¿Cómo nos preparamos para recibir a Jesús?

Lectura del Evangelio según San Mateo 3, 1-12
Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.» Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. (...)
Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. (...)
Reflexión - El texto
Mateo parece presentarnos tres pinturas entrelazadas, es decir un tríptico con tres imágenes que nos hablan de un mismo tema: la preparación para la llegada del Salvador. El personaje central, no aparece, sólo es mencionado indirectamente como “el que viene detrás”; pero ¿qué sería de Juan el Bautista sin Jesús? (...)
Podríamos decir que Juan el Bautista “preparó” o “impulsó” al mismo Jesús para lanzarse a predicar el Reino de Dios que estaba llamado a instaurar. Por todo esto, podemos vislumbrar la importancia de Juan Bautista.
Actualidad
Ahora, ¿cuál es su mensaje? Básicamente, lo podríamos expresar así: ¡conviértanse, cambien de vida, revisen su escala de valores, analicen su testimonio, preparen su corazón y su vida para recibir a quién tanto hemos esperado! Y ante este anuncio, la lectura parece presentarnos tres respuestas:
La primera respuesta es de aquellos que aceptando este anuncio, se reconocieron necesitados de un cambio y fueron a “bautizarse”, es decir a purificarse de sus faltas. ¿Cómo hemos de hacer esto nosotros?
Desde niños se nos enseñó en el catecismo los diez mandamientos (que tal vez ni nos acordemos) y si nos fue bien, alguna vez recibimos pláticas de valores.
Pero, yo creo que cabría hoy preguntar, ¿desde qué escala de valores estoy buscando convertirme? Es decir, si me baso en lo que la sociedad me pide, puedo decir: “no mato, no robo, no cometo adulterio, no digo ‘muchas’ mentiras, etc. Pero, ¿será esa la escala de valores que el Evangelio me presenta?
La segunda respuesta es la de los fariseos y saduceos: “Tenemos por padre a Abraham”. Esto traducido a nuestros tiempos se escucharía algo así: “soy bautizado, voy a misa todos los domingos, doy limosna y me confieso de vez en cuando”. ¿En eso basamos nuestro examen de conciencia?
Debemos de tener cuidado en no buscar en los ritos y actos de piedad un “tranquilizador de conciencia” o una “aspirina”, pues estaríamos dándole el sentido opuesto a estos actos. Con soberbia y “falsas” seguridades lo único que hacemos es cerrar nuestro corazón a la experiencia siempre nueva, y liberadora de Dios. Hay que atrevernos a “soltar amarras” para ser colaboradores, verdaderos constructores del Reino de Dios.
Éste no necesita de personas que estén buscando salvarse cumpliendo lo mínimo, el Reino necesita personas que sabiéndose amadas por Dios salgan de sí mismas y aporten toda la creatividad, toda la novedad, toda la vida que su relación con Él les da. El Reino es de quienes se deciden a encontrarse con un Dios siempre nuevo, y no de quienes encontrando una “fórmula” para tranquilizar su conciencia deciden estancarse ahí. En fin, este es un camino que creo nos falta a muchos querer aceptar, preferimos la seguridad del puerto a la aventura del mar abierto.
La tercera respuesta, es la del mismo Juan Bautista: “no soy digno de quitarle las sandalias”. En aquel tiempo le correspondía a los esclavos quitarle las sandalias y lavarle los pies a sus dueños; Juan se sitúa como algo menos.
¿Quién puede ponerse a la misma altura que Jesucristo? Esto no significa que debamos desvalorarnos, pues Dios quiere precisamente lo opuesto, que nos valoremos a nosotros mismos. Pero es precisamente cuando reconocemos lo que tenemos y lo que somos que podemos aceptar al otro y respetarlo, que podemos amar y respetar, que podemos abrirnos a Dios y a su gratuidad.
Por lo tanto, Juan Bautista nos enseña esta tercera manera de prepararnos: reconociendo el tesoro que llevamos con humildad y gratitud.
Propósito
En esta segunda semana del Adviento, podemos pensar en una segunda virtud a desarrollar, distinta a la de la primera semana. Tal vez sería bueno pensar en hacer un examen de conciencia más profundo, más calmado, a partir de la lectura de los capítulos 5 al 7 de Mateo. ¿Cómo nos estamos preparando para recibir a nuestro salvador? ¿Lo reconoceremos desde la escala de valores que vivimos… él nos reconocerá como sus discípulos?
El Adviento es espera gozosa, pero este gozo para que sea profundo, ha de nacer del sabernos amados por Dios y fieles a su voluntad.
 
Héctor M. Pérez V., Pbro.
padrehector@reflexion.org.mx
www.reflexion.org.mx
 
Extraído de reflexiondom del Portal Católico www.encuentra.com    

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Publicado por

Javier Serrano

Arquitecto, Productor de Seguros y Agente Inmobiliario apasionado por los deportes y Cronista, Camarógrafo y Fotógrafo Amateur

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