El Duelo y su elaboración – La viudez

Viudez

«Después de cuarenta años de casada con un hombre bueno e inteligente y de gran sensibilidad, en los primeros momentos de la viudez tuve la sensación de que la mitad de mí se iba con él y que la mitad de él se quedaba conmigo. Me consoló la fe en la resurrección».

Amenaza a la identidad

La pareja vive una vida común uniendo dos individualidades en una unidad que no las aniquila sino que las complementa, las perfecciona, las enriquece y les da sentido. Dos íntimas y afectuosas individualidades en un proyecto vital común «hasta que la muerte nos separe». Así se habla de «nuestro hogar», «nuestros hijos»…

La muerte de uno de los cónyuges no aleja sólo una individualidad y destruye el proyecto amoroso común sino que amenaza la identidad del sobreviviente.

El desafío es cómo vivir el uno sin el otro, sin amenazar la propia identidad.

La muerte de mi esposo hizo de mí padre y madre

La muerte es ese aluvión que arrastra sentimientos vivos, sueños, proyectos, tiempos compartidos… Y deja amenazados el hogar, los hijos, la seguridad en el futuro…

El cónyuge vivo ha de adaptarse, a veces repentinamente, a vivir en soledad. Asumiendo nuevos roles, propios del fallecido

Todo duelo lleva su tiempo

Si el viudo/a es joven, no le será fácil reorganizar también su vida afectiva. Surgirá la necesidad de mantener la autoestima como persona atractiva y llenar su soledad. No caer en seductoras tentaciones de «amores sin amor».

-«Desgraciadamente buscaba encuentros sexuales como sintiendo la necesidad de tomar un antidepresivo. Después me provocaba efectos secundarios de un terrible vacío».

No quemar etapas. No se debe dejar de ser varón/mujer pero tampoco dejar de ser un padre/madre dignamente referenciales para los hijos y la sociedad.

Nunca dejar de encontrar nuevas fuentes de sentido a la vida

Siempre dejarse ayudar

Hay que quererse ayudar. Dejarse ayudar. Saber pedir ayuda.

«El hombre es el mejor remedio para el hombre» (Ziegler).

¿Surgirán numerosos grupos de mutua ayuda para elaborar sanamente la viudez?

 

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El Duelo y su elaboración – Muerte del padre / madre

 

Muerte del padre/madre

Desamparo en edad crítica

Gran tristeza acarrea la muerte del papá, la mamá o el hermano cuando se transita aún por la infancia, adolescencia o temprana juventud.

Ya para entonces papá o mamá compartió mucho afecto, sirvió de referencia, creó expectativas y otorgó mucha seguridad.

Su muerte deja al hijo altamente desamparado. Nunca un cónyuge puede sustituir al otro. Queda pendiente el proceso de maduración. Hay que seguir trazando el futuro sin una de las dos manos firmes, afectivas y orientadoras. Se perdió un acompañante-guía del camino de la vida. Tambaleó una estrella fija del universo de nuestra existencia.

Para los hijos menores es fundamental convencerles de que nunca van a ser abandonados o desprotegidos por el progenitor que vive.

Decir adiós

Es importante que los hijos adolescentes y jóvenes participen de los funerales «enterrando» al ser querido, diciendo adiós, expresando cariño, «poniéndolo en manos de Dios para que con El sea feliz y descanse. Aceptando la realidad.

Nunca el duelo «a su manera»

Nunca despreocuparse de los hijos dejándoles que hagan el duelo «a su manera».

El otro cónyuge tiene derecho a su duelo pero no a dejar de ser papá o mamá.

Ofrecerles siempre ayuda. Observar cambios de conducta y compañías…

No abrumarlos con responsabilidades superiores a su edad: «Ahora que tu papá no está, tú…» Ni sobreprotegerlos. No quemar etapas bruscamente.

Sanas referencias

Que adquieran una sana referencia paterna y materna, ayudados por el cónyuge vivo y por familiares y amigos del otro sexo, para evitar futuras debilidades motivacionales, trastornos afectivos…

Es esencial ocuparse en actividades nobles…

No idealizar al papá o a la mamá muertos. Rescatar lo mejor.

Si algún papá o mamá «dejó que desear» procurar ser presentado desde una comprensiva mirada porque «el amor todo lo excusa, comprende y perdona» (1 Cor. 13,7).

 

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El Duelo y su elaboración – Duelo en el suicidio

Duelo en el suicidio

El suicidio de un ser querido es una experiencia aplastante, que deja desplazada la vida de los sobrevivientes. Veamos algunas sugerencias que pueden ayudar. Estos son los pasos que se trabajan en los grupos «Resurrección» para familiares en duelos por suicidio.

Aceptar lo inevitable

El duelo por suicidio es uno de los más difíciles de superar y aceptar por la tragedia del acontecimiento, por el desconcierto existencial que acarrea y por la conmoción que produce en nuestro mundo emocional, religioso, intelectual y social.

Ante tan duro golpe es frecuente que surjan la negación y el rechazo de lo evidente. Va a costar mucho pronunciar las palabras muerte y suicidio.

Es fundamental para comenzar a elaborar sanamente el duelo aceptar la sufriente realidad. Lo que no se asume no se supera, y prolonga el sufrimiento.

Superar el sentimiento de traición

Este duelo probablemente despierte el sentimiento de haber sido traicionado por ignorar tantos años de paciencia y tanto cariño que se brindó. Cuando una persona querida se suicida, el núcleo familiar se siente abandonado y rechazado. Siempre surgen en el duelo los «¿Por qué?». Rebotan en nuestra cabeza, como una bala disparada por la desesperación estos obstinados interrogantes: «¿Cómo puedo hacerme esto?». «¿Acaso no pensó en los niños?». «¿Por qué nosotros no pudimos llenar su vida?».

A veces se puede tener una idea de sus últimos pensamientos, si dejó alguna nota antes de quitarse la vida. Sin embargo, aún persisten los dolorosos cuestionamientos: «¿Por qué lo hizo? ¿Estaba enojado conmigo?».

Serenar la culpa

En estos casos es común el sentimiento de culpa, ya que el suicidio no sólo es una usencia del ser querido, sino que se percibe como una acusación. Quizá sintamos que nos faltó amar lo suficiente o que la relación pudo haber sido mejor.

Se recitan constantemente los «Si no fuera por…». «Si yo hubiera…», puestos en frases que constantemente nos inculpan: «Si yo hubiera tomado conciencia de la gravedad de su problema, lo hubiera podido ayudar». Es fundamental dar libertad a los sentimientos para promover una serena valoración de lo acaecido, para infundir una perspectiva sana en las responsabilidades concretas.

No caer en la seductora tentación de sufrir para pagar culpas.

Hay que purificar este sentimiento superando la autoagresividad; asumiendo que no hubo mala intención; aceptando los límites al poder personal, que no puede optar en lugar del otro; asumiendo también que no es justo juzgarse por el hecho con anterioridad a la luz de lo que se conoce hoy; reconociendo que se vale más que lo que se hizo; reconciliándose gradualmente con el propio pasado, incluso con los errores; optando por canalizar toda la energía en hacer el bien en el futuro.

 

Intentar reponerse

Recuperarse del suicidio de un ser querido es una tarea monumental porque el proceso de sanar un corazón herido es lento y doloroso. El camino hacia una recuperación requiere dejar de negar los sentimientos, crecer desde nuestra propia fuerza interior, apoyándose en toda ayuda espiritual y elaborando actitudes e ideas positivas respecto de nuestro pasado y futuro. No sólo hay que explicar el sufrimiento. Es fundamental encontrar en él nuevas fuentes de sentido.

En este camino a la sanación se comienza por dar pequeños pasos que nos llevan de la oscuridad a la luz, del sin sentido a la esperanza, de la muerte al compromiso renovado por la vida.

¡No morirse con los muertos!

Vivir con preguntas sin respuestas

Aún cuando se pueda analizar toda esta tragedia con racionalidad, los afectados se siguen sintiendo emocionalmente muy confundidos. Detras de las preguntas hay un corazón herido que no puede sanarse con simples respuestas. La lucha con lo desconocido es extremadamente dificultosa. Los porqués quizá nunca tengan respuestas y quede un manto de misterio sobre la muerte. De a poco, hay que aceptar lo que ha pasado, para así poder continuar la vida sin tormentos.

Permitirse un tiempo inicial para los malos recuerdos

En las primeras etapas del duelo, la terrible experiencia del suicidio deja su eco muy dentro de los allegados. Los pensamientos, sueños o pesadillas recuerdan constantemente el hecho. Quizá se produzca el vacio de recuerdos agradables y embistan sentimientos de opresión constante, sin poder ahuyentar del pensamiento los detalles de ese negro cuadro final, ¡esas imágenes tan temidas!

Es necesario adueñarse y aprender a manejar esas imágenes negativas para que luego puedan fluir los buenos recuerdos y la sensaciones más positivas. A medida que el sufrimiento se hace menos intenso, los sentimientos agradables aflorarán cada vez con más frecuencia y con mayor duración.

Encajar una muerte sin «adiós»

La muerte no nos permite siempre una despedida. Algunas veces nosotros nos negamos a esa despedida, otras se presenta al azar y en forma inesperada.

Alguien siempre queda con la angustia de haber sido abandonado en forma unilateral e injusta. La muerte se hace menos traumática cuando hay una aceptación de antemano, cuando hay tiempo y espacio para un apropiado adiós.

En cambio, la muerte se torna odiosa cuando no hubo tiempo para un adiós o hubo una mala despedida, dejándonos con la sensación de que las cosas quedaron incompletas e irresueltas.

Reconocer los sentimientos de bronca

Intensivamente nace un sentimiento de rechazo hacia aquel ser querido que terminó con su vida. Surgen resentimientos hacia la persona fallecida por haberse dado por vencida teniendo en cuenta únicamente sus propios sentimientos. También puede haber un resentimiento hacia Dios o hacia los demás por no haber evitado la tragedia. La bronca en cierta forman es una inversión; nunca nadie se molesta contra alguien que no le importa. Entonces ira no es lo opuesto al amor sino que es una más de sus dimensiones, es signo de un amor profundamente herido.

La bronca puede ayudar a sobrevivir y a reintegrarse a la vida. Sin embargo, puede tornarse destructiva si no es bien canalizada. Este sentimiento puede trabajarse con un amigo muy comprensivo, rezarlo con Dios o «escribir una carta» al prpio fallecido donde se expresan los más hondos sentimientos.

Pero todo se reduce a un concepto muy claro: solo se sana de la ira a través de una decidida voluntad de perdonar.

Aceptar la soledad

La soledad es el precio que se paga por amar. Cuando muere un ser querido muere también una parte de nosotros. Un aniversario, un lugar, una imagen, una canción, una flor pueden traer recuerdos a nuestra memoria y junto a ella una sensación de sufrimiento.

La soledad puede ayudarnos a tomar conciencia de la profundidad de nuestro amor. De esa soledad, mirada con una actitud positiva, podemos aprender a ser más sensibles a las pérdidas de los demás, a estimularnos a ser más solidarios y a confiar en que Dios nunca nos abandona. Hay que engendrar un proyecto vital para un presente y futuro positivos.

Obtener fuerzas de nuestros recursos espirituales

Muchas veces surgen preguntas tales como: «¿Lo perdonará Dios?». Aunque el acto del suicidio no esté bien, las circunstancias individuales pueden hacer que de alguna manera, esté libre de culpa. Aquellos que a propósito acaban con su propia vida deben estar internamente tan desorientados que actúan en forma compulsiva. Se distorsiona de tal manera su percepción de la realidad que los lleva a reducir ampliamente su responsabilidad. Solo Dios sabe que hay en el corazón de la persona en ese momento.

Obviamente el sufrimiento no desaparece automáticamente por creer que Dios juzgará con compasión la determinación que tomó aquella persona. La fe no suprime el sufrimiento pero lo reorienta. La vida espiritual ayudará a vivir con nuestra pérdida y a superar nuestro duelo personal. También nos ayudará a descubrir nuevos valores. Sentiremos mayor paz interior si confiamos en que Dios nos acompaña y nos apoya para superar nuestro sufrimiento.

La oración, con que pedimos su eterno descanso; la eucaristía, como sacrificio de la gran misericordia divina; el sacramento de la reconciliación que serena el alma; y la promesa cierta de la resurrección en Cristo fortalecerán nuestro recorrido en el duelo.

Reconstruir la autoestima

El suicidio de un amigo o de un ser querido es un duro golpe a nuestra autoestima. En forma consciente o inconsciente sentimos que nos apuntan con el dedo, que nos acusan de haber fallado como amigos o familiares. El suicidio es visto como una desgracia vergonzosa para la familia, la escuela o la comunidad. Algunos sienten la necesidad de escapar a algún lugar donde nadie los conozca.

Desafortunadamente, la vergüenza que algunos sienten por lo sucedido les impide reconocer y mencionar el hecho. Para hablar abiertamente del suicidio de un ser querido debemos superar muchas barreras. Pero vale la pena intentarlo porque el reconocimiento y el desahogo son pasos imprescindibles para reafirmar nuestro compromiso con la vida y para recuperar nuestra autoestima.

Ser paciente con uno mismo

Debemos recordar que el tiempo por sí solo no cura; lo importante es como se hace uso de ese tiempo. A medida que se mire menos hacia el pasado y se puedan reconocer más lods pequeños pasos que se dan hacia la sanación, se podrá entonces desarrollar un marco de la elaboración dentro del cual el paso del tiempo hará que la pérdida sea humanamente saneada.

Acudir a una amplia red de apoyos sociales

Familia, instituciones especializadas, amigos, grupos de mutua ayuda, Iglesia, grupos de pertenencia… Es fundamental dejarse ayudar. No caer en la tentación de pensar: «Nadie puede apoyarme. ¿Quién puede entender mi desgracia?»

Darse en solidaridad

Se puede elegir entre dejarse vencer o levantarse y seguir adelante. Una vez que se tenga el coraje de poner el sufrimiento, la sensibilidad y la compasión sanamente al servicio de los demás, se habrá descubierto la clave para ayudarse a uno mismo.

Cuando por medio del sufrimiento se llega a los demás, ciertamente no para utilizarlos para la propia sanación, éste se torna creativo y se transforma en amor.

Volver a ser felices

El suicidio de alguien deja profundas llagas. Pero no hay vuelta atrás, no se puede cambiar lo que ya ha sucedido. Sin embargo, sí se puede cambiar la forma de ver las cosas, pasando de la tristeza al optimismo y de la muerte a la vida.

Aquellos que hayan experimentado el suicidio de un ser querido deben aprender a sanear su culpa por lo sucedido y asumir tan solo la responsabilidad de seguir viviendo, de fortalecerse y salir adelante.

Se puede emerger del dolor a través de la valorización de la solidaridad hacia los demás, tomando conciencia de la hermosura y la fragilidad de la vida. Sobre todo, se puede ver la vida no tanto como un problema que hay que resolver sino como un misterio que hay que resolver día a día.

El mejor regalo a quien se nos murió: que seamos felices.

 

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El Duelo y su elaboración – Duelo con niños

 

Duelo con niños

Cuando muere alguien en la familia, suele suceder que ni los padres ni los familiares ni los amigos saben cómo responder, qué decir o hacer para que los niños comprendan lo que ha ocurrido. Sin embargo, éstos necesitan la ayuda de los adultos para asumir la nueva situación.

¿Cómo se le puede explicar qué es la muerte?

Hay que adherirse lo más posible y cuanto antes a la verdad. Es fundamental que la explicación se dé en términos sencillos, sin dramatismo, con un lenguaje adecuado (con ejemplos de la naturaleza) y que sea verídica.

No dudar en usar las palabras «muerto» y «muerte». Por ejemplo, sentarse con el niño, abrazarlo y decirle: «Ha ocurrido algo muy triste. Tu hermano ha tenido un accidente de auto, resultó muy golpeado… y ha muerto. Lo vamos a extrañar y a echar mucho de menos porque lo queremos mucho».

El niño cree que la muerte es «contagiosa». Es conveniente explicarle que ni él ni otro de la familia va a morirse, tan solo porque de vez en cuando se enferme, tenga un golpe o sufra un accidente. Los niños necesitan seguridad.

Hay que aceptar las preguntas de los niños: «¿Qué quiere decir se murió?». Se puede responder: «Que se murió significa que el cuerpo ha dejado de funcionar y ya no puede correr, jugar, hablar como antes». Desde la fe se le puede explicar que está junto a Dios, muy feliz. Pero hay que evitar presentar a un Dios que rapta a la gente. No asustarse si el niño afirma: «¡Yo también quiero morirme para ser tan feliz como mi hermanito!»

¿Qué es lo que no conviene decir?

No conviene decir que el difunto está realizando un largo viaje, ya que se esperará el retorno.

Tampoco es conveniente decir a los niños muy pequeños que el fallecido está durmiendo, se esperará su despertar. Los niños tienden a interpretar las cosas literalmente. Si equiparan el sueño con la muerte, pudieran desarrollar miedo a dormirse.

No hay que subestimar el sentimiento de culpa de los pequeños

Con frecuencia se sienten responsables de la muerte de un ser querido por las palabras, pensamientos o acciones que le hicieron enojar. Tal vez haya que decir algo como: «Tus pensamientos y tus palabras no hacen que nadie que nadie enferme ni tampoco que muera». Si es de corta edad, quizás haya que repetírselo muchas veces.

Conviene recordar cómo entienden los niños la muerte.

Antes de los tres años, desde el punto de vista cognoscitivo y afectivo, el niño no comprende el significado de la muerte. De los tres a cinco años, considera la muerte como un evento temporal, reversible, una especie de sueño prolongado. De los cinco a los nueve, la percibe como un acontecimiento definitivo que sucede a los demás, no a él. De los diez en adelante es un hecho inevitable para todos y está asociado al cese de todas las actividades humanas. Sin embargo, los niños que han pasado por una experiencia de duelo pueden tener una conciencia más temprana y realista de la muerte.

¿Deben asistir al velatorio y al entierro?

¿Deben asistir al velatorio y al entierro? Se deben tener en cuenta los sentimientos de los niños. Si no quieren ir, no se los obligue ni se les haga sentirse culpable por ello. Y si quieren ir, déseles una descripción detallada de lo que sucederá, como por ejemplo, si habrá un ataúd y si estará abierto o cerrado. Hay que decir también que a lo mejor ven a mucha gente llorando porque están tristes. Una vez más, que pregunten. Además se debe asegurar que podrán marcharse si lo desean.

¿Se debe ocultar la tristeza y el llanto a los niños?

Llorar delante de los niños es normal, además de saludable. Por otra parte, resulta casi imposible ocultar por completo los sentimientos a los niños ya que suelen ser muy perspicaces, y si algo va mal, normalmente lo perciben. Si se exterioriza el dolor, es conveniente explicar que se debe a que se estraña al ser querido, pero ha de añadirse que poco a poco volverá la serenidad.

Expresar los sentimientos

El niño siempre expresa los sentimientos aunque no verbalmente. Si se da libertad a esos sentimientos (tristeza, miedo, bronca, sentirse abandonado…) serán expresados oralmente y mejor elaborados. Si ven que sus sentimientos alteran a los mayores, tenderán al silencio, adquirirán gestos y actitudes agresivas, de aislamiento o de retroceso, con dificultad escolar, hacerse pis, alteración del sueño, carácter, alimentación…

En ocasiones, se juega a morirse, se inventan un hermanito, papá… imaginario y alternan preguntas reiterativas con intervalos de silencio. Es su lógica del duelo.

 

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El Duelo y su elaboración – «Hacer» el Duelo

Estar en duelo no es hacer el duelo

– Hacer el duelo

Conviene diferenciar entre estar en duelo y hacer el duelo. Estar en duelo es propiamente un estado sufriente pasivo, víctima del sufrimiento. Hacer el duelo es el proceso activo de recuperación integral de la persona en todas sus dimensiones, en una sana elaboración del sufrimiento, poniendo mucha voluntad.

– Los espacios vitales.

El duelo se hace en estos ¨lugares¨ de la persona

– – En el hablar: rompiendo el aturdimiento inicial expresando el sufrimiento, comunicándose.

— En el corazón: desahogando la pena y canalizando la energía afectiva con un sano amor, en verdad y libertad.

—  En la mente: esclareciendo y superando concepciones erróneas, ideas insanas.

— En la fe: esperanza en la Resurrección, vivencia de una fe madura, con sana concepción de Dios.

— En la acción: volver a reinsertarse en la vida con un proyecto significativo de vida, con futuro, siendo feliz.

 

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El Duelo y su elaboración – El Proceso en un Grupo de Ayuda Mutua

El proceso del Duelo 

(en un grupo de mutua ayuda «Resurrección»)

El duelo no se sale de la noche a la mañana. Es un arduo proceso de sanación porque la persona se está enfrentando a la elaboración de una tarea aplastante y lenta de reajuste, con muchos altibajos anímicos, sin atajos, con no pocos obstáculos, sin anestesia y con muchas heridas sangrantes que han de cicatrizar. Además, a la vez que se «trabaja» el sufrimiento, se convive con él; a la vez que se desligan afectos se han de formar nuevas relaciones.

He aquí los pasos, tiempos, temática, metodología y dinámicas que se utilizan en «Resurrección», grupo de mutua ayuda para familiares en duelo (1).

(1) Cfr. Mateo Bautista. Resurrección. Grupo de mutua ayuda para familiares en duelo. Ed. San Pablo, Buenos Aires.

1
La importancia de desahogarse: acogida del mundo emotivo.

El corazón acribillado por la pena y la ausencia, por la extrañeza y el apego, tiene mucho que decir y mucha urgencia. Siente emociones tan fuertes que le parece que va a enloquecer si no puede confiar lo que le pasa y siente a alguien.Va a hablar constantemente del ser querido muerto: de cómo era, de sus proyectos truncados, de los últimos días, de sus sufrimiento o modo de muerte. Parece necesario expresar la imposibilidad de vivir sin quien se murió. Se ve sólo la muerte, la ausencia, lo que se pierde. Todo mira hacia atrás. El tiempo parece pararse, como si hubiera una regresión en el tiempo.

En los primeros tiempos hay que evitar dar respuestas. El corazón dolorido está más para hacer preguntas vitales en busca de sentido que para recibir respuestas «racionales». Hay que dejar que el corazón afligido saque a flote sus penas, comunique sus posibles broncas, manifieste su desconcierto vital, exprese culpas, refleje miedos, confiese crisis de fe, con toda libertad. Hay que aceptar el mismo desahogo muchas veces. Y el desahogo reiterativo de las «imágenes temidas»: los momentos del sufrimiento, el accidente… Es saludable permitir que se sienta lo que se siente, aunque las palabras y los sentimientos sean contradictorios, irracionales e ilógicos, y se cambien de un día para el otro. Quien no «se llore todo» hacia fuera es difícil que después llore hacia dentro autoconfrontándose. El sentir tiene su propia lógica.

Cuando los «consejos» del ayudante tienden a que la persona no dé cauce libre a sus sentimientos, se debe a la dificultad de pensar en las necesidades del doliente y de ponerse en su lugar. Son el producto de la propia incapacidad e incomodidad anímica para hacer frente a los fuertes sentimientos de pena, tristeza, bronca, miedo… de la persona sufriente.

El grupo de mutua ayuda, con gran actitud de escucha permitirá que el corazón dolorido se desahogue, considerando prudentemente el bien del grupo en su totalidad.

No obstante, el que nada constantemente en el sufrimiento y sólo se desahoga, sin confrontarse, termina por ahogarse en el sufrimiento de su propio duelo. Por eso hay lágrimas a tierra (desesperación) y lágrimas al cielo (esperanza).

2
Aceptar las fases del sufrimiento y sus reacciones

Según el tipo de personalidad, experiencia del sufrimiento y de otros duelos, los recursos propios y las relaciones interpersonales habidas, así será el paso por las fases y las reacciones ante la muerte de seres queridos (1).

Una imagen plástica puede representar lo que acaece en el interior de una persona en duelo: es como un vaso arrojado al suelo y hecho mil añicos. ¿Se va a recomponer? ¿Cómo? ¿Quedará como antes? ¿Volverá a ser útil para todo y todos o, por el contrario, se hará más añicos?

Un mundo extraño de reacciones físicas (corporales) se va a mezclar con las psicológicas, sociales, mentales y espirituales.

La tristeza con llanto, las mil preguntas con silencio, la esperanza con desconcierto, la búsqueda de paz con bronca, el temor y la angustia con deseo de superación, todo ello pasa por la mente y el corazón de una persona en duelo.

Algunas personas se horrorizan porque creen que ya son insensibles e indiferentes ante cualquier sufrimiento, como que el sufrimiento ajeno no les afecta como antes.

La desmotivación es más que evidente. La persona dolorida se desgarra, pierde autoestima, deja de creer en sí, no encuentra razones vitales de futuro…

– Si sigo adelante, es porque me quedan otros hijos…

Normalmente, no se menciona nunca al otro cónyuge. La motivación, inicialmente, no surge de uno mismo sino que viene de otros seres queridos.

Hay que ir aceptando estas reacciones pero también tomando clara conciencia de sus posibles consecuencias negativas para la persona.

3
Identificar los obstáculos

Ciertamente no se elige el sufrimiento ante la muerte de un ser querido pero sí se puede elegir qué actitud tomar para salir de la cripta de dicho sufrimiento.

¿Qué actitud ha de tomarse ante los obstáculos? Hay que identificarlos para ir superándolos uno por uno. En el principio del proceso del duelo surge la creencia de que los grandes obstáculos están fuera de uno mismo. Y no es tan así. Los obstáculos son también, y sobre todo, muy interiores y personales.

Un gran obstáculo es querer sólo aliviarse y no sanarse a fondo. También no aceptar que hay que sufrir sanamente para dejar de sufrir. En los duelos no hay anestesias totales. Aceptar de los otros una relación de ayuda paternalista, que se reduzca a permitir el mero desahogo de los sentimientos sin llegar a una sana confrontación empática, en nada ayuda.

Serios obstáculos son: aislarse, no compartir familiarmente el proceso del duelo, no expresar los sentimientos, desaprovechar la fe, ir a una hiperactividad, no pedir ayuda ni dejarse ayudar, considerar que hay temas tabú, bajar los brazos ante la desmotivación, esperar soluciones mágicas, hacerse la víctima, aceptar que no hay salida, no querer ser feliz, entrar en un estado de ánimo distímico…

Otros grandes obstáculos: no incorporar el «cuidarme», no manejar el estrés, no evaluar el propio sufrimiento, producir sufrimientos añadidos», hacer individualmente el duelo, vivir la inevitable soledad como «solitariedad»…

Todo obstáculo que no se afronte, confronte y se supere será una fuente continua de sufrimiento.

El sano duelo no da saltos ni deja asignaturas pendientes en ese nuevo aprender a vivir. No se puede dejar el sufrimiento a la deriva.

4
El lenguaje usado

El impulso íntimo de no abordar la dura realidad impide llamar a las cosas por su nombre y sobreabundar en eufemismos:

– Se fue.
– Partió.
– Nos abandonó.
– Decidió irse.
– Lo perdimos.

Las mismas páginas del necrologio emplean expresiones como éstas:

– Ha desaparecido.
– Dejó este mundo.
– Obitó.
– Faltó al afecto de sus seres queridos.
– Pasó al eterno descanso.

Expresiones que, cuidadosamente, evitan utilizar la expresión morir. Lo mismo sucede en los casos de suicidio, situación tan lamentable.

Pareciera que utilizar el término morir fuese una crueldad para con los deudos. Sin embargo, partir lleva consigo la posibilidad de volver; perder, de reencontrarse.

Los eufemismos, inicialmente, pueden ser un recurso de suavización que necesite la psicología humana pero que, a la larga, son conceptos que retrasan el camino de la sanación.

El coordinador de un grupo de mutua ayuda nunca debe emplear estos eufemismos, aunque sean utilizados por las personas en duelo durante la misma conversación. Tal actitud resultará provechosa a quien sufre para ir aceptando, poco a poco, la realidad de la muerte.

El sano lenguaje utilizado es fiel reflejo de la aceptación de la realidad y de una auténtica elaboración del sufrimiento.

Cuando el doliente pueda decir «mi ser querido se murió» estará en un momento cualitativo de la elaboración de su duelo.

5
Atención a los mensajes del sufrimiento

Ya se mencionó que el sufrimiento nos envía muchos mensajes «traicioneros». Sanear la raíz de esos esquemas mentales es ir elaborando el duelo. Nunca el sufrimiento por sí mismo va a dar mensajes positivos (1). La mente se ve embotada.

– ¿Qué sentido tiene ya vivir?

Pareciera que se está condenado a «sobrevivir» y no a vivir plenamente siendo feliz. Es toda una tentación.

– Trabajar más me ayuda.

Como el sufrimiento es insistente, en no pocas ocasiones viene la tentación de evadirlo tratando de mantenerse desconectado de la pérdida o muerte. Pasar mucho tiempo ocupado fuera de casa en una hiperactividad pareciera engañosamente lo mejor.

– Si hablo de mi sufrimiento con mis seres queridos, les hago sufrir más.

En absoluto es así. Al contrario, esa valentía de desahogarse y confrontarse mutuamente es exigente para el corazón, pero altamente sanadora.

– Cuando estoy ocupado, estoy bien. Pero cuando vuelvo a casa, especialmente por la noche, los pensamientos…

Al inicio, la vuelta insistente del pensamiento, la llamada «hiperreflexión», es atosigante. Hay que aliviar la mente con otros pensamientos más serenos. Pero posteriormente nadie saldrá del sufrimiento si evade esos mensajes, porque volverán más pertinazmente. Hay que confrontarse con ellos; más aún, adueñarse de ellos. Lo que no se asume, no se supera.

– La muerte de mi hijo fue el sábado a las 19,30 hs. Unas horas antes ya empiezo a ponerme mal. Salgo de casa y me voy a … Es superior a mí.¿Pero voy a estar siempre huyendo? ¿Tiene tope este tormento?

El duelo no se sana ni cede por sufrir más ni porque tenga un tope. El tope del sufrimiento no ha de ser por sobresaturación del sufrimiento sino por ponerle tajo al aceptarlo, serenarlo y transformarlo.

– El tiempo lo cura todo.

No es el tiempo sino lo que se hace con el tiempo. El tiempo innecesario dado al proceso del sufrimiento se lo quitamos al amor y felicidad.

– Cuando me dicen que me ven bien, me molesta. ¿Acaso creen que lo olvidé?

Vivir el duelo no es renunciar a volver a ser feliz. Los muertos no se llevaron el derecho a gozar de la alegría de la vida. No morirse con los muertos. Y sufrir más no es querer más.

– Mi primer deseo fue irme con ella y listo, ¿pero y los otros hijos?

¡Atención a la «reunificación mágica»! Puro escapismo.

– Decidimos cambiar de casa. No podía soportar ver aquella pieza vacía.

El sufrimiento no está fuera de nosotros. Con nosotros se va el sufrimiento a todos lados. Hay que ir sanando todos esos mensajes «aliviadores» pero no sanadores.

San Juan de la Cruz escribió: «El más puro padecer / trae y acarrea / más puro entender». Habría que afirmar también: «El más puro entender / trae y acarrea / más puro padecer». La figura de un coordinador competente que sepa confrontar empáticamente al doliente con sus esquemas mentales es esencial.

6
El desapego y sus «alucinaciones»

Alguna vez hemos escuchado esta conversación entre alguien en duelo con otra persona que quería ayudar:

-Pero si sabes que tu nene es un ángel, que está feliz junto a Dios…
– Sí, lo sé – responde la mamá.
– ¿Y eso no te ayuda?
– Pero yo lo extraño, lo quiero conmigo…

Es paradójico. Se «sabe» de la felicidad del muerto pero la extrañeza cuenta más que su dicha. Es la fuerza del apego. La sangre es muy pegajosa. La fuerza del apego tiene otras expresiones peculiares como la que se refleja en este diálogo:

– Tienes que estar bien para que él (el muerto) esté bien.

– Sí, – dice el familiar- porque si estoy mal no va a descansar bien donde está. ¿Se imaginan ustedes qué «futuro» le espera al «pobre muerto» si sus familiares en duelo toda la vida se la pasan en sufrimiento?

Cuando estamos en duelo, no podemos aceptar que nosotros suframos enormemente y que quien falleció «esté en la gloria», que sea feliz.

El duelo lo hacen los vivos y no los muertos. Aunque se esté hablando del muerto, en el fondo, se habla de uno mismo.

– Yo le doy permiso para que se «vaya».

¡Qué esquizofrenia mental y afectiva! ¿Cómo se va a dar permiso a alguien muerto para que se muera? ¿Acaso se era dueño de la vida y se es dueño de la muerte del fallecido?

Hay que ir desapegándose para crecer en la sana elaboración del duelo. «La intensidad del duelo es proporcional a la fuerza del apego», defendió con énfasis Alexander Bain (1).

La extrañeza, el apego y la pena de la separación actúan profunda e inconscientemente en el psiquismo de la persona. Por eso, surgen inicialmente las «alucinaciones» en el duelo:

  • Alucinacionesolfativas: muchos dicen oler el mismo perfume del muerto, no sólo de sus cosas. Obviamente…
  • Alucinacionestáctiles: sentirse tocado, ser despertado, que se coloca la mano en el hombro… justo como hacía antes de morirse.
  • Alucinacionesauditivas: es frecuente escuchar que los dolientes oyen voces, que el muerto envía mensajes, que habla.
  • Alucinaciones visuales: suelen ser más frecuentes cuando se anhela que «vuelva en cualquier momento» o «que se abra la puerta y entre como hacía habitualmente». En no pocas ocasiones, se lo identifica a la distancia con otra persona muy parecida.
  • Alucinacionesoníricas: se desea que el muerto en sueños diga donde está y si está bien…

Estas «alucinaciones» al inicio del proceso del duelo son N.N.N.: normales, naturales y hasta necesarias. La persona en duelo está trabajando el desapego físico y emocional. Si esas manifestaciones persisten por largo tiempo, el duelo pasa a ser anormal o patológico.

Desgraciadamente, esas «alucinaciones» propias de los primeros tiempos del duelo inmediato suelen ser muy aprovechadas por los movimientos animistas, espiritistas, reencarnacionistas o de la «Nueva Era». Sin escrúpulos, se aprovechan de la desesperación en el sufrimiento. Consiguen una sola cosa: enviciar el proceso sano de elaboración del sufrimiento añadiendo más sufrimiento. Hasta dicen hacer visualización de los muertos y darles «forma». Como no aceptan la muerte ni la resurrección…

(1) Arnaldo Pangrazzi. El duelo. Cómo elaborar positivamente las pérdidas humanas. Ed. San Pablo, Buenos Aires, pág. 29.

7
¿Dónde está el muerto?

Puede parecer extraña esta pregunta, sin embargo es fundamental que el coordinador confronte empáticamente con ella y que cada participante se la formule y la responda. Todos vivimos en la categoría espacial. Estamos ubicados en algún lugar.

De igual modo, la mente y el corazón preguntan por el «lugar no físico» del muerto. ¿Dónde está?

Las respuestas posibles son:

– En mi recuerdo. Yo vivo con lo mejor que fue él/ella.
– En sus cosas, sus proyectos, su obra…
– En el cementerio. Yo ya no creo en nada. Es un cadáver.
– Aquí, en mi pecho. Siempre va conmigo.
– Su espíritu ha buscado «otra forma corporal». Es la reencarnación.
– Están en todas las partes. Es animismo, espiritismo, panteísmo.

Los cristianos creemos y sostenemos que nuestros seres queridos por la gracia de Dios son llevados a la presencia de Dios, en la resurrección de Cristo (1).

Muchos dicen que el muerto «está conmigo», que «va siempre a mi lado». Obviamente, el muerto no «camina» de un lugar para otro ni se ha metido «dentro» de uno. Es reflejo del apego.

La respuesta que aclare dónde ubicamos al fallecido es esencial. Porque si está sólo en el recuerdo, ya no existe. Si está en el cementerio, es puro cadáver. Si lo encomendamos en la misericordia de Dios y en su promesa fiel de la Resurrección, el ser querido es presente en el amor, para ser amado y para amarnos; y es condición para el encuentro en la patria celestial.

Como cristianos no amamos un recuerdo. Amamos y nos dejamos amar por nuestro ser querido en Dios.

– Pero a mí nadie me lo devuelve…

«Sólo perdemos a nuestros seres que murieron si no los amamos y si no los tenemos junto a Dios que nunca se pierde» (San Agustín).

(1) Cfr. M. Bautista. «Vivir como resucitados. Jesús y el duelo.» Ed. San Pablo, Buenos Aires, pp. 48-53.

8
El factor tiempo

Todos estamos incrustados en la categoría temporal. Vivimos el presente, tuvimos pasado y somos seres para el futuro.

En el duelo hay que confrontarse con esta pregunta:

– Tu ser querido, ¿es pasado, presente o futuro?

La respuesta también aquí es fundamental. ¿Por qué? No es lo mismo amar feliz y personalmente a alguien que fue, que pasó, que es puro recuerdo, que amar a alguien que está en las manos misericordiosas de Dios.

Una simple dinámica dialógica clarifica lo anterior. En los grupos de pastoral del duelo «Resurrección», el coordinador hace un pedido:

– Traigan una foto de su ser querido muerto, cuando era pequeño; otra, de cuando era más crecido; otra, de cuando murió; otra, de su presencia ante Dios.

– ¿Cómo es posible esto último? – siempre argumenta algún participante. Y viene la explicación en el próximo encuentro del grupo.

– ¿Trajeron la foto de cuando era niño?

– Sí, éste es él.

– Lo siento, pero éste no es él. Esto es la foto de lo que él fue. Porque él no es esta foto – arguye confrontando empáticamente el coordinador.

– Claro, claro. Esto es una foto de lo que él fue – confirma el participante del grupo.

– ¿Y la foto junto a Dios? ¿Dónde está?

– Pero, eso es imposible.

– ¿Y ustedes con quién se van a relacionar en su amor, con una foto de lo que fue o con su ser querido feliz junto a Dios? No olviden, el recuerdo no es él. El es él mismo junto a Dios.

La fe en la resurrección ya está siendo la gran ayuda para vivir plenamente la esperanza y un duelo sano; no en el olvido sino en el amor.

9
La aceptación de la realidad

– No, no, no lo puedo aceptar.

La clave de todo duelo es la aceptación de la realidad y su integración a la vida, que no es lo mismo que la resignación.

La resignación es la pasividad del sufrimiento ante la realidad; un sufrimiento que no se va a serenar y una realidad que no se va a asumir.

Aceptar la realidad de la muerte, en cambio, es una violencia interior que en sí es fuente de sufrimiento, pero es un sufrir sanamente para dejar de sufrir. Como hemos mencionado, decir «se fue», «partió», «cambió de forma» o «lo perdí» es reflejo de cuánto cuesta aceptar la muerte como parte de la vida.

Pronunciar «mi ser querido se murió» es uno de los momentos más desafiantes para elaborar sanamente el duelo. A muchos se les hace insufrible decir «morir» porque creen que así lo pierden. Es la gran equivocación. Claro que para decir se murió, con serenidad, ha de darse una aceptación del nihilismo tras la muerte (¡algo difícil de vivir!), tiene que haber fe vivencial en la resurrección o, según otras profeciones religiosas, creer en una vida trascendente. La fe, de nuevo, es la gran ayuda en el duelo.

Una dinámica de confrontación empática de la pastoral del duelo en el grupo «Resurrección» clarifica lo anterior:

– Un voluntario del grupo – pide el coordinador.

– Sí, yo.

– Gracias. Te pido que empujes con fuerza la pared y la muevas.

– No puede ser.

– Si no lo intentas… – persuade el coordinador. – No puedo moverla por más que empuje.

– Pero, ¿por qué no pides ayuda a un compañero para mover la pared?

– Por favor, ayúdame a empujar – pide a otro compañero.

– No se mueve por más que empujemos juntos – dice el nuevo voluntario.

– Alto. Gracias. Eso es el sufrimiento. ¿Por qué querían mover la pared?

– Usted nos lo pidió.

– No fui yo. Fue el sufrimiento. Sí, el sufrimiento también les va a pedir que vayan contra la realidad y no acepten la muerte. ¿Por qué tú pediste ayuda a un compañero para mover la pared?

– Usted me lo pidió.

– No fui yo, fue el sufrimiento. En efecto, el sufrimiento va a querer tener gente para desahogarse pero no para confrontarse y aceptar la realidad – clarifica el coordinador.

– Y ¿entonces?
– ¿Entonces quién tiene que moverse: la pared o ustedes? Lo digo porque al lado tienen una puerta y una ventana.

– Nosotros, claro.

– En el proceso del duelo, la muerte (la realidad) no cambia por más que no la acepten y empujen contra ella. Ustedes sí pueden cambiar y asumir nuevas actitudes que acepten la realidad tal cual es, no como quieren que fuera, para así elaborar sanamente el duelo.

Aceptar la dura realidad es empezar a mejorar la autoestima y es condición imprescindible para rehacer un proyecto significativo de vida.

No aceptar la realidad es condenarse a un sufrimiento vitalicio, a no ser feliz, a hacer sufrir innecesariamente a los demás y a incrustrarse en un duelo crónico. Y esto, pensando que así se ama más al muerto. ¡Qué gran error! En honor a la verdad, el duelo sólo comienza cuando hay este proceso interior de inicio de aceptación ¿Qué hubo antes? Sufrimiento.

El duelo exige voluntad firme de aceptación de los hechos; si no, estaremos de continuo empujando la pared de la realidad que no se va a mover. ¡Aceptación que, ciertamente, no es tarea fácil!

En el duelo hay que aceptar que ciertas actitudes son muy inútiles y contraproducentes hasta el punto que demoran e impiden su sana elaboración. Así, hasta que un doliente no se descentre de su sufrimiento, no se liberará de su sufrimiento.

10
No idealizar al muerto ni compararlo

– Tengo dos hijos más. No es que lo diga yo como madre; son buenísimos, pero el que se me «fue» era especial…

Una tendencia normal en el proceso inicial del duelo es idealizar al muerto. Las cualidades son elevadas (o inventadas) y los defectos desaparecen.

¿Por qué idealizar? Porque, engañosamente, nos parece falta de amor reconocer sus defectos o límites. Es como si se lo quisiera menos.

Una buena dinámica de confrontación en el duelo es tratar de expresar tal como era el muerto, con sus rasgos positivos y negativos.

– No puedo expresar algún rasgo negativo. Es muy duro para mí…

El amor verdadero no idealiza. Enamorarse de una imagen falsa e irreal del difunto es entorpecer el duelo.

El amor verdadero acepta al otro incondicionalmente, tal cual es. Lo mismo sirve para el recuerdo de quien murió.

¡Atención! También otros familiares se sienten comparados con el difunto idealizado. Y eso hace sufrir.

Pero, ¿nos quedaremos sólo con el recuerdo del pasado o con su presencia dichosa y feliz en la resurrección de Dios? Especialmente, se ha de considerar este aspecto en el caso de suicidio (1).

(1) M. Bautista, M. Correa. Relación de ayuda ante el suicidio. Ed. San Pablo, Buenos Aires, pp. 102 – 104.

11
Lo entiendo, pero mi corazón…

Hay que ir unificando todas las dimensiones de la persona. En el proceso del duelo, la persona está dispersada, muy desorientada. Escuchamos frecuentemente esto:

– Tengo que ir al lugar del accidente de mi hijo pero temo sufrir si voy…

¿Qué es lo que sucede? La mente intuye que se hace necesario ir al lugar porque no siempre se va a estar escapando. Pero el corazón envía otro mensaje bien explícito: «Si vas a ese lugar, vas a sufrir mucho». ¿Qué sucede? ¿Quién puede?

La mente y la fe dicen aceptar la realidad de la muerte del ser querido, pero el corazón da la contraorden. Pocas veces como ahora el sentimiento estuvo tan alejado de la razón y el corazón tan distante de la mente y de las creencias de la fe.

Una experiencia de la vida clarifica lo dicho. Un niño hace este comentario:

– Mi mamá me dice que mi hermanito está feliz en el cielo, con Jesús. Después me lleva al cementerio, llora y habla con la tumba.

Lo que cree la fe, lo que quiere asimilar fácilmente la mente, lo rechaza el corazón.

En el sufrimiento, es larga la distancia entre la mente y corazón. Hay muchos cortocircuitos. Lo que para la mente muere una vez, para el corazón muere muchas veces. Hay que dar unidad a la persona. Es todo un desafío. Hay que reunificar mente, corazón, fe y futuro. Y esto no lo hace sólo el tiempo.

Hay que confrontarse sanamente con el sufrimiento disgregador para motivarse positivamente y dejar de sufrir. Y cuanto antes, mejor.

12
Fundamental: purificar el amor

-¡Si sigo adelante, es por los otros hijos!

Normalmente, nunca se menciona al otro cónyuge. Permitámonos en el proceso del duelo caricias positivas que alimentan nuestra autoestima, que rechazan las autoagresiones, que potencian nuestra valía…

Actuemos por nosotros y también para nosotros. No es egoísmo, es caridad para con nosotros mismos.

¿Y si la culpa nos descalifica? La adhesión a valores y al perdón nos revaloriza y reclama que valemos más que lo que hicimos.

Confrontémonos con nuestro modo de amar, porque el amor verdadero se muestra y se demuestra:

  • Amo sanamente a quien se murió, si me amo a mí mismo.
  • Amo verdaderamente a quien se murió, si amo a los que quedan vivos.
  • Amo limpiamente a quien se murió, si me dejo amar por quienes quedan vivos.
  • Amo gozosamente a quien se murió, si me dejo amar por quien se murió y confiadamente ponemos en la presencia misericordiosa de Dios.

El amor es más fuerte que la muerte (cfr. Sab 8,2). Por eso el amor es de «ida» (hacia el que se murió) y… de «vuelta» (desde el que se murió). Es la Comunión de la fe, la Comunión de los Santos. (Ver Catecismo de la Iglesia Católica, Nro. 954 – 959).

El amor no se enamora del muerto ni lo idealiza. Lo acepta tal como fue. El amor no se confunde con apegos, posesiones, manipulaciones, con necesitar. Nos lleva a vivir en verdad y en libertad.

Un diálogo común, ya mencionado, clarifica los conceptos anteriores:

– Tu criatura está en el cielo. Es un angelito. Está feliz.

– Sí, sí.

– Desde el cielo, él te quiere ver feliz. ¿Esto no te ayuda?

– Es que yo lo extraño.

– Pero él está feliz en la gloria.

– Pero yo lo quiero aquí conmigo. Sé que pensarás que soy egoísta.

Cuando nuestro amor está viciado de apegos, ni la felicidad de quienes amamos nos estimula a salir de nuestro sufrimiento.

– Y si tú estuvieras en el cielo, feliz, ¿te gustaría que tus seres queridos sufrieran por vos? – Por supuesto que no.

El duelo es toda una purificación del amor. Purificación, por cierto, muy exigente. El amor amado es muy exigente.

– Si amo a otra persona, ¿no ofenderé a…?

Los muertos no nos «pasan factura» ni por nuestro pasado ni por nuestra felicidad presente y futura.

– Yo amo a quien se me murió pero, ¿cómo me puedo sentir amado por quien se murió?

Esta experiencia va paralela a la experiencia espiritual de la fe en la resurrección de Cristo y a la experiencia de sentirnos amados por Dios. Ellos nos aman desde el amor de Dios. Es la Comunión de los Santos.

«No veneramos el recuerdo de los del cielo tan sólo como modelos nuestros, sino para que la unión de toda la Iglesia en el Espíritu se vea reforzada por la práctica del amor fraterno. En efecto, así como la unión entre los cristianos todavía en camino nos lleva cerca de Cristo, así la unión con los Santos nos une a Cristo, del que mana, como de Fuente y Cabeza, toda la gracia y la vida del Pueblo de Dios» (Catecismo de la Iglesia Católica, Nro. 957).

13
Sanar el resentimiento y la culpa

El sufrimiento puede llevar al resentimiento, boquete abierto en el corazón dolorido; una gran herida, efecto y causa, a su vez, de tantos sufrimientos.

Resentimiento es extrangulamiento de la paz del alma. Es sentimiento desproporcionado y desordenado, energía superpotenciada y mal canalizada, autoagresividad que añade también violencia anímica contra los demás y contra Dios.

El resentimiento engendra el remolino del remordimiento. Es, como su etimología expresa, morderse a sí mismo, una y otra vez.

¡Cuánta frustración esconde el resentimiento, qué baja autoestima y qué profunda insatisfacción…! ¡Cuántas quejas y comparaciones, actitudes inmisericordes y suspicacias, falta de humor y alegría! ¡Y cuántos miedos y temores!

El resentimiento es corazón avinagrado que desangra a su dueño. Es bronca negra y amarga que atrae arrastre del pasado. Suele derivar la causa de su sufrimiento en los demás. Se niega al perdón.

El resentimiento engendra también el dragón de la culpa.

La culpa es compañera inseparable de todos los duelos. Es látigo en la conciencia. Es examinador impío que nos descalifica. Es proyección casi compulsiva a un pasado que no se puede cambiar ya.

Hay que distinguir entre sentir culpa y tener culpa. Aunque no se tuviera culpa o responsabilidad, se siente culpa.

Nunca negar estos sentimientos. Hay que asumirlos para superarlos.

No se sale del laberinto y del infierno del resentimiento y de la culpa sin el perdón y la adhesión a valores (1). El perdón de Dios y de los hombres (incluso pedirlo a los muertos) redime nuestras culpas; también nuestro autoperdón y, por supuesto, la generosidad del alma para perdonar de corazón.

Los muertos no nos «pasan factura» por nuestras culpas. Somos nosotros la fuente de nuestros reproches.

(1) Cfr. M. Bautista, M. Correa. «Relación de ayuda ante el suicidio.» Ed. San Pablo, Buenos Aires, pp. 92 – 93.

14
Reconducir las preguntas

Las crisis del duelo generan una cascada de preguntas en busca de respuestas por la causa que lo produjeron.

– ¿Por qué pasó esto? ¿Cómo pudo ocurrir?

Las crisis del duelo suelen ser además frecuentemente crisis de sentido de la propia existencia, crisis de sentido vital. Por eso, pronto se personalizan esas cuestiones:

– ¿Por qué me pasó esto a mí? ¿Qué he hecho yo…?

Y no se encuentran respuestas. Si se hallan, no suelen satisfacer. No complacen satisfactoriamente los argumentos de las causas inmediatas, de la libertad humana, de la imperfección de la naturaleza, de la caducidad de la vida del hombre. En el fondo, la respuesta es siempre metafísica o teológica.

Pero el duelo no lo hacen los muertos sino los vivos. ¿Las preguntas han de hacerse a los muertos, a la vida, al destino o a Dios? Las preguntas no han de lanzarse fuera de sí, incluso cuando se interroga Dios, sino hacia el interior de uno mismo, si es que queremos una respuesta. Es más, hay que preguntarse sobre uno mismo, revisando la propia actitud en el mismo duelo. Y uno mismo ha de responder, no evadirse.

– ¿Qué tengo que hacer? ¿Cómo he de vivir en adelante? ¿Qué sentido tiene ya mi vida? ¿Voy a seguir así?

Las preguntas al pasado son infructuosas. Las preguntas sobre el propio futuro son muy provechosas.

– ¿Cómo me veo dentro de dos años?

El coordinador del grupo de mutua ayuda confrontará empáticamente para que las preguntas sean, poco a poco, formuladas por parte del doliente sobre él.

Tal vez, no haya respuestas a muchos porqués pero nunca el sufriente ha de quedarse sin sentido ante el porqué del significado y valor de su propia vida, de su futuro.

Las heridas y cicatrices del sufrimiento son en el duelo el lugar especial para nacer de nuevo, para la generosidad, para amar en verdad y libertad o, por el contrario…

15
La ayuda de la fe buena

La fe es un gran don dado al hombre. Para los cristianos esta fe es colmada por el don de la revelación cristiana personalizada en Jesucristo, el Hijo encarnado de Dios.

La fe religiosa, por lo tanto, no es una «superestructura», ni una «ideología» que aliena o infantiliza; muy al contrario, es una inteligencia de vida, un sentirse incondicionalmente amado por Dios, un bastón ante las adversidades. La fe es un aliciente progresista hacia el futuro, luz que disipa el absurdo y puente de la espera a la esperanza en el sufrimiento, enfermedad, discapacidad, vejez, muerte…

La fe no elimina el sufrimiento; lo ilumina para transformarlo. Fe en el Dios de la vida es fe en la vida que viene de Dios.

Y por esta fe tenemos tantos auxilios en nuestro vivir y morir, y en la integración sana de la muerte de los que amamos en nuestra vida. Porque lo que integramos es la resurrección de los que murieron, no la muerte. Es la promesa y la realidad de la resurrección en Cristo.

Sin embargo, muchas veces se vive una fe infantil, inmadura, sin la orientación de la Palabra de Dios, sin vida de oración, sin sentido eclesial, sin alimentarse de la gracia de los sacramentos, individualista, sin vivencia espiritual de amistad con Jesús, alejada del rostro verdadero de Dios Padre manifestado por Él. Y entonces surgen las alienaciones, los sentimientos de ser castigados por Dios… Y se viven así años enteros, con enojo con Dios, atribuyéndole la fuente del sufrimiento. Se confunde «pelear a Dios» con «pelear con Dios». Dios nunca pelea al hombre y menos cuando está con defensas bajas por el sufrimiento. Tampoco lo prueba (cfr. Stgo 1,13-15). Dios está apoyando en las pruebas. ¡Se olvida fácilmente que Dios también tuvo un Hijo y se lo mataron los hombres!

Observemos esta dinámica de confrontación empática del grupo «Resurrección»:

– ¿Por qué Dios me ha castigado así?

– ¿Crees que la muerte de tu ser querido es un castigo de Dios?

– argumenta el coordinador del grupo.

– Sí, una prueba muy dura.
– Una prueba, ¿para qué?

– sigue confrontando el coordinador.

– ¿Por qué, si no, se lo llevó?

– Contéstame, por favor a esto: si a vos, después de vivir una vida ejemplar te clavaran en la cruz luego de un juicio injusto y una tortura cruel, ¿perdonarías a los que te mataran?

– No, muy difícil.

– ¿Y vos serías capaz de matar a una criatura haciendo infeliz a sus padres?

– Por supuesto que no.

– Y Jesús que en la cruz pidió perdón para los que lo asesinaban delante de su madre, ¿te va a quitar a tu ser querido? – concluirá el coordinador.

El sufrimiento, bien elaborado, purifica la fe de una imagen y vivencia de Dios insanas. La fe sana purificará el sufrimiento.

16
La resurrección, esencial

La resurrección o la creencia en la vida en el paraíso forma parte de los credos religiosos tanto para cristianos y musulmanes como para otros creyentes. Para los cristianos, el gran anuncio, la buena noticia de la revelación es el mismo Jesús, muerto y resucitado. El apóstol Pablo lo sintetizó magistralmente:

«Hermanos, no queremos que estén en la ignorancia respecto de los muertos, para que no se entristezcan como los demás, que no tienen esperanza. Porque si creemos que Jesús murió y que resucitó, de la misma manera Dios llevará consigo a quienes murieron en Jesús» (1 Tes 4,13-14).

Tertuliano, apologeta del siglo II-III, plasmó vigorosamente con estas palabras la centralidad de la resurrección en la vida del cristiano:

«La resurrección de los muertos es la esperanza de los cristianos» (De resurrectione carnis, 1,1)

Y será el mismo Jesús quien salga a responder a las objeciones negadoras de la resurrección y anunciar que «serán como ángeles en el cielo»:

«Se le acercan unos saduceos, esos que niegan que haya resurrección, y le preguntaban: «Maestro, Moisés nos dejó escrito que si muere el hermano de alguno y deja mujer y no deja hijos, que su hermano tome a la mujer para dar descendencia a su hermano. Eran siete hermanos: el primero tomó mujer, pero murió sin dejar descendencia; también el segundo la tomó y murió sin dejar descendencia; y el tercero lo mismo. Ninguno de los siete dejó descendencia. Después de todos, murió también la mujer. En la resurrección, cuando resuciten, ¿de cuál de ellos será mujer? Porque los siete la tuvieron por mujer.» Jesús les contestó: «¿No estáis en un error precisamente por esto, por no entender las Escrituras ni el poder de Dios? Pues cuando resuciten de entre los muertos, ni ellos tomarán mujer ni ellas marido, sino que serán como ángeles en los cielos. Y acerca de que los muertos resucitan, ¿no habéis leído en el libro de Moisés, en lo de la zarza, cómo Dios le dijo: Yo soy el Dios de Abraham, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob? No es un Dios de muertos, sino de vivos. Estáis en un gran error»» (Mc 12,18-27).

La resurrección es el gran don de Dios a los hombres, sus hijos redimidos por Jesús que han vivido abiertos a la misericordia divina, con rectitud de conciencia y han sido fraternalmente compasivos con los hombres (Cfr. Mt 25,31 ss).

Los hombres mueren una sola vez. La resurrección no admite la reencarnación (cfr. Hbr 9,26).

Por esta resurrección en Cristo, entramos en la comunión de los santos, gozamos de su intercesión y nos sentimos amados por nuestros seres queridos resucitados en el amor de Dios.

Una dinámica de confrontación empática en el grupo «Resurrección» de la pastoral del duelo:

– Estoy muy enojado con Dios – comenta un miembro del grupo en duelo.

– ¿Y también con la Iglesia, los sacerdotes…? – pregunta el coordinador.

– He dejado de practicar.

– En nuestro duelo, consideremos que el sufrimiento nos lleva a extender nuestro enojo a todo lo relacionado y, tal vez, a todos los relacionados con las cosas de Dios – sigue argumentando el coordinador del grupo.

– Si Dios es bueno y es todopoderoso, ¿por qué me lo ha llevado?

– ¿Y dónde está tu criatura? – En el cementerio.

– ¿En el cementerio?

– En realidad, sé que su alma está en el cielo.

– ¿Feliz?

– Sí.

– ¿Seguro?

– Es un angelito.

– ¿Y gracias a quién está feliz y en el cielo? ¿Es feliz por él mismo que no pudo evitar su muerte?

– confronta el coordinador.

– No, supongo que por Dios.

– ¿Y quién es el mejor amigo en el cielo de tu criatura?

– Creo que Dios.

– Y vos, ¿estás enojado con quien ha llevado a tu criatura al cielo y la hace feliz…? ¿Tú eres enemigo de quien es su mejor amigo? – concluye el coordinador.

– No, claro.

– El proceso de la elaboración sana del duelo es un proceso paralelo a la purificación de la fe – argumenta el coordinador.

– ¿Y cómo puedo afianzar mi fe en la resurrección?

– La experiencia de vida íntima con Cristo resucitado es experiencia de la resurrección de nuestros seres queridos y de nuestra resurrección. Es un don del Espíritu Santo que hay que pedir.

Curiosamente muchos dicen creer en una resurrección de su ser querido muerto, sin Dios. ¿Cómo es posible? Es la apoteosis del muerto. Es para el doliente sentirse pletórico de su «omnipresencia espiritual», considerándolo hasta como un valor en sí mismo.

– ¡Era tan bueno que bien se ganó y mereció el cielo! Desde el cielo, me va diciendo… y me ayuda…

El cielo es un don de Dios gratuito de Dios. Por otro lado, ellos interceden y nos aman desde la comunión de los santos con el amor de Dios. La ayuda procede de Dios. No hay resurrección sin Dios. No hay cielo sin Dios.

– ¿Se puede gozar al ser querido feliz junto a Dios?

La fe en la resurrección es paz en nosotros por su felicidad.

– La Virgen María, tras la pasión y muerte de su Hijo Jesús, ¿fue feliz el resto de sus días?

Sí, porque vivió la resurrección de su Hijo. Sí, porque amó y se dejó amar por Jesús resucitado (1).

La experiencia enseña que «entregar» al ser querido muerto a Dios es altamente terapéutico.

Una dinámica altamente confrontadora y de excelentes resultados es ésta:

– Les ruego escriban y envíen un mensaje a su ser querido, al cielo – sugiere el coordinador del grupo.

No será fácil pero descubrirá si se lo siente feliz.

– Y ahora él/ella les enviaría su mensaje. ¿Qué escribiría? Analicémoslo comunitariamente. ¿Qué resultó?

(1) Mateo Bautista. «Vivir como resucitados.» Ed. San Pablo, Buenos Aires, pp 43 – 45.

17
Duelo: personal pero muy comunitario.

El duelo es personal e intransferible pero muy comunitario. Nadie puede hacer el duelo por otro, pero nadie debe hacerlo solo, lamiendo en soledad las propias heridas, como un animal herido. Así la esposa no puede hacer el duelo por el esposo y viceversa, pero han de hacerlo juntos, sin pactos de silencio, respetando la diversidad de los tiempos y actitudes personales, apuntalándose en los momentos más vulnerables para reconquistar la esperanza, regalándose el diálogo y la presencia constantes, aún en silencio.

No caer en la seductora tentación de creer que los demás familiares no hacen su duelo, de minimizarlo o de hipotecar su felicidad con la propia y eterna infelicidad. ¡Ojo con los duelos enfermizos!

No ser motivo de compasión ajena. Tampoco reprimirse insanamente. Sí, hay que desahogarse, pero se ha de llevar el duelo con gallardía y dignidad. Por eso, en un principio hay que llorar hacia fuera. Después hay que «llorar hacia adentro», autoconfrontándose.

Es muy erróneo creer que por hablar del fallecido con otro familiar o ser querido es ocasionar sufrimiento. ¡Muy al contrario! Callar siempre, haciendo un tema tabú, es sufrir más. Obviamente, con el paso del tiempo no se puede ni se debe constantemente tratar en la conversación el mismo tema.

Si cada vez que alguien pronuncia comunitariamente o en familia el nombre del muerto o se recuerda de él un hecho se produce llanto o expresión del sufrimiento en alguno, se tenderá en el futuro a evitar esas alusiones para «proteger» a ese doliente. Ese cerrojo de silencio será contraproducente para la sana elaboración, sobre todo para los niños y jóvenes.

Ciertos matrimonios se culpabilizan, se distancian y hasta se separan en el duelo. El sufrimiento ha detonado problemas preexistentes silenciados. Los muertos no separan a los vivos.

También los dolientes han de ser pacientes para aceptar ciertas expresiones dichas por personas con buena voluntad, pero inoportunamente y que en nada ayudan (1):

– ¡Qué gran prueba!

– ¡Qué vas a hacer! Resignación.

– Es el destino.

– Al menos te quedan otros hijos. Ya tendrán otro. Pueden adoptar…

Si existen hijos pequeños, la mejor manera de que éstos elaboren su duelo es ver como los adultos, especialmente los papás, lo elaboran y dialogan mencionando al ser querido muerto con cierta paz del alma (2).

El duelo, en fin, es tan comunitario que tiene repercusiones hasta en lo laboral. La motivación por el trabajo se resiente mucho. Al principio, todo es aceptado pero la dinámica de producción capitalista exige que la persona vuelva a funcionar con toda normalidad, si no se corre peligro de perder el mismo puesto de trabajo.

El duelo, aunque personal, es muy familiar y muy comunitario. ¡Cuánta gente acude a los funerales! La puesta en marcha los grupos de mutua ayuda es un signo de cómo se sale del sufrimiento con el apoyo de los vínculos comunitarios.

El duelo es de uno pero no es sólo cosa de uno…

  • Mateo Bautista. Resurrección. Grupo de mutua ayuda en duelo. Ed. San Pablo, Buenos Aires, pag. 55.


(2) A. Pangrazzi. El duelo. Ed. San Pablo, Buenos Aires, pp. 93 – 108.

18
No hacer la agenda al muerto

La fuerza del apego nos recuerda que la sangre es muy pegajosa.

Así lo reflejan los pronombres de ciertas expresiones:

– Nos dejó.
– Se me murió.
– Lo perdí.

Por ello, no es infrecuente que la imaginación «invente» actividades o proyecte expectativas íntimas frustradas, a través de imaginar al ser querido muerto como si estuviera vivo en la tierra.

– Hoy mi hija cumpliría 15 años. Ya la imagino tan apuesta. Ella con su sonrisa tan natural, bromeando con todos. Seguro que en un día como éste llevaría un precioso vestido blanco…

En efecto, la imaginación corre a sus anchas ideando a alguien que no existe. Después la realidad hace volver a pisar la tierra.

También la fe en la resurrección confrontará: en el cielo no hay tiempo, sino eternidad. Allí la felicidad en Dios es infinita.

– ¡Pero el afecto la reclama junto a nosotros!

Sin una fe madura, no es fácil llegar a gozar al ser querido junto a Dios y no sucumbir a la tentación de «secuestrarlo» de su felicidad.

– Aún siendo cristiano aceptar su vida feliz en Dios me costó mucho. Hoy, esto mismo lo vivo como una manera libre y sublime de amarlo y dejarme amar.

19
Las recaídas emocionales

En la elaboración del duelo suele haber muchas recaídas emocionales. Es frecuente que la tristeza, el mal humor, cierta bronca y el decaimiento general se reiteren.

Hay días muy particulares que parecieran agregar por sí una cuota de sufrimiento: cumpleaños, aniversario del fallecimiento, Navidades…

Poco a poco, la serenidad va a cubrir el corazón, pero éste va a protagonizar recaídas emocionales a pesar del largo tiempo transcurrido desde la muerte, y va a retroceder al pasado, a aquellos momentos… y la añoranza será grande.

– ¡Con tantos proyectos que tenía y todo se frustró! No pudo gozar…

Si el corazón arrastra la mente al pasado para evocar el corte negro de la muerte y ésta sucumbe, la pena de la frustración invadirá el alma.

– Sufro con recordar lo que tuvo que soportar en la terapia intensiva, en el tiempo que estuvo enfermo…

Ese sufrimiento ya no existe…, excepto en la mente y corazón del doliente. La ayuda de la fe en la resurrección hace aquí un esencial aporte: el ser querido junto a Dios no es pasado, es presente ante su presencia. No es lo que fue, sino lo que es en la patria feliz del Padre. No existe aquel sufrimiento, sí su felicidad en Dios.

– «Hijos, no miren la vida que acabo sino la vida que empiezo» (Santa Mónica).

Hay que dominar las caídas emocionales acudiendo a los recursos de esa «caja interior de herramientas» que la elaboración del duelo propicia.

20
¿Todo en homenaje al muerto?

Es frecuente que, al inicio del duelo, se dé una situación de identificación con el muerto. Surge el deseo de tomar como propios sus proyectos inconclusos, cumplir sus deseos, hasta vestir sus prendas…

Es frecuente hacer casi todo en homenaje al muerto, incluso convertirlo en un «valor»; también solidarizarse por él con gente carenciada, cosa que probablemente no se hacía antes. El involucrarse en muchas actividades se vuelve peligroso cuando se utiliza para evitar confrontarse con la realidad o solucionar determinados problemas.

– Yo voy al hospital porque sé que a él le gustaría y a mí me hace bien.

Obviamente, la solidaridad bien entendida se ha de hacer desinteresadamente por el necesitado en sí mismo. El hombre es fin en sí, no un medio. No se lo puede utilizar.

– Siendo «gente que hace cosas por la gente» trascendemos en el amor – comentaba un participante de un grupo de autoayuda sin elaborar su duelo y con una pobre autoestima. ¡Qué pobre sentido de la trascendencia! ¡Qué manera tan poco «caritativa» de servir! ¡Qué manera de eludir el duelo!

Los muertos no dejan proyectos para los vivos.

No actuar exclusivamente por homenaje al muerto sino en homenaje al amor solidario.

Los muertos no quieren que los vivos les ofrenden su vida.

El mejor homenaje a quien se murió: orar por él ante el Señor y ser felices (1).

(1) Cfr. Mateo Bautista. Renacer en el duelo. Ed. San Pablo, Buenos Aires.

21
Un proyecto significativo de vida.

Es frecuente detectar en la convivencia con personas en duelo que casi siempre hablan con énfasis del pasado vivido con su ser querido muerto pero reflejando una vivencia anodina del presente, cargada el alma de melancolía. El futuro prácticamente no existe; sobreviviendo más que viviendo. Es una seria amputación de un futuro feliz.

Nadie sale del pozo del sufrimiento simplemente porque quiera dejar de sufrir o únicamente por desahogarse, sino por emprender opciones y acciones nuevas que actúen positivamente ganando el futuro.

El transcurso del tiempo, por sí mismo, no sana el sufrimiento; más bien hipoteca el duelo y colapsa el futuro.

Hay que recrear el porvenir con un proyecto concreto, significativo y positivo de vida que potencie la autoestima y lleve a la felicidad.

No caer en la tentación de incrustarse en el sufrimiento como un estilo de vida, peligro más existente en personas mayores de edad.

Hay que vivir la vida en el duelo, no que la vida del duelo nos viva.

Hay que obligarse a ser feliz «hasta que duela» (Madre Teresa).

«Grabaos la imagen que corresponde a vuestro futuro. Erigid en derredor vuestro el recinto de una grande y vasta experiencia» (Nietzsche).

Y los proyectos de vida tienen nombre, opciones y acciones concretas .

22 
Del sufrimiento al crecimiento

El sufrir pasa; el haber sufrido, no.

Las pérdidas y las muertes suelen hacer jirones en nuestra alma y corazón. Sólo vemos lo que perdemos. El sufrimiento tiende a verlo todo negro. Frustra motivaciones y proyectos. ¿Qué puede traer de positivo? ¿Sufrir no es pura negatividad? ¿Y aunque algo enseñara qué es eso comparado con la pérdida, con la muerte del ser querido?

No elegimos perder ni la muerte, por supuesto; pero sí podemos elegir qué actitud ir tomando.

– ¿Pero acaso en el sufrimiento hay tanta racionalidad como para elegir con qué actitud vivir?

El sufrimiento se sufre, es cierto; pero cuando se va serenando y transformando aporta muchas «riquezas» que hacen que la vida se vea de otra manera. Hay que explorar con actitud y actividad positivas los lugares a los que puede conducirnos el sufrimiento:

– Desde que murió mi ser querido, lo que creía tan absoluto… Estoy empezando a valorar…

El espíritu se mueve más a la compasión:

– Me siento más solidario…

Hasta la muerte se empieza a ver de otra manera:

– Noto que ya no tengo miedo a la muerte como antes.

Y la experiencia de Dios se hace más intensa:

– Ahora lo vivo cercano a mí , no como antes…

Pero si no hay una sana elaboración del duelo, se incrustará el sufrimiento, se esconderá la felicidad, se oxidará el alma, se ahuyentará la alegría, se continuará prisionero de la pena y se seguirá sufriendo y perdiendo.

23
El final del duelo

¿Existe «alta» en el duelo? Esta pregunta surge infinidad de veces. ¿Cuándo termina el duelo? No es fácil la respuesta porque no hay un solo duelo igual. Sin embargo, dos signos concretos son indicadores de un final positivo:

  • La capacidad de recordar y hablar de la persona amada sin llorar.
    · La capacidad de entablar nuevas relaciones y de sumergirse esperanzadamente en los desafíos de la vida.

Además, al final del duelo se habrá conseguido:

  • clarificar los sentimientos
  • reelaborar ideas insanas
  • reparar el «cortocircuito» entre mente y corazón
  • purificar actitudes
  • cambiar de visión sobre el sufrimiento
  • imponerse objetivos superiores
  • pulir la imagen falsa de Dios, viviendo más plenamente la vida de fe
  • aceptar las «leyes» de la vida
  • amar sin apegos
  • pasar de la resignación a la aceptación
  • ir de la desdicha a la paz y de la infelicidad a la felicidad.

Y un síntoma infalible de recuperación: ayudar serenamente, desde una sana motivación, a quien está en duelo.

24 
Jesús: modelo de hacer el duelo.

Jesús, visibilidad del Padre, hecho hombre entre nosotros, expresión de la misericordia divina, que pasó haciendo el bien, vivió la angustia de muerte en Getsemaní (1), sufrió la injusticia de la traición y negación, fue sometido a tortura y a juicio adulterado. Crucificado entre malhechores, en público, delante de su madre, murió joven y resucitó. El es el camino, la verdad y la vida.

Por la fuerza de su amor en verdad y libertad, no se echó atrás en su proyecto redentor, empezando a vivenciar el duelo anticipado de su muerte (cfr. Mc 8, 31-33): «Nadie me quita la vida, yo la entrego» (Jn 10,18).

Jesús es modelo de cómo ayudar a hacer los duelos. Los evangelistas narran tres resucitaciones realizadas por Jesús: a una niña, a un joven y a un adulto. Tienen mucho interés en mostrarnos el acompañamiento humano y pastoral de Jesús a las familias de aquéllos para enseñarnos cómo hacernos prójimos de quien se encuentra en duelo (2).

En el relato de los discípulos de Emaús (cfr. Lc 24,13-35), se refleja el concreto realismo de dos almas en crisis por el desconcierto de su sufrimiento. Se pone de manifiesto el complejo itinerario humano – espiritual del duelo de esos dos hombres de fe probados y desconcertados que se alejan de su comunidad. Se plasman maravillosamente el estilo y los pasos dados por Jesús en el proceso de relación de ayuda (que han de ser asumidos por nosotros), así como los recursos espirituales que van a iluminar y sanar el sufrimiento para transformarlo en crecimiento y en amor redimido y redentor.

Jesús es, a su vez, modelo de cómo elaborar las propias crisis positivamente. El, en su duelo, no fue pasivo, ni resignado. Se hizo dueño de su sufrimiento transformándolo con amor en redención, en relación de ayuda. No transfirió su sufrimiento ni se convirtió en el centro de una insana compasión. Supo pedir ayuda (cfr. Mt 26,40).

Jesús no se abandonó a sí mismo; no abandonó a los demás; no se sintió abandonado por Dios Padre; se abandonó en Dios. El, con el mal, hizo bien. El, a los que le hacían mal, hizo bien. El, a los que le acompañaban, les ayudó. Hizo relación de ayuda a sus «compañeros» crucificados.

Sintiéndose «buen hijo», pidió al Padre celestial que perdonara a sus propios verdugos. Dialogó, oró y se dejó amar infinitamente por su «abba» celestial en el momento de mayor vulnerabilidad y desconcierto existencial. Ayudó a hacer el duelo a su propia mamá, que sufría doblemente por ella y por el hijo crucificado, teniendo delante de ella a los verdugos del fruto de sus entrañas.

– «Mujer, aquí tienes a tu hijo» (Jn 19,26).

– «Aquí tienes a tu madre» (Jn 19,27).

No quiso Jesús que María se cronificara en su duelo, ni que se muriera con El, sino que viviera en su resurrección. La vinculó a su ser resucitado y a nuevos contactos humanos. Le pidió ser todavía más feliz, con el recuerdo por atrás, con el amor resucitado por delante. Al pedir al padre perdón para sus verdugos, también se lo pedía a su madre. ¡Y ella no era Dios!

La resurrección de Jesucristo constituye, por tanto, el gran dogma cristiano. Por esta resurrección, la esencia de una sana elaboración del duelo es amar en verdad y libertad. Así, por la resurrección de Cristo y en Cristo, el amor invita a querer a quien murió no como a un recuerdo del pasado, sino como a «alguien resucitado y feliz»; anima a «ubicar» a quien murió no en el cementerio (lugar de muerte) sino en Dios, (lugar de vida). Por ende, esta misma lógica del amor sugiere rechazar: «no seré feliz hasta que me reencuentre…» Este amor es una purificación de apegos e ideologías.

Por la resurrección de Cristo, el amor purificado llega a gozar de la resurrección feliz del ser querido muerto. Los resucitados en Cristo al amarnos nos obligan (motivan) a amar y a dejarnos amar en verdad, libertad y felicidad.

En la resurrección de Cristo no se «pierde» a nadie, se lo gana para una vida plena y feliz donde los proyectos humanos concebidos son ampliamente superados por la nueva existencia en Dios.

  • Mateo Bautista. Jesús, sano, saludable, sanador. Ed. San Pablo, Buenos Aires, pp. 67-71.

(2) Cfr. Mateo Bautista. Vivir como resucitados. Ed. San Pablo, Buenos Aires, pp. 26

25
Alguna vez

Los altos árboles del bosque, erguidos hacia el cielo, instruían al pequeño árbol que crecía entre ellos.

– Alguna vez – decían – , alguna vez serás alto como nosotros y entonces podrás ver el agua cristalina de los lagos allá abajo, la nieve virginal entre las montañas allá arriba. Alguna vez…

El viento, cuando bajaba a la altura del árbol pequeño, también le informaba.

– Vengo de todas partes y lo sé todo. Conozco los bosques, los ríos, los mares, los campos, las ciudades de los hombres… Cuando seas grande te contaré cosas… Alguna vez…

Al llegar la primavera, cuando los pájaros venían en busca de calor y alimento, piaban comentando:

– Hay sitios donde todo es arena; donde todo es nieve; hay sitios donde todo es agua… Alguna vez, cuando seas más alto y más sólido, haremos nuestros nidos en tus ramas y te contaremos todo lo que sabemos. Alguna vez…

Y el pequeño árbol seguía inmóvil, repitiendo a todas sus hojas tiernas esas palabras excitantes:

– Alguna vez, alguna vez…

Pero ese «alguna vez» era lento, resultaba lejísimo. El pequeño se impacientaba y preguntaba cosas a la lluvia, al granizo, a la nieve. Todos conocían el mundo. Todo parecían sabios y aventureros. Todos terminaban diciéndole: «Alguna vez, alguna vez…»

Una tarde, por fin, sucedió algo novedoso. Pasó junto al pequeño árbol un hombre corpulento de barba oscura y ojos grandes conduciendo un asno con la brida. Montada en el animal iba una mujer muy hermosa y dulce que estaba embarazada. Se detuvieron y el hombre musitó:

– Esto es lo que necesito. Perdóname pequeño árbol pero debo cortarte.

Y con un hachazo ocasionó la primer herida en la madera del joven árbol. Este suspiró y sangró un poquito de savia. El dolor era intenso. El hacha penetraba cada vez más en su carne vegetal. Se sentía débil, indefenso y solo. No lamentaba tanto su sufrimiento físico como ese «alguna vez» que temía perder para siempre.

El hombre no cejó en su intento. Cortó todo el árbol en trozos pequeños y los acomodó en el morral. Siguiendo el camino, llegaron a un lugar donde había un buey y otros animales. Allí el hombre sacó los trozos, los cepilló, los pulió y los ensambló, quedando el árbol transformado en una cunita rústica.

La cunita, al mecerse parecía gemir: «alguna vez, alguna vez…»

Todavía aquel pobre árbol no había comprendido cual sería su misión. Pero esa noche, justamente a las doce, sintió un débil llanto. Una música y una luz extrañas envolvieron el lugar. Se escuchaba un sedoso revoloteo de ángeles. El llanto del niño que acaba de nacer parecía más bien un canto.

El árbol hecho cuna notó que depositaban entre sus maderas cubiertas de heno tibio el cuerpecillo de una criatura muy especial. Y lo sintió moverse suavemente en su interior.

De pronto intuyó que el «alguna vez» ya había llegado.

Ni los árboles altísimos, ni el viento, ni los pájaros, ni las nubes habían experimentado nunca la gloria que en ese momento él gozaba, cuando ya no era más árbol sino cuna. Ahora, estaba como en la gloria. Estaba con Dios mismo.

Mientras tanto, en el bosque, todos apenados comentaban: «pobrecito arbolito, ha quedado frustrado, ya nunca tendrá «alguna vez»…

Arbol nuevo,
sabia nueva.
Dolor.
Un gran amor.
Sólo salva
un gran amor.

El Duelo y su elaboración – Tipo de frases que no ayudan

 

Frases hechas que «deshacen» en el duelo

* Al menos te quedan otros hijos.

* Dios quería un angelito.

* Sé como te sientes.

* Es mejor así. Dejó de sufrir.

* Si tenía que suceder, mejor que fuera pronto.

* Es la voluntad de Dios.

* Jesús también sufrió. ¿Por qué no tú?

* Dios se ha llevado. Lo necesitaba junto a El.

* Si me pasara a mí, me moriría.

* ¡Animo, otros pasaron por esto!

* El destino lo ha querido así.

* Es la ley de la vida.

* Es así, hoy estamos, mañana no.

* Hemos nacido para sufrir.

* Sé fuerte. No llores.

* El tiempo cura todas las heridas.

* Era demasiado bueno para este mundo.

 

Tomado del Sitio Web   www.redsanar.org / pastoralduelo

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El Duelo y su elaboración – Metodología de Sanación

Metodología de sanación

Cuida tu mente y tu corazón. 
Si está en sufrimiento, sánalos. 
De ellos, brotan las fuentes de la vida.

1* Lo que no se asume, no se redime. El duelo no es pasividad. Nadie me cura por fuera si yo no me saneo por dentro.
2* El duelo lo hago desde mi «pena de la separación», no desde quien se murió. Yo soy el objeto y el sujeto de mi duelo.
3* Al amor infectado de apegos he de purificarlo para querer en verdad y libertad, a quien se murió, a los otros y a mí mismo.
4* Tengo que redimir el concepto insano de sufrimiento para no hacerme víctima ni victimario.

5*
 Mi ser querido muerto «no me arruinó mi existencia con su muerte». Mi ceguera ante la verdad de la vida y la muerte me hacen infeliz.
6* El duelo es una invitación a la reconstrucción de mi persona a vivir con hondura un proyecto vital ante mí, ante los hombres y ante Dios.

 

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El Duelo y su elaboración – 1era. parte mayo 2014

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Duelo  ¿Qué es el duelo?

El término duelo procede etimológicamente del vocablo latino dolium, que a su vez se deriva del verbo, doleo (dolerse).

El duelo es la actividad y actitud de la persona ante la reacción emocional, espontánea y natural del sufrimiento producido por:

  • Pérdidade bienes, prestigio, posición, afectos, amores, amistad, identidad personal, autoestima, ilusiones, honor, verdad, posibilidades, salud, integridad corporal, raíces culturales, patria, trabajo…
  • Omisiónde lo que no se pudo tener, ser, hacer, amar o ser amado.
  • Alejamientoo separación parcial o definitiva de alguien amado.
  • Muertede seres queridos y la propia muerte cercana.

 

Duelo – Su intensidad

La intensidad del sufrimientos en los duelos, obviamente, es mucho mayor por la muerte de seres queridos que por pérdidas de bienes apreciados.

En efecto, la intensidad de los sentimientos se produce por:

– lo definitivo de la pérdida o de la muerte

– la ansiedad de la separación

– el vacío o desconcierto de la ausencia

– la causa y circunstancias que lo ocasionaron (acción o muerte impuesta, indigna, deshumanizada, con abandono, con negligencia, con violencia…)

– la hondura de la relación existente

– el rol desempeñado por el difunto o ausente

– la fuerza del «apego»: dependencia o independencia que se ha generado

– la actitud asumida: pasiva o activa

– la consideración sobre la realización, satisfacción y cumplimiento de la vida del fallecido.

– Los asuntos sin resolver entre dolientes y difuntos.

– la canalización y reinversión afectivas desplegadas.

– la utilización de los recursos humanos y religiosos de que dispone cada persona: carácter, salud mental, autoestima, capacidad adaptativa, experiencia de otros duelos, acción vincular y familiar, capacidad de expresar el duelo, vivencia espiritual. Sufrimos como somos, pensamos, creemos y esperamos, es decir según nuestra propia personalidad (1).

Muchos autores mencionan la intensidad según este tipo de vínculos o situaciones:

  1. Muerte del hijo
    2. Muerte del cónyuge
    3. Separación o divorcio del cónyuge
    4. Encarcelamiento o pérdida de la libertad
    5. Muerte del familiar cercano
    6. Accidente o enfermedad
    7. Crisis familiar grave
    8. Expulsión del trabajo
    9. Pérdida económica importante
    10. Jubilación

(1) Cfr. A, Pangrazzi. «El Duelo. Cómo elaborar positivamente las pérdidas humanas.» Ed. San Pablo, pp. 35 – 45.

 

Duelo – ¿Cómo afecta?

En el proceso del duelo queda dañada la biología de la persona (corporeidad), se resiente la biografía (proyectos, estilos de vida, mundo emocional, vida espiritual…) y se achica la biofilia (autoestima, razón vital, gusto por la vida, sentido existencial)
El duelo es una experiencia global. Afecta a toda la persona, en todas y en cada una de sus dimensiones:

– Física
– Emocional
– Intelectual
– Social
– Espiritual

 

He aquí las principales reacciones:

En la dimensión física:
– 
Dolor de cabeza
– Sequedad de boca.
– Sensación de estómago vacío.
– Falta de energía y debilidad. 
– 
Llanto. 
– 
Dolores agudos en el cuerpo. 
– 
Opresión en el pecho y garganta.
– 
Taquicardias. 
– 
Anorexia y pérdida de peso. 
– 
Alteración en el sueño. 
– 
Aumento de la morbimortalidad (en especial, en personas muy ancianas).

En la dimensión emocional:
– 
Tristeza y depresión temporal.
– Extrañeza ante el mundo habitual. 
– 
Deseo de presencia del fallecido. 
– 
Hablar con el muerto. 
– 
Añoranza. 
– 
Obsesión por recuperar la pérdida.
– Deseo de unirse al muerto. 
– 
Suspiros.
– 
Sentimiento de impotencia.
– Insensibilidad y desinterés. 
– 
Sentimiento de abandono y soledad. 
– 
Culpa y autorreproche. 
– 
Aprensión de que suceda algo malo, miedos.
– Temor a apegarse a seres queridos, ante posibles muertes.– Pérdida de autoestima. 
– 
Falta de deseo sexual.

En la dimensión social:
– Autoaislamiento.
– Hiperactividad.
– Hipersensibilidad a ruidos, risas…
– Deseos de superprotección.
– Desconcentración en el trabajo.
– Despreocupación por lo cotidiano.
– Ausencia de proyectos.
– Desinterés por los acontecimientos exteriores.

En la dimensión Intelectual:
– Confusión y aturdimiento
– No aceptación de la realidad
– Incredulidad
– Alucinaciones visuales y auditivas.
– Dificultad de atención y concentración.
– Incapacidad de coordinación mental.
– Obsesión por encontrar respuestas.
– Acatar mensajes negativos del sufrimiento.
– Centrar la mente y la conversación en el fallecido.

En la dimensión espiritual:
– 
Conciencia de la finitud humana.
– 
Sin esperanza de trascendencia. 
– 
Crisis del sentido vital. 
– 
Crisis de fe. 
– 
Dudas del amor y bondad divinas.
– 
Sentirse abandonado por Dios.
– 
Resentimiento contra Dios y alejamiento de la Iglesia…

 

Duelo – Fases del duelo-Tipos de duelo

Fases del duelo

La simple observación de un alma en duelo, así como la literatura de siglos y recientemente algunos estudios de especialistas, constata etapas por las que se suele pasar en el proceso de elaboración del sufrimiento.

– Aturdimiento inicial: el sufrimiento puede dejar anestesiado, perturbado, mudo, incluso privado de autonomía de pensamiento, palabra y acción.
– Lamentación: surgen las primeras expresiones inarticuladas, las exclamaciones, abundan los gestos, viene la queja: «¡No lo puedo creer!»
– Negación: «¡No, no es cierto!»
– Rechazo: ¡No, no lo acepto!
– Miedo y ansiedad: «¡ Y si me sucediera…!»
– Culpa: «¡Si yo no hubiese…!»
– Bronca: «¿Por qué a mí?» «¿Por qué se lo hicieron, Dios?» – Tristeza profunda «¿Qué sentido tiene ya…?»
– Resignación: «¡Me tocó a mi. Es la fatalidad!»
– Recobrando serenidad interior: «¡Después de tanto sufrimiento, estoy recobrando la paz!»
– Integración y resignificación: «¡Hay que volver a vivir. Mi ser querido me quiere feliz!» La sabia psicología humana necesita de estas fases para encajar un golpe tan fuerte. Lo preocupante es estancarse en una de ellas y no llegar a la aceptación y superación.

 

 

Tipos de duelo

Existen diversos tipos según las circunstancias de su origen, la actitud y el recorrido del proceso del duelo:

 

– Anticipado. Precedido con tiempo y pleno conocimiento de la situación, permite prepararse anímicamente.
– Retardado. Por no asumir la realidad o por preocupaciones urgentes, no se afronta la situación y se demora el proceso de aceptación y, por consiguiente, perdura el sufrimiento y la falta de elaboración positiva. En cualquier momento, el sufrimiento aflorará…
– Crónico. La reacción luctuosa dura años, produciendo constante sufrimiento. No cede por sufrir más.
– Emergente. El sufrimiento reaparece según etapas, fechas, circunstancias…
– Patológico. La muerte desencadenó mecanismos tales de defensa que alteró emocionalmente a la persona, que necesitará apoyo profesional y espiritual.
– Extraordinario. Ocasionado por situaciones críticas de la muerte: aborto, suicidio, homicidio, tortura, cuerpo sin aparecer, guerras, catástrofes…
– Comunitario. Afecta a muchas personas y por mucho tiempo.
– Saludable. Tras un proceso de elaboración del sufrimiento, se llega a la paz y serenidad.

 

 

Duelo – Su finalidad

Muchos creen que en el duelo hay que dejar pasar el tiempo que todo lo cura y considerar el sufrimiento como propio, exclusivo y no compartible; no hablar y sufrir en soledad y en silencio; procurar despejarse y evadir los recuerdos; vivir como si nada hubiera pasado, cayendo así en una especie de sumisión ante el fatalismo. ¡Es un gran error!

 

Otros, por el contrario, creen que el duelo es un continuo lamento y desahogo exteriores, situándose en un estilo de vida eternamente infeliz; o recluyéndose en un mundo imaginario por sentirse agobiados por la realidad. ¡No es lo correcto!

 

No es tampoco el duelo para olvidar ni para dejar de amar al ser querido muerto. ¡Sería absurdo!

 

La finalidad del duelo es dar expresión y cauce sano a los sentimientos, serenando el sufrimiento, dominado la pena de la separación, aceptando la realidad de la muerte, integrando la extrañeza física, reorientando positivamente la energía afectiva con un proyecto pleno de sentido, amando con un nuevo lenguaje de amor al fallecido a quien, como creyentes, ponemos en las manos misericordiosas de Dios en la esperanza firme de la resurrección, donde nos ama con el amor purificado y pleno de Dios.

Pacientes en las dificultades

El Señor nos anuncia : en el mundo tendréis grandes tribulaciones; pero tened confianza, Yo he vencido al mundo.

En este caminar en que consiste la vida vamos a sufrir pruebas diversas, unas que parecen grandes, otras de poco relieve, en las cuales el alma debe salir fortalecida, con la ayuda de la gracia. Estas contradicciones vendrán de fuera, con ataques directos o velados, de quienes no comprenden la vocación cristiana…Pueden venir dificultades económicas, familiares…Pueden llagar la enfermedad, el desaliento, el cansancio…La paciencia es necesaria para perseverar, para estar alegres por encima de cualquier circunstancia; esto será posible porque tenemos la mirada puesta en Cristo, que nos alienta a seguir adelante, sin fijarnos demasiado en lo que querría quitarnos la paz. Sabemos que, en todas las situaciones, la victoria está de nuestra parte.

La paciencia es una virtud bien distinta de la mera pasividad ante el sufrimiento; no es un no reaccionar, ni un simple aguantarse : es parte de la virtud de la fortaleza, y lleva a aceptar con serenidad el dolor y las pruebas de la vida, grandes o pequeñas, como venidos del amor de Dios. Entonces identificamos nuestra voluntad con la del Señor, y eso nos permite mantener la fidelidad y la alegría en medio de las pruebas. Son diversos los campos en los que debemos ejercitar la paciencia. En primer lugar con nosotros mismos, puesto que es fácil desalentarse ante los propios defectos. Paciencia con quienes nos relacionamos, sobre todo si hemos de ayudarles en su formación o en su enfermedad : la caridad nos ayudará a ser pacientes. Y paciencia con aquellos acontecimientos que nos son contrarios porque ahí nos espera el Señor.

Para el apostolado, la paciencia es absolutamente imprescindible. El Señor quiere que tengamos la calma del sembrador que echa la semilla sobre el terreno que ha preparado previamente y sigue los ritmos de las estaciones. El Señor nos da ejemplo de una paciencia indecible. La paciencia va de la mano de la humildad y de la caridad, y cuenta con las limitaciones propias y las de los demás. Las almas tienen sus ritmos de tiempo, su hora. La caridad a todo se acomoda, cree todo, todo lo espera y todo lo soporta, enseña San Pablo ( 1 Corintios 13, 7 ).

Si tenemos paciencia, seremos fieles, salvaremos nuestra alma y también la de muchos que la Virgen pone constantemente en nuestro camino.

Extraído de “meditar” del Portal Católico www.encuentra.com ( 2001 )

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Resucitarán para ti

Tus muertos resucitarán “para ti”, cuando hayas aceptado que “murieron para ti”; sólo los recuperas en su regreso, cuando aceptaste su partida.

¡No es posible la alegría del reencuentro, sin sufrir el dolor de la despedida!

No te mueras con tus muertos;

¡llora la siembra de ayer con la esperanza puesta en la cosecha de mañana!

Acepta que la muerte de tus seres queridos te despierta mucha rabia, aunque no sepas por qué y aunque no quieras sentirla.

Tu resistencia ante la muerte te hace rebelarte, aunque no sepas del todo contra quién hacerlo…¿Contra Dios…? ¿Contra tus muertos…porque te abandonaron? ¿Contra…?

No te mueras con tus muertos; ¡déjalos dormir su tiempo como duerme la oruga en la crisálida, esperando la primavera para hacerse mariposa!

Dios no es menos Dios, más justo o más injusto, más bueno o más malo, cuando naces que cuando mueres. O crees en Él siempre, o no crees nunca; pero una cosa es creer en Él y otra es creer en tus explicaciones.

¡Ante la muerte se acaban tus explicaciones!

No te tortures sintiéndote culpable ante tus muertos. ¡Los muertos no cobran deudas! ¡Además, si hoy resucitaran, volverías a ser con ellos como fuiste! ¿O no sabías con certeza que un día iban a morir?

No te mueras con tus muertos; ¡muéstrales más bien, que como el árbol podado en el invierno, lejos de morirte, retoñas vistiendo tu desnudez, devolviendo frutos por heridas!

Acepta y date cuenta, de que tus muertos te plantean un serio desafío : el de tener una respuesta para el sentido de tu vida. Porque mientras no sabes para qué murieron ellos, tampoco sabes para qué vives tú. ¿O no piensas morir?

 

…la vida y la esperanza

Ante tus muertos queridos tu corazón tiene mil interrogantes y tu razón, ninguna respuesta. Resolverás mejor la cosa, cuando preguntes menos y aceptes más.

Las flores que regalas a tus muertos hablan de la vida y la esperanza. También en tu corazón duermen la vida y la esperanza, esperando que tú las despiertes para seguir viviendo esperanzado.

No te mueras con tus muertos;

¡míralos marchar por su camino, hacia su meta, y aprende la lección que ellos te dejan, diciendo que tu andar de peregrino, también tiene un final, al que te acercas…!

Más que con la frialdad de los mármoles, más que con suntuosos monumentos y grandilocuentes discursos, honra a tus muertos con una vida digna. ¡Piensa qué esperas para ti cuando hayas muerto!

Aprende de tus muertos una lección para la vida : es mejor amar a los tuyos mientras viven, que quitarte culpas por no haberlos amado, cuando ya se fueron.

No te mueras con tus muertos;

¡despídelos, como despides las aguas del río que van al mar, sabiendo que volverán mañana nubes, y serán lluvias sobre tu rostro!

Así como los cirios encendidos se queman y derriten dando luz y calor en la despedida de tus muertos, que tu corazón no se derrita en vano, quemándose en el fuego del dolor sino que arda en las llamas del amor y en la luz de la esperanza.

No te mueras con tus muertos;

¡vive este invierno de dolor, que te desnuda como quitándote la vida; pero, recuerda que la savia duerme para retoñar y florecer en primavera!

Parte del dolor que te golpea, cuando despides a tus muertos, se debe a una pregunta que golpea en tu interior, interrogando por el sentido de la vida.

Si respondes de verdad, sincera y frontalmente, gracias a la muerte de tus muertos tú vivirás más plena y auténticamente.

 

 

Extraído del libro No te mueras con tus muertos

de René Juan Trossero – Editorial Bonum

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Quisiera compartir contigo…

Amigo :

tu propia muerte te asusta, y la muerte de tus seres queridos te duele.

No voy a escribir una sola palabra para superar tu miedo o suprimir tu dolor,

porque no tengo esa palabra mágica. Tu verás cómo enfrentar tu propia muerte.

Yo sólo quisiera compartir contigo algunas cosas simples,

para que te duelas sanamente y hagas tu dolor más llevadero,

ante la muerte de los tuyos. Y eso es todo.

Que te duelas, dije, sanamente, a causa de tus muertos,

que te deprimas un tanto y un tiempo, pero no que no puedas vivir,

que te dejes morir porque murió tu madre, tu padre o tu hermano,

tu esposo o tu esposa, tu hijo o tu amigo…

Yo quisiera ayudarte, si me es posible y si tú quieres,

a que sufras sanamente, para seguir viviendo;

porque he visto a muchos MORIRSE CON SUS MUERTOS.

Tus muertos ya murieron, y en tu mente ya lo sabes.

Pero tu corazón necesita tiempo para saber y aceptar que ya partieron.

Por eso tu dolor resurge como nuevo, ante esa mesa familiar

donde un lugar quedó vacío, en esa Navidad donde alguien falta,

en ese nacimiento sin abuelo, en ese año nuevo en que se brinda

y alguien ya no levanta la copa…

Así es el corazón humano:

siempre vive de a poco lo que la razón sabe de golpe.

¡Para la mente los muertos mueren una vez; para el corazón mueren muchas veces!

Extraído del libro No te mueras con tus muertos

de René Juan Trossero – Editorial Bonum

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Me acerco a ti, hermano…

Con el religioso respeto con que se ingresa a un templo;

con la cálida ternura con que se acaricia a un niño;

y con la cuidadosa delicadeza con que se cura una herida,

me acerco a ti, hermano que estás de duelo y sufres el desgarrón de la despedida,

provocado por la muerte, para entregarte estas simples palabras.

Algunas te servirán de alivio y de consuelo, otras te irritarán, ¡seguramente!,

porque no dicen lo que tú sientes ahora. No te impacientes;

acéptalas como indicadoras de un camino, que hay que recorrer con tiempo,

y no como preceptoras de un deber que ya debieras haber cumplido.

Si algo te choca hoy, déjalo, y tal vez lo leas mejor mañana.

Éstas palabras mías no te dirán lo mismo en los comienzos, en el medio

o al final del largo camino de tu duelo.

Tu tienes por delante un camino largo y doloroso, y al presentarte la meta

no es para impacientarte, ni para reprocharte por no haber llegado,

sino para alentarte a seguir andando.

Tú caminas por tu desierto y el sol y las arenas enardecen tu sed;

si yo te hablo de un oasis no es para culparte por no haberlo alcanzado,

sino para alentar tus pasos. ¡Tal vez concluyas tu duelo

cuando estemos de acuerdo, y hayas encontrado el oasis…!

Extraído del libro No te mueras con tus muertos

de René Juan Trossero – Editorial Bonum

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Señor, Dios mío

Señor, Dios mío
no tengo idea hacia adonde voy,
no veo el camino que hay ante mí,
no tengo la seguridad de donde termina.
No te conozco realmente,
y el hecho de que piense que cumplo tu voluntad
no significa que realmente lo haga.
Pero creo que el deseo de agradarte te agrada realmente
y espero tener ese deseo en todo lo que estoy haciendo.
Espero no hacer nunca nada aparte de tal deseo.
Y sé que si hago esto Tú me llevarás por el camino recto,
aunque yo no te conozca.
Por lo tanto, siempre confiaré en Ti,
aunque parezca perdido y a la sombra de la muerte,
no temeré pues estás siempre conmigo,
y no dejarás que haga frente solo a mis peligros.
 
Thomas Merton
 
 
Colaboración de Claudia Deluca, con quien soñamos juntos compartir mensajes de amor, fe y esperanza para enriquecer el espíritu y reflexionar.
 

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No llores si me amas

¡Si conocieras el Don de Dios y lo que es el Cielo!
¡Si pudieras oir el cántico de los ángeles y verme en medio de ellos!
¡Si pudieras ver con tus ojos los horizontes, los campos eternos
y los nuevos senderos que atravieso!
¡Si pudieras por un instante, contemplar como yo
la belleza ante la cual los astros palidecen!
Créeme : cuando la muerte venga a romper tus ligaduras
como ha roto las mías y cuando un día que Dios ha fijado y conoce,
tu alma venga a este cielo en que te he precedido,
ese día volverás a verme y encontrarás mi corazón que te amó
y te sigue amando, con todas las ternuras purificadas.
Volverás a verme pero transfigurado y feliz,
avanzando contigo por los senderos nuevos de la luz y de la vida,
bebiendo a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.
Por eso, no llores si me amas.
 
San Agustín
 
 
 

Que estas palabras te acompañen y te sirvan de guía hoy y siempre.

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