversario, un lugar, una imagen, una canción, una flor pueden traer recuerdos a nuestra memoria y junto a ella una sensación de sufrimiento.

La soledad puede ayudarnos a tomar conciencia de la profundidad de nuestro amor. De esa soledad, mirada con una actitud positiva, podemos aprender a ser más sensibles a las pérdidas de los demás, a estimularnos a ser más solidarios y a confiar en que Dios nunca nos abandona. Hay que engendrar un proyecto vital para un presente y futuro positivos.

Obtener fuerzas de nuestros recursos espirituales

Muchas veces surgen preguntas tales como: «¿Lo perdonará Dios?». Aunque el acto del suicidio no esté bien, las circunstancias individuales pueden hacer que de alguna manera, esté libre de culpa. Aquellos que a propósito acaban con su propia vida deben estar internamente tan desorientados que actúan en forma compulsiva. Se distorsiona de tal manera su percepción de la realidad que los lleva a reducir ampliamente su responsabilidad. Solo Dios sabe que hay en el corazón de la persona en ese momento.

Obviamente el sufrimiento no desaparece automáticamente por creer que Dios juzgará con compasión la determinación que tomó aquella persona. La fe no suprime el sufrimiento pero lo reorienta. La vida espiritual ayudará a vivir con nuestra pérdida y a superar nuestro duelo personal. También nos ayudará a descubrir nuevos valores. Sentiremos mayor paz interior si confiamos en que Dios nos acompaña y nos apoya para superar nuestro sufrimiento.

La oración, con que pedimos su eterno descanso; la eucaristía, como sacrificio de la gran misericordia divina; el sacramento de la reconciliación que serena el alma; y la promesa cierta de la resurrección en Cristo fortalecerán nuestro recorrido en el duelo.

Reconstruir la autoestima

El suicidio de un amigo o de un ser querido es un duro golpe a nuestra autoestima. En forma consciente o inconsciente sentimos que nos apuntan con el dedo, que nos acusan de haber fallado como amigos o familiares. El suicidio es visto como una desgracia vergonzosa para la familia, la escuela o la comunidad. Algunos sienten la necesidad de escapar a algún lugar donde nadie los conozca.

Desafortunadamente, la vergüenza que algunos sienten por lo sucedido les impide reconocer y mencionar el hecho. Para hablar abiertamente del suicidio de un ser querido debemos superar muchas barreras. Pero vale la pena intentarlo porque el reconocimiento y el desahogo son pasos imprescindibles para reafirmar nuestro compromiso con la vida y para recuperar nuestra autoestima.

Ser paciente con uno mismo

Debemos recordar que el tiempo por sí solo no cura; lo importante es como se hace uso de ese tiempo. A medida que se mire menos hacia el pasado y se puedan reconocer más lods pequeños pasos que se dan hacia la sanación, se podrá entonces desarrollar un marco de la elaboración dentro del cual el paso del tiempo hará que la pérdida sea humanamente saneada.

Acudir a una amplia red de apoyos sociales

Familia, instituciones especializadas, amigos, grupos de mutua ayuda, Iglesia, grupos de pertenencia… Es fundamental dejarse ayudar. No caer en la tentación de pensar: «Nadie puede apoyarme. ¿Quién puede entender mi desgracia?»

Darse en solidaridad

Se puede elegir entre dejarse vencer o levantarse y seguir adelante. Una vez que se tenga el coraje de poner el sufrimiento, la sensibilidad y la compasión sanamente al servicio de los demás, se habrá descubierto la clave para ayudarse a uno mismo.

Cuando por medio del sufrimiento se llega a los demás, ciertamente no para utilizarlos para la propia sanación, éste se torna creativo y se transforma en amor.

Volver a ser felices

El suicidio de alguien deja profundas llagas. Pero no hay vuelta atrás, no se puede cambiar lo que ya ha sucedido. Sin embargo, sí se puede cambiar la forma de ver las cosas, pasando de la tristeza al optimismo y de la muerte a la vida.

Aquellos que hayan experimentado el suicidio de un ser querido deben aprender a sanear su culpa por lo sucedido y asumir tan solo la responsabilidad de seguir viviendo, de fortalecerse y salir adelante.

Se puede emerger del dolor a través de la valorización de la solidaridad hacia los demás, tomando conciencia de la hermosura y la fragilidad de la vida. Sobre todo, se puede ver la vida no tanto como un problema que hay que resolver sino como un misterio que hay que resolver día a día.

El mejor regalo a quien se nos murió: que seamos felices.

 

Tomado del Sitio Web   www.redsanar.org / pastoralduelo

Pastoral del Duelo                 www.pastoralduelo.com

Publicado por

Javier Serrano

Arquitecto, Productor de Seguros y Agente Inmobiliario apasionado por los deportes y Cronista, Camarógrafo y Fotógrafo Amateur

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *