Sin esperar nada egoístamente

I. Nos dice el Señor en el Evangelio de San Lucas (6, 32): Si amáis a los que os aman, ¿qué mérito tendréis?, pues también los pecadores aman a quienes los aman: Y si hacéis el bien a quienes os hacen el bien, ¿qué méritos tendréis?, pues también los pecadores hacen lo mismo….

La caridad del cristiano va más lejos, pues incluye y sobrepasa el plano de lo natural, de lo meramente humano: da por amor al Señor, y sin esperar nada a cambio. No debemos hacer el bien esperando en esta vida una recompensa, ni un fruto inmediato.

La caridad no busca nada, la caridad no es ambiciosa (1 Corintios 13, 5). El Señor nos enseña a dar liberalmente, sin calcular retribución alguna. Ya la tendremos en abundancia.

II. Nada se pierde de lo que llevamos a cabo en beneficio de los demás. El dar ensancha el corazón y lo hace joven, y aumenta su capacidad de amar. El egoísmo empequeñece, limita el propio horizonte y lo hace pobre y corto. Por el contrario, cuanto más damos, más se enriquece el alma. A veces no veremos los frutos, no cosecharemos agradecimiento humano alguno; nos bastará saber que el mismo Cristo es el objeto de nuestra generosidad. Nada se pierde.
Por otra parte, la caridad no se desanima si no ve resultados inmediatos; sabe esperar, es paciente. San Pablo también alentaba a los primeros cristianos a vivir la generosidad con gozo, pues Dios ama al que da con alegría (2 Corintios 9, 7).

A nadie –mucho menos el Señor- pueden serle gratos un servicio o una limosna hechos de mala gana o con tristeza. En cambio, el Señor se entusiasma ante la entrega de quien da y se da por amor con alegría.

III. Es necesario poner al servicio de los demás los talentos que hemos recibido del Señor. El Evangelio de la Misa nos enseña que la mejor recompensa de la generosidad en la tierra es haber dado. Ahí termina todo. Nada debemos recordar luego a los demás; nada debe ser exigido. Queda todo mejor en la presencia de Dios y anotado en la historia personal de cada uno.

El dar no puede causar quebranto ni fatiga, sino íntimo gozo y notar que el corazón se hace más grande y que Dios está contento con lo que hemos hecho.
Nuestra Madre, que con su fiat entregó su ser y su vida al Señor, nos ayudará a no reservarnos nada, y a ser generosos en las mil pequeñas oportunidades que se nos presentan cada día.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre (año 2.005)

La filiación divina

I. A lo largo del Nuevo Testamento, la filiación divina ocupa un lugar central en la predicación de la buena nueva cristiana, como realidad bien expresiva del amor de Dios por los hombres: Ved qué amor nos ha mostrado el Padre: que seamos llamados hijos de Dios y que lo seamos (1 Juan 3, 1).

El mismo Cristo nos mostró esta verdad enseñándonos a dirigirnos a Dios como al Padre, y nos señaló la santidad como imitación filial. A mí me ha dicho el Señor: Tú eres mi hijo, yo te he engendrado hoy. Estas palabras del Salmo II, que se refieren principalmente a Cristo, se dirigen también a cada uno de nosotros y definen nuestro día y la vida entera, si estamos decididos – con debilidades, con flaquezas – a seguir a Jesús, a procurar imitarle, a identificarnos con Él, en nuestras particulares circunstancias.

II. Cuando vivimos como buenos hijos de Dios, consideramos los acontecimientos – aún los pequeños sucesos de cada día – a la luz de la fe, y nos habituamos a pensar y actuar según el querer de Cristo. En primer lugar, trataremos de ver hermanos en las personas que nos rodean, los trataremos con aprecio y respeto y nos interesaremos en su santificación.

Si consideramos con frecuencia esta verdad – soy hijo de Dios -, nuestro día se llenará de paz, de serenidad y de alegría. Nos apoyaremos en nuestro Padre Dios en las dificultades, si alguna vez se hace todo cuesta arriba (J. LUCAS, Nosotros, hijos de Dios). Volveremos con más facilidad a la Casa paterna, como el hijo pródigo, cuando nos hayamos alejado con nuestras faltas y pecados. Nuestra oración será de veras la conversación de un hijo con su padre, que sabe que le entiende y que le escucha.

III. El hijo es también heredero, tiene como un cierto «derecho» a los bienes del padre; somos herederos de Dios, coherederos con Cristo (Romanos 8, 17). El anticipo de la herencia prometida lo recibimos ya en esta vida: es el gaudium cum pace, la alegría profunda de sabernos hijos de Dios, que no se apoya en los propios méritos, ni en la salud ni en el éxito, ni en la ausencia de dificultades, sino que nace de la unión con Dios, en saber que Él nos quiere, nos acoge y perdona siempre… y nos tiene preparado un Cielo junto a Él.

Perdemos esta alegría cuando nos olvidamos de nuestra filiación divina, y no vemos la Voluntad de Dios, sabia y amorosa siempre en nuestra vida. Además, el alma alegre es un apóstol porque atrae a los hombres hacia Dios. Pidamos a la Virgen la profunda alegría de sabernos hijos de Dios.

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Consuelo – Textos en el Evangelio

Mateo 5. 1 al 12

Las Bienaventuranzas

Al ver a la multitud, Jesús subió a la montaña, se sentó, y sus discípulos se acercaron a él. Entonces tomó la palabra y comenzó a enseñarles, diciendo:

Felices los que tienen alma de pobres, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices los afligidos, porque serán consolados.

Felices los pacientes, porque recibirán la tierra en herencia.

Felices los que tienen hambre y sed de justicia, porque serán saciados.

Felices los misericordiosos, porque obtendrán misericordia.

Felices los que tienen el corazón puro, porque verán a Dios.

Felices los que trabajan por la paz, porque serán llamados hijos de Dios.

Felices los que son perseguidos por practicar la justicia, porque a ellos les pertenece el Reino de los Cielos.

Felices ustedes, cuando sean insultados y perseguidos, y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí.

Alégrense y regocíjense entonces, porque ustedes tendrán una gran recompensa en el cielo; de la misma manera persiguieron a los profetas que los precedieron.

Mateo 11. 27 al 30

La revelación del Evangelio a los humildes

En aquel tiempo, Jesús dijo:” ….“Todo me ha sido dado por mi Padre, y nadie conoce al Hijo sino el Padre, así como nadie conoce al Padre sino el Hijo y aquel a quien el hijo se lo quiera revelar.

Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré. Carguen sobre ustedes mi yugo y aprendan de mí, porque soy paciente y humilde de corazón, y así encontrarán alivio. Porque mi yugo es suave y mi carga liviana”.

San Juan 16. 29 al 33

La vuelta de Jesús al Padre

….Sus discípulos le dijeron: “Por fin hablas claro y sin parábolas. Ahora conocemos que tú lo sabes todo y no hace falta hacerte preguntas. Por eso creemos que tú has salido de Dios”.

Jesús les respondió: “¿Ahora creen? Se acerca la hora y ya ha llegado, en que ustedes se dispersarán cada uno por su lado, y me dejarán solo. Pero no estoy solo, porque el Padre está conmigo.

Les digo esto para que encuentren la paz en mí. En el mundo tendrán que sufrir; pero tengan valor: yo he vencido al mundo”.

Romanos 5. 1 al 5

El fruto de la justificación

Justificados, entonces, por la fe, estamos en paz con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo. Por él hemos alcanzado, mediante la fe, la gracia en la que estamos afianzados, y por él nos gloriamos en la esperanza de la gloria de Dios. Más aún, nos gloriamos hasta de las mismas tribulaciones, porque sabemos que la tribulación produce la constancia; la constancia, la virtud probada; la virtud probada, la esperanza. Y la esperanza no quedará defraudada, porque el amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el espíritu Santo, que nos ha sido dado.

Romanos 8. 18 al 25

La esperanza de la creación

Yo considero que los sufrimientos del tiempo presente no pueden compararse con la gloria futura que se revelará en nosotros. En efecto, toda la creación espera ansiosamente esta revelación de los hijos de Dios. Ella quedó sujeta a la vanidad, no voluntariamente, sino por causa de quien la sometió, pero conservando una esperanza. Porque también la creación será liberada de la esclavitud de la corrupción para participar de la gloriosa libertad de los hijos de Dios. Sabemos que la creación entera, hasta el presente, gime y sufre dolores de parto. Y no sólo ella: también nosotros, que poseemos las primicias del Espíritu, gemimos interiormente anhelando que se realice la plena filiación adoptiva, la redención de nuestro cuerpo. Porque solamente en esperanza estamos salvados. Ahora bien, cuando se ve lo que se espera, ya no se espera más: ¿acaso se puede esperar lo que se ve? En cambio, si esperamos lo que no vemos, lo esperamos con constancia.

2 Corintios 1. 3 al 7

Acción de gracias

Bendito sea Dios, el Padre de nuestro Señor Jesucristo, Padre de las misericordias y Dios de todo consuelo, que nos reconforta en todas nuestras tribulaciones, para que nosotros podamos dar a los que sufren el mismo consuelo que recibimos de Dios. Porque así como participamos abundantemente de los sufrimientos de Cristo, también por medio de Cristo abunda nuestro consuelo. Si sufrimos, es para consuelo y salvación de ustedes; si somos consolados, también es para consuelo de ustedes, y esto les permite soportar con constancia los mismos sufrimientos que nosotros padecemos. Por eso, tenemos una esperanza bien fundada con respecto a ustedes, sabiendo que si comparten nuestras tribulaciones, también compartirán nuestro consuelo.

1 Tesalonicenses 4. 13 al 18

La Venida del señor y la resurrección final

No queremos, hermanos, que vivan en la ignorancia acerca de los que ya han muerto, para que no estén tristes como los otros, que no tienen esperanza. Porque nosotros creemos que Jesús murió y resucitó: de la misma manera, Dios llevará con Jesús a los que murieron con él. Queremos decirles algo, fundados en la Palabra del Señor: los que vivamos, los que quedemos cuando venga el Señor, no precederemos a los que hayan muerto. Porque a la señal dada por la voz del Arcángel y al toque de la trompeta de Dios, el mismo Señor descenderá del ciel. Entonces, primero resucitarán los que murieron en Cristo. Después nosotros, los que aún vivamos, los que quedemos, seremos llevados con ellos al cielo, sobre las nubes, al encuentro de Cristo, y así permaneceremos con el señor para siempre. Consuélense mutuamente con estos pensamientos.

Hebreos 4.14 al 16

Cristo, Sumo Sacerdote

Y ya que tenemos en Jesús, el Hijo de Dios, un Sumo Sacerdote insigne que penetró en el cielo, permanezcamos firmes en la confesión de nuestra fe. Porque no tenemos un Sumo Sacerdote incapaz de compadecerse de nuestras debilidades; al contrario, él fue sometido a las mismas pruebas que nosotros, a excepción del pecado. Vayamos, entonces, confiadamente al trono de la gracia, a fin de obtener misericordia y alcanzar la gracia de un auxilio oportuno.

Lo que importa es ir al cielo

I. Entre todos los logros de la vida, uno solo es verdaderamente necesario: llegar al Cielo. Con tal de alcanzarlo debemos perder cualquier otra cosa, y apartar todo lo que se interponga en el camino, por muy valioso o atractivo que nos pueda parecer. La salvación eterna –la propia y la del prójimo- es lo primero. No podemos jugar con nuestra salvación ni con la del prójimo: tenemos la obligación de evitar los peligros de ofender al Señor y el deber grave de apartar la ocasión próxima de pecado, pues el que ama el peligro, en él caerá (Ecli 3, 26-27). Muchas veces los obstáculos que debemos remover no son muy importantes; faltas más o menos habituales –pecados veniales, pero muy a tener en cuenta- que retrasan el paso, y que pueden hacer tropezar y aún caer en otras más importantes.

II. Todo debe ayudarnos para afianzar nuestros pasos en el camino que conduce al Cielo: el dolor y la alegría, el trabajo y el descanso, el éxito y el fracaso… Al final de nuestra vida encontramos esta única alternativa: o el Cielo (pasando por el purgatorio si hemos de purificarnos) o el infierno, el lugar del fuego inextinguible, del que el Señor habló en muchos momentos. Si el infierno no tuviera una entidad real, Cristo no nos habría revelado con tanta claridad su existencia, y no nos habría advertido tantas veces, diciendo: ¡estad vigilantes! La existencia del infierno, reservado a los que mueran en pecado mortal, está ya revelada en el Antiguo Testamento (Números 16, 30-33; Isaías 33; Ecli 7, 18-19; Job 10, 20-21), y es una realidad dada a conocer por Jesucristo (Mateo 25, 41). Es una verdad de fe, constantemente afirmada por el Magisterio de la Iglesia (BENEDICTO XII, Benedictus Deus). El Señor quiere que nos movamos por amor, pero ha querido manifestarnos a dónde conduce el pecado para que tengamos un motivo más que nos aparte de él: el santo temor de Dios, temor de separarnos del Bien Infinito, del verdadero Amor.

III. La consideración de nuestro último fin ha de llevarnos a la fidelidad en lo poco de cada día, a ganarnos en Cielo con nuestro quehacer diario, y a remover todo aquello que sea un obstáculo en nuestro caminar. También nos ha de llevar al apostolado, a ayudar a quienes están junto a nosotros para que encuentren a Dios. La primera forma de ayudar a los demás es la de estar atentos a las consecuencias de nuestro obrar y de las omisiones, para no ser nunca, ni de lejos, escándalo, ocasión de tropiezo para otros.

¡Acudamos a la Virgen Santísima: iter para tutum!, ¡Prepáranos un camino seguro para llegar al Cielo!

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com.

Aprender a disculpar

I. El Señor nos quiere como somos, también con nuestros defectos cuando luchamos por superarlos, y, para cambiarnos, cuenta con la gracia y con el tiempo.
Las personas pueden cambiar, y, cuando tenemos que juzgar su actuación externa –las intenciones sólo Dios las conoce-, nunca debemos hacer juicios inamovibles sobre ellas. Ante los defectos de quienes nos rodean –a veces evidentes, innegables- no debe faltar nunca la caridad que mueve a la comprensión y ayuda. “Llegará un momento en que las heridas serán olvidadas.

Tenemos defectos, ¡pero podemos querernos! Porque somos hermanos, porque Cristo nos quiere de verdad…como somos” (M.G. DORRONSORO, Dios y la gente, Rialp, 2ª ed., Madrid 1974, p.150)

II. “La verdadera caridad, así como no lleva cuenta de los “constantes y necesarios” servicios que presta, tampoco anota, “omnia suffert” –soporta todo-, los desplantes que padece” J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Surco, n. 738).

Si no somos humildes tendemos a fabricar nuestra lista de pequeños agravios que, aunque sean pequeños, nos robarán la paz con Dios, perderemos muchas energías y nos incapacitaremos para los grandes proyectos que cada día tiene el Señor para quienes permanecen unidos a Él. La persona humilde tiene el corazón puesto en Dios, y así se llena de gozo y se hace menos vulnerable.

III. La caridad puede más que los defectos de las personas, de la diversidad de caracteres, que todo aquello que se pueda interponer en el trato con los demás. La caridad vence todas las resistencias.

Pidámosle hoy a la Virgen, Nuestra Madre, que nunca guardemos pequeñas o grandes ofensas, que causarían un enorme daño en nuestro corazón, en nuestro amor al Señor y en la caridad con el prójimo.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )
Extraído de Meditar, del portla Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

No tengan miedo

I. La historia de la Encarnación se abre con estas palabras: No temas, María (Lucas 1, 30). Y a San José le dirá también el Ángel del Señor: José, hijo de David, no temas (Mateo 1, 20). A los pastores les repetirá de nuevo el Ángel: No tengáis miedo (Lucas 2, 10). Más tarde, cuando atravesaba el pequeño mar de Galilea ya acompañado por sus discípulos, se levantó una tempestad tan recia en el mar, que las olas cubrían la barca (Mateo 8, 24) mientras el Señor dormía rendido por el cansancio. Los discípulos lo despertaron diciendo: ¡Maestro, que perecemos! Jesús les respondió: ¿Porqué teméis, hombres de poca fe? (Mateo 8, 25-26).
¡Qué poca fe también la nuestra cuando dudamos porque arrecia la tempestad! Nos dejamos impresionar demasiado por las circunstancias: enfermedad, trabajo, reveses de fortuna, contradicciones del ambiente.

Olvidamos que Jesucristo es, siempre, nuestra seguridad. Debemos aumentar nuestra confianza en Él y poner los medios humanos que están a nuestro alcance. Jesús no se olvida de nosotros: “nunca falló a sus amigos”(SANTA TERESA, Vida), nunca.

II. Dios nunca llega tarde para socorrer a sus hijos; siempre llega, aunque sea de modo misterioso y oculto, en el momento oportuno. La plena confianza en Dios, da al cristiano una singular fortaleza y una especial serenidad en todas las circunstancias. “Si no le dejas, Él no te dejará” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Camino). Y nosotros le decimos que no queremos dejarle. “ Cuando imaginamos que todo se hunde ante nuestros ojos, no se hunde nada, porque Tú eres, Señor, mi fortaleza (Salmos 42, 2). Si Dios habita en nuestra alma, todo lo demás, por importante que parezca, es accidental, transitorio. En cambio, nosotros, en Dios, somos lo permanente” (IDEM, Amigos de Dios) Esta es la medicina para barrer, de nuestras vidas, miedos, tensiones y ansiedades.

III. En toda nuestra vida, en lo humano y en lo sobrenatural, nuestro “descanso” nuestra seguridad, no tiene otro fundamento firme que nuestra filiación divina. Esta realidad es tan profunda que afecta al mismo hombre, hasta tal punto de que Santo Tomás afirma que por ella el hombre es constituido en un nuevo ser (Suma Teológica). Dios es un Padre que está pendiente de cada uno de nosotros y ha puesto un Ángel para que nos guarde en todos los caminos. En la tribulación acudamos siempre al Sagrario, y no perderemos la serenidad.

Nuestra Madre nos enseñará a comportarnos como hijos de Dios; también en las circunstancias más adversas.
Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )
Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

La tentación y el mal

I. No nos dejes caer en la tentación y líbranos del mal, rogamos al Señor en la última petición del Padrenuestro. El diablo, que existe, no deja de rondar alrededor de cada criatura para sembrar la inquietud, la ineficacia, la separación de Dios. “El hombre actual no quiere ver este problema. Hace todo lo posible por eliminar de la conciencia general la existencia de esos “dominadores de este mundo tenebroso”, de esos “astutos ataques del diablo” de los que habla la Carta a los Efesios” (JUAN PABLO II, Homilía).

Jesús, nuestro Modelo, quiso ser tentado para enseñarnos a vencer y para que nos llenemos de ánimo y de confianza en todas las pruebas. Seremos tentados de una forma u otra a lo largo de la vida. Quizá más cuanto mayor sea nuestro deseo de seguir a Cristo de cerca. Hemos de estar alerta, con la vigilia del soldado en el campamento, y de tener presente que nunca seremos tentados más allá de nuestras fuerzas. Podemos vencer en toda circunstancia si huimos de las ocasiones y pedimos los auxilios oportunos.

II. La tentación es todo aquello –bueno o malo en sí mismo- que tiende a separarnos del cumplimiento amoroso de la voluntad de Dios. Él permite que seamos tentados porque persigue un bien superior, y ha dispuesto que también de las pruebas saquemos provecho. A veces son un medio insustituible para acercarnos filialmente a nuestro Padre. Nos hacen ver lo débiles que somos y lo cerca que estaríamos del pecado si el Señor no nos ayudara, y nos enseñan a disculpar con más facilidad los defectos de los demás. La tentación será una ocasión excelente para aumentar la devoción a la Virgen, para crecer en humildad, para ser dóciles en la dirección espiritual. No debemos asustarnos ni desanimarnos. Nada nos separa de Dios si la voluntad no lo permite.

III. Para vencer, hemos de pedir ayuda a Nuestro Señor, que está siempre de nuestra parte en la pelea. Todo lo puedo en Aquel que me confortará (Juan 16,23). Contamos con el auxilio de nuestro Ángel Custodio, puesto por nuestro Padre Dios para que nos proteja siempre que lo necesitamos. La oración personal, la mortificación, la Confesión frecuente, el trabajo intenso evitando la ociosidad y la pereza, nos ayudarán a combatir la tentación. Y si acudimos a la Virgen, siempre saldremos vencedores, aun de las pruebas en que nos sentíamos más perdidos.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )
Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Elegidos desde la eternidad

I. Cada uno de nosotros ha sido llamado desde la eternidad a la más alta vocación divina. Dios Padre quiso llamarnos a la vida (ningún hombre ha nacido por azar), creó directamente nuestra alma única e irrepetible, y nos hizo participar de su vida íntima mediante el Bautismo. Nos ha designado en la vida un cometido propio, y nos ha preparado amorosamente un lugar en el Cielo, donde nos espera como un padre aguarda a su hijo después de un largo viaje.

Supuesta esta llamada radical a la santidad, Dios hace a cada uno un llamamiento particular. El Señor de un modo misterioso y delicado, nos va dando a conocer lo que quiere de nosotros. Así en el transcurso del tiempo. El Señor nos lleva de la mano a metas de santidad cada vez más altas, para lo cuál debemos tener el oído atento a las mociones del Espíritu Santo, que nos conduce a través de los acontecimientos normales de la vida.

II. La vocación es un don inmenso, del que hemos de dar continuas gracias a Dios. Es la luz que ilumina el camino; el trabajo, las personas, los acontecimientos; de lo contrario nos encontraríamos con el débil candil de la voluntad propia, y tropezaríamos a cada momento. Conocer cada vez más profundamente ese querer divino particular, es siempre motivo de esperanza y de alegría. El querer divino se nos puede presentar de golpe, como una luz deslumbrante que lo llena todo, como fue el caso de San Pablo, o bien se puede revelar poco a poco, en una variedad de pequeños sucesos, como Dios hizo con San José. Escuchamos la voz de María que nos dice como a los sirvientes de las bodas de Caná: Haced lo que Él os diga.

III. Eligit nos in ipso ante mundi constitutionem…, nos eligió antes de la constitución del mundo. Y Dios no se arrepiente de las elecciones que hace.
Ésta es la esperanza y la seguridad de nuestra perseverancia a lo largo del camino, en medio de las tentaciones o dificultades que hayamos de padecer. El Señor es siempre fiel y tendremos cada día la gracia necesaria para mantener nuestra fidelidad. Junto a esta confianza en la gracia divina, es necesario el esfuerzo personal por corresponder a las sucesivas llamadas del Señor a lo largo de una vida. Nunca nos pedirá más de lo que podamos dar. Él conoce bien y cuenta con la flaqueza humana y, los defectos y las equivocaciones. En la Virgen, Nuestra Madre, está puesta nuestra esperanza para salir adelante en los momentos difíciles y siempre. En Ella encontraremos la fortaleza que nosotros no tenemos. Digamos con Ella: Serviam, te serviré, Señor.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre
Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

La fe y su acción

Creer no es concebir algo fijo y acabado, que se muestra ante nosotros, sino llevar a cabo la experiencia de una existencia viviente. Al creer, el hombre, que gracias a Dios ha nacido a una nueva existencia, adquiere conciencia de sí mismo, y conciencia de Dios como de aquel que dispensa, guarda y guía su existencia hacia la perfección. (…) Cuando digo : “Creo en Dios, que es a la vez el Santo, el Todopoderoso y la infinita Bondad”, si no hago nada más que eso, todo queda reducido a pura palabrería.

Para probar la verdad contenida allí, es necesario que yo la “realice”, es decir, es necesario que me una a Dios. Es necesario que yo le busque; que le dé cabida en mi alma a fin de que pueda penetrar en mí. En ese encuentro que viene desde lo más íntimo de mi ser, llego hasta Él y Él me deja percibir su fuerza y su dulzura.

Lo mismo sucede con la Providencia, la sabiduría amante por medio de la cual Dios dirige todo. Lo que Dios dirige son hombres dotados de vida interior. Más aún; soy yo mismo. No hay Providencia en general : hay – puesto que Dios quiso llamarme un día a la existencia y me creó – una Providencia en la cual me encuentro situado, donde actúo y a la que no puedo imaginar independientemente de mí, pues entonces me colocaría fuera de su alcance. Para hacerme una idea justa de esa Providencia es indispensable que la considere en su continuo devenir, es decir, que coopere yo mismo con ella.

Otro ejemplo más : el amor que Dios me profesa. Debería poder olvidar por un momento estas palabras, que expresan lo indecible, a fin de volverlas a encontrar inéditas y auténticas; porque, ¿cómo es posible creer en ese amor si me deja indiferente? Yo no puedo creer realmente, con todas las fuerzas vivas de mi alma, que Dios me ama, sino amándolo a mi vez o rebelándome contra su amor.

Para poder creer con fe viva que soy amado por Dios, es necesario que yo también lo ame a Él o que al menos sienta un comienzo de amor o el deseo de gozar de la gracia de poder amarlo. Y creo realmente ser amado por Dios en la misma medida en que yo mismo lo amo.

Ahora comprendemos mejor lo que es la fe : la conciencia de una realidad santa, origen y último fin de mi existencia. Conciencia de una realidad y de una existencia, pero en la experiencia viviente de esa existencia.

Sólo si existo como cristiano, puedo decir que creo. Y existo como cristiano en la medida en que mi vida es cristiana, puesto que en gran parte esa vida consiste en la fe, ya que la fe es la conciencia viviente de esa existencia.

Yo vivo, pues, con tanta mayor intensidad cuanto más profunda es mi fe…Y de nuevo el círculo se cierra.
Así, pues, creer no es un sentimiento pasivo, estático, sino de acción; no está acabado, sino en continuo devenir, en continua realización. Requiere un gran esfuerzo, y en eso consiste su grandeza.

Extraído del libro Sobre la vida de la fe
Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

Las manos de Dios

Cuando observo el campo sin arar, cuando los aperos de labranza están olvidados, cuando la tierra está quebrada y abandonada me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando observo la injusticia, la corrupción, el que explota al débil; cuando veo al prepotente pedante enriquecerse del ignorante y del pobre, del obrero, del campesino carente de recursos para defender sus derechos, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando contemplo a esa anciana olvidada; cuando su mirada es nostalgia y balbucea todavía algunas palabras de amor por el hijo que la abandonó, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando veo al moribundo en su agonía llena de dolor; cuando observo a su pareja deseando no verle sufrir; cuando el sufrimiento es intolerable y su lecho se convierte en un grito de súplica de paz, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando miro a ese joven antes fuerte y decidido, ahora embrutecido por la droga y el alcohol; cuando veo titubeante lo que antes era una inteligencia brillante y ahora harapos sin rumbo ni destino, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando a esa chiquilla que debería soñar en fantasías, la veo arrastrar su existencia y en su rostro se refleja ya el hastío de vivir, y buscando sobrevivir se pinta la boca, se ciñe el vestido y sale a vender su cuerpo, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Cuando aquel pequeño a las tres de la madrugada me ofrece su periódico, su miserable cajita de dulces sin vender; cuando lo veo dormir en una puerta titiritando de frío; cuando su mirada me reclama una caricia; cuando lo veo sin esperanzas vagar con la única compañía de un perro callejero, me pregunto: ¿Dónde estarán las manos de Dios?

Y me enfrento a Él y le pregunto: ¿Dónde están tus manos, Señor? Para luchar por la justicia, para dar una caricia, un consuelo al abandonado, rescatar a la juventud de las drogas, dar amor y ternura a los olvidados.

Después de un largo silencio, escucho su voz que me reclama: No te das cuenta que tú eres mis manos, atrévete a usarlas para lo que fueron hechas, para dar amor y alcanzar estrellas. Y comprendí que las manos de Dios somos «TU y YO», los que tenemos la voluntad, el conocimiento y el coraje de luchar por un mundo más humano y justo, aquellos cuyos ideales sean tan altos que no puedan dejar de acudir a la llamada del destino, aquellos que desafiando el dolor, la crítica y la blasfemia se retienen a si mismos para ser las manos de Dios.

Señor ahora me doy cuenta que mis manos están sin llenar, que no han dado lo que deberían de dar, te pido ahora perdón por el amor que me diste y no he sabido compartir, las debo usar para amar y conquistar la grandeza de la creación.

El mundo necesita de esas manos llenas de ideales, cuya obra magna sea contribuir día a día a forjar una nueva civilización que busque valores superiores, que compartan generosamente lo que Dios nos ha dado y puedan llegar al final habiendo entregado todo con amor. Y Dios seguramente dirá: ¡ESAS SON MIS MANOS!

Fray José Luis Goñi (Orden de Agustinos Recoletos)Envió: Mabicha ( año 2.005 )
Extraído de Valores, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

La fe y su contenido

El nacimiento de la fe varía de acuerdo con el temperamento y la condición de cada persona. Hay hombres que no van al encuentro de Cristo sino cuando ya han avanzado bastante en el camino de su vida; hay otros que educados en la tradición cristiana, deben asumir solos la responsabilidad de su fe; y finalmente hay hombres que criados en una atmósfera hostil o indiferente, sin ideas religiosas o con ideas referidas a imágenes estereotipadas, deben realizar una renovación para llegar a poseer una creencia digna de este nombre.

En el corazón de esa diversidad, la pluralidad de los dones y de los destinos juega su función, por lo tanto concluimos que hay tantas maneras de llegar a la fe como hombres llamados por Dios.

¿Se puede hablar de la fe sin hablar del objeto de la fe ?

Algunos pretenden que lo que en definitiva interesa no es tanto qué se cree como el hecho de creer, y la seriedad y la intensidad que en ello se pone.(…) En el sentido cristiano, la fe tiene un carácter único y exclusivo. La “fe” no es una noción global que podría convenir a numerosas modalidades, a los cristianos o a los musulmanes, al antiguo paganismo de los griegos o al budismo. No; ese vocablo designa un hecho único : la respuesta del hombre a Dios, que vino al mundo con Cristo.

La fe está en su contenido. Está determinada por lo que ella cree. Es la marcha viviente hacia Aquel en quien se cree, es la respuesta viva a la llamada de Aquel que se anuncia en la revelación y atrae al hombre por la obra de la gracia.

¿Adónde conduce, entonces, la fe cristiana? Hacia el Dios vivo revelado en la persona de Cristo. No hacia un “Dios” indeterminado, objeto de un vago presentimiento, de una experiencia cualquiera, sino hacia “el que es Dios y Padre de Jesucristo.” Pero ¿cómo es Dios?

(…)La imagen de Dios que se muestra ante nosotros no es simple, sino llena de contrastes y de misterios. Igualmente, nuestra fe en Él es, al mismo tiempo que una pertenencia íntima, un esfuerzo para vencer nuestro aislamiento; deseo nostálgico y resistencia, aproximación y alejamiento, conocimiento e ignorancia a la vez. La fe está hecha de antinomias y cargada de riesgos; no puede transportarse a un concepto.

Ella es lo que Dios representa para nosotros. Solamente en la medida en que la imagen de Dios se simplifica y se precisa, lo hace igualmente nuestra fe. La fe de aquellos que se han aproximado, que han madurado en Dios, que están en el camino de la santidad, es completamente simple.

Creer, es creer en Dios. La fe cristiana se dirige al rostro de Dios, pero a ese rostro tal cual es. La fe es como aquel a quien ella se dirige. Por medio de ella nos unimos a Dios uno y trino. Ella es, pues, un reflejo de la naturaleza de Dios.

¿Cómo se llama en las Sagradas Escrituras el proceso que organiza la relación de la fe y que crea una nueva vida? El nuevo nacimiento.

No hay que tomar esta expresión como una metáfora poética, vaga, sino en el sentido propio. La génesis de la fe consiste en ser transportado al seno creador de Dios. En cierto sentido, muere aquí la antigua existencia y otra comienza. Esa vida recientemente recibida procede de Dios mismo, y significa que el creyente es “de la misma sangre de Dios”, si se puede emplear esta expresión. Este parentesco divino se extiende a las Tres Personas de la Santa Trinidad.

Por la fe, el cristiano entra en comunidad con el Padre como su hijo o su hija; por la fe se inclina ante la majestad del Padre, confía todo lo que tiene a la custodia del Padre, acepta la voluntad del Padre para hacerla suya. Tal es el espíritu del Pater noster…( Padre nuestro )

Pero todo eso pasa por el Hijo. Tomado en sí mismo, el Padre permanece oculto. No se revela sino en el Hijo del cual es Padre. Cuando nosotros estamos “en Cristo”, cuando miramos al Padre con Él, cuando obedecemos y amamos con Él, sólo entonces estamos “frente al Padre” y lo “vemos.” La fe que nos une al Cristo en persona tiene su forma propia, crea un nuevo parentesco con Dios.

Cristo es nuestro hermano, como “el primer nacido entre muchos otros”, hermanos y hermanas. Él es nuestro maestro, el que nos muestra “el camino, la verdad y la vida.” Es Aquel que murió por nosotros y que resucitó; que nos penetra con su ser transformado e impone en nosotros la imagen del hombre nuevo, introduciéndonos en la unidad de la nueva creación.

También la fe que nos une al Espíritu santo es diferente. Él es quien nos consuela, quien ilumina nuestro espíritu y nuestro corazón. Él pone a Cristo en nosotros; Él nos enseña a hablar, a orar, a confesar nuestra fe y a luchar. Es la llama, la tempestad, la luz, el vínculo de amor.

En cada uno de estos casos hay fe, pero bajo una forma diferente. En cada caso se establece un vínculo de parentesco, pero con una persona divina diferente. Una es la fe con relación al Padre, otra la fe con relación al Hijo y otra más la fe con relación al Espíritu. Pero no es posible separar la una de las otras. Se sostienen, se iluminan y se impregnan mutuamente. Porque esas formas de la fe no constituyen, sin embargo, más que una sola fe, como las tres Personas divinas no forman sino un solo Dios.

Todas éstas son cosas profundas que se vuelven para nosotros cada vez más familiares a medida que nos desentendemos de las ideas generales imprecisas para volvernos hacia la revelación, decididos a tomarla tal como es, no tal como la modelamos según nuestra sapiencia y nuestra locura humanas.

Cuanto más se fortifica nuestra fe, más claros, más luminosos se nos aparecen los rostros de Dios que marcan los aspectos diferentes, las relaciones recíprocas y la unidad de esa vida de fe.

Pero también aquí todo varía según los hombres. El uno comienza a creer en el Padre, sin saber tal vez que sólo gracias al Hijo posee a ese Padre. Para él, la fe consiste, simplemente, en estar bajo la salvaguardia del Padre. A partir de allí, su fe se irá desenvolviendo y poco a poco descubrirá los otros rostros de Dios.

En cambio, otro encuentra primero a Cristo, su figura en la historia, su palabra en las Escrituras, y Cristo lo conducirá hacia el Padre y el Espíritu.

Un tercero, en fin, empieza sintiéndose atraído por las obras del espíritu, por la fisonomía de los santos, por la Virgen María, por la voz de la Iglesia. Es así como por primera vez siente el poder de lo divino y, en medio de la contingencia general, la garantía de lo eterno, que lo prepara para ligarse definitivamente por medio de la fe. El Hijo y el Padre se le revelarán después.

Para todo esto no hay leyes. Dios le ha dado a cada uno una naturaleza y un destino particulares, y llama a cada uno como Él quiere.

Extraído del libro Sobre la vida de la fe

Escrito por Romano Guardini (1955) editado por Patmos – libros de espiritualidad

El perdón de nuestras ofensas

I. Padre, perdónanos nuestras ofensas, pedimos todos los días en el Padrenuestro. Cada día tenemos necesidad de pedir perdón al Señor por nuestras faltas y pecados. Hoy podemos hacer nuestra aquella jaculatoria del publicano: ¡Oh Dios, ten compasión de mí, que soy un pecador! El Señor puso estas palabras en boca del publicano para que las repitiéramos nosotros.

¡Cuánto bien nos puede hacer esta oración, repetida con un corazón humilde! Debemos recordar que, aunque el pecado tenga en nosotros, en los demás, y en la sociedad nefastas consecuencias, es esencialmente, una ofensa a Dios. ¡He pecado contra el Cielo y contra Ti (Lucas 15, 18), proclamará el hijo pródigo cuando vuelve arrepentido a la casa paterna. ¡Qué don tan grande es reconocer nuestros pecados, sin excusas ni mentiras, y acercarnos hasta la fuente inagotable de la misericordia divina y poder decir: Padre, perdónanos nuestras ofensas!

¡Qué paz tan grande da el Señor!

II. Enseña Santo Tomás, que la Omnipotencia de Dios se manifiesta, sobre todo, en el hecho de perdonar y usar de misericordia, porque la manera que Dios tiene de mostrar que posee el supremo poder es perdonar libremente (Suma Teológica) El Señor está dispuesto a perdonarlo todo de todos con infinita misericordia en el sacramento de la Confesión. Es verdad que pecamos contra Dios, pero también es verdad que pedimos perdón a un Padre que nos ama, y hasta nos enseña con qué palabras hemos de pedir.

III. Perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden, rezamos todos los días. El Señor espera esta generosidad que nos asemeja al mismo Dios. Dios nos ha perdonado mucho, y no debemos guardar rencor a nadie. Hemos de aprender a disculpar con más generosidad, a perdonar con más prontitud. Perdón sincero, profundo, de corazón. A veces nos sentimos ofendidos por una exagerada susceptibilidad o por amor propio lastimado por pequeñeces. Y si alguna vez se tratara de una ofensa real y de importancia, ¿no hemos ofendido nosotros mucho más a Dios? Seguir a Cristo en la vida corriente es encontrar, también en este punto, el camino de la paz y la serenidad. Jesús pide perdón para los que lo crucifican: imitarlo, nos hará saborear el amor de Dios, y nos conseguirá que la misericordia divina perdone nuestras flaquezas.

Pidamos a la Virgen que nos ayude a perdonar, como Ella perdonó a los que crucificaron a su Hijo.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( 2.005 )
Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Las señales

I. Jesús nace en una cueva, oculto a los ojos de los hombres que lo esperan, y unos pastores de alma sencilla serán sus primeros adoradores. La sencillez de aquellos hombres les permitirá ver al Niño que les han anunciado.
También nosotros lo hemos encontrado y es lo más extraordinario de nuestra pobre existencia. Sin el Señor nada valdría nuestra vida. Se nos da a conocer con señales claras. No necesitamos más pruebas para verle. Dios da siempre señales para descubrirle. Pero hacen falta buenas disposiciones interiores para ver al Señor que pasa a nuestro lado. Sin humildad y pureza de corazón es imposible reconocerle, aunque esté muy cerca. Nuestra propia historia personal está llena de señales para que no equivoquemos el camino. Nosotros podemos decir, como se le dijo Andrés a su hermano Simón: ¡Hemos encontrado al Mesías!

II. Tener visión sobrenatural es ver las cosas como Dios las ve, aprender a interpretar y juzgar los acontecimientos desde el ángulo de la fe. Sólo así entenderemos nuestra vida y el mundo en el que estamos. El Señor nos da suficiente luz para seguir el camino: si somos humildes no tendremos que pedir nuevas señales. Lo que pasa es que a veces nos sobra pereza o nos falta correspondencia a la gracia. El Señor ha de encontrarnos con esa disposición humilde y llena de autenticidad, que excluye los prejuicios y permite escuchar al Señor, porque a veces Su voluntad contraría nuestros proyectos o nuestros caprichos.

III. No hay otro a quien esperar. Jesucristo está en nosotros y nos llama.
Iesus Christus heri, et hodie; ipse et in saecula (Hebreos 13, 8). “ ¡Cuánto me gusta recordarlo! : Jesucristo, el mismo que fue ayer para los Apóstoles y las gentes que le buscaban, vive hoy para nosotros, y vivirá por los siglos. Somos los hombres los que a veces no alcanzamos a descubrir su rostro, perennemente actual, porque miramos con ojos cansados o turbios” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Amigos de Dios). Nosotros queremos ver al Señor, tratarle, amarle y servirle.
¡Abrid de par en par las puertas a Cristo!, nos anima su Vicario (JUAN PABLO II, En Montmartre). Debemos desear una nueva conversión para contemplarle en esta próxima Navidad. La Virgen nos ayudará a prepararnos para recibirle, y su fortaleza ayudará nuestra debilidad, y nos hará comprobar que para Dios nada es imposible.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( 2.004 )
Extraído de Meditar, del Portal Católica El que busca, encuentra www.encuentra.com

Adviento, tiempo de esperanza

I. La mejor manera para prepararnos para la Navidad es vivir el Adviento junto a la Virgen. Nuestra vida también es un adviento y hemos de vivirla junto a Nuestra Señora si lo que queremos es encontrar a Cristo en esta vida y después en la eternidad. Ella fomenta en el alma la alegría, porque su trato nos lleva a su Hijo. Ella es maestra de esperanza, y su esperanza contrasta con nuestra impaciencia. No cae en desaliento quien padece dificultades y dolor, sino el que no aspira a la santidad y a la vida eterna, y el que desespera de alcanzarlas. El desaliento proviene del aburguesamiento, la tibieza y el apegamiento a los bienes de la tierra; por miedo al esfuerzo que comporta la lucha ascética y el renunciar a apegamientos y desórdenes de los sentidos. El desaliento también puede provenir de los aparentes fracasos en nuestra lucha interior y en el apostolado. Basta que recordemos que quien hace las cosas por amor a Dios y para su Gloria no fracasa nunca.

II. La esperanza se manifiesta a lo largo del Antiguo Testamento como una de las características más esenciales del verdadero pueblo de Dios. Todos los ojos están puestos en la lejanía de los tiempos, por donde un día llegará el Mesías.
Faltan pocos días para que veamos al Niño Jesús. Cristo proclama, desde su Nacimiento hasta la Ascensión a los cielos, un mensaje de esperanza.
Nosotros esperamos confiadamente que un día nos conceda la eterna bienaventuranza y, ya ahora, el perdón de los pecados y su gracia, y los medios necesarios para alcanzar ese fin. Vamos a luchar durante estos días de Adviento y durante toda nuestra vida, contra el desaliento y el estar preocupados excesivamente por los bienes materiales. La esperanza lleva al abandono en Dios, a recomenzar muchas veces, a ser constantes en el apostolado, pacientes de la adversidad y a tener una visión más sobrenatural de la vida y de sus acontecimientos.

III. Nuestra esperanza en el Señor ha de ser más grande cuanto menores sean los medios o mayores las dificultades. Jesús no llega nunca tarde. Sólo se precisa una fe mayor. Junto al Sagrario escuchamos la voz de Jesús que nos dice: No temas, ten sólo fe. La devoción a la Virgen es la mayor garantía para alcanzar la fe y la felicidad eterna a la que hemos sido destinados.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( 2.004 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Con todo el corazón

I. Amar a Dios no es simplemente importante para el hombre: Es lo único que importa absolutamente, aquello para lo que fue creado y, por tanto, su quehacer fundamental aquí en la tierra y, luego su único quehacer eterno en el Cielo; aquello en lo que alcanza su felicidad y su plenitud. Sin esto, la vida del hombre queda vacía.

Maestro, ¿cuál es el principal mandamiento de la Ley? Le pregunta a Cristo un fariseo en el Evangelio de la Misa (Mateo 22, 34-40).

Jesús le respondió: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente. Éste es el mayor y el primer mandamiento.
Cristo, Dios hecho hombre que viene a salvarnos, nos ama con amor único y personal, “es un amante celoso” que pide todo nuestro querer. Espera que le demos todo lo que tenemos de acuerdo a la vocación a la que nos llamó un día y nos sigue llamando diariamente en medio de nuestros quehaceres y a través de las circunstancias.

II. Santo Tomás nos enseña que el principio del amor es doble, pues se puede amar tanto con el sentimiento como por lo que nos dice la razón. Con el sentimiento, cuando el hombre no sabe vivir sin aquello que ama. Por el dictado de la razón, cuando ama lo que el entendimiento le dice. Y nosotros debemos amar a Dios de ambos modos: también con nuestro corazón humano, con el afecto con que queremos a las criaturas de la tierra, (SANTO TOMÁS, Comentario al Evangelio de San Mateo) con el único corazón que tenemos. El corazón, la afectividad, es parte integrante de nuestro ser.
Humano y sobrenatural es el amor que contemplamos en Jesús cuando leemos el Evangelio: lleno de calor, de vibración y de ternura. Dios nos hizo con cuerpo y alma, y con nuestro ser entero –corazón, mente, fuerzas- nos dice Jesús que debemos amarle.

III. Es necesario cultivar el amor, protegerlo, alimentarlo. Evitando el amaneramiento, debemos practicar las manifestaciones afectivas de piedad –sin reducir el amor a estas manifestaciones- poner el corazón al besar el crucifijo o al mirar una imagen de Nuestra Señora…, y no querer ir a Dios sólo “a fuerza de brazos”, que a la larga fatiga y empobrece el trato con Cristo. Sin embargo, el amor a Dios –como todo amor verdadero- no es sólo sentimiento; no es sensiblería, ni sentimentalismo vacío, pues ha de conducir a múltiples manifestaciones operativas, debe dirigir todos los aspectos de la vida del hombre. “Obras son amores y no buenas razones”.
Seguiré diciéndote muchas veces que te amo -¡cuántas te lo he repetido hoy!-; pero, con tu gracia, será sobre todo mi conducta, serán las pequeñeces de cada día –con elocuencia muda- las que clamen a Ti, mostrándote mi Amor” (J. ESCRIVÁ DE BALAGUER, Forja)

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

La viña del Señor

I. En la vida de las personas se dan momentos particulares en los que Dios concede especiales gracias para encontrarle, y nos exige el abandono del pecado y la conversión del corazón. En la lectura de la Misa (Is 55, 6-9) nos dice: Mis caminos son más altos que los vuestros, mis planes más altos que vuestros planes.
¡Tantas veces nos quedamos cortos ante las maravillas que Dios nos tiene preparadas! ¡En tantos momentos nuestros planteamientos nos quedan pequeños! En el Evangelio de hoy (Mateo 20, 1-16), el Señor quiere que consideremos cómo esos planes redentores están íntimamente relacionados con el trabajo de su viña, cualesquiera que sean la edad y las circunstancias en que Dios se nos ha acercado y nos ha llamado para que le sigamos.

Nosotros, llamados a la viña del Señor a distintas horas de nuestra vida, sólo tenemos motivos de agradecimiento. La llamada en sí misma ya es un honor. Para todos el jornal se debe a la misericordia divina, y es siempre inmenso y desproporcionado por lo que aquí hayamos trabajado por el Señor.

II. Entre los males que aquejan a la humanidad, hay uno que sobresale por encima de todos: son pocas las personas que de verdad, con intimidad y trato personal, conocen a Cristo; muchos morirán sin saber apenas que Cristo vive y que trae la salvación a todos. En buena parte dependerá de nuestro empeño el que muchos lo busquen y lo encuentren. ¿Podremos permanecer indiferentes ante tantos que no conocen a Cristo? En el campo del Señor hay lugar y trabajo para todos. Nadie que pase junto a nosotros en la vida deberá de decir que no se sintió alentado por nuestro ejemplo y por nuestra palabra a amar más a Cristo.
Ninguno de nuestros familiares o amigos debería decir al final de su vida que nadie se ocupó de ellos.

III. El Papa Juan Pablo II, comentando esta parábola (Christifideles laici), nos invitaba a mirar este mundo con sus inquietudes y esperanzas, dificultades y problemas: “Es ésta la viña, y es éste el campo en que los fieles laicos están llamados a vivir su misión. Jesús les quiere, como a todos los discípulos, sal de la tierra y luz del mundo (Mateo 5, 13-14)”.

No son gratas al Señor las quejas estériles, que suponen falta de fe, ni siquiera un sentido negativo y pesimista de lo que nos rodea, sean cuales sean las circunstancias en las que se desarrolle nuestra vida.

Trabajemos en la viña del Señor sin falsas excusas, sin añoranzas, sin agrandar las dificultades, sin esperar oportunidades mejores. El Dueño de la viña y su Madre Santísima nos ayudarán si somos piadosos.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.

Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Aliviar las cargas de los demás

I. Venid A Mí todos los fatigados y agobiados –dice Jesús a los hombres de todos los tiempos-, y Yo os aliviaré. Tomad mi yugo sobre vosotros y aprended de Mí, que soy manso y humilde de corazón, y encontraréis descanso para vuestras almas: porque mi yugo es suave y mi carga ligera (Mateo 11, 28-30).
Junto a Cristo se vuelven amables todas las fatigas, todo lo que podría ser más costoso en el cumplimiento de la voluntad de Dios. Él llevó nuestros dolores y nuestras cargas más pesadas. El Evangelio es una continua muestra de su preocupación por todos: “en todas partes ha dado ejemplo de Su misericordia”, escribe San Gregorio Magno. Aun en el momento de Su muerte se preocupa por los que lo rodean. Y allí se entrega por amor. Nosotros debemos imitar al Señor: no sólo no echando preocupaciones innecesarias sobre los demás, sino ayudando a sobrellevar las que tienen. Al mismo tiempo, podemos pensar en esos aspectos en los que de algún modo, a veces sin querer, hacemos más pesada la vida de los demás con nuestros caprichos, juicios precipitados, críticas negativas o falta de consideración.

II. Cuanto más intensa es la caridad, en mayor estima se tiene al prójimo y, en consecuencia, crece la solicitud ante sus necesidades y penas. No sólo vemos a quien sufre o pasa apuros, sino también a Cristo, que se ha identificado con todos los hombres: en verdad os digo, cuando hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a Mí lo hicisteis (Mateo 25, 40). Cristo se hace presente en nosotros en la caridad. Él actúa constantemente en el mundo a través de los miembros de su Cuerpo Místico. La caridad es la realización del reino de Dios en el mundo. Para ser fieles discípulos del Señor hemos de pedir incesantemente que nos dé un corazón semejante al suyo, capaz de compadecerse de tantos males como arrastra la humanidad, principalmente el mal del pecado, que es, sobre todos los males, el que más fuertemente agobia y deforma al hombre. Por esta razón, el apostolado de la Confesión es la mayor obra de misericordia, pues damos la posibilidad a Dios de verter su perdón generosísimo sobre quien se había alejado de la casa paterna.

III. Si alguna vez nos encontramos nosotros con un peso que nos resulta demasiado duro para nuestras fuerzas, no dejemos de oír las palabras del Señor: Venid a Mí. Sólo él restaura las fuerzas, sólo Él calma la sed. El trato asiduo con Nuestra Señora nos enseña a compadecernos de las necesidades del prójimo, y nos facilitará el camino hacia Cristo cuando tengamos necesidad de descargar en Él nuestras necesidades.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Dignidad de la persona

I. El Concilio Vaticano II subraya el valor de la persona por encima del desarrollo económico y social (Gaudium et Spes). Después de Dios, el hombre es lo primero. La Humanidad Santísima de Cristo arroja una luz que ilumina nuestro ser y nuestra vida, pues sólo en Cristo conocemos verdaderamente el valor inconmensurable de un hombre. No podemos definir al hombre a partir de las realidades inferiores creadas, y menos por su producción laboral, por el resultado material de su esfuerzo. La grandeza de la persona humana se deriva de la realidad espiritual del alma, de la filiación divina, de su destino eterno recibido por Dios. Su dignidad le es otorgada en el momento de su concepción, y fundamenta el derecho a la inviolabilidad de la vida y la veneración a la maternidad. Dios creó al hombre a su imagen y semejanza y lo elevó al orden de la gracia. Además el hombre adquirió un valor nuevo cuando el Hijo de Dios, mediante su Encarnación, asumiera nuestra naturaleza y diera su vida por todos los hombres. Por esta razón nos interesan todas las almas porque no hay ninguna que quede fuera del amor de Cristo.

II. La dignidad de la criatura humana –imagen de Dios- es el criterio adecuado para juzgar los verdaderos progresos de la sociedad, y no al revés (JUAN PABLO II, En el Madison Square Garden). Su dignidad se expresa en todo su quehacer personal y social, especialmente en el trabajo, en donde se realiza y cumple el mandato de su Creador, ut operatur, para que trabajara (Génesis 2, 15), y así le diera gloria. La dignidad del trabajo viene expresada en un salario justo, base de toda justicia social: incluso en el caso de un contrato libre.
Otra “consecuencia lógica es que todos tenemos el deber de hacer bien nuestro trabajo… No podemos rehuir nuestro deber, ni conformarnos con trabajar medianamente” (JUAN PABLO II, Discurso). La pereza y el trabajo mal hecho también atentan contra la justicia social.

III. Es largo el camino hasta llegar a una sociedad justa en la que la dignidad de la persona, hija de Dios, sea plenamente reconocida y respetada. Pero ese cometido es nuestro, de los cristianos, junto a todos los hombres de buena voluntad. Porque “no se ama la justicia, si no se ama verla cumplida con relación a los demás” (J ESCRIVÁ DE BALAGUER, Es Cristo que pasa). También hemos de reconocer esa dignidad de la persona en las relaciones normales de la vida, considerando a quien tratamos –por encima de sus posibles defectos- como hijos de Dios, evitando hasta la más pequeña murmuración y lo que pueda dañarles. Será fácil si recordamos que Cristo se inmoló en el Calvario por cada uno de los hombres.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal, Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( 2005 )

Extraído de Meditar, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Aumentar nuestra fe

I. La nueva era del Mesías es anunciada por los Profetas llena de alegrías y prodigios. Una sola cosa pedirá el Redentor: fe. Sin esta virtud el reino de Dios no llega a nosotros. Más tarde, los Apóstoles se manifiestan al Señor con toda sencillez. Conocen su fe insuficiente en muchos casos ante lo que ven y oyen, y un día le piden a Jesús: ¡Auméntanos la fe! También nosotros nos encontramos como los Apóstoles; nos falta fe ante la carencia de medios, ante las dificultades en el apostolado, ante los acontecimientos, que nos cuesta interpretar desde un punto de vista sobrenatural. Pero si vivimos con la mirada puesta en Dios no hemos de temer nada: “la fe, si es fuerte, defiende toda la casa” (SAN AMBROSIO, Comentario sobre el Salmo 18). Imitemos a los Apóstoles y con ánimo humilde pidamos al Señor: ¡Auméntanos la fe! Con esta confianza aguardamos la Navidad.

II. La fe es el tesoro más grande que tenemos, y, por eso, hemos de poner todos los medios para conservarla y acrecentarla. También es lógico que la defendamos de todo aquello que le pueda hacer daño: lecturas (especialmente en épocas en que los errores están más difundidos), espectáculos que ensucian el corazón, provocaciones de la sociedad de consumo, programas de televisión que puedan dañar este tesoro que hemos recibido. Reconocer al Señor delante de los hombres es ser testigos vivos de su vida y de su palabra. Nosotros queremos cumplir nuestras tareas cotidianas según la doctrina de Jesucristo, y debemos estar dispuestos a que se transparente nuestra fe en todas nuestras obligaciones familiares, profesionales y sociales. ¿Se nos reconoce como personas cuya conducta es coherente con su fe? ¿Nos falta audacia para hablar de Dios? ¿Nos sobran los respetos humanos? Una consecuencia de la fe firme es la seguridad y el optimismo de que las cosas saldrán adelante. El poder de Dios está con nosotros y disipa todo posible temor. Él nos da la gracia para cumplir nuestra vocación.

III. En todo tiempo hemos de fijarnos en Nuestra Señora, que vivió toda su existencia movida por la fe, pero especialmente en este tiempo de Adviento. Confianza y serenidad de la Virgen ante el descubrimiento de su vocación, en el silencio que ha de mantener ante San José, en los momentos difíciles que preceden al Nacimiento de Jesús. Fe de María en el Calvario. Ella nos pide que vivamos con una confianza inquebrantable en Jesús. Pidamos ahora su ayuda.

Fuente: Colección «Hablar con Dios» por Francisco Fernández Carvajal,
Ediciones Palabra.
Resumido por Tere Correa de Valdés Chabre ( año 2.005 )

Extraído de Meditar del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com

Con María, camino del Calvario

Es sábado en la mañana… llueve, los niños duermen aún, es temprano, tengo un momento para mí… mientras pongo la pava al fuego para tomar unos mates, siento que me miras detrás de tu imagen….. Te invito a mi mesa, sencilla, humilde mesa argentina, desayuno de mates con pan y manteca… y tú vienes, como siempre… Y te sientas junto a mí, toda una reina, toda una mamá…

– María, amiga mía del alma, hoy necesito conversar contigo sobre este tiempo tan especial, difícil y aleccionador de la vida de tu Hijo como fue, es y será por siempre la Semana Santa…. quisiera saber…

– No, amiga, no, “saber” quizás no sea la palabra, debes… debes sentirlo y comprenderlo en tu corazón, puedes conocer el relato de los hechos de memoria, y al mismo tiempo, no comprenderlos, y si no los comprendes no te ayudan en la salvación de tu alma, y si no te ayudan en esto, pues, de nada te sirven….

– Ayúdame, Señora, a comprender el significado de la Pasión de Cristo, desde el fondo del alma… ¿Por donde empiezo?

– Por tu propia vida – ¿Mi vida, dices?, no comprendo amiga… – Mira tu historia

– Y comenzamos a transitar juntas por los caminos de mi propia existencia, bueno, la verdad es que me hubiese gustado llevar conmigo unos cuantos metros de tela y tijeras, para cortarlos y tapar las escenas de las que me avergüenzo… pero era tarde,

-¿recuerdas cuántas veces entraste triunfante a Jerusalén?

– Sí- y recordé las veces en las que la vida me sonreía, en la que tenía muchos amigos, en las que recibí aplausos y todo parecía estar perfecto- Sí amiga, muchas veces sentí que la vida cortaba ramas de olivo y los ponía a mis pies…

– Y tú te creías importante por ello-la voz de María se puso muy triste, apenas si podía yo soportar su mirada, no estaba enojada, ¡estaba triste!-¿Verdad Susana?

¿Te sentiste importante solo porque el mundo te sonreía? ¿No pudiste reconocer que era temporal, que con la misma rapidez con que te sonreía, te olvidaría, pues ya habría logrado su objetivo, que era hacer brillar tu orgullo, palidecer tu humildad, entristecer a mi Hijo?

Comencé a llorar, era demasiado, y recién comenzábamos… nunca pensé tener esta conversación contigo, Maria, pero tanto te amo que no me importa cuánto me reprendas, te sigo, María, te sigo…

– Bien, Susana querida, vamos ahora a la noche del jueves, a la noche de la cena… ¿tuviste oportunidad en tu vida de lavar los pies de tus amigos?

– Sí- y mi voz era apenas un susurro

– Pero… ¿No las aprovechaste todas, verdad? ¡Claro! ¿Cómo tú ibas a rebajarte a lavarles los pies? ¿Como tú, con todo lo que crees saber, con todo lo que crees ser, ibas a rebajarte? Amiga, cada vez que no lo hiciste, no sólo perdiste una oportunidad de doblegar tu orgullo, de ejercer la humildad, sino que es como si dijeses que Cristo sí podía, pero ¡Tu no!, porque ¡Claro! mí hijo es una persona de la Santísima Trinidad y, como todo lo puede, resulta que también todo lo es fácil, pero…¿has olvidado que se hizo hombre para ser igual a ti?¿Sabes que igual significa eso: igual?¿Crees que él no tenía conciencia de quien era?¿No tenia Jesús un millón de veces mas derecho que tú a no arrodillarse ante los demás y lavar sus pies?… amiga mía querida, de ahora en adelante, aprovecha cada oportunidad que tengas de lavar los pies, recuerda que Jesús lavó también los de Judas… recuerda eso cuando tu orgullo y vanidad se alcen a los gritos mientras tú tomas jabón y toalla…

– María, querida madre mía, me comprometo aquí y ahora a poner todo de mi para no desaprovechar esas oportunidades, tú… tú sólo pídele a tu Hijo amado que me dé luz suficiente como para reconocerlas…

– La tendrás amiga, todos la tienen, si la piden… todos… Pasemos ahora a la escena de Judas… ¿Cuantas veces has besado hipócritamente a quienes no considerabas tus amigos? ¿Cuantas veces has sonreído, siniestramente, mientas sabías que estabas traicionando? ¿Acaso no retumbaron en tus oídos, al besar con falsía, las palabras de mi Hijo “Judas, con un beso traicionas al Hijo del Hombre…”?

Amiga mía, no te digo esto porque esté enojada contigo, de ninguna manera, no te digo esto porque te ame poco, no, si te amara poco, pues poco me importaría de ti, y te dejaría a la deriva o, lo que es peor aún, te dejaría a merced de ti misma.

– María querida, es cierto todo lo que dices, pues ves mi alma en toda su dimensión y conoces que, muchas veces, mi conducta ha lastimado el corazón de tu Hijo…

¿Qué decir? ¿ Que argumentar que me justifique? Nada, pues, con sólo mirar tus ojos entristecidos se desarman todos mis argumentos ¡pensar que me aferré tanto a ellos y ahora no pueden sostenerme, ahora veo que, en realidad, sus raíces se alimentaban de mi orgullo y vanidad, sus raíces eran débiles…!

– ¡Bien, hija bien! Estas comprendiendo… ¿te das cuenta? Ese es el mensaje, comprenderlo desde tu propia vida…

– María, temo seguir… temo seguir…

– Pues debes hacerlo, es duro, difícil, sobre todo llegar al tiempo de la muerte de Jesús, pero debes aferrarte a su resurrección, es la única manera… – Sigamos entonces…

– ¿Recuerdas el anuncio de las negaciones de Pedro?, Jesús sabía lo que iba a pasar en el alma de su amigo, sabía también que debía suceder, para que Pedro aprendiese hasta que punto podía caer y desde donde podía levantarse… ¿Cuántas veces Jesús te anunció que tú también le negarías, quizás no con las palabras, pero sí con tu conducta?

– Demasiadas, Señora, demasiadas…

– Bien… acompañemos ahora al Salvador la oración en el Huerto… está triste y solo, le pide a sus amigos que le esperen despierto, es sólo un momento, mas ellos se duermen… ¿Cuántas veces te encontró a ti dormida, amiga? ¿Cuántas veces dejaste para mas tarde , para mas adelante, el replanteo serio de ciertas actitudes solo dictadas por tu orgullo y vanidad, y Jesús te encontró en medio de ellas?… Mientras él estaba orando y necesitaba de ti, tú dormías ¡Mas

tarde te despertarías, mas adelante, ya tendrías tiempo…! Nunca sabes cuando Jesús vendrá por ti ¿Por qué dejas el cuidado de tu alma para más adelante? ¿Porque te duermes en el mullido colchón que te ofrece el mundo?

– Señora, ¡Cuánto tiempo he perdido!…

– Ya vienen por Jesús, ya vienen por él… Judas le besa, un amigo saca su espada y mi Hijo le detiene… deben cumplirse las Escrituras, Él podría solicitar al Padre doce legiones de ángeles… pero calla, Él podría eliminarlos a todos sólo con una mirada, pero no lo hace… Jesús obedece la Voluntad del Padre, sabiendo que le pide el mayor de los sacrificios, su propia vida… pues el alma de Jesús era un solo grito: “¡Hágase tu voluntad, Padre!..” ¿Cuantas veces no aceptaste la Voluntad de Dios en tu propia vida y terminaste lastimada? Hija mía del alma, la voluntad de Dios es siempre el mejor y mas seguro de los caminos, aunque tu no lo comprendas prontamente…

– Lo sé, y ahora veo con claridad de que he tenido más caminos a mi alcance de los que yo misma tengo conciencia…

– Jesús está ante Pilatos, quien está admirado por su silencio ante las acusaciones de los demás… ¿Te han acusado injustamente muchas veces? ¿En cuantas de ellas callaste y dejaste que Dios te defendiese? ¿No sabes, acaso, que no encontraras en todo el universo mejor abogado que él? ¿No comprendes que tu propia defensa siempre será pobre, que tu propia venganza dejara tu alma mas lastimada que satisfecha? ¿No has comprendido que la justicia final siempre está en manos de Dios? …¿Cuántas veces, cuando el dolor llamaba a tu puerta, cuando las pruebas o la traición te lastimaban, armaste un escándalo?¿Cuantas veces pudiste callar, para compartir aunque fuera un instante el dolor de Cristo, y poner tu dolor en manos del Padre para que él colocase rosas en tus espinas, y así fuese crecimiento para tu alma? Pero pudo mas tu orgullo “¡A mí no me van a hacer esto! ¡Ya verán quien soy yo! ¿Que se cree ésa para decirme tal o cual cosa?”… y mil frases como ésta te anulaban la oportunidad de reaccionar como Cristo… ¿comprendes?

– Quisiera, Señora, borrar todos los pecados de mi vida si pudiera, Señora, si pudiera volver a nacer y hacer todo otra vez, pero hacerlo bien…

– Puedes hija, puedes, recuerda las Escrituras, recuerda la canción que te enseñaron esas religiosas que tanto amas “Hay que nacer del agua y del Espíritu de Dios, hay que nacer del Amor…” puedes nacer de nuevo… Debes nacer de nuevo…, pues Cristo borra tus pecados con su Preciosísima Sangre, si tu los confiesas en el sacramento de la Reconciliación… ¡puedes hacerlo amiga! ¿Que estas esperando?…Sigamos con Jesús y su dolor, las espinas marcan su cabeza, que tantas veces acaricié…el látigo lastima su espalda sobre la que cargará

la salvación del mundo… El camino del Calvario comienza… Pero se le siguen agregando espinas, pobre hijo… ¿Sabes cuales? Las que nacen de los pecados de los que, debiendo recordarle a cada instante, le olvidan, porque… ¡y bueno!, porque dicen, a veces, que la religión es una cosa y esta situación otra, o que no podemos meter a Jesús en todo… ¡Cuan equivocados están! Jesús “es” todo, y las circunstancias de la vida son solo disfraces del pecado para tentar a cada uno donde mas débil es…

– Hoy quiero nacer de nuevo, hoy quiero nacer de nuevo, Señora, por Jesús.

– La cruz ya pesa sobre sus espaldas, carga sobre sí los pecados del mundo ¡que pesada le resulta!… Cae, bajo el peso de la cruz y un dolor que le ciega… se levanta ¿Cuántas veces, amiga, te tiró abajo el peso de tu cruz y allí te quedaste?, gimiendo, llorando y lamentándote de que Dios te había olvidado… por ello, perdiste de tomar su mano, que la extendía desde la Eternidad para sostenerte… ¡Ay, mi buena amiga!.. Si hubiese bastado con que levantaras los

ojos, en lugar de mirar solamente el lugar de tu caída… Era tan simple… es tan simple…

Sigamos… la cruz deja huellas en la arena, una línea que se mezcla con las huellas de sus pies y la sangre Preciosísima….Simón de Cirene le ayuda…¿Cuántas veces tuviste la oportunidad de ser Simón de Cirene para tu hermano, para un Cristo cansado y agobiado que se escondía tras el desesperado rostro de tu hermano…? Recuerda, amiga, que hay oportunidades que pasan ante ti una sola vez, que el hermano a quien no ayudaste pasó, siguió su camino, ya no tendrás oportunidad de ayudarlo, quizás a otro, pero a ése… a ése ya no….Simón de Cirene, amiga, recuérdalo cada vez que tu hermano te mire en silencio, cada vez que el dolor le nuble el alma, no hace falta que se arrodille ante ti, ni que inicie un expediente para solicitar tu ayuda, ni que espere a que tu “tengas tiempo”, ni siquiera que juzgues si “merece o no” tu ayuda, sólo carga su cruz unos metros, solo unos metros, veras que, cuando él siga su camino, tu propia cruz será mas liviana….

– Simón de Cirene- y recordé que demasiadas veces mi hermano me miró con desesperación, pero no llenaba los “requisitos” exigidos por mi orgullo y vanidad para prestarle ayuda…siento, a esta altura, un gran dolor por mis pecados, un gran dolor…

– Hija querida, mi alma también esta llena de dolor al recordar estos momentos, mas dolor del que puedo soportar…

– Calla, entonces, Señora…

– No, amiga, mi misión es conducirte a mi Hijo… seguiremos, si mi dolor te da luz, entonces tiene sentido… Mira, le han clavado en la cruz, estoy a su lado…habla… habla, amiga…

– ¿Qué dice Jesús, Señora? ¿Que dice?

– Él dice… dice… tu nombre… tu nombre y el de todos… los nombra, uno a uno, como si nombrarlos le diera la fuerza que necesita para llegar al final… luego, luego llama a Juan y a mí… “Hijo, ahí tienes a tu madre”… el resto es solo un susurro… ”Todos, todos, todos”… Él te nombró, amiga, los nombró a todos, eso los hace hermanos… hermanos… Creo que aquí las palabras están de más, recuerda desde el fondo de tu alma este momento sublime cada vez que dudes, cada vez que el orgullo te llene de todos los argumentos que tu vanidad esté dispuesta a aceptar…

Te miré, tus ojos estaban llenos de lágrimas, tenías ojeras, eras ahora la Dolorosa, la Dolorosa… hubiera querido abrazarte, pero…no soy digna… tú lo notas, te me adelantas, me abrazas tú, lloramos juntas largo rato, yo, por mis pecados, tú… tú por mí, por todos…

– Mira… allí pasa la Magdalena, mira su rostro, ¡está radiante!, mira la Magdalena ¿Has visto rostro mas feliz?…

– ¿Qué sucede, Señora?

– ¡¡¡ HA RESUCITADO!!!, por ti, por la humanidad, por los que elijan el amor y la paz como camino….- Y corrió hacia Él, que la esperaba con los brazos abiertos tras unos arbustos… y se abrazaron largo, fuerte, fuerte, sin que nadie los viera…juntos…juntos… juntos… por toda la eternidad….

Amigo que lees estas líneas, no puedo seguir escribiendo, estoy llorando… las palabras sobran ¿verdad?

Autor: María Susana Ratero ( 2.005 )

NOTA DE LA AUTORA:

«Estos relatos sobre María Santísima han nacido en mi corazón y en mi imaginación por el amor que siento por ella, basados en lo que he leído. Pero no debe pensarse que estos relatos sean consecuencia de revelaciones o visiones o nada que se le parezca. El mismo relato habla de «Cerrar los ojos y verla» o expresiones parecidas que aluden exclusivamente a la imaginación de la autora, sin intervención sobrenatural alguna.»

Extraído de Valores, del Portal Católico El que busca, encuentra www.encuentra.com