Palabras de Juan Pablo II en Nochebuena

El Niño, respuesta que disipa el miedo actual

Preside la misa de Navidad en la Basílica de San Pedro

CIUDAD DEL VATICANO, 25 diciembre 2001 (ZENIT.org).-

En medio de los temores que se apoderan del escenario internacional, Juan Pablo II lanzó un vigoroso mensaje de esperanza en el amor de Dios hecho Niño, al presidir la misa de Navidad.

La promesa de paz traída por Jesús parece contrastar «con la realidad histórica en que vivimos», constató el Papa. «Si escuchamos las tristes noticias de las crónicas, estas palabras de luz y esperanza parecen hablar de ensueños –añadió–. Pero aquí reside precisamente el reto de la fe, que convierte este anuncio en consolador y, al mismo tiempo, exigente».

Escuchaban al pontífice unos ocho mil fieles, que llenaban el templo más grande de la cristiandad, tras haberse sometido a estrictos controles de seguridad realizados por la Policía italiana ante el miedo de posibles atentados.

«La fe nos hace sentirnos rodeados por el tierno amor de Dios, a la vez que nos compromete en el amor efectivo a Dios y a los hermanos», afirmó el pontífice durante la homilía pronunciada con voz firme y grave, transmitida a todo el mundo por televisión.

El momento más emocionante de la celebración tuvo lugar cuando el Papa dio su bendición a doce niños con trajes tradicionales llevando en su manos cálices dorados, en representación de los diferentes pueblos del planeta. Un Karol Wojtyla sonriente les besó en la frente y les acarició la mejilla.

Durante la homilía, reconoció que «en esta Navidad, nuestros corazones están preocupados e inquietos por la persistencia en muchas regiones del mundo de la guerra, de tensiones sociales y de la penuria en que se encuentran muchos seres humanos. Todos buscamos una respuesta que nos tranquilice».

El Niño Jesús, anunciado por el profeta Isaías como «Príncipe de la paz», «tiene la respuesta que puede disipar nuestros miedos y dar nuevo vigor a nuestras esperanzas», respondió Juan Pablo II.

«Al igual que los pastores –siguió diciendo el pontífice–, también nosotros hemos de sentir en esta noche extraordinaria el deseo de comunicar a los demás la alegría del encuentro con este «Niño envuelto en pañales», en el cual se revela el poder salvador del Omnipotente».

«No podemos limitarnos a contemplar extasiados al Mesías que yace en el pesebre, olvidando el compromiso de ser sus testigos», afirmó. «Debemos volver gozosos de la gruta de Belén para contar por doquier el prodigio del que hemos sido testigos. ¡Hemos encontrado la luz y la vida! En Él se nos ha dado el amor», concluyó.

Tras la homilía, durante la oración de los fieles se elevaron plegarias entre otros idiomas en ruso, suajili, alemán y filipino.

«Judíos, musulmanes y cristianos se refieren todos a Abraham», constataba la oración pronunciada por una peregrina francesa. «¡Que hagan todo lo posible para que el nombre de Dios nunca sea utilizado para justificar acciones de muerte! ¡Que contribuyan juntos en la solución pacífica de los problemas y tensiones ligados a la tierra, a la distribución de los bienes y a la convivencia!».


Extraído del Portal Católico www.ZENIT.org

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Jesús ha nacido

Ya está. Ya se ha producido una vez más, al igual que viene ocurriendo desde hace dos mil años. Jesús ha vuelto a nacer.

Sus enseñanzas y la esperanza en sus promesas se han renovado en millones de seres humanos en todo el mundo. La fe en Dios se ha realimentado.

Para los que lo buscamos, el encuentro con Él siempre es un momento trascendente en nuestras vidas. Nos acerca a una realidad amorosa y de paz interior más allá de nuestra comprensión; coloca a nuestro espíritu en una dimensión distinta, donde podemos vislumbrar el cielo.

Para los que hoy sólo se plantean algunas inquietudes respecto a Él, también esa semilla de interés puede abrirlos en el futuro a vivencias que por ahora no imaginan. La clave para el acercamiento está en el corazón, no en la razón.

La razón nos puede acercar a Jesús hasta llegar al límite de los misterios. Ella por sí sola no va a encontrar todas las respuestas a nuestras preguntas.

Los creyentes maduramos nuestra fe a partir de los cuestionamientos, pero siempre es nuestro corazón abierto a lo invisible el que nos guía e ilumina nuestra alma.

El corazón es el que entiende del amor puro y fraterno; es el que posibilita y disfruta los beneficios del dar y recibir, del perdonar y ser perdonado.

Jesús siempre habló a los corazones, y si su influencia en los hombres ha perdurado por aproximadamente diez mil generaciones, es porque su mensaje llega a lo profundo de nuestro ser.

Alguno puede plantear que no cree en Jesús porque no cree en sus milagros y su resurrección. Yo me pregunto, ¿ podemos afirmar que Jesús realmente ha muerto, si su mensaje de amor sigue hoy vigente y renace cada Navidad ? ¿No es milagroso que millones de personas lo vivan así, en medio de un mundo tan racional y distraído en asuntos terrenales ?

Ojalá que el interés en su vida y su influencia en la vida de la gente o el replanteo de sentimientos propios se hayan reiniciado en muchísimas personas en ésta Navidad, y que el amor a nuestros prójimos haya vuelto a ser colocado entre las prioridades de muchos.

Jesús, dos mil años después sigue vivo sembrando y cosechando en los corazones.

Con mucho amor, Javier

25 de Diciembre 2001

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Carta al Niño Jesús: No vuelvas, no vale la pena

Hola querido Amigo:

Como sabrás, nos estamos acercando otra vez, a la fecha en que festejan mi nacimiento. El año pasado, hicieron una gran fiesta en mi honor y me da la impresión que este año ocurrirá lo mismo. A fin de cuentas ¡llevan meses haciendo compra para la ocasión y casi todos los días han salido anuncios y avisos sobre lo poco que falta para que llegue! La verdad es que se pasan de la raya, pero es agradable saber que por lo menos un día del año, piensan en Mí.

Ha transcurrido mucho tiempo desde cuando comprendían y agradecían de corazón lo mucho que hice por toda la humanidad. Pero hoy en día, da la impresión, de que la mayoría de la gente apenas sabe, por qué motivo, se celebra mi cumpleaños.

Por otra parte, me gusta que la gente se reúna y lo pase bien y me alegra sobre todo que los niños se diviertan tanto; pero aún así, creo que la mayor parte, no sabe bien de qué se trata. ¿No te parece? Como lo que sucedió, por ejemplo, el año pasado: al llegar el día de mi cumpleaños, hicieron una gran fiesta, pero ¿Puedes creer que ni siquiera me invitaron? ¡Imagínate! ¡Yo era el invitado de honor! ¡Pues se olvidaron por completo de mí!.

Resulta que se habían estado preparando para las fiestas durante dos meses y cuando llegó el gran día me dejaron al margen. Ya me ha pasado tantas veces, que lo cierto es, que no me sorprendió. Aunque no me invitaron, se me ocurrió colarme sin hacer ruido. Entré y me quedé en mi rincón. ¿Te imaginas, que nadie, advirtió siquiera mi presencia, ni se dieron cuenta, de que Yo estaba allí?

Estaban todos bebiendo, riendo y pasándolo en grande, cuando de pronto se presentó un hombre gordo, vestido de rojo y barba blanca postiza, gritando: «¡jo, jo,jo!».Parecía que había bebido más de la cuenta, pero se las arregló para avanzar a tropezones, entre los presentes, mientras todos lo felicitaban. Cuando se sentó en un gran sillón, todos los niños, emocionadísimos, se le acercaron corriendo y diciendo: ¡Santa Claus! ¡Cómo si él hubiese sido el homenajeado y toda la fiesta fuera en su honor!

Aguanté aquella «fiesta» hasta donde pude, pero al final tuve que irme. Caminando por la calle, me sentí solitario y triste. Lo que más me asombra, de cómo celebra la mayoría de la gente el día de mi cumpleaños, es que en vez de hacer regalos a mí, ¡se obsequian cosas, unos a otros! y para colmo, ¡casi siempre son objetos que ni siquiera les hace falta!

Te voy a hacer una pregunta: ¿A ti no te parecería extraño, que al llegar tu cumpleaños todos tus amigos decidieron celebrarlo, haciéndose regalos unos a otros y no te dieran nada a ti? ¡Pues es lo que me pasa a mí cada año!

Una vez alguien me dijo: «Es que Tú, no eres como los demás, a Ti no se te ve nunca; ¿Cómo es que te vamos a hacer regalos?». Ya te imaginarás lo que le respondí. Yo siempre he dicho: «Pues regala comida y ropa a los pobres, ayuda a quiénes lo necesiten. Ve a visitar a los enfermos y a los que estén en prisión!».

Le dije: «Escucha bien todo lo que regales a tus semejantes para aliviar su necesidad, ¡Lo contaré, como si me lo hubieras dado a mí, personalmente!

Y pensar todo el bien y felicidad que podrían llevar a las colonias marginadas, a los orfanatos, asilos, penales o familiares de los presos.

Lamentablemente, cada año que pasa es peor. Llega mi cumpleaños y sólo piensan en las compras, en las fiestas y en las vacaciones y yo no pinto para nada en todo esto. Además cada año los regalos de Navidad, pinos y adornos son más sofisticados y más caros, se gastan verdaderas fortunas, tratando con esto de impresionar a sus amistades. Esto sucede inclusive en los templos.

Y pensar que yo nací en un pesebre, rodeado de animales porque no había más. Me agradaría muchísimo más nacer todos los días, en el corazón de mis amigos y que me permitieran morar ahí, para ayudarles cada día en todas sus dificultades, para que puedan palpar, el gran amor que siento por todos; porque no sé si lo sepas, pero hace dos mil años, entregué mi vida, para salvarte de la muerte y mostrarte el gran amor que te tengo.

Por eso lo que pido, es que me dejes entrar en tu corazón. Llevo años tratando de entrar, pero hasta hoy no me has dejado. «Mira yo estoy llamando a la puerta, si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos». Confía en mí, abandónate en mí. Este será el mejor regalo que me puedas dar. Gracias

Tu amigo. Jesús.

 
Colaboración de Clementina Uncal
 

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Carta de Jesús

Hola querido Amigo:

Como sabrás, nos estamos acercando otra vez, a la fecha en que festejan mi nacimiento. El año pasado, hicieron una gran fiesta en mi honor y me da la impresión que este año ocurrirá lo mismo. A fin de cuentas ¡llevan meses haciendo compra para la ocasión y casi todos los días han salido anuncios y avisos sobre lo poco que falta para que llegue! La verdad es que se pasan de la raya, pero es agradable saber que por lo menos un día del año, piensan en Mí.

Ha transcurrido mucho tiempo desde cuando comprendían y agradecían de corazón lo mucho que hice por toda la humanidad. Pero hoy en día, da la impresión, de que la mayoría de la gente apenas sabe, por qué motivo, se celebra mi cumpleaños.

Por otra parte, me gusta que la gente se reúna y lo pase bien y me alegra sobre todo que los niños se diviertan tanto; pero aún así, creo que la mayor parte, no sabe bien de qué se trata. ¿No te parece? Como lo que sucedió, por ejemplo, el año pasado: al llegar el día de mi cumpleaños, hicieron una gran fiesta, pero ¿Puedes creer que ni siquiera me invitaron? ¡Imagínate! ¡Yo era el invitado de honor! ¡Pues se olvidaron por completo de mí!.

Resulta que se habían estado preparando para las fiestas durante dos meses y cuando llegó el gran día me dejaron al margen. Ya me ha pasado tantas veces, que lo cierto es, que no me sorprendió. Aunque no me invitaron, se me ocurrió colarme sin hacer ruido. Entré y me quedé en mi rincón. ¿Te imaginas, que nadie, advirtió siquiera mi presencia, ni se dieron cuenta, de que Yo estaba allí?

Estaban todos bebiendo, riendo y pasándolo en grande, cuando de pronto se presentó un hombre gordo, vestido de rojo y barba blanca postiza, gritando: «¡jo, jo,jo!».Parecía que había bebido más de la cuenta, pero se las arregló para avanzar a tropezones, entre los presentes, mientras todos lo felicitaban. Cuando se sentó en un gran sillón, todos los niños, emocionadísimos, se le acercaron corriendo y diciendo: ¡Santa Claus! ¡Cómo si él hubiese sido el homenajeado y toda la fiesta fuera en su honor!

Aguanté aquella «fiesta» hasta donde pude, pero al final tuve que irme. Caminando por la calle, me sentí solitario y triste. Lo que más me asombra, de cómo celebra la mayoría de la gente el día de mi cumpleaños, es que en vez de hacer regalos a mí, ¡se obsequian cosas, unos a otros! y para colmo, ¡casi siempre son objetos que ni siquiera les hace falta!

Te voy a hacer una pregunta: ¿A ti no te parecería extraño, que al llegar tu cumpleaños todos tus amigos decidieron celebrarlo, haciéndose regalos unos a otros y no te dieran nada a ti? ¡Pues es lo que me pasa a mí cada año!

Una vez alguien me dijo: «Es que Tú, no eres como los demás, a Ti no se te ve nunca; ¿Cómo es que te vamos a hacer regalos?». Ya te imaginarás lo que le respondí. Yo siempre he dicho: «Pues regala comida y ropa a los pobres, ayuda a quiénes lo necesiten. Ve a visitar a los enfermos y a los que estén en prisión!».

Le dije: «Escucha bien todo lo que regales a tus semejantes para aliviar su necesidad, ¡Lo contaré, como si me lo hubieras dado a mí, personalmente!

Y pensar todo el bien y felicidad que podrían llevar a las colonias marginadas, a los orfanatos, asilos, penales o familiares de los presos.

Lamentablemente, cada año que pasa es peor. Llega mi cumpleaños y sólo piensan en las compras, en las fiestas y en las vacaciones y yo no pinto para nada en todo esto. Además cada año los regalos de Navidad, pinos y adornos son más sofisticados y más caros, se gastan verdaderas fortunas, tratando con esto de impresionar a sus amistades. Esto sucede inclusive en los templos.

Y pensar que yo nací en un pesebre, rodeado de animales porque no había más. Me agradaría muchísimo más nacer todos los días, en el corazón de mis amigos y que me permitieran morar ahí, para ayudarles cada día en todas sus dificultades, para que puedan palpar, el gran amor que siento por todos; porque no sé si lo sepas, pero hace dos mil años, entregué mi vida, para salvarte de la muerte y mostrarte el gran amor que te tengo.

Por eso lo que pido, es que me dejes entrar en tu corazón. Llevo años tratando de entrar, pero hasta hoy no me has dejado. «Mira yo estoy llamando a la puerta, si alguien oye mi voz y abre la puerta, entraré en su casa y cenaremos juntos». Confía en mí, abandónate en mí. Este será el mejor regalo que me puedas dar. Gracias

Tu amigo. Jesús.

 
Colaboración de Clementina Uncal
 

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¿Cómo nos preparamos para recibir a Jesús?

Lectura del Evangelio según San Mateo 3, 1-12
Por aquellos días aparece Juan el Bautista, proclamando en el desierto de Judea: «Convertíos porque ha llegado el Reino de los Cielos.» Este es aquél de quien habla el profeta Isaías cuando dice: Voz del que clama en el desierto: Preparad el camino del Señor, enderezad sus sendas. Tenía Juan su vestido hecho de pelos de camello, con un cinturón de cuero a sus lomos, y su comida eran langostas y miel silvestre. Acudía entonces a él Jerusalén, toda Judea y toda la región del Jordán, y eran bautizados por él en el río Jordán, confesando sus pecados. (...)
Yo os bautizo en agua para conversión; pero aquel que viene detrás de mí es más fuerte que yo, y no soy digno de quitarle las sandalias. El os bautizará en Espíritu Santo y fuego. (...)
Reflexión - El texto
Mateo parece presentarnos tres pinturas entrelazadas, es decir un tríptico con tres imágenes que nos hablan de un mismo tema: la preparación para la llegada del Salvador. El personaje central, no aparece, sólo es mencionado indirectamente como “el que viene detrás”; pero ¿qué sería de Juan el Bautista sin Jesús? (...)
Podríamos decir que Juan el Bautista “preparó” o “impulsó” al mismo Jesús para lanzarse a predicar el Reino de Dios que estaba llamado a instaurar. Por todo esto, podemos vislumbrar la importancia de Juan Bautista.
Actualidad
Ahora, ¿cuál es su mensaje? Básicamente, lo podríamos expresar así: ¡conviértanse, cambien de vida, revisen su escala de valores, analicen su testimonio, preparen su corazón y su vida para recibir a quién tanto hemos esperado! Y ante este anuncio, la lectura parece presentarnos tres respuestas:
La primera respuesta es de aquellos que aceptando este anuncio, se reconocieron necesitados de un cambio y fueron a “bautizarse”, es decir a purificarse de sus faltas. ¿Cómo hemos de hacer esto nosotros?
Desde niños se nos enseñó en el catecismo los diez mandamientos (que tal vez ni nos acordemos) y si nos fue bien, alguna vez recibimos pláticas de valores.
Pero, yo creo que cabría hoy preguntar, ¿desde qué escala de valores estoy buscando convertirme? Es decir, si me baso en lo que la sociedad me pide, puedo decir: “no mato, no robo, no cometo adulterio, no digo ‘muchas’ mentiras, etc. Pero, ¿será esa la escala de valores que el Evangelio me presenta?
La segunda respuesta es la de los fariseos y saduceos: “Tenemos por padre a Abraham”. Esto traducido a nuestros tiempos se escucharía algo así: “soy bautizado, voy a misa todos los domingos, doy limosna y me confieso de vez en cuando”. ¿En eso basamos nuestro examen de conciencia?
Debemos de tener cuidado en no buscar en los ritos y actos de piedad un “tranquilizador de conciencia” o una “aspirina”, pues estaríamos dándole el sentido opuesto a estos actos. Con soberbia y “falsas” seguridades lo único que hacemos es cerrar nuestro corazón a la experiencia siempre nueva, y liberadora de Dios. Hay que atrevernos a “soltar amarras” para ser colaboradores, verdaderos constructores del Reino de Dios.
Éste no necesita de personas que estén buscando salvarse cumpliendo lo mínimo, el Reino necesita personas que sabiéndose amadas por Dios salgan de sí mismas y aporten toda la creatividad, toda la novedad, toda la vida que su relación con Él les da. El Reino es de quienes se deciden a encontrarse con un Dios siempre nuevo, y no de quienes encontrando una “fórmula” para tranquilizar su conciencia deciden estancarse ahí. En fin, este es un camino que creo nos falta a muchos querer aceptar, preferimos la seguridad del puerto a la aventura del mar abierto.
La tercera respuesta, es la del mismo Juan Bautista: “no soy digno de quitarle las sandalias”. En aquel tiempo le correspondía a los esclavos quitarle las sandalias y lavarle los pies a sus dueños; Juan se sitúa como algo menos.
¿Quién puede ponerse a la misma altura que Jesucristo? Esto no significa que debamos desvalorarnos, pues Dios quiere precisamente lo opuesto, que nos valoremos a nosotros mismos. Pero es precisamente cuando reconocemos lo que tenemos y lo que somos que podemos aceptar al otro y respetarlo, que podemos amar y respetar, que podemos abrirnos a Dios y a su gratuidad.
Por lo tanto, Juan Bautista nos enseña esta tercera manera de prepararnos: reconociendo el tesoro que llevamos con humildad y gratitud.
Propósito
En esta segunda semana del Adviento, podemos pensar en una segunda virtud a desarrollar, distinta a la de la primera semana. Tal vez sería bueno pensar en hacer un examen de conciencia más profundo, más calmado, a partir de la lectura de los capítulos 5 al 7 de Mateo. ¿Cómo nos estamos preparando para recibir a nuestro salvador? ¿Lo reconoceremos desde la escala de valores que vivimos… él nos reconocerá como sus discípulos?
El Adviento es espera gozosa, pero este gozo para que sea profundo, ha de nacer del sabernos amados por Dios y fieles a su voluntad.
 
Héctor M. Pérez V., Pbro.
padrehector@reflexion.org.mx
www.reflexion.org.mx
 
Extraído de reflexiondom del Portal Católico www.encuentra.com    

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Austera Navidad

Se acerca la Navidad, por eso mi reflexión de hoy tiene que ver con la propuesta que Pablo Deluca nos hizo hace unos días, invitándonos a dejar nacer a Jesús dentro nuestro.

Nos hemos encargado bastante exitosamente de desvirtuar y despojar a ciertas fechas de su verdadera esencia y significado. Por ejemplo, eso sucede con la Semana Santa y con las fiestas patrias, debido a la idea de aprovechar los feriados largos. Si no estamos atentos, con la Navidad puede suceder lo mismo.

Recordemos que Papá Noel y sus regalos son sólo una cara de la celebración, y no precisamente la más trascendente. Éste personaje tan simpático y querido constituye una tradición nacida mucho tiempo después del motivo original del festejo navideño.

Muchas veces somos influidos por el marketing de regalos navideños, y olvidamos lo importante. En Navidad celebramos el nacimiento de Jesús, nuestro Salvador, nuestro hermano y nuestro guía. Si nace en nosotros, será fuente de inspiración para acercarnos a Dios y a su reino de paz y amor.

Cuando nos centramos en los presentes, es probable que algunos de nosotros nos hayamos acostumbrado a dar y / o recibir regalos importantes y caros en Navidad.

Si ese fuera el caso y nos dejásemos llevar, las limitaciones que las dificultades económicas actuales nos imponen a la gran mayoría de los argentinos, nos agregarán una presión adicional o una frustración en el momento de elegir o de recibir los presentes navideños de este año.

Si recordamos las circunstancias de la Navidad podemos sacarnos presión y aliviar nuestro ánimo decaído. Pablo nos recordó hace unos días, que Jesús nació en un lugar muy humilde y que vivió austeramente. Durante su vida pública predicó el desprendimiento de lo material y la importancia de la vida espiritual.

Por eso, si reflexionamos, podemos no echar de menos los lujosos y ostentosos regalos de otrora, que este año difícilmente podamos comprar.

Si lo hacemos, en esta Navidad que seguramente se presentará muy austera en muchísimos hogares, podremos reconfortarnos al sacarnos o sacar a otras personas de encima la presión de que nuestros hijos y seres queridos reciban menos y más humildes regalos.

Los invito a que en estos días recordemos que estamos por celebrar el cumpleaños de Jesús, y que nuestro mejor regalo navideño es que nosotros y quienes nos rodean nos acordemos de Él por sobre todo lo demás; y que podamos abrir nuestro corazón para dar amor a nuestros prójimos que nos necesitan, están sufriendo o que están solos.

Papá Noel no se ofenderá y sabrá entender si colocamos a Jesús en el sitio de honor en esta Navidad que ya está próxima.

Javier Serrano

Diciembre 2.001

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La fe y el amor

Hay problemas – y son justamente los más profundos – que nuestra condición de “viajeros de paso en la tierra” nos obliga más bien a “vivir” que a intentar “resolver”. Tal es, sin duda, el punto de vista de Newman cuando dice que “creer significa ser capaz de soportar dudas”.

Esto nos conduce a uno de esos contextos donde principio y efecto engranan el uno con el otro : la relación entre la fe y el amor. ¿Qué relación hay entre la caridad y la fe? La primera respuesta que acude al espíritu es ésta : la caridad representa el desenvolvimiento supremo de la fe. Creer significa tener conciencia de la realidad viviente de Dios. Ahora bien, siendo ese Dios el amor por excelencia, el creyente se pone necesariamente en busca del amor. El mandamiento de amar a Dios y de amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos nos incita a tener conciencia y a vivir de la fuerza más profunda que brota de la unión con Dios : esa fuerza es la caridad.

San Pablo, en su primera Epístola a los Corintios (capítulo XIII), habla sin cesar de ella y dice : “Aunque tuviera toda la fe posible, de manera que trasladase de una a otra parte los montes, no teniendo caridad soy nada”. San Juan lo resume todo en ella; de tal modo esta apremiante invitación a amar constituye la suma de todas las leyes de la vida cristiana. Y otro de los apóstoles, Santiago, no duda en decir que la fe que no se traduce en buenas obras es una fe “muerta”.

La caridad es, por excelencia el florecimiento de la fe. Si la caridad es el efecto inmediato de la fe, su eficacia viene a ser como su respiración. Luego, sin la caridad la fe se ahogaría. Desde que aparece la fe, el amor debe estar presente. En efecto, la fe de que hablan las Sagradas Escrituras debe arraigarse en el amor.

No podemos decirle a alguien : “Creo en ti”, sin que nos inspire cierto amor. Ahora podemos comprender mejor lo que significan estas palabras: “No se puede creer en Dios de una manera viviente si no se lo ama, o si no se siente, por lo menos, una atracción de amor, o no se tiene una disponibilidad de amor”.

Creer en Dios significa una cierta “visión” de Él; sentir de alguna manera que Él está ahí; que el mundo existe por Él y que Él es el centro del universo. Si no estoy preparado para amar a Dios, no lo “veré”. Su imagen será más vaga cada vez, luego se ocultará velada por otras cosas y terminará desvaneciéndose por completo. Cuando hay amor todo ocurre de muy distinta manera. De parte del hombre, “amar” es admitir desde luego la existencia de un ser que está por encima de él y que exige el don completo de sí mismo. Amar es estar preparado para el encuentro con el Altísimo; es, no sólo no esquivar ese encuentro, sino buscarlo a fin de reconocer que únicamente en el don que ese encuentro me exigirá podré hallarme a mí mismo. Esta actitud me inclinará hacia todo lo que me hable de Dios y me permitirá verlo.

Ahora bien, Dios se ha revelado de manera particular y precisa en Jesucristo, tanto que “aquel que lo ve, ve al Padre”. En Cristo llegó la luz que ilumina al mundo, a este mundo creado por ese “Verbo” que es precisamente Cristo. Con respecto al Hijo se ha dicho “que nadie va hacia Él, si no es llamado por el Padre”. De Cristo sabemos que los hombres no lo reconocieron, que se encarnizaron contra Él.

Se ha dicho, en fin, que la Palabra de Dios no puede ser comprendida si el corazón no ha sido tocado y la inteligencia despertada, y que el demonio puede arrancarla del corazón, por muy alerta que esté la atención. Para que el hombre perciba la revelación de Dios en Cristo, la Palabra de Dios exige, pues, la disponibilidad viviente, la gracia y el amor.

¿Cómo es posible que yo pueda amar si no “veo” a aquel a quien mi amor se dirige? ¿Cómo puedo amar antes de creer? He ahí la cuestión suprema. Estar dispuesto a amar es ya amar, y esa disponibilidad puede existir aún antes de que el objeto sea visible. Es el período del amor que busca; búsqueda imprecisa todavía, pero deseosa de fijarse en un rostro. Esta ansia, esta manera de sentirse como embargado, abre el corazón y lo agita. El corazón puede estar cerca de Dios mientras que la inteligencia está todavía lejos de Él.

Este impulso de amor prepara al hombre para el don total, que será la fe. Abre éste el corazón y la voluntad a la Verdad, se desprende de todo egoísmo y “perdiéndola, gana su alma”. Dios es independiente y libre, es esncialmente “Él”, pero toma forma y figura con respecto a mí, se me presenta según lo que soy; pide que yo lo reciba en mi pensamiento y en mi vida, para convertirse en “mi Dios”. Ese misterio no se cumple sino en el amor; y el primer acto de amor consiste en entregarse a Dios, considerando ese misterio.

La actitud amante dilata la mirada de la fe; y recíprocamente, cuanto más se afirma esa mirada, más crece el amor y más gana en claridad. Tanto puede decirse que la fe procede del amor, como que el amor procede de la fe, pues en lo más íntimo las dos cosas no son sino una : la manifestación en el hombre viviente del Dios viviente, lleno de gracia.

Nada podemos hacer, entonces, para aumentar nuestra fe, que abrir nuestro corazón al amor, tener la necesaria generosidad para desear la existencia de un ser superior a nosotros; ansiar conocer al que está en lo Alto, y entregarnos a él; adoptar la actitud decidida y serena del que no teme por sí, pues sabe que al hacer el don de su persona se sentirá más fuerte, más eficiente que si se replegara en sí mismo.

Pero todo esto sigue siendo terrenal. Es necesario que abramos nuestro corazón al misterio del amor que proviene de Dios, que nos ha sido dado por aquel en quien este amor es “virtud teologal”. En ese misterio nos hace participar la gracia. Dios nos es “dado” en la gracia, en el amor. De ese misterio es de donde vive la fe, y a él debemos entregarnos si queremos conocer una fe viva.

En su primera Epístola, San Juan formula la gran pregunta : ¿cómo puedes llegar a ponerte en una relación justa con el Dios invisible y misterioso? Respuesta : esforzándote por llegar a ponerte en relaciones justas con los hombres que te rodean. De ese modo, la capacidad de ver con “los ojos de la fe” se liga íntimamente con la disponibilidad de amar al prójimo con quien te encuentres, en cualquier momento dado.

 

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

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Preparemos nuestro corazón para la Navidad

Este escrito adjunto, surgió de mi corazón a las 8:00 hs de la mañana de hoy. (30/11/01) Me preparé un cafecito, me senté frente a la notebook y dejé que mis dedos empezaran a escribir.

Aquí va…espero que les sirva para uds. y/o a sus familiares y amigos.

Pueden adaptarlo, corregirlo, mejorarlo, completarlo, …en fin lo que les parezca, lo importante es que nos haga reflexionar y que llegue donde tenga que llegar para que esta Navidad estemos bien preparados.

Los saluda cordialmente.

Pablo Deluca

 

 

Preparemos nuestro corazón para recibir a Jesús en esta Navidad.

Siempre escuché: “…pidamos que Jesús nazca en nuestros corazones”, pero meditando un poco, eso será posible si primero renovamos nuestro corazón. Jesús nació en un portal de Belén y sobre un pesebre.

Nuestro corazón podrá recibir con plenitud a Jesús cuando sea :

  • Primeramente un corazón simple, sencillo.
  • Un corazón que se deje moldear por Su Madre María para prepararlo con la forma de Su Hijo.
  • Un corazón con paz para recibir al Rey de la Paz.
  • Un corazón atento a las cosas de Dios, para poder estar preparado para recibir tan importante visita.
  • Un corazón humilde.
  • Un corazón sin tinieblas ya que será testigo de la Luz.
  • Un corazón que ame de verdad y ame la verdad.
  • Un corazón justo.
  • Un corazón puro.
  • etc.,etc., etc.

Si sentís que tu corazón es complicado, no es dócil, no tiene mucha paz; que está más en las cosas del mundo que en las de Dios, que está lleno de soberbia, que está lleno de tinieblas como la injusticia y la impureza, corre a reconciliarte con Dios de corazón, contale al cura en confesión todas estas características de tu corazón ya que él tiene el quita manchas más efectivo que exista en esta tierra, que es el misericordioso perdón de Dios, que limpia al que se deja limpiar, que purifica y borra tinieblas en el acto mismo del arrepentimiento, que derrota toda soberbia, toda injusticia y toda impureza. El perdón de Dios libera nuestras cargas y como consecuencia trae la paz a nuestro corazón. Así estaremos preparados para recibir, cada día a Jesús en la Eucaristía y especialmente en este tiempo de adviento que empezamos a vivir, para que al llegar el cumpleaños de Jesús, en esta nueva Navidad, tengamos preparado nuestro corazón como un pequeño y humilde pesebre, pero lleno del calor del Amor de Dios recibido al momento de dos sacramentos importantísimos como lo son la Reconciliación y la Comunión.

Que Dios nos de la gracia de pasar este adviento en oración y logrando cada día la conversión de nuestros corazones, para llegar a ser testigos de la Luz y así salir en misión a iluminar con nuestro ejemplo a los demás.

Con mucho cariño para todos ustedes.

Pablo Deluca

Viernes 30 de noviembre de 2001

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La fe y su acción – 2da. parte

Creer no es concebir algo fijo y acabado, que se muestra ante nosotros, sino llevar a cabo la experiencia de una existencia viviente. Al creer, el hombre, que gracias a Dios ha nacido a una nueva existencia, adquiere conciencia de sí mismo, y conciencia de Dios como de aquel que dispensa, guarda y guía su existencia hacia la perfección. (…) Cuando digo : “Creo en Dios, que es a la vez el Santo, el Todopoderoso y la infinita Bondad”, si no hago nada más que eso, todo queda reducido a pura palabrería.

Para probar la verdad contenida allí, es necesario que yo la “realice”, es decir, es necesario que me una a Dios. Es necesario que yo le busque; que le dé cabida en mi alma a fin de que pueda penetrar en mí. En ese encuentro que viene desde lo más íntimo de mi ser, llego hasta Él y Él me deja percibir su fuerza y su dulzura.

Lo mismo sucede con la Providencia, la sabiduría amante por medio de la cual Dios dirige todo. Lo que Dios dirige son hombres dotados de vida interior. Más aún; soy yo mismo. No hay Providencia en general : hay – puesto que Dios quiso llamarme un día a la existencia y me creó – una Providencia en la cual me encuentro situado, donde actúo y a la que no puedo imaginar independientemente de mí, pues entonces me colocaría fuera de su alcance. Para hacerme una idea justa de esa Providencia es indispensable que la considere en su continuo devenir, es decir, que coopere yo mismo con ella.

Otro ejemplo más : el amor que Dios me profesa. Debería poder olvidar por un momento estas palabras, que expresan lo indecible, a fin de volverlas a encontrar inéditas y auténticas; porque, ¿cómo es posible creer en ese amor si me deja indiferente? Yo no puedo creer realmente, con todas las fuerzas vivas de mi alma, que Dios me ama, sino amándolo a mi vez o rebelándome contra su amor.

Para poder creer con fe viva que soy amado por Dios, es necesario que yo también lo ame a Él o que al menos sienta un comienzo de amor o el deseo de gozar de la gracia de poder amarlo. Y creo realmente ser amado por Dios en la misma medida en que yo mismo lo amo.

Ahora comprendemos mejor lo que es la fe : la conciencia de una realidad santa, origen y último fin de mi existencia. Conciencia de una realidad y de una existencia, pero en la experiencia viviente de esa existencia.

Sólo si existo como cristiano, puedo decir que creo. Y existo como cristiano en la medida en que mi vida es cristiana, puesto que en gran parte esa vida consiste en la fe, ya que la fe es la conciencia viviente de esa existencia.

Yo vivo, pues, con tanta mayor intensidad cuanto más profunda es mi fe…Y de nuevo el círculo se cierra.

Así, pues, creer no es un sentimiento pasivo, estático, sino de acción; no está acabado, sino en continuo devenir, en continua realización. Requiere un gran esfuerzo, y en eso consiste su grandeza.

 

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

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La fe y su acción – 1era. parte

La fe no puede ser comprendida sino en la fe. Pero necesitamos ayudar a nuestra inteligencia. Tratando de explicar ese algo “nuevo” que es la fe, nos valdremos de imágenes sacadas de nuestra experiencia. Más que comparar la fe con el saber natural, elijamos más bien otro género de “saber”, cuya índole pueda tener cierta afinidad con la fe: el que me permite conocerme a mí mismo.

En tal caso, el objeto del saber no es una cosa acabada ante la cual yo estoy en actitud de observador, puesto que el “objeto” y el “sujeto” son idénticos; lo que yo conozco a través de mi conciencia es mi propia alma en acción de vivir. Luego, si no lo vivo por experiencia no lo puedo conocer, puesto que entonces no existe. Desde tal perspectiva el mundo exterior, las cosas, los hombres y los acontecimientos, adquieren un carácter particular.

Ese mundo de las cosas y de los acontecimientos mueve mi existencia y concurre a su desenvolvimiento; a su vez, mi existencia le confiere un significado y un centro de gravedad. Si yo no viviera en él, si no le diese un sentido, ese mundo no sería una cosa existente.

Entonces, si quiero asir la verdad que hay en todo ello –hablo de verdad real y viviente- debo “hacerla”. Necesito entrar en mí mismo, hacerme cargo de mi persona, vivir, marchar hacia adelante. Cuanto más resueltamente lo haga, más intensamente viviré y con mayor claridad se perfilará lo que trato de conocer, que soy yo mismo, en el mundo que me rodea. Sólo entonces todo se vuelve auténtico. El objeto de este conocimiento no se elabora sino en la medida en que vivo.

Esto nos da una imagen más precisa de lo que es la comprensión de la fe por sí misma. Yo creo en Dios vivo, uno y trino en su obra sagrada de creación, de redención y de consumación. Pero para que sea total esta obra en la cual creo, es necesario que yo participe en ella con mi vida cristiana. El cristiano mismo forma parte del Credo. Los artículos del Credo no son meras comprobaciones exhibidas como lemas en la pared; son los términos en que la persona manifiesta esta su “profesión de fe”, su voluntad de vivir de acuerdo con ellos. Por otra parte, nuestra persona está explícitamente nombrada en el símbolo, que comienza por estas palabras : “Yo creo”.

El cristiano está presente en el Credo como el hombre llamado a la fe y que con la fe responde. Y responde como un ser que sabe que está en causa, como alguien que está vivo en esa verdad cristiana que afirma al confesar su fe. Y no tomando en abstracto al cristiano, sino como una persona determinada. Él mismo forma parte integrante de aquello en lo cual cree. En resumidas cuentas, el “objeto” de la fe cristiana concreta no es lo que es, sino por su referencia al cristiano que cree en ella.

Creer, no es concebir algo fijo y acabado, que se muestra ante nosotros, sino llevar a cabo la experiencia personal de una existencia viviente. Al creer, el hombre, que gracias a dios ha nacido a una nueva existencia, adquiere conciencia de sí mismo, y conciencia de Dios como de aquel que dispensa, guarda y guía su existencia hacia la perfección.

No se puede creer en una existencia tal sino porque existe, y existe actualizándose. Y cuanto más fuertemente se actualiza, más su presencia se hace sentir y se impone a la fe. Partiendo de otro punto de vista, llegamos al carácter inicial de la fe, tal como se expresa en ese “círculo” en que el pensamiento se encuentra a sí mismo.

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

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La fe y su contenido

El nacimiento de la fe varía de acuerdo con el temperamento y la condición de cada persona. Hay hombres que no van al encuentro de Cristo sino cuando ya han avanzado bastante en el camino de su vida; hay otros que educados en la tradición cristiana, deben asumir solos la responsabilidad de su fe; y finalmente hay hombres que criados en una atmósfera hostil o indiferente, sin ideas religiosas o con ideas referidas a imágenes estereotipadas, deben realizar una renovación para llegar a poseer una creencia digna de este nombre.

En el corazón de esa diversidad, la pluralidad de los dones y de los destinos juega su función, por lo tanto concluimos que hay tantas maneras de llegar a la fe como hombres llamados por Dios.

¿Se puede hablar de la fe sin hablar del objeto de la fe ?

Algunos pretenden que lo que en definitiva interesa no es tanto qué se cree como el hecho de creer, y la seriedad y la intensidad que en ello se pone.(…) En el sentido cristiano, la fe tiene un carácter único y exclusivo. La “fe” no es una noción global que podría convenir a numerosas modalidades, a los cristianos o a los musulmanes, al antiguo paganismo de los griegos o al budismo. No; ese vocablo designa un hecho único : la respuesta del hombre a Dios, que vino al mundo con Cristo.

La fe está en su contenido. Está determinada por lo que ella cree. Es la marcha viviente hacia Aquel en quien se cree, es la respuesta viva a la llamada de Aquel que se anuncia en la revelación y atrae al hombre por la obra de la gracia.

¿Adónde conduce, entonces, la fe cristiana? Hacia el Dios vivo revelado en la persona de Cristo. No hacia un “Dios” indeterminado, objeto de un vago presentimiento, de una experiencia cualquiera, sino hacia “el que es Dios y Padre de Jesucristo.” Pero ¿cómo es Dios?

(…)La imagen de Dios que se muestra ante nosotros no es simple, sino llena de contrastes y de misterios. Igualmente, nuestra fe en Él es, al mismo tiempo que una pertenencia íntima, un esfuerzo para vencer nuestro aislamiento; deseo nostálgico y resistencia, aproximación y alejamiento, conocimiento e ignorancia a la vez. La fe está hecha de antinomias y cargada de riesgos; no puede transportarse a un concepto.

Ella es lo que Dios representa para nosotros. Solamente en la medida en que la imagen de Dios se simplifica y se precisa, lo hace igualmente nuestra fe. La fe de aquellos que se han aproximado, que han madurado en Dios, que están en el camino de la santidad, es completamente simple.

Creer, es creer en Dios. La fe cristiana se dirige al rostro de Dios, pero a ese rostro tal cual es. La fe es como aquel a quien ella se dirige. Por medio de ella nos unimos a Dios uno y trino. Ella es, pues, un reflejo de la naturaleza de Dios.

¿Cómo se llama en las Sagradas Escrituras el proceso que organiza la relación de la fe y que crea una nueva vida? El nuevo nacimiento.

No hay que tomar esta expresión como una metáfora poética, vaga, sino en el sentido propio. La génesis de la fe consiste en ser transportado al seno creador de Dios. En cierto sentido, muere aquí la antigua existencia y otra comienza. Esa vida recientemente recibida procede de Dios mismo, y significa que el creyente es “de la misma sangre de Dios”, si se puede emplear esta expresión. Este parentesco divino se extiende a las Tres Personas de la Santa Trinidad.

Por la fe, el cristiano entra en comunidad con el Padre como su hijo o su hija; por la fe se inclina ante la majestad del Padre, confía todo lo que tiene a la custodia del Padre, acepta la voluntad del Padre para hacerla suya. Tal es el espíritu del Pater noster…( Padre nuestro )

Pero todo eso pasa por el Hijo. Tomado en sí mismo, el Padre permanece oculto. No se revela sino en el Hijo del cual es Padre. Cuando nosotros estamos “en Cristo”, cuando miramos al Padre con Él, cuando obedecemos y amamos con Él, sólo entonces estamos “frente al Padre” y lo “vemos.” La fe que nos une al Cristo en persona tiene su forma propia, crea un nuevo parentesco con Dios.

Cristo es nuestro hermano, como “el primer nacido entre muchos otros”, hermanos y hermanas. Él es nuestro maestro, el que nos muestra “el camino, la verdad y la vida.” Es Aquel que murió por nosotros y que resucitó; que nos penetra con su ser transformado e impone en nosotros la imagen del hombre nuevo, introduciéndonos en la unidad de la nueva creación.

También la fe que nos une al Espíritu santo es diferente. Él es quien nos consuela, quien ilumina nuestro espíritu y nuestro corazón. Él pone a Cristo en nosotros; Él nos enseña a hablar, a orar, a confesar nuestra fe y a luchar. Es la llama, la tempestad, la luz, el vínculo de amor.

En cada uno de estos casos hay fe, pero bajo una forma diferente. En cada caso se establece un vínculo de parentesco, pero con una persona divina diferente. Una es la fe con relación al Padre, otra la fe con relación al Hijo y otra más la fe con relación al Espíritu. Pero no es posible separar la una de las otras. Se sostienen, se iluminan y se impregnan mutuamente. Porque esas formas de la fe no constituyen, sin embargo, más que una sola fe, como las tres Personas divinas no forman sino un solo Dios.

Todas éstas son cosas profundas que se vuelven para nosotros cada vez más familiares a medida que nos desentendemos de las ideas generales imprecisas para volvernos hacia la revelación, decididos a tomarla tal como es, no tal como la modelamos según nuestra sapiencia y nuestra locura humanas.

Cuanto más se fortifica nuestra fe, más claros, más luminosos se nos aparecen los rostros de Dios que marcan los aspectos diferentes, las relaciones recíprocas y la unidad de esa vida de fe.

Pero también aquí todo varía según los hombres. El uno comienza a creer en el Padre, sin saber tal vez que sólo gracias al Hijo posee a ese Padre. Para él, la fe consiste, simplemente, en estar bajo la salvaguardia del Padre. A partir de allí, su fe se irá desenvolviendo y poco a poco descubrirá los otros rostros de Dios.

En cambio, otro encuentra primero a Cristo, su figura en la historia, su palabra en las Escrituras, y Cristo lo conducirá hacia el Padre y el Espíritu.

Un tercero, en fin, empieza sintiéndose atraído por las obras del espíritu, por la fisonomía de los santos, por la Virgen María, por la voz de la Iglesia. Es así como por primera vez siente el poder de lo divino y, en medio de la contingencia general, la garantía de lo eterno, que lo prepara para ligarse definitivamente por medio de la fe. El Hijo y el Padre se le revelarán después.

Para todo esto no hay leyes. Dios le ha dado a cada uno una naturaleza y un destino particulares, y llama a cada uno como Él quiere.

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

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