Volveré más fuerte que antes

Esta es una historia de brutales accidentes, de insobornable fe y, fundamentalmente, de entusiasmo por la vida y pasión por el deporte. Una historia que, para quien conlleva una profunda convicción religiosa, también es de milagros. Robert Kubica, su protagonista, tiene 26 años. Es el primero y hasta ahora único piloto polaco que llegó a la Fórmula 1, en la que compite desde 2006. Su compatriota, el papa Juan Pablo II, había fallecido el año anterior. Robert lo veneraba y la muerte del pontífice sólo engrandeció la adoración que siente por él. Por ello, suele participar de las carreras con una estampita adjunta a su casco. En el GP de Canadá de 2007, su BMW salió despedido contra las protecciones después de perder el control en el trazado de Montreal, impactó con una violencia descomunal contra las protecciones del circuito y quedó tumbado. Su piloto, inerte en el habitáculo, hizo callar las transmisiones deportivas. Semejante golpe a más de 250 km/h hizo temer lo peor, aunque nadie se arriesgaba a decirlo.

Apenas dos días después, con sólo un leve esguince en el tobillo izquierdo, Kubica saludaba sonriente desde la puerta del hospital. ¿Un milagro? El Vaticano, en plena recopilación de pruebas como parte del proceso de beatificación del extinto papa, no desestimó el desenlace de ese golpe de Kubica como una gracia celestial. Un año después, en el mismo circuito, el polaco ganaba su primer Gran Premio. La coincidencia, para muchos, conllevaba un halo divino.

El domingo pasado, cuando despuntaba el vicio en el rally Ronde di Andora, en Génova, de nuevo la tragedia sobrevoló en la vida de Kubica. Su Skoda se salió de la ruta en un tramo resbaladizo y rompió una baranda de hierro que atravesó longitudinalmente el coche. Las primeras noticias fueron alarmantes: era inminente la amputación de una mano y hasta se dijo que la vida del competidor corría peligro. Ni una cosa ni la otra. Rompiendo otra vez los parámetros de la lógica, Robert mostró una inusual recuperación.

El plazo de regreso se lo estimaron en un año. Kubica, respetuosamente, lo descartó. «Volveré antes de que termine esta temporada y estaré más fuerte que antes. Sólo tienen que operarme y luego veremos», le dijo el piloto de Lotus-Renault a La Gazzetta dello Sport, como si cargara con la obligación de estar siempre en un frente de batalla, listo y dispuesto. «En mi mente sólo está empezar la preparación. Quiero volver a las pistas. Ni siquiera sé cómo es un hueso, pero si me lo arreglan, me toca a mí hacerlo funcionar», agregó con su parsimonioso modo de decir.

Después, recibió del cardenal Stanislaw Dziwis, arzobispo de Cracovia, un relicario con un trozo de túnica y una gota de sangre del papa Juan Pablo II, el mismo que desde una foto protege su sueño en la mesa de luz del hospital de Pietra Ligure. Allí espera Kubica su regreso, para volver a acelerar y de paso, a refrendar sin temores que siempre es posible creer en nuevos milagros.

Por Daniel Meissner LA NACION

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